7 de noviembre de 2012

Cuarenta y uno


“Vamos a decirnos adiós como se debe, sin rencor y sin dudas…”

El día estaba nublado, como si estuviera riéndose de mí.
Pasé la noche en vela, incapaz de cerrar un ojo o de permitirme dormir, no porque no hubiera decidido ya lo que tenía que hacer, sino porque me daba miedo hacerlo.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí una cobarde y quise, con todo mi corazón, esconderme bajo mi cama para que nunca nadie me encontrara.
Que sí, que no, un tal vez… había pasado meses con el corazón en vilo una y otra vez, como comprobando que me gustaba sufrir y que era una tonta al no haberme dado cuenta que, una vez las cosas con Ignacio terminaron, debería haberme dado tiempo para mí, para calmarme, para entenderme, para armarme de nuevo. Y no lo había hecho por miedo a lo que podría encontrar.
Suspiré y extendí la mano hacia mi velador para tomar mi teléfono.
Le di vueltas en el aire, mi corazón dando latidos inseguros en mi pecho junto con él.
Después de unos diez minutos, me detuve y lo abrí para enviar un mensaje.
Buen viaje.
Apreté enviar y apoyé el teléfono en mi pecho y a los segundos, salté al escucharlo sonar, como supuse que pasaría. Ver su nombre en la pantalla no hizo más que acelerarme el corazón y que las manos me temblaran.
Te quiero, te quiero.
—Hola —le dije en un susurro.
—¿Eso va a ser todo? ¿Buen viaje?
Me quedé callada, mordiéndome la lengua por atrapar todas las cosas que quería decirle y que sabía que no podía. ¿Para qué? Tenía que llegar a entenderme, había cambiado demasiado estos meses y abrirle mi corazón a él, así como estaba ahora, no nos haría ningún bien.
—¿Diviértete?
—Chiara. —Podía imaginarme sus ojos, su ceño y su nariz un poco fruncidos. Conocía sus gestos, su voz, lo conocía a él y aun así, no podía quedarme a su lado.
Tonta Chiara, tonta.
—Vas a dejar que me vaya. —Cerré los ojos con fuerza.
—¡Es España! Si no te fueras ser…
—Chiara.
—Yo…
—No me quieres. —Su voz fue un susurro y un escalofrío me recorrió la columna. Me sentí mala, cruel y una mentirosa asquerosa.
—No. —Soné categórica y mi tono de voz me dio miedo. Soné definitiva, una resolución que no había sentido en meses y que se sentía falsa a más no poder.
Se rió. Lo escuché reírse al otro lado del teléfono y mi corazón se encogió. Era una risa vacía, hueca, una que nunca le había escuchado y me di cuenta que después de todo, lo perdería, incluso su amistad.
—¿Nos vemos cuando vuelvas?
—Ni siquiera sé si voy a volver.
—¿No? —Los ojos se me llenaron de lágrimas. Dile que lo quieres, ¡dile, tonta!
—No lo sé —me respondió fríamente y lo próximo que escuché, fue el sonido de la línea muerta después de que él terminara la llamada.
Mierda.

Continuará...

Cuarenta


“Sentados, mirándonos los pies.”

Sentía mi corazón latiendo como loco y de verdad creí que, incluso con el volumen altísimo de la música, todos serían capaces de oírlo.
Era como si estuviera hablándole. Llamándolo.
Me sudaron las manos y cerré los ojos, tratando de no verlo, de no mirarlo.
Cuando giró su cabeza hacia donde yo estaba, me escondí detrás de una puerta. No me vio pero quería que me viera.
Quería pararme en medio de la sala, quedarme ahí hasta que me mirara y caminara hasta donde yo estaba. Quería que viera que ya me había dado cuenta.
No quería quererlo pero ahí estaba. Con letras rojas, con fuerza y bombeando por cada espacio de mi cuerpo: Lo quería. Con locura.
Y me lo había estado negando todo este tiempo.
—¡Chia!
Di un salto cuando escuché a Lore gritarme en el oído. Estaba como en trance. No podía dejar de mirarlo.
—¿Qué?
—Da igual, ya lo viste antes de que te dijera algo. ¿Qué hago?
Parpadeé un par de veces sin quitar mis ojos de él. Se estaba riendo, hablando con un tipo al que no conocía y tenía una cerveza en la mano.
Se había cortado el pelo y se veía más maduro así. Más gu…
—¡Chia!
Volví a pegar un salto y esta vez, le di mi total atención a Lore.
—Perdón. —Le sonreí—. ¿Feliz cumpleaños?
Bufó.
—Sí, sí. Como me alegro de que mi mejor amiga me de un saludo cumpleañero tan animado.
Me encogí de hombros y miré de reojo a Joaco, luego de regreso a ella.
—Me… me sorprendió verlo aquí.
—Eso ya lo ví. —Enganchó su brazo con el mío y se quedó de pie a mi lado—. A mi también.
Suspiré y lo perforé con la mirada, mucho tiempo, pero él nunca se giró.
¿No era verdad, entonces, esa teoría que decía que si mirabas fijamente a alguien por más de diez segundos, esa persona miraría a quién lo estaba mirando?
Me reí de mi misma, como una tonta, por estar escondida esperando a que me mirara en vez de ir directamente a hablarle. Pero no podía hacerlo.
Tenía miedo.
Porque lo quería y no sabía qué hacer.
Lore me miró con el ceño fruncido.
—Tengo que sacarte de aquí. Es como un campo minado.
La miré, desconcertada pero dejé que me arrastrara hasta su pieza.
Cuando llegamos, se sentó en la cama y palmeó el espacio junto a ella.
—¿Ya te diste cuenta?
Suspiré y le di una sonrisa triste. Asentí con la cabeza, una vez.
—¿Por qué te costó tanto, amiga? ¿Tan difícil es quererlo?
—No. —Sonreí y me encogí de hombros una vez más—. Es que yo soy tonta, eso es todo.
Se rió y se puso de pie.
—Listo. Bajemos.
—¿Qué?
—No pretendes que me quede aquí toda la noche, ¿verdad? ¡Es mi cumpleaños! —Me miró con horror fingido.
Le saqué la lengua, aun mirándola extrañada.
—¿Estás sola?
Se rió y los ojos le brillaron mucho.
—¿Qué crees tú?
—Ten cuidado. —Me soltó el brazo y me miró fijamente—. No quiero que te enfoques en Daniel para olvidar a Pato. Eso no te va a hacer bien. Ni a él tampoco.
—Amiga, yo quiero alguien en quien enfocarme y sé que es para eso. Él no está buscando una relación seria y yo no quiero nada serio. Ni ahora ni por mucho tiempo. Mientras tenga eso claro, no hay problemas.
—Si tú lo dices… —Abrí la puerta y salimos al bullicio del pasillo—. Me llamó Pato en la mañana —le solté.
Se quedó callada un segundo.
—Si sé. —Dio un par de pasos antes de volver a hablar—. Me llamó para decir feliz cumpleaños. —Lanzó una carcajada del alma—. Fue la conversación más rara que he tenido con él y no me creí ninguno de sus buenos deseos. Le corté lo más pronto que pude.
—Así se hace. —Me sentí bien por ella, porque no prestarle la atención que él quería era dar un paso más lejos de todo lo que había pasado.

