“No
hay otra manera.”
Decir que aguanté más de lo
que podía aguantar quedaba pequeño. Mi corazón sufría con cada momento que
estaba junto a André, pero siempre mantenía la máscara de "chica
agresiva" puesta; era eso, o romperme en mil pedazos frente a él.
La frase nunca más me
enamoraré se me pasó un millón de veces por la cabeza cada vez que me topaba
con sus ojos, esos ojos cafés que sabían perfectamente como leerme. El cambio
de consultorio parecía ahora no una opción de alivio, era prácticamente una
opción de salvación: absolutamente necesario.
Cuando a la una, llegaron a
avisarnos que tocaba nuestra hora de almuerzo, tuve al fin un respiro.
Salí corriendo lo más rápido
que mis piernas me permitían, pero no fue lo suficientemente rápido para
alejarme de él.
— ¡Chia! —Me detuve en seco
aunque mentalmente me regañaba por no haber hecho oídos sordos a su voz—. Por
favor, espérame.
Me tragué el dolor, volví a
ser la Chia frívola y me di la vuelta.
—¿Qué? —espeté la palabra
con odio puro.
—¿Podemos hablar? —Sus ojos
me miraban de la misma forma en que lo hicieron esa tarde en que me fue a
buscar a mi departamento —. Quiero… —cerró los ojos y se pasó la mano por la
cara—, necesito que me escuches.
Se veía... triste. No el
tipo de tristeza que tenía yo ahora, era algo que había estado ahí siempre,
oculto y que solo ahora me dejaba ver.
Callé mi advertencia mental
de “corre por tu vida” y me quedé mirándolo.
—¿De qué quieres hablar?
En sus ojos brilló el
alivio, pero ese foco de tristeza no se fue. Las ganas de abrazarlo para que
esa mirada desapareciera de su rostro fueron tan grandes que terminé cruzando
mis brazos sobre mi pecho.
—¿Podemos… ir afuera?
Asentí con la cabeza y el
comenzó a caminar hacia el mini patio que el consultorio tenía, era como una
especie de lugar privado donde los doctores, enfermeras, paramédicos, en verdad
todos, veníamos a intoxicarnos los pulmones con nicotina.
Me senté en un gran trozo de
cemento que habían colocado junto a unas plantas a modo de asiento. El sol de
finales de Octubre era reconfortante y ya comenzaba a quemar.
Crucé mis piernas y esperé
que hablara.
Él no se sentó, se quedó de
pie a escasos centímetros de mí, movía sus manos nervioso y veía hacia subir y
bajar su pie cada cierto tiempo.
—¿Y?
Su pierna se quedó quieta
cuando escuchó mi voz. Me obligué a mirar al frente y no tomarle atención.
—Quiero que entiendas lo que
pasó.
—Para mí no tiene mayor
entendimiento. Estabas con ella y conmigo. —Hablar de esto no era bueno. Tomé
aire y agregué—: Al mismo tiempo. —Giré mi cabeza y lo taladré con la mirada—.
¿Algo que agregar?
Me miró en silencio unos segundos,
como digiriendo mis palabras.
—¿Por qué estás así?
Instintivamente alcé mi
barbilla y me puse a la defensiva.
—¿Así cómo?
—Cómo si… —Se masajeó las
sienes con el dedo índice y siguió—, como si lo que tuviera que decirte te
diera lo mismo.
—Es que me da lo mismo.
Abrió los ojos de par en par
y su dedo se congeló en su cabeza. En un movimiento rápido se acuclilló y quedo
a la altura de mi cabeza, aún seguía a unos cuantos centímetros de distancia,
pero no los suficientes como para no sentir su olor. Arrugué la nariz.
—Esta no eres tú
Un suspiro de cansancio y
pena salió de mis labios y cerré mis ojos. La Chiara frívola estaba perdiendo,
y la Chiara hecha pedazos aparecería en cualquier momento, necesitaba irme de
aquí. Escapar como fuera. Abrí los ojos.
