4 de noviembre de 2012

Veintisiete


“Hablo por la nada.”


Era imposible sentirme sola estando con él, lo quisiera o no, él podía llenarme por completo. Aunque eso no significaba que siguiera sintiéndome rota… rota y usada.
Joaquín me acompañó hasta mi departamento. Me dejé caer en el sofá mientras él se sentaba a mi lado. Apoyé mi espalda en su pecho y dejé que me abrazara.
Me había acostumbrado a la electricidad que viajaba entre su cuerpo y el mío, era algo calmante y familiar, era lo que necesitaba ahora, algo que me recordara que podía sentir otra cosa que no fuera solamente dolor y aturdimiento.
Mi cabeza descansaba sobre su hombro, su mentón estaba apoyado en la parte superior de mi cabeza y una de sus manos me hacía cariño en la cabeza, calmándome.
No habíamos hablado nada, él sólo me dejó llorar, desahogarme, limpió mis lágrimas y simplemente se quedó a mi lado.
Tomé un poco de fuerzas y comencé a hablar.
—¿Se va a quitar? —Mi voz cansada era apenas audible—. El dolor, ¿se acabará algún día?
Sentí como sus brazos se tensaban a mi alrededor.
—¿Qué hizo?
—Nunca terminó con su novia. Yo… —Me puse de lado y escondí mi cara en su pecho de nuevo. Le hablé a su camiseta—. ¿Por qué me mintió? ¿Tan poca cosa soy?
—No Chia, no —me dio un beso en la coronilla de la cabeza—. Ni se te ocurra pensar eso. Él es el estúpido, tú no tienes nada malo. Eres adorable por dónde se te mire, te conozco hace muchos años y jamás he conocido a alguien tan buena como tú. Si alguien es poca cosa, ese es él.
—Pero… ¡pero algo malo tengo que tener! —a estas alturas yo me había sentado y le gritaba mis pensamientos moviendo mis manos de arriba abajo—. ¡No es posible que dos hombres me engañen! ¡Dos hombres! ¡Seguidos! —solté una risita histérica—. Debo haber sido muy pérfida en mi otra vida.
—Chia, para. —Joaquín me miraba con el ceño fruncido y sus labios apretados. Gracioso o no, él estaba enojado de que yo estuviera despotricando contra mi persona.
—Piénsalo Joaco, no hay otra explicación —levanté el dedo pequeño de mi mano derecha y comencé a contar—.Uno, Ignacio me engaña con Marce —levanté otro dedo—. Dos, Conozco a un hombre perfecto y resulta tener novia —otro dedo más—. Tres, El hombre perfecto me dice que termina con su novia pero en verdad no —levanté el dedo índice—. Cuatro, la novia del hombre perfecto va y me deja en ridículo frente a toda la Universidad —levanté por último el dedo gordito de mi mano—. Y quinto, el hombre perfecto deja embarazada a su novia. ¿Te parecen suficientes razones esas? ¿O quieres que comience ir más atrás en mi vida para sentirme un poco más patética?
Se quedó mirándome con la boca abierta y los ojos abiertos como platos.
—¿Embarazada?
—¿Quieres que te explique cómo se embaraza a la gente? —Enarqué una ceja.
—Chia  —soltó un suspiro de frustración—. Ese hombre está realmente loco. Y mal enfocado.
Me saqué los zapatos y subí mis piernas al sofá, hasta dejar mis rodillas a una altura para poder apoyar mi cabeza en ellas.
—No entiendo, te juro que no.
—Me gustaría poder quitar esa tristeza de tus ojos, pequeña.
Sentí como los brazos de Joaquín me abrazaron y la corriente me golpeó de nuevo. Pero esta vez no me calmó. En cambio, sentí nauseas en mi estómago y ganas de gritarle que se alejara de mí, lo más lejos que pudiera. Yo sólo necesitaba un par de brazos que podían calmarme, que me hacían sentir en casa. Y esos brazos no iban a volver más.

Unos treinta minutos después de seguir abrazada a mis rodillas y que Joaquín siguiera sentado a mi lado sin moverse un centímetro, sonó el timbre.
—Es Lore o debería ser ella. ¿Puedes abrirle?
Joaquín no me dijo nada, simplemente se levantó del sofá y fue a abrir la puerta.
Al cabo de unos pocos segundos, estuvo de vuelta con Lore.
Mi amiga lucía… ¿podía decir que lucía peor que el día que fui a su casa? Si, podía decirlo, porque era verdad. Ojeras, ojeras que jamás habían estado en su cara, marcaban la parte inferior de sus ojos, su nariz roja y sus ojos tristes, igual y más que los míos.
