4 de noviembre de 2012

Veintidós


“... Y efecto.”


El desastre que era Lore cuando me abrió la puerta de su casa no podría explicarlo con palabras. Rompió mi corazón verla así, como si no fuera nada más que un mísero paño roto y usado. Creo que incluso peor que eso. Me pregunté si yo me veía así cuando terminé con Ignacio.
Se estrelló en mis brazos, acurrucándose como si tuviera dos años en vez de veintidós.
Como pude la arrastré hacia dentro de su casa, dejándola sentada en el sofá mientras me miraba con cara de estar muriendo.
Me senté a su lado y no pregunté nada. La abracé y dejé que llorara todo lo que quisiera.
Habían pasado alrededor de treinta minutos, los sollozos de Lore habían disminuido un poco pero sus lágrimas todavía no se acaban del todo, cuando el silencio en el que estábamos se rompió con el sonido de mi teléfono.
Lentamente dejé a Lore apoyada en los cojines y fui por mi bolso al sofá más cercano a la entrada. Era André.
—Hola.
—Hola, preciosa. ¿Cómo estás?
—Yo bien, pero Lore me tiene preocupada.
—Algo supe —me dijo—, pero Pato no me dio muchos detalles. ¿Estás con ella?
—Sip, estoy en su casa ahora. —Miré sobre mi hombro para ver a Lore hecha un ovillo—. Está destrozada.
—¿Quieres que vaya?
Me lo pensé. Quería verlo, necesitaba verlo. Y no sólo por satisfacer mi cuota diaria de André, necesitaba a alguien que me diera fuerzas para estar con Lore: verla así era devastador también para mí. Ella que siempre le sonreía a la vida, ahora estaba… apagada.
—¿De verdad puedes?
Se rió al otro lado de línea.
—Por supuesto que puedo.
—Eres el mejor de todos —le dije sonriendo.
Rápidamente le expliqué como llegar y colgué.
Fui a sentarme con ella de nuevo.
—¿Cómo supiste? —me preguntó en un susurro.
—¿Qué cosa?
—Que con Pato terminamos —me dijo como si le diera miedo decirlo en voz alta.
—Él me llamó.
Se quedó en silencio un rato y volvió a llorar.
—N-no en-entiendo —tomó aire—. ¿Por qué me hizo esto?
—No sé amiga, pero estoy segura que sólo fue un desliz.
—No —me dijo encogiéndose—. Me dijo… —sacudió su cabeza tratando de desterrar los recuerdos de su mente—, dijo… dijo que ya no me que-quería.
Su voz se quebró y volvió a llorar con las mismas ganas de antes.
—Shhhhh. —Pasaba mis manos por su cabeza tratando de calmarla, sin saber realmente qué hacer, aparte de dejar que se desahogara.
Lore siguió llorando hasta que el dolor la venció y se durmió. Cada tanto saltaba o gimoteaba en sueños, las lágrimas aún corrían por su cara.
Me fui a hacer un café y a buscarle una manta para taparla.
Creo que pasó una hora cuando sentí que mi celular comenzaba a vibrar en el bolsillo de mi pantalón.
—¿Llegaste? —le pregunté a André.
—Si, ya estoy afuera.
—Te abro ahora.
Dejé mi café sobre la mesa de centro y corrí a abrir.
Cuando abrí la puerta, él estaba parado con la preocupación marcada en su cara. Sólo atiné a estamparme en sus brazos y a hundir mi cara en su pecho. La sensación de dolor en el pecho pasó un poco.
—Oye pequeña —me dijo, apoyando su boca en mi pelo y apretándome más cerca de él—,  ¿qué pasa?
Negué con la cabeza, llenándome con su olor, con su esencia. Esto era como estar en casa. No me di cuenta de lo mucho que me había afectado ver tan mal a Lore hasta que tuve a André sosteniéndome. Por mucho que quisiera olvidarlo, verla así me recordaba todo lo que sufrí con Ignacio. Tiempos que definitivamente no quería recordar, ni mucho menos volver a vivir.
—Dime que no me vas a hacer daño —le dije en un susurro contra su camisa—. Por favor, dime que no voy a quedar rota de nuevo.
Sus brazos se tensaron a mí alrededor. Las lágrimas punzaban con rodar por mis mejillas pero me prohibí llorar. Yo tenía que ser fuerte y apoyar a mi amiga, no caer rendida por el recuerdo del dolor. Porque eso era todo: era un recuerdo.
Levantó uno de sus brazos, puso su mano bajo mi barbilla y levantó mi cara.