—Esto —dije apuntándome el
centro del pecho —, esto que dices que no soy yo, es lo que quedó por tu culpa
—tomé aire y me negué a parpadear, si lo hacía, el río de lágrimas sería
imparable—. Te crees el dueño del mundo, cada vez que me hiciste a un lado yo
esperé que volvieras, pero ahora —me levanté y lo miré hacia abajo. El levantó
su cabeza y la mirada en sus ojos hizo que mi corazón se retorciera.
“Suficiente”, me dije—, ahora no voy a estar esperándote más. No puedo dejar
que me sigas arrastrando por el piso como y cuando quieras. No soy el juguete
de nadie.
Me di la vuelta y di pasos
rápidos hasta la puerta. La voz de André, furiosa, con pena y algo más que no
supe descifrar me dejó anclada al piso.
—Macka está embarazada.
Es una puta broma.
Apreté tanto el marco de la
puerta que los nudillos me quedaron blancos. La Chia frívola perdió
definitivamente todo terreno y cuando me volví a ver a André, lágrimas bañaban
mis mejillas.
—Dime que me estas
mintiendo.
Negó con su cabeza
lentamente, seguía de cuclillas en el suelo, como si apenas le quedaran fuerzas
para hacer levantarse.
—Yo… —se apretó el puente de
la nariz, un gesto que jamás le había visto hacer. Su mandíbula estaba tensa y
las venas de su cuello están marcadas. Daba miedo. Mucho—, cuando te dije que
había terminado con ella te mentí, si. —Cerré los ojos ante su confesión. Si
alguna vez creí que me podría sanar, esto eliminaba ese pensamiento por
completo—. Pero fue la única manera de retenerte que vi en ese momento. Iba a
terminar con ella, quería —cerró los ojos con frustración—, necesitaba terminar
con ella. Pero cuando le dije…
—Te dijo que estaba
embarazada —le dije en un susurro.
El sólo asintió.
Las siguientes palabras
salieron de mi boca antes de que pudiera morderme la lengua.
—¿Estás seguro? —sus ojos se
abrieron de sorpresa y enfado, como si mi pregunta lo ofendiera.
—Sí —dijo con la mandíbula
tensa.
Ninguna explicación más,
nada. Un simple Sí.
—Esto… —me mordí el labio—,
supongo que esto cambia todo.
—Sí —esta vez la palabra
estaba llena de dolor.
Me acerqué a él, mis
rodillas temblando en casa paso que daba. Me arrodillé junto a él y en un
segundo, mi boca tocó la suya. Me parecía que habían pasada años desde la
última vez que lo había besado.
Fue sólo un toque. Cuando el
levantó su mano y la llevo a mi cintura, yo me retiré. Firme. Segura.
—¿Por qué…?
Levanté una mano y le
acaricié la mejilla.
—Adiós, André.
Me levanté y salí del patio
con mi cara surcada en lágrimas. No había manera de que yo me quedara a
terminar el trabajo por hoy.
Mi profe me vio llegar a la
sala de descanso, miró mi cara, y me envolvió son sus brazos.
—¿Puedo irme? —Hipé y volví
a hablar —. ¿Por favor?
—Por supuesto que sí.
—¿Puede… —La miré con ojos
suplicantes— puede ir a buscar a Patricio Torres? Es interno de medicina, llegó
hoy.
—Claro.
Salió de la habitación que
ahora estaba desierta, excepto por mí.
Saber que André había estado
con Macka durante todo el tiempo que estuvo conmigo, era una cosa. Pero saber
que ella estaba embarazada… yo no podía con eso. Yo no podría volver a tocar su
piel sabiendo que él iba a ser papá, qué…
Y fue ahí cuando recordé.
Ella estaba embaraza, sí, podía estar embarazada, pero ese hijo no tenía por
qué ser de André, no tenía por qué ser de él pues, hasta donde yo sabía, Macka
lo engañaba.
Y ahora mismo no importaba
que yo lo hubiese prometido a Lore que iba a guardar el secreto, ese hijo podía
no ser de él.