Dios, esto era horrible.
Lentamente se acercó y se sentó junto a mí en el sofá. Me acerqué a su costado y nos quedamos la uno junto a la otra, haciéndonos compañía.
—Ahora que estas acompañada, puedo irme.
Joaquín se adelantó, se despidió de Lore y a mí me dio un beso en la frente. Una vez más sentí la mezcla de electricidad y nauseas rodeándome.
Una hora y media después de que Joaquín se marchara, y luego de un viaje al supermercado, habíamos comenzado con Lore nuestra fiesta de auto compasión; litros y litros de helado con altas concentraciones de chocolate, chocolates en barra, galletas con chocolate, chocolate con chocolate… en fin, chocolate.
“El chocolate genera endorfinas, lo que produce un sentimiento similar al enamoramiento…” Esa era una de las primeras frases que escuché en la Universidad, en una clase de biología y jamás la había olvidado.
Solía comer chocolate porque me gustaba, se sentía bien y era rico, pero luego de esa revelación casi bíblica, el chocolate era necesario en mi casa en caso de depresión masiva, después de todo, había bases científicas que me apoyaban al comer chocolate, y cualquier cosa servía cuando querías sentirte mejor.
Pero ahora, me di cuenta que ni siquiera el mejor chocolate del mundo haría que mi organismo liberara endorfinas. Era casi como si todo el cuerpo me dijese “Ya no serás feliz”. Categórico quizás, pero así lo sentía. Y era horrible.
—Creo que moriría de amor si alguien me dijera “me ha embrujado en cuerpo y alma y la amo, la amo, la amo”—dijo Lore mientras se sonaba la nariz.
Orgullo y Prejuicio se había convertido, hace muchos años, en una de nuestras películas favoritas. No sólo por la época en la que estaba ambientada, sino porque era una de esas pocas películas que te hacen suspirar del alma.
El Sr. Darcy era, por lejos, el mejor personaje ficticio que se había creado en la historia.
Durante toda la película suspiramos a la par, con una caja de clínex a la mano, una bolsita de desechos a nuestros pies, y lágrimas rodando todo el tiempo por nuestras mejillas.
Cuando la película terminó, en versión americana, con ese camino de besos que el Sr. Darcy deja por la cara de Lizzy, soltamos un gran suspiro y comenzamos a negar con nuestras cabezas.
—Jamás encontraremos un hombre como él. —Lore estaba atragantándose a chocolate.
—Nunca. —La secundé. Eso sería… realmente imposible.
Nos dejamos caer pesadamente contra el sofá.
Lore se quedó mucho tiempo viendo el techo. Sentí que muchas veces abrió su boca con la intención de decirme algo, pero ningún sonido salió.
Después de mucho rato, Lore habló por fin.
—Llamé a Pato hoy.
Me senté de golpe y me quede mirándola sin poder creer lo que oía.
—¿Hiciste qué?
—Yo... necesitaba escucharlo Chia. Sé que me entiendes —dijo mirándose los pies—, sé que ahora sientes lo mismo con André, sé que te mueres por poder abrazarlo pero sabes que ya no puedes hacerlo —se encogió de hombros—. Quería escucharlo, sólo eso
Tomé aire e hice la pregunta del millón.
—¿Te dijo… te dijo por qué quería terminar?
Lore negó con la cabeza mientras se mordía el labio.
—Dijo que estaba confundido —nuevas lágrimas salían de los ojos de mi amiga—, y no soy tan tonta como para no sumar dos más dos.
Nunca pensé que entre tanto dolor Lore podría ver las cosas con claridad.
—Sé que tiene a alguien más —abrí la boca a todo lo que daba—. No quiero saber quién es, no me importa. Si él quiere volver, yo lo voy a estar esperando.
Yo podría pegarle a Lore, de verdad que podría golpearla, molerla a golpes hasta hacerla entrar en razón.
—¡Pero si estás diciendo que tiene a alguien más! ¡Puede haberte engañado! —tomé aire para no ponerme en evidencia—. Una vez te engañan, lo repiten de nuevo. Amiga, tú no soportarías pasar por eso de nuevo.
—Si, si podría. Si lo tengo a él, si puedo.
—Pero ese es el punto Lore —con un dedo le toqué su rodilla para que me mirara y tratara de entender lo que decía—. ¿Lo ves aquí? ¿Ahora? —me apreté la nariz—. Si te engaña él se va a marchar, tú quedaras cada vez más deshecha y siempre esperándolo. ¿De verdad puedes rebajarte a eso?