Lo miré a los ojos: Estaban serios, cargados de una promesa que no podía hacerme. Mi corazón se hizo añicos en mi pecho.
—Haré todo lo posible por no hacerte daño.
Antes de que pudiera protestar, decir algo acerca de lo que vi en sus ojos, inclinó su cabeza y cubrió mi boca con la suya, sellando un pacto que era a medias verdad, a medias mentira.
Mi corazón dolió en mi pecho, recordándome que, al fin y al cabo, nadie podía prometer no hacer daño, era como prometer ser perfecto.
Pero yo no quería sufrir de nuevo. Tenía pánico a romperme una vez más.

Cuando André entro a la casa, se quedó de piedra al ver el estado en que estaba Lore. Aun estando dormida se notaba lo mal que estaba. Me miró como diciéndome “voy a matar a Pato”.
Se sentó en la mecedora que estaba en la sala de estar y yo fui a la cocina a buscarle un poco de café. Cuando volví, me apuntó sus piernas para que me sentara en ellas.
Abracé su cuello con mis manos, hizo que pusiera mis piernas sobre las de él, abrazo mis rodillas con una mano y comenzó a balancearse al ritmo de una nana que yo no conocía.
Debo haberme quedo media dormida en sus brazos, porque de pronto, sentí que murmuraba en mi oído.
—Mi niña, tu teléfono esta sonando.
Me acurruqué aun más en su cuello, al fin siendo consciente de la vibración de mi teléfono en mi bolsillo.
A tientas lo busque y lo abrí sin ver quien era.
—¿Aló?
—Hija —dijo mi mamá con alivio—,  ¿por qué no me contestabas?
Me senté mejor en el regazo de André, tratando de despabilarme.
—Lo siento, vine a ver a Lore y me quede dormida. —Tomé aire—. Ella y Pato terminaron.
—Oh. —Mi mamá sonaba realmente sorprendida, igual que todos—. ¿Cómo está?
—Deshecha. Nunca la había visto tan mal.
—Chiquita, pobrecita —dijo mi mamá con lástima en su voz.
—Mamá, ¿me puedo quedar acá? Los papás de Lore no están y no quiero que este sola.
—Por supuesto mi niña, quédate ahí. Dale un beso de mi parte.
—Claro, yo se lo doy. Te amo.
—Yo también, adiós.
Colgué y lancé un sonoro suspiro. André me envolvió con sus manos haciendo que volviera a acurrucar mi cabeza en su pecho.
—¿Ha despertado?
André negó con la cabeza.
—Ha sollozado en sueños, pero no ha despertado del todo.
Volví a suspirar.
—Me duele tanto verla así —le dije mirándolo a los ojos—. No se veía venir esto, ellos dos estaban bien… o al menos Lore jamás me dio a entender que pasaba algo malo entre ellos. Ella se proyectaba a más con él. —Negué con la cabeza—. No sé que va a hacer.
—Lo mismo que hiciste tú —me dijo dándome un beso en mi cabeza—. Salir adelante.
—No, no. —Creo que hasta reí un poco—. Yo te tuve a ti, amor. Te tengo a ti. —Lo abracé más fuerte—. Apareciste en el momento preciso. Yo no sé qué hará ella. Sé que es fuerte, pero esto es mucho.
Nos quedamos en silencio un tiempo más, hasta que distinguí como Lore movía su cabeza mirando hacia los lados. Me levanté del regazo de André hasta arrodillarme al lado de mi amiga.
—¿Lore?
André encendió la luz y mi amiga entrecerró los ojos ante el cambio brusco de oscuridad completa a luz demasiado brillante.
—Me duele la cabeza —dijo bajito.
Miré a André.
—Amor, ¿puedes traerle un Paracetamol? Están en el gabinete del baño. Al fondo a la izquierda. —Cuando sentí que comenzó a caminar, agregué—: Y un vaso de agua.
Lore me miró sin entender.
—André vino.
Asintió con su cabeza.
Paso un tiempo hasta que llegó André con las aspirinas. Lore evitó mirarlo y él sólo se sentó a su lado apoyando su mano sobre la de ella.
—¿Quieres comer algo? —le pregunté a mi amiga.
—No —Me pasó el vaso de agua y me miró, sus mejillas negras y sus ojos cansados—. Sólo quiero dormir.
Se puso de pie y se tambaleó.
En dos segundos estuve de pie yo también, afirmándola de un brazo.
—Vamos, yo te acompañó.
Comenzó a caminar y se detuvo. Se dio vuelta y miró a André.
