—¿Se supone que este fue una
especie de rapto? —le dije a André mientras caminábamos fuera de mi U aun
sintiendo las miradas de mis amigas pegadas en nuestra espalda.
—Habría sido un rapto si te
hubiese metido en la cajuela de un auto, esto es sólo yo viniéndote a buscar
porque quería verte.
Apretó mi mano y me dio una
sonrisa de lado. Mi corazón quedó hecho líquido.
—Podrías al menos haberme
dicho —dije en un susurro.
Caminamos sin rumbo fijo, él
hablándome de sus pequeños pacientes, yo hablándole de lo asquerosa que habían
estado mis clases.
Me di cuenta que caminábamos
en dirección a mi casa cuando él comenzó a ponerse serio y demasiado rígido.
—¿Qué pasa? —lo miré
extrañada.
—¿Eh? —Al parecer hace rato
que no venía escuchando lo que yo le hablaba.
—Estas distraído. ¿Pasa
algo?
Sus hombros estaban rígidos,
pero la expresión de su cara era de calma, excepto por sus ojos.
—Nada pequeña, estoy
cansado.
Comenzó a caminar mas rápido
y por ende, yo también. Miré a mi izquierda y vi que íbamos pasando por el
edificio de Macka.
Alá. Ahí estaba la razón de
su comportamiento.
Yo no podía dejar que cada
vez que pasáramos por frente a su casa él se pusiera extraño. Ya no teníamos de
que escondernos.
Tomando más valor del que
nunca creí, tiré de su mano hacia atrás e hice que se diera vuelta. Me acerqué
a él y me puse de puntillas para besarlo. Cuando estaba a solo milímetros de su
boca y podía sentir su aliento en mi cara, desvió su cara para impedir que lo
besara.
Me quede congelada.
Me miró con ojos de ciervo
asustado. Comencé a temblar.
—No, mi niña. —Tomó mis
manos y apoyó su frente contra la mía—. Aquí no puedo. Se me hace raro aún.
Entiéndeme.
Yo era una persona
razonable, entendía, pero ahora, me costaba. Sabía que había estado mucho
tiempo con ella, aún no sabía porque razón habían terminado, no sabía si él ya
sabia que ella lo había engañado, sabía que de una u otra forma debía de
dolerle, tenía que darle espacio aunque me costara. Yo no quería ahogarlo.
Simplemente asentí con mi cabeza
y escondí mi cara en su hombro, llenando mis sentidos son el olor a madera que
su piel desprendía.
Acarició mi pelo y lo
escuche susurrar claramente en mi oído “ojalá te hubiese conocido antes”. Me
congelé de pies a cabeza pero no pregunte nada. Yo ya no quería saber nada más.
Carpe Diem.
—¿No está tu mamá?
Me reí de lo incrédula que
sonaba su voz.
—Le toco turno de noche hoy
también —le dije inocentemente.
—¿Y manu?
—Dónde mi hermana. Es
demasiado regalón para quedar solo tanto tiempo.
Se quedó parado en el umbral
de la puerta. Podría haber jurado que lo vi nervioso. De estar solo. Conmigo.
Como si yo fuera capaz de
hacer algo.
Lo miré con la expresión mas
tierna que mi cara me permitía.
—¿Me tienes miedo?
Abrió sus ojos de par en par
y le dio un ataque de risa de esos de los grandes. Lágrimas caían por sus ojos
y se doblaba en dos afirmando su estómago.
—Tú… darme… miedo… ¿a mí?
—Rompió a reir de nuevo con más ganas. Avanzó hasta ponerse a mi lado—. Eres
como un pequeño osito, no podrías causarle miedo a nadie ni aunque lo trataras
con todas tus ganas.
Bueno. Debía concederle
aquel punto. Yo era pequeña y menudita, definitivamente no era una estampa para
imponer respeto.
Tomó mi mentón con su dedo
índice y lo levanto para dejar mi boca más a su alcance. Inclinó su cabeza y
acercó sus labios a los mios. Sentía su respiración, su olor, la cabeza me daba
vueltas. Movio su cabeza hacia un lado y otro, rozando con cada movimiento mis
labios. Con cada roce mi corazón bombeaba un poco más rápido. Con cada roce me
acercaba más a su cuerpo.
Atrapó mi boca con un beso y
apoyo una de sus manos en mi cadera. Atrapandome. Sin indicios de dejarme ir en
un futuro cercano.
Atrapó mi cuerpo entre el
suyo y una pared. Lo sentía por todas partes.
Mi respiración se hizo cada
vez más acelerada, tanto que hasta me dio vergüenza. Me sentía hirviendo.
Se separó de mí boca, su
pecho subiendo y bajando tan veloz como el mío. Chocó su nariz con la mía.
—Tengo que parar.
Yo sólo me concentre en
hacer que mi respiración volviera a un ritmo aceptable.
—Vas a hacer que sufra una
combustión espontánea —le dije en un susurro.
Se rió y como siempre, me
deleite en el sonido de su risa.
—Haré lo que es sensato. Me
iré.
Lo miré con ojos asustados.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque si me quedo un minuto
más aquí terminaremos haciendo algo que tu aún no quieres. Por lo tanto y como
te respeto y te quiero, me iré. —Se separó unos pasos de mi y me miró con ojos
tristes—. Solo, triste y abandonado…
Comenzó a hacer círculos con
su pie en el piso mientras me miraba con una cara que decía “déjame aquí”.
Me acerqué a él y me abracé
a su cuerpo con todas las fuerzas que podía. Estar lejos de él teniéndolo cerca
me era imposible. Él, su presencia, su olor, su esencia, todo era adictivo.