—¡Yo no me rebajo a nada! —se le pusieron rojas las mejillas y supe que había metido la pata. Ella estaba realmente cabreada conmigo—. Lo amo Chiara ¿Cómo mierda no lo entiendes? Lo amo como no he amado a nadie. Él es mi todo. Esperarlo es… es inevitable.
—Pero Lore…
—No —se levantó de un salto y se puso frente a mí—. Olvídalo, no debí decirte nada.
Comenzó a caminar hacia la puerta, tomando su bolso en el camino.
Me quedé un par de segundos viendo estupefacta como mi amiga pasaba de la pena a la rabia en un latido. Cuando atiné a moverme, ella ya estaba tomando el pomo de la puerta.
—Lore no te va…
Pero no pude terminar de decir la frase, porque cuando Lore abrió la puerta, Pato apareció de pie en el pasillo con la mano extendida hacia el timbre de mi departamento.
Lore se quedó fija en el suelo de la entrada, no podía ver su expresión pues estaba de espaldas a mí, pero sus hombros están rígidos.
La cara de Pato… podría haber pagado por haber podido sacarle una foto en ese momento; sus ojos saltaron al verla parado frente a él.
El aire se tornó extraño en cuestión de segundos, la tensión vibraba entre ellos dos. Durante minutos, largos minutos, ninguno de los dos dijo nada ni me miró.
Hasta que Pato, como exigiéndole a su cerebro que volviera a trabajar, desvió su vista hacia mí.
—Veo que estabas acompañada.
Parpadeé un par de veces sin saber que decirle. Luego, un sentimiento de ternura me llenó. Yo podía odiarlo un poco por el daño que le hacía a Lore, pero, seguía tan preocupado por mí como siempre. Avancé un poco hacia la entrada.
—Sip —le dije con una pequeña sonrisa.
Vi como Lore se giraba hacia mí y miraba a Pato.
—¿Qué haces aquí?
Pato la miró como si Lore fuera poca cosa y no se mereciera una explicación de parte de él. Me dolió en el alma ver que la miraba así.
—Chia estaba bastante mal hoy en el consultorio, tuve que traerla a su casa.
Lore me miró sin comprender nada.
—Pensé que había sido Joaco el que te había traído. —Me dijo arqueando las cejas.
—¿Joaco? —pregunto Pato confuso.
—Vino a verme poco después que te fuiste. Conexiones extrañas.
—Ah —dijo Pato con una voz extraña.
Lore cruzó los brazos sobre su pecho, poniéndolos claramente de escudo ante la indiferencia que emanaba el cuerpo de Pato hacia ella.
—Ya me voy.
Lore se precipitó hacia el pasillo y Pato no hizo absolutamente nada por detenerla. Para mi sorpresa, asintió con la cabeza como si el hecho de que Lore se marchara fuera algo bueno.
—Eh, amiga, ¡espera!
Salí corriendo hacia el pasillo para encontrarlo de pie frente a los ascensores.
—Me voy —se giró a verme con una sonrisa en los ojos—. Trata de hacerlo entrar en razón.
El ascensor llegó a mi piso y Lore entró en él. En menos de cinco segundos, mi amiga ya había desaparecido de mi campo de visión.
Yo no sabía cómo decirle que lo que menos quería Pato, al menos por ahora, era volver con ella. Y a un hombre cabezota como este, sólo el tiempo podría hacerlo cambiar de parecer.
Pero lo que menos tenía mi amiga, era tiempo.
Caminé de vuelta hacia mi departamento para ver que Pato había caminado hasta dejarse caer sobre uno de los sofás de un cuerpo cerca de la entrada.
—¿Sinceramente viniste a ver cómo estaba?
Se rio ante el tono sarcástico de mi voz.
—De verdad —dijo sonriéndome.
—Ya que estas aquí —le dijo golpeando levemente su hombro con mi mano—, vamos a terminar de comernos el exceso de chocolate que hay frente al televisor.
—Glucosa —dijo con voz de exageración y rodando los ojos—. Perfecto.
—Y veremos una linda película de chicas para ponerle un buen broche de oro.
Pato miró nostálgicamente la puerta de salida, y yo tironeé de su brazo para que me acompañara hacia el sofá frente al televisor.
—Acabas de hacer que mi compañera de auto compasión se marche, así que estás obligado a hacerme compañía.
Lo obligué a sentarse y lo obligué a que se sacase su chaqueta.