Dos horas más tarde, estábamos con Marce, Pame y Dani en la mesa de la cocina, conversando y extrañamente, muy sobrias.
Yo no quería aparecerme por la sala, no me sentía preparada para ver a Joaquín y creí que nunca lo estaría, así que intentaba despejar mis pensamientos con conversaciones triviales con mis amigas.
Cualquier cosa, tenía que hacer cualquier cosa menos pensar en él.
—¿Y qué le dijo? —me preguntó Pame con los ojos abiertos como plato.
—No tengo idea. —Hice un mohín con la boca—. No me dijo nada concreto, sólo que no le creyó ninguno de sus “buenos deseos”.
Dani aplaudió y Marce comenzó a reírse.
—Muy bueno.
—Lo mismo le dije yo.
Dani se echó a reír.
—Me cae bien Daniel. La hace reír y además es simpático. Y es tan diferente a Pato, que siento que no podría haber llegado en momento más perfecto.
Nos miramos las cuatro fijamente y nos largamos a reír sin ninguna razón. Nos mirábamos y nos reíamos más fuerte.
Era un ataque de risa en toda regla.
Cuando abrí los ojos, se me quedó la risa atrapada en la garganta y mi estómago dio un vuelvo.
Joaquín estaba apoyado en la puerta de la cocina, solo, admirando el ataque de risa que tenía delante.
No lo miré a los ojos, no necesitaba ponerse más nerviosa de lo que ya estaba, pero sabía que ahora no podía escapar a ninguna parte.
Marce me dio un toquecito en el brazo para decirme que ella, Pame y Dani iban a salir.
Asentí con la cabeza y me quedé muy quieta en la silla, respirando superficialmente y con un sentimiento de malestar en el estómago.
Vino a buscarme.
—¿No vas a mirarme?
Negué con la cabeza y lo sentí caminar por la cocina.
Por el rabillo del ojo, lo vi sentarse en la silla frente a mi, al otro lado de la mesa.
—¿Tampoco vas a hablarme?
Negué con la cabeza otra vez.
—Perfecto. Un monólogo. Esto se está haciendo costumbre contigo.
Sonreí pero borré la sonrisa de mi cara lo más rápido que pude, antes de que él pudiera verla.
No podía hacer nada. Una sonrisa, una mirada… incluso hablarle se sentía raro ahora.
Ni siquiera podía pensar en lo que sería tocarlo.
Podría fundirme si lo hacía.
Y las manos me picaban por hacerlo.
Las apreté en puños para sacarme la sensación de encima.
—Escúchame bien, porque no lo voy a volver a repetir. —Hizo una pausa esperando una señal de que lo estaba escuchando. Levanté una mano y levanté mi dedo gordo en una señal de “te escucho perfectamente”. El respiró profundamente y un zumbido de anticipación me recorrió la espalda. Sabía lo que iba a decirme y me moría por escucharlo, incluso si no le respondía. Porque quería hacerlo, pero no me atrevía.
—Te quiero. —Esperó. Esperó en vano—. Mierda, te quiero y ni siquiera me miras cuando te lo digo. Ni siquiera te mueves o me dices algo. Me voy a ir Chiara, me voy a ir en dos días y ni siquiera has sido capaz de desearme buena suerte. Me siento como una mujer, mostrándote mi corazón, abriéndolo como nunca lo había hecho con nadie mientras tú te sientas de brazos cruzados como si esto fuera el relato de un partido de fútbol que ya se ha perdido hace mucho tiempo.
Me mordí la lengua. Quería decirle tantas cosas que ni siquiera sabía por dónde empezar: Quería decirle que lo quería pero que tenía miedo. Quería contarle lo que había pasado con mi mamá y que simplemente me abrazara, pero pensar en que me tocara… me daba miedo. Porque no sabía si iba a poder dejarlo ir después de eso.
Mi corazón tronaba contra mis costillas y mi sangre corría por todo mi cuerpo, haciendo que mi cara estuviera roja y que no pudiera concentrarme en nada. Sólo en su respiración, que sentía cada vez más fuerte a mi lado.
—Quiéreme, Chia. Soy bueno para ti. Quiéreme.
Cerré los ojos y me morí los labios por no ponerme a llorar.
Si le decía te quiero: ¿qué hacía yo después? ¿Qué iba a hacer él?
No era tan simple como decir: estamos juntos. Él tenía un camino distinto y yo tenía cosas que arreglar en mi vida. Tenía que…
Y lo entendí.
Entendí lo que tenía que hacer justo en el momento en que él ponía su mano en mi brazo y se me erizaban todos los pelos del cuerpo.
Entendí lo que tenía que hacer cuando se acercó a mi oído y me susurró “quiéreme” una vez más.
Y cuando sentí sus labios rozar mi mejilla y besar la comisura de mi boca, entendí que ahora podía pensar, realmente, en lo que tenía que hacer.
Porque ya estaban todas las cartas sobre la mesa y me miraban esperando que hiciera algo.
Cuando sus labios dejaron mi piel, abrí los ojos y lo miré.
Vi pasar un millón de cosas por ellos, cosas que ni siquiera sabía que una mirada podía contar y me sentí tan abrumada que tuve que cerrar los ojos de nuevo.
—Te prometo que mañana hablamos —le dije, tan bajito que incluso a mi me costaba entender lo que había dicho.
Lo sentí reírse pero no abrí los ojos. No entendí por qué se reía. Sentí deslizar su dedo por mi nariz y cuando volví a abrir los ojos, él ya estaba de espaldas, caminando hacia la salida.
Me incliné hacia adelante y apoyé la frente en la mesa, casada como si hubiese corrido una maratón.
Tenía que llegar a un acuerdo conmigo misma porque sabía perfectamente que camino seguir.
Pero una cosa era saberlo y otra muy distinta hacerlo.

Treinta y nueve


“Tanta claridad.”

