4 de noviembre de 2012

Veintiséis


“No hay otra manera.”

Decir que aguanté más de lo que podía aguantar quedaba pequeño. Mi corazón sufría con cada momento que estaba junto a André, pero siempre mantenía la máscara de "chica agresiva" puesta; era eso, o romperme en mil pedazos frente a él.
La frase nunca más me enamoraré se me pasó un millón de veces por la cabeza cada vez que me topaba con sus ojos, esos ojos cafés que sabían perfectamente como leerme. El cambio de consultorio parecía ahora no una opción de alivio, era prácticamente una opción de salvación: absolutamente necesario.
Cuando a la una, llegaron a avisarnos que tocaba nuestra hora de almuerzo, tuve al fin un respiro.
Salí corriendo lo más rápido que mis piernas me permitían, pero no fue lo suficientemente rápido para alejarme de él.
— ¡Chia! —Me detuve en seco aunque mentalmente me regañaba por no haber hecho oídos sordos a su voz—. Por favor, espérame.
Me tragué el dolor, volví a ser la Chia frívola y me di la vuelta.
—¿Qué? —espeté la palabra con odio puro.
—¿Podemos hablar? —Sus ojos me miraban de la misma forma en que lo hicieron esa tarde en que me fue a buscar a mi departamento —. Quiero… —cerró los ojos y se pasó la mano por la cara—, necesito que me escuches.
Se veía... triste. No el tipo de tristeza que tenía yo ahora, era algo que había estado ahí siempre, oculto y que solo ahora me dejaba ver.
Callé mi advertencia mental de “corre por tu vida” y me quedé mirándolo.
—¿De qué quieres hablar?
En sus ojos brilló el alivio, pero ese foco de tristeza no se fue. Las ganas de abrazarlo para que esa mirada desapareciera de su rostro fueron tan grandes que terminé cruzando mis brazos sobre mi pecho.
—¿Podemos… ir afuera?
Asentí con la cabeza y el comenzó a caminar hacia el mini patio que el consultorio tenía, era como una especie de lugar privado donde los doctores, enfermeras, paramédicos, en verdad todos, veníamos a intoxicarnos los pulmones con nicotina.
Me senté en un gran trozo de cemento que habían colocado junto a unas plantas a modo de asiento. El sol de finales de Octubre era reconfortante y ya comenzaba a quemar.
Crucé mis piernas y esperé que hablara.
Él no se sentó, se quedó de pie a escasos centímetros de mí, movía sus manos nervioso y veía hacia subir y bajar su pie cada cierto tiempo.
—¿Y?
Su pierna se quedó quieta cuando escuchó mi voz. Me obligué a mirar al frente y no tomarle atención.
—Quiero que entiendas lo que pasó.
—Para mí no tiene mayor entendimiento. Estabas con ella y conmigo. —Hablar de esto no era bueno. Tomé aire y agregué—: Al mismo tiempo. —Giré mi cabeza y lo taladré con la mirada—. ¿Algo que agregar?
Me miró en silencio unos segundos, como digiriendo mis palabras.
—¿Por qué estás así?
Instintivamente alcé mi barbilla y me puse a la defensiva.
—¿Así cómo?
—Cómo si… —Se masajeó las sienes con el dedo índice y siguió—, como si lo que tuviera que decirte te diera lo mismo.
—Es que me da lo mismo.
Abrió los ojos de par en par y su dedo se congeló en su cabeza. En un movimiento rápido se acuclilló y quedo a la altura de mi cabeza, aún seguía a unos cuantos centímetros de distancia, pero no los suficientes como para no sentir su olor. Arrugué la nariz.
—Esta no eres tú
Un suspiro de cansancio y pena salió de mis labios y cerré mis ojos. La Chiara frívola estaba perdiendo, y la Chiara hecha pedazos aparecería en cualquier momento, necesitaba irme de aquí. Escapar como fuera. Abrí los ojos.