—Gracias por venir. Si quieres —me miro como dudando— puedes quedarte aquí también.
André asintió con su cabeza. Lore se dio la vuelta y yo miré a André.
“Vuelto más rato” le dije sólo con los labios.

Lore se tumbó en su cama cuando llegamos a su habitación.
—No me puedo el cuerpo.
La miré, se me llenaron los ojos de lágrimas de verla así y me acerqué a ella.
—No te preocupes pequeña —levanté su almohada y saqué su pijama—, yo te ayudo.
Le puse su pijama y doblé su ropa sobre un sillón que había cerca de su cama. La ayudé a acostarse y me estiré al lado de ella.
—¿Puedes quedarte aquí hasta que me duerma? No quiero estar sola.
—Me quedo aquí contigo, André puede irse.
—No, no. Que se quede. —Tomo mi mano y la apretó—. Gracias.
—Nada de gracias Lore, para eso estoy.
Sentía como sollozaba en silencio, lágrimas corriendo por sus mejillas, ella tratando en vano de secárselas.
—Shhh, llora amiga, llora.
Se durmió entre lágrimas.
Esperé que su respiración fuera totalmente tranquila, o tranquila dentro de lo agitado que estaba su sueño, y me levanté. Dejé la puerta medio abierta y bajé hacia la sala de estar.
André había encendido el televisor y estaba viendo un programa médico. Por supuesto.
Me senté a su lado y apoyé mi cabeza en su hombro.
—Se quedó dormida, por lo menos.
—Le va a ser bien descansar. —Su estómago rugió y no pude aguantar la risa—. Lo siento —me dijo con las orejas rojas.
—¿Quieres comer algo? —le dije levantando mis cejas.
—Por favor.
Me puse de pie y tomé su mano, levantándolo del sillón.
—Vamos comelón, a comer.
Sabía que André no comía pan en las noches, yo tampoco, mi mamá me había acostumbrado a cenar, así que revise todos los compartimientos de la cocina hasta que encontré un poco de arroz y un trozo de carne.
Me puse en plan cocinera, y a la media hora ya nos tenía a ambos un buen plato de comida servido sobre la mesa de la cocina.
—Podría acostumbrarme a que me cocines en las noches. —me dijo sonriendo.
—No lo sé. —le respondí sacando la lengua—. Tendría que cobrarte.
Abrió sus brazos y entorno los ojos.
—Soy todo tuyo, cobra lo que quieras.
Me dio un ataque de risa pero me tapé la boca, me sentí mala persona riéndome mientras a mi amiga el dolor se la comía en el piso de arriba.
Comenzamos a comer sin cruzar palabra, me sentía rara estando con él aquí cuando Lore estaba tan mal, pero no podía decirle que se fuera. Si se iba, los recuerdos me iban a consumir.
Terminamos de comer en tiempo record, los dos moríamos de hambre.
—Yo lavo esto, tu ve a sentarte.
—Nop, yo lavo, tu vete.
—Chia…
—¿Qué?
—Ve. A. Sentarte.
—Bueno, bueno —le dije entre dientes cuando vi que no iba a salirme con la mía.
Volvió unos diez minutos después a acurrucarse a mi lado: tenía puesta una de esas películas tontas y románticas que no tienen nada de contenido pero sirven para pasar el rato.
Comencé a bostezar, tratando en vano de dejar mis ojos abiertos.
—Vamos pequeña durmiente, a dormir. —Se puso de espaldas a mí—. Arriba, vamos.
Me reí, pero me aferré a su cuello con las manos y entrelacé mis piernas en su “cintura”. Un escalofrío que nunca había sentido me recorrió toda la medula, me estremecí.
Subió los escalones de dos en dos, yo guiándolo por el pasillo, hasta llegar a la pieza que ocuparíamos.
Me dejo en la cama dónde caí de golpe e incluso llegue a rebotar.
—¡Oye! —Me levanté y me froté el trasero—. Eso dolió.
Se rió bajito, se me acercó y me dio un beso en la frente.
—Lo siento.
Me levanté y fui hasta el closet para sacar el pijama que siempre dejaba aquí. Rebusqué un poco más, sabiendo que terminaría encontrando ropa de Pato también. Le pasé una camisa y unos pantalones.
—Hay un baño en esa puerta —le dije, apuntando hacia la pared del fondo de la pieza—. Yo iré al de afuera.
Salí en dirección al baño y cuando tuve lista, pasé a echar un mirada a como estaba Lore. Se veía tranquila durmiendo. Sonreí y seguí hacia la pieza que ocupábamos con André.