Esperé a que fueran las doce de la noche en punto para poder llamar a Lore. Podía estar todo lo enredada que quisiera, pero no había forma de que olvidara el cumpleaños de una de mis mejores amigas.
Tomé mi teléfono, marqué su número y lo puse en mi oído. Sonó cinco veces antes de que contestara.
—¿Aló?
—¡FELIIIIIIIIIIIIZ CUMPLEAÑOS LOREEEEE!
Lore se rió y escuché a su mamá preguntándole quién la llamaba. “Es Chia”, le escuché decir.
—¡Gracias, amiga! No sé por qué, pero pensaba que te iba a encontrar tocando el timbre de mi casa cuando dieran las doce.
Bufé.
—No puedo hacer lo mismo todos los años, perdería la magia.
—Pero podría ser una tradición. Imagínate: todos los años compartiendo un hermoso pastel de chocolate conmigo, tu mejor amiga de toood…
—No te quieras tanto, Lorena. Te hace mal —le dije riendo—. ¿Te han saludo ya tus papás?
—Estaban cantándome cuando tú me llamaste. Mi mamá no dijo nada porque eras tú, de ser otra persona, me habría hecho colgar por “interrumpir” el momento familiar.
Me reí. Me imaginaba a su mamá con cara de ogro, riñéndome por llamar a estas horas aunque fuera el cumpleaños de Lore. Estaba criada en la vieja escuela y por lo tanto, sus maneras eran… un tanto anticuadas y estrictas.
—Me lo imagino. ¿Estás lista para mañana?
—Preparada para lanzar la casa por la ventana, por supuesto. —Se rió—. Adiós inhibiciones, adiós control.
—Suenas como si fuéramos a formar una orgía algo así.
—Quién sabe amiga, quién sabe.
Me reí, apretando mi estómago con la mano, presa de un ataque de risa.
Después de conversar un rato más poniéndonos de acuerdo para su fiesta, colgamos.
Lore estaba planeando hacer una fiesta de la que, bajo sus palabras “nadie nunca se olvidaría”. ¿Cómo había convencido a sus papás de hacer una cosa así? Ni idea, pero entre las muchas cosas que nos habían pasado, nos merecíamos una fiesta de aquellas.

Desperté muy temprano, con el sonido de mi celular pegado en mi oído. El primer pensamiento consciente que tuve fue es él, pero lo descarté de inmediato porque sabía que él estaba esperando que yo fuera a verlo y que no se acercaría a mí hasta que yo estuviera decidida a hacer algo.
Podría echar raíces…
Cuando miré la pantalla, me costó procesar unos segundos.
¿Pato?
—¿Aló? —dije con voz media adormilada.
—Chia, hola. —Hizo una pequeña pausa—. ¿Cómo estás?
—Bien, hasta hace cinco segundos cuando me despertaste. ¿Qué pasa?
Se quedó callado y no dijo nada por mucho tiempo. Se me empezaron a cerrar los ojos de sueño.
—¿Crees que puedo… llamarla hoy?
Directo.
—De poder, puedes. Pero, ¿crees que eso haría algún bien?
—Quiero llamarla.
—Entonces llámala, Patricio.
—¿Crees que va a contestarme?
—La verdad, te mereces que no te conteste, pero no creo que haga eso.
—¿Crees? —Había esperanza en su voz y me enfadó escucharla. Él no tenía derecho ni siquiera a hablarle. ¿Es que no entendía nada? Los hombres podían ser muy brutos.
—No lo sé. —Quería decirle que Lore pensaba avanzar, estar con alguien más, hacer que le doliera un poquito, pero algo me decía que era una mala idea hacer eso. Era entrometerse demasiado.
Suspiró.
—No voy a ir hoy a verla, a su fiesta, digo. Pero si la voy a llamar. Se siente raro no hacerlo.
—Tú eres el único culpable de eso, Pato. ¿Sigues con Rossy?
—Sabes que sí, Chia.
—Eres taaan tonto. —Me mordí el labio—. ¿Algo más?
—No. Duérmete. Nos vemos. Cuídate.
—Sí, sí. Chau.
Después de que corté la llamada, me quedé un rato mirando el techo, pensando en lo cambiada que estaba Lore y en lo que me había dicho ayer.
Cerré los ojos, fuerte y el corazón me empezó a latir a lo loco.
“Si yo me arriesgo, tu también puedes”.
La creía capaz de tirarse de cabeza con Daniel, la conocía y sabía que una vez se le metía algo en la cabeza, lo que fuera, lo hacía. Y la entendía. Después de todo, a las dos nos habían hecho daño.
Suspiré.
Lo único que esperaba era que Daniel no fuera para ella lo que fue para mí André. Si era así… la iba a pasar mal.

Mi mamá llegó al poco rato de su turno de noche, con bolsas bajo sus ojos y sus arrugas marcándose más que de costumbre. Sus ojos estaban rojos y supe que no era por el sueño.
No quise preguntarle, me dio miedo escuchar lo que podía decirme. Que mi mamá llorara era extraño. Malo. Que mi mamá llorara era porque el mundo se le estaba cayendo encima.
Le hice un té e hice que se acostara. La arropé con una manta y le di un beso en su sien, como si ella fuera mi hija y no mi mamá. Se acurrucó, las rodillas muy cerca de su pecho y vi como le temblaba el labio.
Salí corriendo de la pieza antes de que me dijera algo.
Tomé el teléfono de la casa y llamé a mi hermana. Ella siempre sabía qué hacer en situaciones como esas.
Me contestó Joaco. Cuando dije su nombre, mi corazón se apretó y luego comenzó a bombear con latidos irregulares, como si estuviera condicionado a que cada vez que escuchara su nombre, aun cuando no fuera por nombrarlo a él, tenía que agitarse como un colibrí en vuelo.
Cuando mi hermana se puso al teléfono, no me fui con rodeos.
—¿Sabes que le pasó a la mamá?
Cata me contestó en un susurro—: Sí.
Mi cuerpo entero se congeló. Me imaginé lo peor.
—¿Qué pasa? Llegó a la casa y…
—La mamá tenía una pareja, Chia. Roberto falleció anoche.
¿Qué
—¿Cómo? —¿Por qué yo no sabía eso?
—Estaba enfermo hace un tiempo ya. La mamá está mal, Chia.
—Si sé. —¿Cuánto tiempo estuvo con él? ¿Cómo es que nunca me di cuenta?
—No le digas que te conté. ¿Dónde está?
—La acosté en su cama. Se veía… se veía como si de pronto, tuviera veinte años más encima.
—Vamos a ir allá en la tarde. Sé que Lore está de cumple y n…
—¿Crees que voy a salir viendo como está la mamá? ¿Piensas que no tengo ni un poquito de consideración?
Cata suspiró.
—Si ella no te contó es porque no quería que te perdieras el cumple de Lore. Yo me quedo con ella hoy y mañana estamos las dos con ella, como en los viejos tiempos.
Viejos tiempos.
¿Por cuánto tiempo me había ocultado mi mamá que tenía una pareja? Nunca vi un cambio… y me asustó pensar que no sabía observar a las personas, ni siquiera a esas a las que más quería.
Si no sabía observarlas… ¿acaso las conocía?
—¿Chia? —No le estaba poniendo atención a mi hermana.
—Disculpa. ¿Qué cosa?
—Nada, ya me estaba despidiendo. Nos vemos más rato.
—Bueno. Nos vemos.
Me quedé en silencio mucho tiempo mirando el teléfono de mi pieza.
Mi mamá riéndose, disfrutando de estar con alguien, de querer a alguien era algo que… que no había estado en mi cabeza por mucho tiempo.
Pero que él ya no estuviera…
Y ni siquiera iba a poder volver a verlo. Nunca. Y no porque ella lo hubiera decidido.
Me enojé conmigo misma. Yo ahogándome en vasos de agua, enredándome en cosas tan simples y ella… ella tragándose todo su sufrimiento, nunca dejando que su rostro reflejara algo… siempre tan dueña de sí misma. Tan… mi mamá.
Se me escapó una lágrima por ella, por no poder hacer nada para ayudarla y sacarle ese dolor de encima. Sentí que mi problema con Joaquín, era ahora como si alguien me hubiera tirado un pelo del brazo. Dolía y era extrañó, pero pasaba después de un tiempo.
El de ella no.