—Esto —dije apuntándome el centro del pecho —, esto que dices que no soy yo, es lo que quedó por tu culpa —tomé aire y me negué a parpadear, si lo hacía, el río de lágrimas sería imparable—. Te crees el dueño del mundo, cada vez que me hiciste a un lado yo esperé que volvieras, pero ahora —me levanté y lo miré hacia abajo. El levantó su cabeza y la mirada en sus ojos hizo que mi corazón se retorciera. “Suficiente”, me dije—, ahora no voy a estar esperándote más. No puedo dejar que me sigas arrastrando por el piso como y cuando quieras. No soy el juguete de nadie.
Me di la vuelta y di pasos rápidos hasta la puerta. La voz de André, furiosa, con pena y algo más que no supe descifrar me dejó anclada al piso.
—Macka está embarazada.
Es una puta broma.
Apreté tanto el marco de la puerta que los nudillos me quedaron blancos. La Chia frívola perdió definitivamente todo terreno y cuando me volví a ver a André, lágrimas bañaban mis mejillas.
—Dime que me estas mintiendo.
Negó con su cabeza lentamente, seguía de cuclillas en el suelo, como si apenas le quedaran fuerzas para hacer levantarse.
—Yo… —se apretó el puente de la nariz, un gesto que jamás le había visto hacer. Su mandíbula estaba tensa y las venas de su cuello están marcadas. Daba miedo. Mucho—, cuando te dije que había terminado con ella te mentí, si. —Cerré los ojos ante su confesión. Si alguna vez creí que me podría sanar, esto eliminaba ese pensamiento por completo—. Pero fue la única manera de retenerte que vi en ese momento. Iba a terminar con ella, quería —cerró los ojos con frustración—, necesitaba terminar con ella. Pero cuando le dije…
—Te dijo que estaba embarazada —le dije en un susurro.
El sólo asintió.
Las siguientes palabras salieron de mi boca antes de que pudiera morderme la lengua.
—¿Estás seguro? —sus ojos se abrieron de sorpresa y enfado, como si mi pregunta lo ofendiera.
—Sí —dijo con la mandíbula tensa.
Ninguna explicación más, nada. Un simple Sí.
—Esto… —me mordí el labio—, supongo que esto cambia todo.
—Sí —esta vez la palabra estaba llena de dolor.
Me acerqué a él, mis rodillas temblando en casa paso que daba. Me arrodillé junto a él y en un segundo, mi boca tocó la suya. Me parecía que habían pasada años desde la última vez que lo había besado.
Fue sólo un toque. Cuando el levantó su mano y la llevo a mi cintura, yo me retiré. Firme. Segura.
—¿Por qué…?
Levanté una mano y le acaricié la mejilla.
—Adiós, André.
Me levanté y salí del patio con mi cara surcada en lágrimas. No había manera de que yo me quedara a terminar el trabajo por hoy.
Mi profe me vio llegar a la sala de descanso, miró mi cara, y me envolvió son sus brazos.
—¿Puedo irme? —Hipé y volví a hablar —. ¿Por favor?
—Por supuesto que sí.
—¿Puede… —La miré con ojos suplicantes— puede ir a buscar a Patricio Torres? Es interno de medicina, llegó hoy.
—Claro.
Salió de la habitación que ahora estaba desierta, excepto por mí.
Saber que André había estado con Macka durante todo el tiempo que estuvo conmigo, era una cosa. Pero saber que ella estaba embarazada… yo no podía con eso. Yo no podría volver a tocar su piel sabiendo que él iba a ser papá, qué…
Y fue ahí cuando recordé. Ella estaba embaraza, sí, podía estar embarazada, pero ese hijo no tenía por qué ser de André, no tenía por qué ser de él pues, hasta donde yo sabía, Macka lo engañaba.
Y ahora mismo no importaba que yo lo hubiese prometido a Lore que iba a guardar el secreto, ese hijo podía no ser de él.