Pato me miró con cara de incredulidad, podría jurar que estaba esperando que le dijera “era una broma”. Una broma de mal gusto era como había tratado él a mi amiga cuando la vio en la entrada. ¿Cómo podía cambiar tanto un hombre?
Me levanté y me incliné sobre el mueble para buscar alguna película que ver.
—¿De verdad que me vas a torturar así? ¿Es alguna especie de castigo?
—Ay Patricio, que exagerado, nadie te está castigando. Simplemente quiero compañía hoy y tú hiciste que Lore saliera arrancando —me giré para mirarlo y regañarlo—. Y déjame decirte que ahora mismo no eres mi persona favorita, la trataste pésimo.
—Chia, ni siquiera cruce palabra con ella.
—Oh créeme, no es necesario hablar con alguien para hacerle sentir mal cuando tu lenguaje corporal habla por sí solo.
Se quedó callado, mirándome como si estuviese loca. Hombres.
—¿Te vas a quedar o tengo que buscar a alguien más?
—No que no te quiera hacer compañía, pero tengo turno en una hora más.
—Te odio.
—No seas tonta —tocó el cojín al lado de él en el sofá para que me sentara. Dejé la película que tenía en la mano y fui a sentarme—. ¿Por qué no llamas a Marce? Creo que les haría bien tener una noche de chicas. No has hablado mucho con ella ¿verdad?
—Nopes.
—A ella le vendría bien algo así. Por lo que me ha dicho Ignacio, las cosas entre ellos no están nada bien.
Levanté las cejas e incliné mi cabeza un poco hacia adelante.
—La vi… creo que ayer, y no me dijo nada.
Tener a Marce aquí y compartir una fiesta de auto-compasión como las de antaño sería perfecto, pero sería un poco extraño hablar de sus problemas con Ignacio. Bastante extraño a decir verdad.
—Debe pensar que es extraño hablar contigo de eso, no la culpo.
—Yo tampoco —estiré la mano hacia la mesa que estaba al  lado del sofá y tomé mi celular—. La voy a llamar.
Estiró su mano y me dio palmaditas en la cabeza.
—Buena chica.
Me salí de su toque y lo miré enojada.
—Ni que fuera un perro.
Se le salió una risita corta y se levantó.
—Voy al baño y me voy.
Asentí con la cabeza y él siguió su camino hacia el baño.
No pasó más de un minuto desde que Pato había entrado al baño cuando su celular comenzó a sonar.
De pura curiosa lo saqué del bolsillo de su chaqueta para ver quién lo llamaba.
Mi corazón se detuvo por completo cuando vi el nombre que salía en la pantalla. “Mi Rossy”. Las dos “s” y la “y” fueron lo que llamaron mi atención. Había una sola persona que yo conocía que el nombre de Rosa lo que escribía Rossy.
¿Mi compañera? ¿Ella era su Rossy?
Apreté rápidamente el botón que silenciaba la llamada y esperé que ella colgara.
Cuando lo hizo, tomé el celular de Pato y el mío. Abrí la lista de contacto de ambos celulares y a la velocidad de la luz busqué el número de Rossy y compare.
Apreté con rabia los dos celulares cuando confirmé que el número era el mismo.
Esa mujer no tenía límites. Definitivamente no.
Me levanté y fui a esperar a Pato a la salida del baño. No se iría de aquí sin explicar esto.
Cuando salió del baño, levanté mi mano y puse el celular que mostraba la llamada perdida frente a su cara.
Palideció al instante y sus ojos se agrandaron a más no poder.
—Yo…
—Creo que podría haberte perdonado si hubieses engañado a Lore con cualquier persona ¡Con cualquiera! Menos con esa… ese intento de mujer.
—A ver Chiara espérate. No hables así de ella.
—¡Y la defiendes! ¿Es que no sabes cómo es? Rossy le mueve el trasero a cualquier hombre que se le cruce por delante ¡Incluso estuvo coqueteando descaradamente con André en el consultorio! Y no sólo eso, ella es cruel Pato, es una mala persona.
Pato me arrebató con odio su celular de mi mano y camino a grandes zancadas hasta el sofá. Tomo su chaqueta y fue a pararse a la puerta. Desde ahí me miró con desprecio y elevó la voz.
—No tienes idea como es ella.
Abrió la puerta de un tirón y la cerró de un portazo.
Y yo me quede exactamente en el mismo lugar, mucho tiempo, casi en estado de shock, sin poder creer que él y Rossy estuviesen juntos.
Seriamente pensé que en cualquier momento me daba cuenta que todo esto era un sueño. Eran demasiadas noticias malas para un solo día. Pero no, la realidad era así de cruel la mayoría de las veces.

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