Cuando ya estaba lista para irme al cumpleaños de Lore, entré a la pieza de mi mamá para despedirme.
Seguía en la misma posición, la taza de té que mi hermana le había traído hace dos horas seguía igual, sin beber.
—¿Mamá?
Abrió los ojos de golpe, asustada y una lágrima le cayó por la esquina de uno de ellos.
Respiró profundo.
—¿Te vas ya?
—Sí.
La miré y la vi tan pequeña, tan frágil, que no pude aguantarme.
Me subí a la cama y gateé hasta donde estaba ella, me puse a sus espaldas y la rodeé con los brazos y pegué mi frente a su espalda. La sentí sollozar contra mí y mi corazón se apretó tanto que dolió.
—Te amo mamá —le dije en un susurro.
Me quedé un ratito más con ella hasta que sentí que se durmió. Le di un beso en la frente y me levanté.
La miré dormir como miran los papás a sus hijos y cuando sentí mis emociones todas revueltas y mis sentimientos de cabeza, salí de su pieza.
Me despedí de mi hermana, de Rodrigo y de mis sobrinos y me fui a la casa de Lore.
Todo el viaje en el bus sentí mi corazón al aire, como si todos pudieran verlo y decirme “oye, mira, veo como late, como siente, como sientes”.
Me sentía expuesta y daba miedo.
Y cuando llegué a la casa de Lore —respirando profundamente con cada paso que daba—, fue aun peor. Porque lo primero que vi, fue a él.
Y mi corazón saltó hasta mi boca, me temblaron las manos y me quedé de piedra en donde estaba.
Ahí estaba él y mi corazón lo estaba anhelando.
Desde siempre.

Treinta y ocho


“De haberlo sabido…”

—Hola.  —Me  sentía  estúpida  hablando  con  una  máquina  pero,  ¿qué  más  iba  a  hacer?—. Había tratado de llamarte…. ¿Estás nervioso? Te quedan sólo cuatro días. —Se me salió una risita nerviosa—. ¿Qué se siente? —Me quedé en silencio unos segundos, pensando en algo más inteligente para decirle. No se me ocurrió nada—. Me gustaría... verte antes de que te fueras. ¿Podemos? ¿Puedo verte? Sé que...
Sonó el pitido que me avisaba que ya se había acabado el mensaje. Me mordí el labio. ¿Seria demasiado llamarlo otra vez?
Colgué y puse el teléfono contra mi pecho, con los ojos cerrados, tratando de pensar qué hacer ahora.
Me sentía como esas mujeres en las películas románticas: esas que levantan el teléfono y cuelgan, que suspiran, que vuelven a levantar el teléfono, marcan el número y vuelven a colgar.
¿Cuántas veces lo había hecho? Miles, miles de veces.
Revisaba los mensajes de texto y las llamadas de mi teléfono cada cinco segundos, pensando que podría haberse quedado en silencio, sin batería y yo no me hubiese dado cuenta. Pero no, la realidad era que él no me había llamado.
Y no lo culpaba.
Yo era un desastre, un maldito desastre que no sabía qué hacer y al que se le acaba el tiempo.
Estaba segura de que el día antes de que Joaquín tuviera que partir a España —o incluso el mismo día—, me pondría tan histérica que incluso sin saber qué le diría, correría hasta su casa y vomitaría todo lo que estaba pensando, todo, sin reparos y sin pensarlo. Pero yo no quería eso.
Quería poder conversar con él, entender lo que me pasaba. Y para eso lo necesitaba cerca. Estar aquí sólo me estaba haciendo perder los nervios.
Miré, resuelta, mi abrigo que colgaba tras de mi puerta.
Podría ir a su casa ahora, pero nadie me aseguraba que estuviese ahí.
Podía llamar a Marce y preguntarle si sabia algo de él, si sabía que estaría haciendo estos días o si le harían alguna despedida…
Lancé un suspiro de exasperación.
Necesitaba verlo antes de que se fuera, hablar con él, mirarlo, cualquier cosa... Que no se fuera sin poder verlo reír, tranquilo, cerca mío. ¿Eso era de locos?
Ni siquiera sabia que me pasaba por lo cabeza, mi corazón era un torbellino de sentimientos que me tiraban en todas direcciones y mi cabeza no paraba de pensar qué podía hacer, qué estaba sintiendo. Como diría Lore " mi vida era una ensalada".
¿Que pasaba si no podía verlo? ¿Y si se iba a España y no hablábamos antes?
Me tiré en mi cama y cerré los ojos, apretándolos lo más fuerte que podía.
No quiero que te vayas, no quiero que te vayas, no quiero que te vayas.
***
—Envíale un mensaje y dile que se junten en alguna parte —me dijo más tarde Lore ese día.
Estábamos en mi casa, ambos mirando mi teléfono como si pudiera decirnos los secretos del universo.
—No sé que decirle.
—Estoy segura que cuando lo veas, lo vas a saber.
Negué con la cabeza. ¿Era muy loco querer decir algo ensayado? ¿Poder estar tranquila sabiendo que no se me iba a escapar nada “extraño” cuando lo viera?
—¿Extraño cómo?
Mierda, había hablado en voz alta.
—¿Ah?
—No te hagas la loca conmigo Chia. ¿Qué no se te vaya a escapar decirle algo extraño como qué?
Me miré los dedos de las manos y sentí como mis intestinos hacían una fiesta, bailando de arriba abajo, retorciéndose unos con otros, muy compañeros.
—No sé, Lore. Algo extraño como… un te quiero que no sea de amigos o algo así.
Lore sonrió, satisfecha.
—¿Lo quieres más que como un amigo?
No me iba a poner a pensar en eso. No de nuevo.
—No lo sé, Lore. Y es eso exactamente lo que he intentado aclarar estos días, de verdad que sí, pero no puedo. Sé que me va a doler que se vaya, pero estoy tratando de entender si es por…
Lore negaba con la cabeza.
—¿Qué?
—¿Sabes? Si lo quisieras de verdad, desde aquí —se tocó el lado izquierdo de su pecho— no te costaría tanto entenderlo, te dejarías llevar.
Me enojé tanto, tanto. ¿Cómo podía no entenderme?
—¿Crees que no tengo miedo de saber lo que siento? ¿De exponerme de nuevo?
—Buen punto.
—Claro, buen punto. Arréglalo, como si fuese tan fácil decirme que no lo quiero y luego darme la razón. Estás loca.
—La loca eres tú, amiga. Tienes a uno de los mejores hombres que he conocido, y eso que lo conozco hace poco, loco por ti y a ti no se te mueve ni una sola fibra.
Me desinflé en el sofá. Estaba cansada de pensar, de sentir. No quería sentir más.
Se me pasó por la cabeza, una vez más, que convertirme en un gusano sin sentimientos ahora mismo sería un regalo estupendo.
—¿Por qué no lo llamas de nuevo?
—Lo llamé y le dejé un mensaje, ya te dije y no ha…
—No te va a devolver la llamada, lo sabes. Él no se va a acercar esta vez amiga, vas a tener que ser tú.
—¡Pero si le dije que quería verlo! ¿Qué más quiere que le diga? ¿Qué me arrastre de rodillas?
Lore me sonrió.
—Conociéndolo, no me extrañaría.
Bufé.
—Por mí que espere de brazos cruzados.
Lore abrió los ojos como platos. Luego hizo una pequeña mueca y se dio la vuelta para mirarme de frente.
—¿Quieres que se vaya?
—No.
—¡Pues entonces, abúrrete! ¡Ve a su casa y dile eso, por un carajo!
La miré sorprendida.
—¿Y cuando me pregunte por qué no quiero que se vaya?
—Pues… le das un beso y ya está. O bien puedes hacer las maletas e irte con él.
Ya, ahora se está poniendo a hablar locuras.
—Nop.
—Chiara, me estás aburriendo. Te quiero, pero esto ya llega a ser ridículo. —Tomó su bolso y se levantó del sofá—. Te quiero y te apoyo en lo que quieras hacer, pero no dejes que él se vaya. Te vas a arrepentir.
Me dio una mueca, medio para animarme, medio exasperación y camino hasta la puerta.
Se dio la vuelta cuando tocó el pomo.
—Sabes… —se corrió un mechón que le tapaba los ojos—, me gusta Daniel. Mucho.
Casi me ahogué con mi propia saliva.
—Y lo voy a invitar a salir, en plan “quiero ser algo más que amigos”. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Porque eso es lo que hace la gente valiente. Se lanza de cabeza a la piscina sin importarle lo que pueda pasar. —Levantó su mano e hizo un circulo para despedirse, como el que hacía Pocahontas—. Piensa en eso. Si yo me arriesgo, tú también puedes. Te quiero.
Abrió la puerta y salió muy tranquila, como si lo que acababa de decir no fuera una presión extra.
Manu se removió a mis pies, recostando su cabeza contra una de mis zapatillas, moviéndola de lado a lado tratando de buscar comodidad. Cuando no la encontró, se dio la vuelta, puso su trasero sobre la zapatilla y su cabeza sobre una de sus patas. Lanzó un suspiro  —sí, mi perro suspiraba— y siguió durmiendo.
—Yo ya me he lanzado de cabeza demasiadas veces —dije bajito.
Solté un suspiro y recosté mi cabeza contra el sofá.
Puse mi brazo contra mis ojos, los cerré y se me cayó una lágrima que llegó de la nada. 