Salí corriendo como loca hacia el pasillo cuando me estampé contra alguien.
—¡Ay! —unas manos fuertes me sostuvieron para no caerme. Cuando miré hacia arriba vi que era Pato—. ¿Qué pasa?
Me miró extrañado.
—¿Hacia dónde ibas corriendo así?
—Tengo que hablar con André, urgente —Comencé a mover mis brazos para soltarme de su agarre—. Quiero irme, suéltame.
Apretó más el agarre en mis brazos, podría jurar que sus dedos me quedarían marcados.
—Pato, ¡me duele! —Aflojó el agarre pero no me soltó.
—¿Por qué quieres hablar con él?
—Eso no es asunto tuyo, Patricio. Suéltame.
—¿Es que no te parece que ya te ha pisoteado bastantes veces?
¿Qué era esto? Pato siempre había sido demasiado sobre protector conmigo, pero esto era pasarse de la raya.
—¡Oye! —con mis manos golpeé sus antebrazos para que me soltara. Sus ojos se abrieron por el golpe que le di—. No tiene por qué importarte que es lo que necesite hablar con él.
—Chia, no.
—No que vaya a tomar en cuenta tu opinión.
Comencé a caminar y volvió a agarrarme, esta vez de mi muñeca.
—Chia… —su voz era extraña—, Macka está…
—Embarazada— su mano apretó la mía indicándome que le sorprendía que yo supiera. Me gire a verlo—. Por eso necesito verlo, necesito contarle que Macka lo estaba enga…
—¿Por qué mierda Lore te contó eso?
Parpadeé varias veces. ¿Él sabía?
Oh, mierda. Me puse roja de golpe.
—Ella no quería… yo
—Una cosa que le pido y ella no sabe mantener su estúpida boca callada.
—Eh, para. No hables así de Lore —¿Por qué hablaba con tanto rencor hacia mi amiga? Hasta dónde yo sabía, él era el que la había mandado a volar y en base a eso, su reacción no tenía sentido—, no mientras yo esté aquí, es mi amiga y fue tu novia, ¿qué te pasa?
—Eso no importa ahora. Chia —lanzó un suspiro cansado —, no quiero que él se entere así de que Macka lo engaña, menos ahora que esta lo del bebé de por medio.
—Pero él podría no ser el p…
—Lo sé, y sé lo que eso significa para ti, pero déjame ser yo el que le diga, ahora mismo mi amigo podría derrumbarse, aunque tú no lo creas, si sabe que ese podría no ser su hijo.
Me mordí el labio. Necesitaba decírselo.
Pero ahora pensando con más claridad, ¿cuáles eran las opciones reales de que me creyera? Muy pocas.
Y yo no iba a estar haciendo el ridículo, no más.
Con un suspiro de cansancio, me rendí.
—Está bien. Pero si no le dices pronto, hablaré yo.
—Perfecto.
Nos miramos como midiéndonos el uno al otro, el grado de tristeza y enfado que llevábamos dentro. Comencé a ser la Chia de papel de nuevo.
—¿Puedes acompañarme a mi casa? —Le  dije sintiendo que me volvía pequeña e inservible.
Levantó una mano y me acarició la cabeza como si fuese una niña.
—Sabes que sí.
***
Ya en su auto me sentí un poco más segura, no más fuerte, sino que tener a André lejos, después de lo que me había dicho, era mejor. No podía tenerlo cerca, tarde o temprano terminaría diciéndole lo que sabía de Macka y le debía eso a Pato.
Me recosté en el asiento del copiloto dejando que la sueva melodía de The Scientist de Coldplay me calmara.
—¿Puedo preguntarte algo? —Sentí como Pato se puso tenso cuando escucho mi voz, creo que suponiendo lo que venía.
—Tarde o temprano ibas a hacerlo. Dime.