Salí corriendo como loca
hacia el pasillo cuando me estampé contra alguien.
—¡Ay! —unas manos fuertes me
sostuvieron para no caerme. Cuando miré hacia arriba vi que era Pato—. ¿Qué
pasa?
Me miró extrañado.
—¿Hacia dónde ibas corriendo
así?
—Tengo que hablar con André,
urgente —Comencé a mover mis brazos para soltarme de su agarre—. Quiero irme,
suéltame.
Apretó más el agarre en mis
brazos, podría jurar que sus dedos me quedarían marcados.
—Pato, ¡me duele! —Aflojó el
agarre pero no me soltó.
—¿Por qué quieres hablar con
él?
—Eso no es asunto tuyo,
Patricio. Suéltame.
—¿Es que no te parece que ya
te ha pisoteado bastantes veces?
¿Qué era esto? Pato siempre
había sido demasiado sobre protector conmigo, pero esto era pasarse de la raya.
—¡Oye! —con mis manos golpeé
sus antebrazos para que me soltara. Sus ojos se abrieron por el golpe que le
di—. No tiene por qué importarte que es lo que necesite hablar con él.
—Chia, no.
—No que vaya a tomar en
cuenta tu opinión.
Comencé a caminar y volvió a
agarrarme, esta vez de mi muñeca.
—Chia… —su voz era extraña—,
Macka está…
—Embarazada— su mano apretó
la mía indicándome que le sorprendía que yo supiera. Me gire a verlo—. Por eso
necesito verlo, necesito contarle que Macka lo estaba enga…
—¿Por qué mierda Lore te
contó eso?
Parpadeé varias veces. ¿Él
sabía?
Oh,
mierda. Me puse roja de golpe.
—Ella no quería… yo
—Una cosa que le pido y ella
no sabe mantener su estúpida boca callada.
—Eh, para. No hables así de
Lore —¿Por qué hablaba con tanto rencor hacia mi amiga? Hasta dónde yo sabía,
él era el que la había mandado a volar y en base a eso, su reacción no tenía
sentido—, no mientras yo esté aquí, es mi amiga y fue tu novia, ¿qué te pasa?
—Eso no importa ahora. Chia
—lanzó un suspiro cansado —, no quiero que él se entere así de que Macka lo
engaña, menos ahora que esta lo del bebé de por medio.
—Pero él podría no ser el p…
—Lo sé, y sé lo que eso
significa para ti, pero déjame ser yo el que le diga, ahora mismo mi amigo
podría derrumbarse, aunque tú no lo creas, si sabe que ese podría no ser su
hijo.
Me mordí el labio.
Necesitaba decírselo.
Pero ahora pensando con más
claridad, ¿cuáles eran las opciones reales de que me creyera? Muy pocas.
Y yo no iba a estar haciendo
el ridículo, no más.
Con un suspiro de cansancio,
me rendí.
—Está bien. Pero si no le
dices pronto, hablaré yo.
—Perfecto.
Nos miramos como midiéndonos
el uno al otro, el grado de tristeza y enfado que llevábamos dentro. Comencé a
ser la Chia de papel de nuevo.
—¿Puedes acompañarme a mi
casa? —Le dije sintiendo que me volvía
pequeña e inservible.
Levantó una mano y me
acarició la cabeza como si fuese una niña.
—Sabes que sí.
***
Ya en su auto me sentí un
poco más segura, no más fuerte, sino que tener a André lejos, después de lo que
me había dicho, era mejor. No podía tenerlo cerca, tarde o temprano terminaría
diciéndole lo que sabía de Macka y le debía eso a Pato.
Me recosté en el asiento del
copiloto dejando que la sueva melodía de The Scientist de Coldplay me calmara.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Sentí como Pato se puso tenso cuando escucho mi voz, creo que suponiendo lo
que venía.
—Tarde o temprano ibas a
hacerlo. Dime.
—¿Por qué terminaste con
Lore? —giré mi cabeza para poder mirarlo y medir su reacción. Su mandíbula
estaba tensa y sus manos apretaban fuertemente el manubrio. No me miró cuando
respondió.