Treinta y siete


“Hola tú, esto, ¿Qué es?”

—¿Vamos a tomar una cerveza? —Pame, Ernesto y Dani miraron a Lore con cara de emoción. Yo no—. Hace tiempo que no vamos.
—Y por eso nos  toman como un grupo de alcohólicos —les dije riendo—. Yo no puedo ir, vayan ustedes.
—¿Por qué no? —me preguntó Er con cara de odio.
—Tengo… tengo que salir con mi mamá. —No sé mentir—. Lo siento.
—¡Fome! —me gritó Dani—. No importa, disfrutaremos sin ti.
No sabía como iba a salir de la Uni sin que mis amigos vieran a André. Lo único por lo que  podía rezar, era para que él se hubiese atrasado.
Comenzamos a caminar hacia la salida—Ernesto cantándole una oda a la cerveza—, hasta que Lore se quedó de piedra unos pasos antes de la salida, mirando fijamente.
Mierda.
—Pensé que no le habías respondido —me dijo enfadada Lore.
—No creas que lo hice porque voy a volver con él.
—No se me ocurre otra razón, Chia.
—Sólo quiero escuchar que es lo que quiere decirme, nada más, te lo prometo.
Negó con la cabeza un par de veces y me miró con los brazos cruzados sobre su pecho.
—No me vengas llorando después, no se te ocurra.
Se dio media vuelta y caminó en dirección a la salida. Me quedé con los ojos como plato mirándola mientras se iba.
Pame y Dani fruncieron el ceño, dijeron adiós con la mano, y la siguieron.
Ernesto se quedó congelado a mi lado.
—¿Qué hace el guapetón aquí?
—No sé Er, estoy loca.
—¿Y Joaquín?
Pregúntame cualquier cosa menos eso, Ernesto. Cualquier cosa menos eso.
—No sé nada Er. Tengo que hablar con André primero, Joaquín me va a esperar.
—España no espera a nadie querida, y cuando te des cuenta de cuanto en verdad te importa, él ya se va a haber ido.
—No me digas eso —le dije en un suspiro.
—Lo digo porque te quiero. Lo has querido toda tu vida  y no quiero que te des cuenta tarde, aprovéchalo, quiérelo, disfrútalo.
Al igual que Lore, se dio media vuelta y se fue. Al llegar a la altura de André, hizo un movimiento de cabeza en su dirección a modo de saludo y siguió de largo.
Me quedé de piedra, no solo por lo que me dijo Ernesto, sino porque lo hubiese dicho. Él solía bromear mucho, y muy pocas veces decía cosas como esa con la intensidad con las que me dijo aquel entonces.
¿Cómo se supone que iba a habar ahora con André después de escuchar todo eso? ¿De estar sentada con él mientras sintiera que estaba perdiendo el tiempo?
Me acerqué, casi con miedo, hasta donde estaba él esperándome.
Mi corazón no se volvió loco ni me bailaron mariposas en el estómago, y sabía perfectamente que no era porque ya no sintiera nada por él —en el fondo sabía que lo seguía queriendo—, sino que estaba tan concentrada aun en lo que me había dicho Er que no podía procesar que, después de tanto tiempo, estaba finalmente frente a André.
—Hola —me dijo, y su sonrisa hizo que al fin saliera del aturdimiento.
—Hola —le dije mirándolo con desconfianza—. ¿Qué pasa?
—¿Caminemos?
Me encogí de hombros y me puse a caminar a su lado.
Caminamos en silencio muchas cuadras, su brazo al lado del mío enviaba corrientes eléctricas por todo mi cuerpo cada vez que se tocaban. Su mano trató de tomar la mía, pero la saqué rápidamente y la metí en los bolsillos de mi pantalón. De pronto, pensar en que me tocara se sintió incorrecto, malo. Muy, muy desagradable.
Me estremecí con el pensamiento, pero él no se dio cuenta.
—¿Cómo has estado? —me pregunto mientras miraba la gente que pasaba por nuestro lado.
—Bien, casi terminando todo ya. ¿Y tú?
—No tan bien.
Me puse a la defensiva en cuanto escuché su respuesta. No sé por qué, simplemente sentí que no me iba a gustar lo que siguiera contando.
—¿Qué pasó? —Tuve que animarlo a seguir porque se había quedado extrañamente callado.
—Problemas por todas partes, problemas de esos que te sacan de quicio.
Lo miré, extrañada, por el rabillo del ojo; tenía su mandíbula fuertemente cerrada y se marcaba la vena que tenía en la cien. Estaba enojado y no tenía idea por qué, y la verdad, me daba miedo preguntarle la razón.
Así que dejé pasar el tema hasta que, de forma inconsciente, llegamos a una plaza cercana  a mi Uni. Nos sentamos en uno de los bancos y seguimos en silencio por un par de minutos hasta que él volvió a tomar la palabra.
—Te extraño. —Giré la cabeza de golpe cuando lo escuché.
Yo no. Las palabras estuvieron a punto de salir de mi boca, sin mi permiso. Y me di cuenta de que era verdad. Hace días que no pensaba en él como antes, que no lo extrañaba —anhelaba— como lo solía hacer.
La pregunta que se me formó en la cabeza fue culpa de lo que me había dicho Ernesto, en parte, pero no pude dejar de pensar que, inconscientemente, me la estaba haciendo hace mucho tiempo.
¿Te amé de verdad? ¿A ti? ¿Todo tú, la imagen real y no lo que yo quise creer que eras?
Me miró esperando que le respondiera algo, sus ojos brillantes y expectantes, pero no podía responderle nada.
¿Qué le iba a decir?
Había bloqueado esas preguntas, todos esos pensamientos de mi mente por el miedo de su significado, por miedo a darles respuestas, porque definitivamente quedaría vacía si les daba respuesta, y cuando lo conocí, lo que menos necesita era más vacío rodeándome.
Así que opté por hacer como si no le hubiese escuchado.
—¿Cómo está Macka?
No lo pregunté de crueldad, para nada, pero me dolió en el alma haberlo dicho cuando vi como se contrajo de dolor su cara.
—No lo sé, no he hablado con ella.
Fruncí el ceño y lo miré con ojos interrogadores.
—Terminamos.
Mi boca tocó el piso, estuve segura, y un jadeo de sorpresa se me quedó atrapado en la garganta.
—¿Qué… qué pasó?
—Da igual, terminamos, eso es todo.
La única razón lógica que se me ocurría era que él se hubiera enterado de que ella lo engañaba. Pero, ¿por qué no decirme? ¿Hería su orgullo de hombre contarme que lo habían cambiado por otro? ¿Era eso?
Lo presioné un poco.
—Pero ella está… —lo miré dudosa—. Aún está embarazada, ¿verdad?
—Si, aún lo está. —Ese destello de dolor volvió a pasar por sus ojos y me di cuenta de que sí, se había enterado del engaño de Macka, y de que de verdad le había dolido.
No podía imaginarme como debe haber sido mentalizarse en que serás papá, serás responsable de alguien tan pequeño que no puede valerse por si mismo, alguien de tu propia sangre, y que de pronto, ¡zas! Llegué la posibilidad de que no sea tuyo.
Sentí lástima por él.
Volvió a repetirlo—: Te extraño.
Mi cabeza estaba pensando en un millón de cosas, ninguna de ellas coherente, todos pensamientos, ideas, preguntas escondidas que precisaban respuesta pero que no me atreví a hacer.
¿De verdad te quise, André? ¿De verdad lo hice?
—¿De verdad me extrañas? —le pregunté mirándolo fijamente para medir su reacción. Sus cejas se levantaron de sorpresa.
—Muchísimo.
—¿Estás seguro que no me extrañas ahora porque ya no la tienes a ella?
—¿No te das cuenta, Chia? Ahora sí puedo admitir que te extraño. Cambia todo. ¿Me extrañas?
No.
—No lo sé.
Cerró los ojos, como dándose cuenta de que había llegado muy tarde.
Quise decirle que ese no era el problema, que el problema fue que llegó en mal momento, no ahora, sino que la primera vez que nos vimos. Quise decirle que fui cobarde y que no había querido darme cuenta de nada. Que lo quise, pero no lo amé a él. Amé la idea de estar con él y tener a alguien que me sacara del hoyo en el que estaba. Alguien que me diera fuerzas y animo para seguir. Que no lo hice por ser una cruel persona, que jamás me di cuenta que lo estaba haciendo por eso.
Ahora lo veía todo claro.
¿Dije yo, cuando terminé con él, que no quería usar a Joaco para sacármelo de la cabeza? Trazo error. Él ya había sido el clavo en mi vida, él ya había ayudado a sacarme a alguien de la cabeza.
¿Cómo le dices a alguien todo eso? ¿Después de los llantos, las decepciones y de todo lo que habíamos pasado? ¿Cómo le dices a alguien “sabes que, todo eso jamás fue real, tan real como quise que fuera”?
Dejé salir un suspiro e incliné mi cabeza, mareada por el bombardeo de sensaciones y pensamientos.
—¿Quieres ser papá?
La pregunta lo tomó por sorpresa, pero sus ojos respondieron antes de que su voz dijera algo. Su mirada se iluminó por completo y las comisuras de su boca se levantaron en una sonrisa.
—Sí —me dijo con una tenue sonrisa, la sonrisa más tierna y cálida que le había visto en todo el tiempo que nos conocíamos.
—Se te nota —le dije, sonriendo en respuesta a su sonrisa—. Creo que serás un buen papá.
Su boca hizo un mohín pero luego se relajó, como entendiendo que este era el fin de la conversación y que no teníamos nada más que decir.
—Espero serlo. —Sonrío por completo ahora, una hermosa sonrisa de oreja a oreja que por un segundo, hizo que mi corazón se saltara un latido—. Quiero que cuando sea grande, me mire y se sienta orgullo de ser mi hijo.
Levanté mi mano y apreté la suya.
—Apuesto a que sí. 

Treinta y seis


“Pensar, luego actuar.”