Cuando abrí la puerta, André estaba sólo con los pantalones puestos, dejando toda su espalda ancha y sus pectorales a mi visión. Enrojecí de pies a cabeza en menos de un segundo y me di vuelta como una tonta.
—¡Lo siento! —Casi le grité.
Sentí como se reía y se acercaba a mi espalda. Cuando sentí su piel contra la camiseta de mi pijama, se me pusieron los pelos de punta.
—Tan ingenua amor mío, tan ingenua.
Me reí nerviosa y él me dio vuelta para mirarlo. Puso su mano sobre mi estómago y comenzó a correrme hasta dejar mi espalda apoyada en la puerta. Subió mis dos manos mientras con las suyas las dejaba a cada lado de mi cara.
Inclinó su cabeza y suspiró sobre mis labios.
—No te muevas.
Su beso me inundó por completo, arqueé mi espalda y me apoyé contra su cuerpo. Soltó una de mis manos, bajo la suya por mi costado hasta tomar mi rodilla, baje mis manos, me aferré de su cuello y me di el impulso para rodear sus caderas con mis piernas.
Comenzó a faltarme el aire y corrí mi cara buscando airé, él sólo siguió bajando hasta comenzar a devorar mi garganta y los lóbulos de mis orejas.
Cuando sus manos se metieron bajo mi camiseta, acarició la parte baja de mis pechos, subiendo lentamente hasta el centro de ellos. Cuando me tocó, arqueé la espalda y gemí en su boca. Sentí su cuerpo tensarse junto con el mío. Ahí fue cuando supe que no iba a pararlo, no podría. Necesitaba que sus manos me tocaran, sus labios me besaran.
Levanto la camiseta y yo levanté mis brazos, dejando que la prenda saliera de mi cuerpo sin mayor problema.
Me recorrió un poco de remordimiento al saber que estaba Lore a soplo unos pasos, pero yo ya no pensaba, sólo sentía.
Sus manos jugaron con el elástico de mi pantalón mientras yo mordía su labio inferior. Caminó conmigo en brazos hasta depositarme en la cama y deslizó por mis piernas mi pantalón junto con mis pantaletas. Me estremecí ante el toque de sus manos por mis piernas.
Quedé completamente desnuda, la única luz que entraba a la pieza era la de la luna.
Me contemplo un momento y luego se puso sobre mi, acariciando mi cara con sus manos y llenándola con besos.
—Eres preciosa —repetía entre un beso y otro. Era una frase de películas, pero mi corazón se derritió en mi pecho porque era la primera vez que me la decían de la forma en que André la dijo entonces, adornando cada letra con una ternura increíble.
Abrí las piernas y él se colocó entre medio, me miró a los ojos con una pregunta clara en ellos. ¿Estás segura? Yo sólo asentí con la cabeza.
Sentí como, la primera vez que intento entrar, resbalo. Me reí de lo nerviosa que estaba y él sólo negó con su cabeza.
La segunda vez no hubo problemas, ahogué un gritito de sorpresa en su boca mientras hundía mis dedos en su espalda.
Con cada vez que entraba, sentía que la cabeza me iba a explotar. Sus embestidas se hicieron cada vez más rápidas, pero no por eso menos cuidadosas y tiernas. Besaba mis párpados y mi nariz, yo besaba su cuello y entrelazaba más fuerte mis piernas en sus caderas tratando de llevarlo más adentro.
Sentí como un millón de hormigas se agrupaban en distintas partes de mi cuerpo, hasta que se unieron en el centro y me hicieron explotar mordiéndome la lengua para no gritar. Él llegó conmigo, escondió su cara en mi cuello.
Me sentí conectada con él como nunca me había sentido con nadie. Mi corazón bombeaba a mil por hora. Me di cuenta que estaba enamorada, total y absolutamente enamorada de él.
Me miró a los ojos, brillaban como jamás los había visto y supe que se sentía igual que yo.
Besó mi boca tiernamente, apoyo su frente contra la mía mientras esperábamos que nuestras respiraciones volvieran a la normalidad.
—Te quiero amor, te quiero muchísimo.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. Mi corazón se hinchó en mi pecho y me volví loca de felicidad. Él siempre me decía te quiero, nunca un “te quiero mucho” o algo más que eso, que me dijera esto ahora, era perfecto. Fue una conexión completa.
Le sonreí y froté mi nariz contra la suya, mordiéndome la lengua para evitar decirle “Te amo.”

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