—Yo… —doblo su cuello hacia
la derecha y hacia la izquierda, cosa que siempre hacía cuando estaba incomodo
—, ya no estoy seguro de lo que siento por ella.
Mi boca se abrió todo lo que
era posible.
—¿Qué?
—Así. —Tamborileó sus dedos
sobre el cuero del manubrio.
—¿Cómo puedes... cómo puedes
dejar de querer a alguien de un día para otro?
Sus dedos se quedaron
quietos y me dio una mirada de lado. Una mirada de reproche. Me arrepentí de lo
que había dicho al instante de que las palabras salieron de mi boca.
—No es que la haya dejado de
querer. Aún la quiero. Sólo que no sé si la amo.
Miré al frente durante mucho
rato, tratando de, en mi cabeza, armar de la mejor manera la pregunta que
quería hacer para que no lo tomara a mal.
—¿Por qué? —le dije cuando
faltaba poco más de diez minutos para llegar a mi casa.
Giró su cabeza para mirarme
directo a los ojos. Detuvo el auto en una esquina y se giró por completo. No me
habló.
—¿Por qué? —volví a
preguntar.
—Conocí a alguien.
—¿Engañaste a Lore? —le dije
en con voz ahogada.
El asentimiento que hizo con
su cabeza fue casi imperceptible. La ira me tomó por completo y le di un
puñetazo, bastante fuerte para provenir de mí, en su antebrazo.
—¡Eres un imbécil!
No me dijo nada, no me
increpó por el golpe ni se enojó. Él había caído bajo, muy bajo. Él no era
distinto de todos los hombres que yo conocía. Para mí era casi como… el hombre
perfecto; ese que es tierno, te escucha, te protege, te anima, te hace reír, te
deja llorar, confía en ti, es detallista… ese que lo es todo. Pero era igual a
todos.
—Chia...
—¡Eres increíble! —No podía
creer esto —. No puedes decirle a Lore. Nunca. Se moriría, lo sabes, ¿Verdad?
No puedes decirle lo que hiciste.
—No se lo diré.
—Promételo.
—Chia, no tengo porque
prometerte nada.
—¡Promételo!
—Yaaa. Lo prometo.
Volví a apoyar mi espalda en
el asiento, recién dándome cuenta de que todo este tiempo estuve inclinada
sobre Pato como un león al acecho de su presa. Se lo merecía, eso y más.
Lancé otro suspiro, estaba
agotando mis reservas de ellos, y volví a mirarlo.
—¿Ni siquiera te
arrepientes?
—Estoy confundido. Por eso terminé con ella.
—Eso no es una respuesta.
—No, Chia. No.
—Espero que cuando te
arrepientas, Lore ni te tome en cuenta. Merecido te lo tienes —levanté mi mano
y lo apunté con un dedo —. No eres mejor que Ignacio, ni que André. Eres igual
a todos. —Bajé mi dedo acusatorio y miré hacia afuera.
Se quedó en silencio sólo unos momentos y echó a andar el auto de
nuevo.
Cuando sólo faltaba una
cuadra por llegar a mi casa, la música
de mi teléfono rompió el silencio. Miré la pantalla y maldije por lo bajo. Miré
a Pato silenciándolo con la mirada y contesté.
—Lore.
—Chia, ¡al fin! Me tenías
tan preocupada, ¿Por qué no contestaste ayer?
—Yo… no quería hablar, eso
es todo —Me mordí el labio sintiéndome mala amiga —. ¿Qué pasa?
—¿Qué pasa? ¿Y me lo dices
tan tranquila? ¡Ayer con Marce no podíamos pegar ojo! Pame nos llamó, casi con
un ataque de nervios, diciéndonos que Macka…
—Sí, sí. No necesito que lo
repitas —cerré los ojos cansada. Parecía que iba a tener que recordar esa
escena aunque no quisiera —. Es verdad.