No lo busqué. No podía hacerlo.
En los siguientes siete días, pensé cada día en él y lo odié por eso.
Cada día traté de entenderme, de entender qué era lo que sentía en verdad por él, pero siempre llegaba a la misma conclusión: no tenía idea.
Lo único que tenía claro de todo esto, es que no quería que se fuera. Estaba segura de que la sensación de vacío que me oprimía el pecho cada vez que pensaba en él estando lejos, no era muy parecido a la que tendría una mujer si su mejor amigo viajara.
Se me pasó muchas veces por la cabeza ir a buscarlo, decirle que se quedara, y que cuando me preguntara por qué demonios le decía eso, por qué quería que se quedara, le diría que lo podía ir descifrando con el tiempo, pero que para eso lo necesita a él aquí. No lejos de mí.
Pero toda esa idea quedó olvidada, cuando el jueves de esa semana se apareció Macka en el Consultorio.
Yo venía saliendo de uno de los box de atención cuando la vi. Me quedé de piedra en la puerta, fulminándola con la mirada.
Salió corriendo en dirección a donde yo estaba, quise hacerme pequeña y desaparecer del pasillo. Pero no me tomó en cuenta.
Giré la cabeza hacia la derecha y vi que un poco más allá, estaba André conversando con Pato.
En un parpadeo, ella llegó a su lado y le rodeo el cuello con las manos. Él se sorprendió un poco, pero le dio una sonrisa tierna, cálida, no una que le das a alguien con la que hace nada querías terminar.
Inclino su cabeza y le dio un beso, le acarició la mejilla mientras lo hacía.
Los celos me consumieron por dentro, se me llenaron los ojos de lágrimas. ¿A quién engañaba yo? Lo quería tanto tanto que aun dolía.
Pato se puso a conversar con ellos y cada cierto tiempo miraba a su alrededor buscando algo.
Cuando sus ojos encontraron los míos, entrecerró los ojos e hizo una mueca de dolor.
André siguió su mirada y cuando me vio, sus manos cayeron de la cintura de Macka y se quedó rígido. Ella mi miró extrañada y cuando me vio, hizo algo que me dejó helada: se puso de perfil —estaba usando una blusa apretadísima—, y curvo un poco la espalda, sacando un poco su estómago hacia afuera. Ahí, aunque muy poco notorio, había un bultito.
Ella lo miro y se lo acarició con las manos, haciendo círculos y moviendo la boca como si estuviera cantando una nana.
Ardí de rabia, yo sabía que estaba embarazada, lo tenía claro, pero eso no le daba el derecho de restregármelo por la cara de esa manera. ¿Le importaba su hijo? ¿Lo quería? ¿O lo hacía sólo para tener a André para ella?
André nunca se dio cuenta de lo que su noviecita hizo, Pato tampoco.
Cuando los ojos de André finalmente dejaron los míos, después de lo que parecieron horas, tomó la mano de Macka y se la llevó hacia afuera.
¡Ella estaba engañando a André, por la mierda!
Y yo tenía que morderme la lengua y hacer como si nada pasara.
Tuve que cerrar los puños para obligarme a quedarme parada en donde estaba y no salir corriendo tras de él. Quería gritarle que ella lo engañaba, necesitaba decírselo. Ver si, sabiendo eso, volvía conmigo.
Patética Chia, eres patética.
Pato me llamó con un movimiento de mano, y movió la cabeza de un lado para otro. Entendí el mensaje: No se te ocurra a hacerlo.
Lo miré con odio. Sabía que no podía hacer eso, pero si sabía que debía hacer algo, otra cosa que debía haber hecho hace mucho tiempo.
***
A Lore no la vi hasta el lunes de la semana siguiente.
Tenía claro lo que debía hacer, pero cuando me imaginaba que dejaría de hablarme por quedarme callada tanto tiempo, o ver cómo se iba a romper cuando lo supiera, me volvía una cobarde y no quería decirle nada.
Llegué temprano a la Uni ese día, y la esperé en la entrada con un Mocha Blanca alto, su favorito.
Cuando llegó, me quedé de piedra, sorprendida como nunca.
Venía conversando con Daniel, riéndose a mandíbula batiente, con su brazo enganchado con el de él.
Wow.
—¡Hola tú! —me dijo Lore, acercándose a saludarme y soltando su brazo del de Daniel. No tenía cara de “oh, me pillaron”, para nada.
—Hola. —Soné un poco seca, pero seguía en estado de semi shock. La miraba a ella, y miraba a Daniel, el que me miraba con una sonrisa en la cara y encogiéndose de hombros.
—Hola, Chia —me dijo éj, dándome un beso en la mejilla.
—Hola. —Traté de sonreírle—. Si hubiera sabido que venían los dos, te hubiese traído uno también —dije, moviendo el café de Lore que tenía en la mano.
—No tomo café, sólo té —dijo con una sonrisa.
Lo miré como si fuese extraterrestre.
—Raro, ¿verdad? —dijo Lore, dándole un pequeño empujón en el brazo.
Él alargó la mano como si quisiera acariciarle el brazo, pero en el último minuto la dejó caer, incómodo.