—¿Por qué terminaste con Lore? —giré mi cabeza para poder mirarlo y medir su reacción. Su mandíbula estaba tensa y sus manos apretaban fuertemente el manubrio. No me miró cuando respondió.
—Yo… —doblo su cuello hacia la derecha y hacia la izquierda, cosa que siempre hacía cuando estaba incomodo —, ya no estoy seguro de lo que siento por ella.
Mi boca se abrió todo lo que era posible.
—¿Qué?
—Así. —Tamborileó sus dedos sobre el cuero del manubrio.
—¿Cómo puedes... cómo puedes dejar de querer a alguien de un día para otro?
Sus dedos se quedaron quietos y me dio una mirada de lado. Una mirada de reproche. Me arrepentí de lo que había dicho al instante de que las palabras salieron de mi boca.
—No es que la haya dejado de querer. Aún la quiero. Sólo que no sé si la amo.
Miré al frente durante mucho rato, tratando de, en mi cabeza, armar de la mejor manera la pregunta que quería hacer para que no lo tomara a mal.
—¿Por qué? —le dije cuando faltaba poco más de diez minutos para llegar a mi casa.
Giró su cabeza para mirarme directo a los ojos. Detuvo el auto en una esquina y se giró por completo. No me habló.
—¿Por qué? —volví a preguntar.
—Conocí a alguien.
—¿Engañaste a Lore? —le dije en con voz ahogada.
El asentimiento que hizo con su cabeza fue casi imperceptible. La ira me tomó por completo y le di un puñetazo, bastante fuerte para provenir de mí, en su antebrazo.
—¡Eres un imbécil!
No me dijo nada, no me increpó por el golpe ni se enojó. Él había caído bajo, muy bajo. Él no era distinto de todos los hombres que yo conocía. Para mí era casi como… el hombre perfecto; ese que es tierno, te escucha, te protege, te anima, te hace reír, te deja llorar, confía en ti, es detallista… ese que lo es todo. Pero era igual a todos.
—Chia...
—¡Eres increíble! —No podía creer esto —. No puedes decirle a Lore. Nunca. Se moriría, lo sabes, ¿Verdad? No puedes decirle lo que hiciste.
—No se lo diré.
—Promételo.
—Chia, no tengo porque prometerte nada.
—¡Promételo!
—Yaaa. Lo prometo.
Volví a apoyar mi espalda en el asiento, recién dándome cuenta de que todo este tiempo estuve inclinada sobre Pato como un león al acecho de su presa. Se lo merecía, eso y más.
Lancé otro suspiro, estaba agotando mis reservas de ellos, y volví a mirarlo.
—¿Ni siquiera te arrepientes?
—Estoy  confundido. Por eso terminé con ella.
—Eso no es una respuesta.
—No, Chia. No.
—Espero que cuando te arrepientas, Lore ni te tome en cuenta. Merecido te lo tienes —levanté mi mano y lo apunté con un dedo —. No eres mejor que Ignacio, ni que André. Eres igual a todos. —Bajé mi dedo acusatorio y miré hacia afuera.
Se quedó en silencio  sólo unos momentos y echó a andar el auto de nuevo.
Cuando sólo faltaba una cuadra por llegar a mi casa,  la música de mi teléfono rompió el silencio. Miré la pantalla y maldije por lo bajo. Miré a Pato silenciándolo con la mirada y contesté.
—Lore.
—Chia, ¡al fin! Me tenías tan preocupada, ¿Por qué no contestaste ayer?
—Yo… no quería hablar, eso es todo —Me mordí el labio sintiéndome mala amiga —. ¿Qué pasa?
—¿Qué pasa? ¿Y me lo dices tan tranquila? ¡Ayer con Marce no podíamos pegar ojo! Pame nos llamó, casi con un ataque de nervios, diciéndonos que Macka…
—Sí, sí. No necesito que lo repitas —cerré los ojos cansada. Parecía que iba a tener que recordar esa escena aunque no quisiera —. Es verdad.