—Te quiero mucho.
Sentí como dejó de respirar
un segundo.
Él me había dicho te quiero
antes, pero mi voz decía… decía mil cosas más. Incluso a mi me dio miedo como
sonó. Sonó a promesas, a futuro, a un sentimiento gigante. No sonó para nada a
un te quiero.
No dijo nada. No hizo nada.
Lo había espantado. Perfecto.
Tratando de bajarle un poco
el perfil a la situación, restregué mi nariz contra su camisa y me separé de
él.
—¿No me dijiste que te ibas?
Lo miré a los ojos. Estaba
confundido y su cara aún mostraba signos de perplejidad. Sacudió un par de
veces su cabeza y me sonrió.
—Me voy.
Se acercó y me beso en la
frente, la nariz y por último, en la boca. Un beso pequeño pero tiernísimo. Me
sonreí.
—Nos vemos mañana.
—Nos vemos.
***
El viaje al consultorio al
día siguiente fue muy diferente al primero: Ahora, iba feliz.
—Buenos días —dije con una
sonrisa al resto de mis compañeras que estaban en práctica conmigo. Hice un
escaneo rápido con los ojos pero no vi a Rossy. Sonreí.
—¿Y tú? ¿Tanto ánimo a las
ocho de la mañana y con el frío que hace? —me dijo Betty, una compañera.
—Aaaah. Se cuenta el milagro
pero no el Santo. —Le saqué la lengua.
Guardé mis cosas en los
casilleros, puse algunas horquillas en mi pelo para evitar que me cayera el
pelo sobre la cara, y salí hacia los box de atención.
Ahí me topé frente a frente
con Rossy.
—Hola —me dijo con una
sonrisa de oreja a oreja. No me gusto como me hizo sentir. Me acobardó.
—Hola. —Le sonreí y seguí mi
camino.
—Si estas buscando a André
—dijo Rossy a mis espaldas— está en el Box A.
Me quede quieta unos
segundos y cuando me volví para verla, le di la sonrisa más relajada que pude.
No me podía afectar, no podía afectarme.
—No lo estaba buscando, pero
gracias por el dato.
Seguí caminando hacia la
centralita para poder sacar las fichas y comenzar con los exámenes psicomotores
de los niños.
A lo lejos distinguí a André
conversando con una de las matronas. Tiene que haberse sentido observado porque
levanto su vista y se encontró conmigo. Me sonrío.
—¡Bu!
Salté hacia adelante con el
corazón en la boca. Odiaba con todo el corazón que me asustaran.
—¿Que mier...?
Me di la vuelta con cara de
odio para ver a el o la culpable de que casi me diese un infarto.
Matías estaba con una
sonrisa de oreja a oreja, satisfecho de que su broma hubiera cumplido su
propósito.
—Lo siento —me dijo mientras
me acariciaba un lado de la cara y aguantaba la risa—. Es que es inevitable
querer asustarte.
Hice un puchero con la boca.
—Odio que me asusten.
—Lo sé, pero te ves tierna
asustada.
Me miró fijamente y comencé
a sentirme incómoda. Era como si sus ojos pudieran traspasarme, me taladraban.
Ya no se sentía tan bien como solía hacerlo.
—Chia.
Me di la vuelta de golpe
para encontrar a André mirándome con una sonrisa en la cara, pero dándole una
mirada de muerte a Matías.
—Hola. —Le di una sonrisa
que me salió del alma. Me acerqué hasta André—. Él es Matías, un viejo amigo
—dije apuntando a mi ex novio—. Mati, él es André.
Lo presenté sin título, sin
apodos, sin nada. No sabía que éramos, ni donde estábamos parados y no quería
presentarlo como “mi novio” y que él me mirara con cara de asustado.
—Hola. —André dio un paso
hacia adelante y le tendió la mano a Matías para que se saludaran.
—Hola. —Matías tenía los
ojos pequeños, como calculando cada paso que daba André.
Se soltaron las manos pero
siguieron mirándose, como midiendo cuál de los dos era el más fuerte, el más
increíble, etc.
No sabía cómo hacer para que
ellos dos dejaran de mirarse como lo hacían, era incómodo.
Una paramédico llegó a
rescatarme.
—Dr. Torres. —Matías desvió
la vista—. Lo esperan en el box cuatro.
—Voy de inmediato.
Miró a André una vez más, se
despidió con la mano y siguió a la paramédico.
Miré a André que tenía los
hombros rígidos.
—¿Qué pasa?
Me sonrío y puso una mano
sobre mi cadera.
—Si él quiere marcar
territorio —dijo acercándose cada vez más a mi cara—, creo que yo tengo más
derecho que él para también hacerlo.
Sus labios encontraron los
míos y me besó tiernamente. Fue un beso casi casto, las muestras físicas en el
consultorio estaban algo así como “restringidas”.
Se alejó unos centímetros de
mi y me miró a los ojos, su mano seguía sosteniendo mi cadera con fuerza, como
si de un momento a otro yo pudiera salir corriendo lejos de él y él no quisiera
que lo hiciera.
—Te quiero, pequeña.
Se me puso la sonrisa tonta
en la cara, mi corazón bailando feliz en mi pecho, mi estómago lleno de
mariposas gigantes.
Me adelanté para besarlo en
la mejilla antes de seguir mi camino hacia la sala de exámenes flotando en una
nube.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No olvides que los escritos se nutren de tu opinión. Ya sea que te guste lo que está escrito o no, me importa saber lo que piensas.
Sólo recuerda hacerlo siempre con respeto :)