Eso sí que es raaaro.
—Damas, yo tengo que irme. Un gusto verte Chia. —Se despidió de mi con un beso en la mejilla—. Nos vemos, Lo.
De ella también se despidió con un beso, pero demoró unos segundos más do normal en soltarla.
Se dio la vuelta, y caminó en dirección contraria a la que venían.
Le extendí el vaso de café a mi amiga y me puse a caminar hacia el patio trasero de la Uni.
—Oye, ¡espérame!
Me giré para mirarla, y comencé a caminar de espaldas.
—¿Qué fue eso?
—¿Qué fue qué?
—Lore… —le dije, con voz de reprimienda.
—Nah, no fue nada.
—¡Lorena! —Me miró con los ojos abiertos como platos—. Escupe, ahora.
Se quedó quieta en donde estábamos y sus mejillas se sonrojaron.
—Puede que hayamos salido ayer.
Pestañeé varias veces, procesando la información.
—¿Ayer? —La miré frunciendo el ceño—. ¿Ayer en la tarde o en la noche?
—Noche —me dijo en un susurro.
Di un paso atrás.
—¿Te… te…?
Levantó la mirada, enojada.
—¡Por supuesto que no! ¿Qué crees que soy?
—No, nada, perdón.
Comencé a respirar pesadamente, como lo hacía cuando estaba enojada.
Siguió caminando en dirección al patio sin siquiera esperarme. Caminé detrás de ella arrastrando los pies.
Me senté junto a ella en una de las bancas, retorciendo mis manos, nerviosa de lo que tenía que decir ahora.
Pero ella se me adelantó.
—No pasó nada. Fuimos a tomar cerveza y… no sé, perdí la noción del tiempo. Cuando miré el reloj eran más de las 5 de la mañana, así que me dijo que podía dormir en su casa. Vive con sus papás —me dijo atropelladamente—. No pasó nada, y nada va a pasar tampoco. Simplemente somos amigos.
Negué con la cabeza, segura de que ni siquiera ella se lo creía, pero lo dejé pasar.
—Si tú lo dices.
Nos quedamos en silencio unos minutos, hasta que ella volvió a hablar de nuevo.
—¿Qué querías decirme tú?
—¿Ah?
Movió el vaso de café, ahora casi vacío.
—Trajiste esto. Mocha Blanco en horario de clase significa problemas. ¿Qué pasa?
Respiré profundo, tratando de pensar en la mejor manera de decírselo. Lo pensé durante todo el fin de semana, y no se me ocurrió nada. Pero sabía que tenía que contárselo.
—Lore… —La miré y me rasqué el cuello, señal de que estaba nerviosa—. Sé con quién te engañó Pato.
Mi miró extrañada al comienzo, luego se puso seria.
—¿Con quién?
Me mordí el labio.
—Con Rossy.
De todas las cosas que se me pasaron por la cabeza que podría hacer Lore cuando le dijera el nombre de Rossy, que se riera no se me ocurrió nunca.
Pero eso hizo. Comenzó a reírse y a mirarme como si de verdad estuviera loca.
—¿Ellos dos? ¿Juntos? —Se tapó la boca con una mano y siguió riéndose—. ¡Imposible Chia, si apenas se conocen!
La miré y comencé a negar con la cabeza. Cuando se dio cuenta de que yo no me reía y mucho menos le decía “es una broma”, la risa paró abruptamente.
—¿En… en serio?
Asentí con la cabeza una sola vez.
De acuerdo, ahora se pone a llorar, fue lo que pensé. Sería lo obvio, ¿verdad? Eso o que saliera corriendo con ganar de ahorcar a Rossy. Si lo hubiera hecho, no la habría detenido.
Pero no, se quedó ahí quieta, como procesando lo que le había dicho.
—¿Desde cuándo? —Me encogí de hombros porque realmente no tenía idea desde cuando estaban juntos. Lore me fulminó con la mirada—. ¿Hace cuánto tiempo que lo sabes?
Ay no.
Me mordí el labio. Esto era lo que me temía más que nada, que me odiara.
—Lore, por favor.
—Simplemente dime desde cuándo lo sabes.
—Mmmm… —Me devané los sesos por darle una fecha exacta—. ¿Finales de Octubre?
 —Hace casi un mes —susurró Lore. Habló con los ojos cerrados—. ¿Por qué no me dijiste Chia?
—Me dio miedo lo que podía pasarte cuando supieras.
—Mejor que fuera una ignorante, ¿cierto? —dijo en un susurro.
Me acerqué a ella y la rodeé con un brazo. Apoyó su cabeza en mi hombro y se quedó ahí, quieta, hasta que el patio fue vaciándose de gente y quedamos sólo nosotras dos.
Después de un par de minutos se enderezó y se secó una lágrima, tratando de que yo no la viera.
—No me lo puedo quitar de la cabeza.
—Lo sé.
¿Cómo no entenderla? Estuve en su lugar cuando terminé con Ignacio, después de que me cayera un balde de agua fría con André… ¿cómo podría no entender todo lo que sentía?
Se giró para mirarme y exhaló un suspiro bastante ruidoso.
—Ya está. No pienso esperarlo más.
Parpadeé un par de veces sin poder creer que lo me dijo.
—¿En serio?
—¿Qué se cree? ¿Que lo voy a estar esperando toda mi vida? Que se quede con la otra estúpida, allá él.
Se levantó de la banca y se fue dando grandes zancadas hacia los ascensores. Tuve que correr detrás de ella.