—Pero, ¿qué se cree? ¡No
tiene derecho a reclamarlo! Por el amor de Dios, ella ha sido una verdadera
zorra. Lo engañó y ahora viene a marcar terreno. No puedo creerlo.
—Lore…
—¿Qué?
—Macka está embarazada.
Mi amiga permaneció en
silencio por lo que permaneció una eternidad.
—Oh —podía sentir los
engranajes de su cabeza moviéndose —. ¿Es… es de él?
—No lo sé —le dije en un
susurro —. Con todo mi corazón quiero que no, pero no tengo idea.
—¿Quieres que vaya a tu
casa?
—Por favor. Ahora mismo no
quiero estar sola.
Una vez más, volvía a ser la
Chia miserable, esa que no podía sostenerse en pie. Lo sucedido ayer, el hecho
de que Macka estuviese embarazada era… demasiado. Yo no podía estar sola hoy,
no teniendo en cuenta el pseudo ataque que me había dado ayer noche. Hoy sí que
podíamos sentirnos miserables juntas.
—Llegaré en unos treinta
minutos —sentí como cubría el auricular con su mano mientras hacía algo —. Y
Chia… gracias.
—¿Por qué?
—Por no dejar que me
hundiera.
Me reí. Una risa temblorosa
pero risa al fin y al cabo.
—Insisto, no tienes por qué
darme las gracias. Somos amigas y para eso estamos.
La sentí reírse y luego dijo
adiós. La línea se cortó y yo me quede mirando el teléfono. Ella era la persona
más amable que pisara la tierra, era buena, entregada, caritativa… y la habían
engañado. Definitivamente a la gente buena no le suceden cosas buenas.
Cerré mi celular y lo tiré a
mi bolso. Tomé la manilla de la puerta sin siquiera despedirme de Pato y
comencé a abrirla para bajarme.
—¿Puedo pedirte un favor?
Di un respingo. Seguí
dándole la espalda.
—Eso depende.
—¿Puedes decirle a Lore que…
que lo siento?
Casi podía sentir que Pato
se arrepentía, aunque él dijera que no. Eran más de tres años juntos, millones
de cosas compartidas, amor grande, proyecciones… todo. Y sabía perfectamente
que entre ellos la relación no era por costumbre, ellos en verdad se querían.
Quieren, me corregí inmediatamente.
—Yo… —No podía decirle que
no, no si me lo pedía con esa voz —. Ok, yo le digo. Pero, que conste. Aún
pienso que cometes un error gigantesco y que cuando te des cuenta, será
demasiado tarde.
Susurró un escuálido “no lo
creo” mientras me bajaba del auto.
Esperaba, sinceramente y con
todo mi corazón, que se enredara en sus palabras y que se arrepintiera de
hacerle todo ese daño a Lore.
Cuando entré al hall de mi
edificio, mi mirada se dirigió directamente a uno de los sofás que había cerca
de la recepción.
De todas las personas que
conocía, justo ahora, no me hubiera esperado verlo ahí. Pero, de nuevo, él y yo
teníamos un radar; si yo sufría, él aparecía. Si él sufría, aparecía yo.
—Eh, ¡Joaco!
Se levantó como un resorte
de su asiento y fue corriendo hasta donde estaba yo. Sin decirme nada y
tomándome totalmente por sorpresa, puso sus brazos a mi alrededor y me abrazó
con fuerza, como si fuera a evaporarme de un momento a otro.
Me quedé congelada, esa
electricidad que siempre nos rodeaba cuando nos tocábamos se hizo más presente
que nunca y me noqueó. E increíblemente, me tranquilizó, más que cualquier palabra
o gesto que alguien hubiese hecho. Él sabía a la perfección como calmarme.
Pero eso calma duro sólo
segundos, después de todo, sería ingenuo de mi parte pretender que todo el
dolor que sentía se fuera en cosa de un parpadeo.
Acurruqué mi cara en
su hombro y rompí a llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No olvides que los escritos se nutren de tu opinión. Ya sea que te guste lo que está escrito o no, me importa saber lo que piensas.
Sólo recuerda hacerlo siempre con respeto :)