—Pero, ¿qué se cree? ¡No tiene derecho a reclamarlo! Por el amor de Dios, ella ha sido una verdadera zorra. Lo engañó y ahora viene a marcar terreno. No puedo creerlo.
—Lore…
—¿Qué?
—Macka está embarazada.
Mi amiga permaneció en silencio por lo que permaneció una eternidad.
—Oh —podía sentir los engranajes de su cabeza moviéndose —. ¿Es… es de él?
—No lo sé —le dije en un susurro —. Con todo mi corazón quiero que no, pero no tengo idea.
—¿Quieres que vaya a tu casa?
—Por favor. Ahora mismo no quiero estar sola.
Una vez más, volvía a ser la Chia miserable, esa que no podía sostenerse en pie. Lo sucedido ayer, el hecho de que Macka estuviese embarazada era… demasiado. Yo no podía estar sola hoy, no teniendo en cuenta el pseudo ataque que me había dado ayer noche. Hoy sí que podíamos sentirnos miserables juntas.
—Llegaré en unos treinta minutos —sentí como cubría el auricular con su mano mientras hacía algo —. Y Chia… gracias.
—¿Por qué?
—Por no dejar que me hundiera.
Me reí. Una risa temblorosa pero risa al fin y al cabo.
—Insisto, no tienes por qué darme las gracias. Somos amigas y para eso estamos.
La sentí reírse y luego dijo adiós. La línea se cortó y yo me quede mirando el teléfono. Ella era la persona más amable que pisara la tierra, era buena, entregada, caritativa… y la habían engañado. Definitivamente a la gente buena no le suceden cosas buenas.
Cerré mi celular y lo tiré a mi bolso. Tomé la manilla de la puerta sin siquiera despedirme de Pato y comencé a abrirla para bajarme.
—¿Puedo pedirte un favor?
Di un respingo. Seguí dándole la espalda.
—Eso depende.
—¿Puedes decirle a Lore que… que lo siento?
Casi podía sentir que Pato se arrepentía, aunque él dijera que no. Eran más de tres años juntos, millones de cosas compartidas, amor grande, proyecciones… todo. Y sabía perfectamente que entre ellos la relación no era por costumbre, ellos en verdad se querían. Quieren, me corregí inmediatamente.
—Yo… —No podía decirle que no, no si me lo pedía con esa voz —. Ok, yo le digo. Pero, que conste. Aún pienso que cometes un error gigantesco y que cuando te des cuenta, será demasiado tarde.
Susurró un escuálido “no lo creo”  mientras me bajaba del auto.
Esperaba, sinceramente y con todo mi corazón, que se enredara en sus palabras y que se arrepintiera de hacerle todo ese daño a Lore.
Cuando entré al hall de mi edificio, mi mirada se dirigió directamente a uno de los sofás que había cerca de la recepción.
De todas las personas que conocía, justo ahora, no me hubiera esperado verlo ahí. Pero, de nuevo, él y yo teníamos un radar; si yo sufría, él aparecía. Si él sufría, aparecía yo.
—Eh, ¡Joaco!
Se levantó como un resorte de su asiento y fue corriendo hasta donde estaba yo. Sin decirme nada y tomándome totalmente por sorpresa, puso sus brazos a mi alrededor y me abrazó con fuerza, como si fuera a evaporarme de un momento a otro.
Me quedé congelada, esa electricidad que siempre nos rodeaba cuando nos tocábamos se hizo más presente que nunca y me noqueó. E increíblemente, me tranquilizó, más que cualquier palabra o gesto que alguien hubiese hecho. Él sabía a la perfección como calmarme.
Pero eso calma duro sólo segundos, después de todo, sería ingenuo de mi parte pretender que todo el dolor que sentía se fuera en cosa de un parpadeo.
Acurruqué mi cara en su hombro y rompí a llorar.

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