La primera persona que vimos cuando llegamos a la sala donde teníamos clase, fue a Pame.
—¿Y ustedes flojazas? ¿Dónde andaban?
—Matando el tiempo en el patio —le respondí rápidamente—. No teníamos ganas de entrar.
—No se han perdido de nada interesante la verdad, esto está como para dormir a la mitad de la población mundial.
Entramos a la sala y nos sentamos en las butacas del final, en donde Dani y Er nos tenían asientos guardados.
Después de saludarlos nos sentamos, y escuché a Lore dar un pequeño bufido.
—¿Qué? —Me giré para mirarla—. ¿Qué pasó?
—Es que la miro y me hieeerbe la sangre. —Habló con los dientes apretados, su ojo derecho tiritando—.  Te juro que podría ir y golpearla, de verdad que sí.
—Pero no lo vas a hacer. —La afirmé de la manga de su chaleco para evitar cualquier problema—. Eso solo serviría para que ella se sienta más cosa de lo que es.
Mi amiga cerró los ojos por unos segundos y cuando los abrió, parecía más calmada.
—Estúpida —dijo entre dientes.
Me reí y sacudí la cabeza.
—Gran tonta.
Comenzó a reír ella también y se relajó completamente, no volvió a atravesar con la mirada a Rossy.
Nos quedamos conversando entre susurros cuando comenzó la clase, hablando de todo y de nada, tratando de mantener su mente alejada de la noticia que le había dado.
Pero la distracción no me duró mucho tiempo, porque en medio de la historia de Lore de su salida de la noche anterior con Daniel, mi celular vibró en mi bolsillo. Lo saqué y miré la pantalla para abrir el mensaje y me desconcentré por completo.
—Chia, ¿qué pasa?
No le dije nada, solo pude levantar el celular y mostrarle el mensaje.
Se acercó y entrecerró los ojos para leer.
—¿Quién quiere verte? No tienes ese número guardado.
Pero daba igual que no lo tuviera guardado, ese número lo conocía de memoria.
—André —le dije, apretando la tecla “responder”—, él quiere verme.
—¡¿Qué?! —La palabra le salió en un grito ahogado—. ¿Por qué quiere verte? Le vas a decir que no… ¿Cierto? —Me miró fijamente cuando no lo negué—. ¿Chia?
—No sé para qué quiere hablarme Lore, le dije que no quería que me volviera a buscar. ¿Y si es algo importante?
—Da igual Chiara, tú no vas a hablar con él.
—Pero…
Me quitó el celular de las manos y apretó “cancelar” para el mensaje que le estaba escribiendo.
—No le vas a responder nada y no vas a hablar con él. ¡Cuarentena! ¿Me has escuchado? Ni tú ni yo volveremos a contactar a esos hombres del infierno.
Me encogí de hombros y me guardé el celular en el bolsillo del pantalón.
Treinta minutos después, cuando Lore no aguantó más el aburrimiento y se quedó dormida apoyada en el hombro de Er, le respondí a André de todas formas.
Salgo de clases a las cuatro, ¿nos juntamos en el centro?
Quince segundos después, me llegó su respuesta.
No, te voy a buscar a la Uni. Espérame.