7 de noviembre de 2012

Treinta y ocho


“De haberlo sabido…”

—Hola.  —Me  sentía  estúpida  hablando  con  una  máquina  pero,  ¿qué  más  iba  a  hacer?—. Había tratado de llamarte…. ¿Estás nervioso? Te quedan sólo cuatro días. —Se me salió una risita nerviosa—. ¿Qué se siente? —Me quedé en silencio unos segundos, pensando en algo más inteligente para decirle. No se me ocurrió nada—. Me gustaría... verte antes de que te fueras. ¿Podemos? ¿Puedo verte? Sé que...
Sonó el pitido que me avisaba que ya se había acabado el mensaje. Me mordí el labio. ¿Seria demasiado llamarlo otra vez?
Colgué y puse el teléfono contra mi pecho, con los ojos cerrados, tratando de pensar qué hacer ahora.
Me sentía como esas mujeres en las películas románticas: esas que levantan el teléfono y cuelgan, que suspiran, que vuelven a levantar el teléfono, marcan el número y vuelven a colgar.
¿Cuántas veces lo había hecho? Miles, miles de veces.
Revisaba los mensajes de texto y las llamadas de mi teléfono cada cinco segundos, pensando que podría haberse quedado en silencio, sin batería y yo no me hubiese dado cuenta. Pero no, la realidad era que él no me había llamado.
Y no lo culpaba.
Yo era un desastre, un maldito desastre que no sabía qué hacer y al que se le acaba el tiempo.
Estaba segura de que el día antes de que Joaquín tuviera que partir a España —o incluso el mismo día—, me pondría tan histérica que incluso sin saber qué le diría, correría hasta su casa y vomitaría todo lo que estaba pensando, todo, sin reparos y sin pensarlo. Pero yo no quería eso.
Quería poder conversar con él, entender lo que me pasaba. Y para eso lo necesitaba cerca. Estar aquí sólo me estaba haciendo perder los nervios.
Miré, resuelta, mi abrigo que colgaba tras de mi puerta.
Podría ir a su casa ahora, pero nadie me aseguraba que estuviese ahí.
Podía llamar a Marce y preguntarle si sabia algo de él, si sabía que estaría haciendo estos días o si le harían alguna despedida…
Lancé un suspiro de exasperación.
Necesitaba verlo antes de que se fuera, hablar con él, mirarlo, cualquier cosa... Que no se fuera sin poder verlo reír, tranquilo, cerca mío. ¿Eso era de locos?
Ni siquiera sabia que me pasaba por lo cabeza, mi corazón era un torbellino de sentimientos que me tiraban en todas direcciones y mi cabeza no paraba de pensar qué podía hacer, qué estaba sintiendo. Como diría Lore " mi vida era una ensalada".
¿Que pasaba si no podía verlo? ¿Y si se iba a España y no hablábamos antes?
Me tiré en mi cama y cerré los ojos, apretándolos lo más fuerte que podía.
No quiero que te vayas, no quiero que te vayas, no quiero que te vayas.
***
—Envíale un mensaje y dile que se junten en alguna parte —me dijo más tarde Lore ese día.
Estábamos en mi casa, ambos mirando mi teléfono como si pudiera decirnos los secretos del universo.
—No sé que decirle.
—Estoy segura que cuando lo veas, lo vas a saber.
Negué con la cabeza. ¿Era muy loco querer decir algo ensayado? ¿Poder estar tranquila sabiendo que no se me iba a escapar nada “extraño” cuando lo viera?
—¿Extraño cómo?
Mierda, había hablado en voz alta.
—¿Ah?
—No te hagas la loca conmigo Chia. ¿Qué no se te vaya a escapar decirle algo extraño como qué?
Me miré los dedos de las manos y sentí como mis intestinos hacían una fiesta, bailando de arriba abajo, retorciéndose unos con otros, muy compañeros.
—No sé, Lore. Algo extraño como… un te quiero que no sea de amigos o algo así.
Lore sonrió, satisfecha.
—¿Lo quieres más que como un amigo?
No me iba a poner a pensar en eso. No de nuevo.
—No lo sé, Lore. Y es eso exactamente lo que he intentado aclarar estos días, de verdad que sí, pero no puedo. Sé que me va a doler que se vaya, pero estoy tratando de entender si es por…
Lore negaba con la cabeza.
—¿Qué?
—¿Sabes? Si lo quisieras de verdad, desde aquí —se tocó el lado izquierdo de su pecho— no te costaría tanto entenderlo, te dejarías llevar.
Me enojé tanto, tanto. ¿Cómo podía no entenderme?
—¿Crees que no tengo miedo de saber lo que siento? ¿De exponerme de nuevo?
—Buen punto.
—Claro, buen punto. Arréglalo, como si fuese tan fácil decirme que no lo quiero y luego darme la razón. Estás loca.
—La loca eres tú, amiga. Tienes a uno de los mejores hombres que he conocido, y eso que lo conozco hace poco, loco por ti y a ti no se te mueve ni una sola fibra.
Me desinflé en el sofá. Estaba cansada de pensar, de sentir. No quería sentir más.
Se me pasó por la cabeza, una vez más, que convertirme en un gusano sin sentimientos ahora mismo sería un regalo estupendo.
—¿Por qué no lo llamas de nuevo?
—Lo llamé y le dejé un mensaje, ya te dije y no ha…
—No te va a devolver la llamada, lo sabes. Él no se va a acercar esta vez amiga, vas a tener que ser tú.
—¡Pero si le dije que quería verlo! ¿Qué más quiere que le diga? ¿Qué me arrastre de rodillas?
Lore me sonrió.
—Conociéndolo, no me extrañaría.
Bufé.
—Por mí que espere de brazos cruzados.
Lore abrió los ojos como platos. Luego hizo una pequeña mueca y se dio la vuelta para mirarme de frente.
—¿Quieres que se vaya?
—No.
—¡Pues entonces, abúrrete! ¡Ve a su casa y dile eso, por un carajo!
La miré sorprendida.
—¿Y cuando me pregunte por qué no quiero que se vaya?
—Pues… le das un beso y ya está. O bien puedes hacer las maletas e irte con él.
Ya, ahora se está poniendo a hablar locuras.
—Nop.
—Chiara, me estás aburriendo. Te quiero, pero esto ya llega a ser ridículo. —Tomó su bolso y se levantó del sofá—. Te quiero y te apoyo en lo que quieras hacer, pero no dejes que él se vaya. Te vas a arrepentir.
Me dio una mueca, medio para animarme, medio exasperación y camino hasta la puerta.
Se dio la vuelta cuando tocó el pomo.
—Sabes… —se corrió un mechón que le tapaba los ojos—, me gusta Daniel. Mucho.
Casi me ahogué con mi propia saliva.
—Y lo voy a invitar a salir, en plan “quiero ser algo más que amigos”. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Porque eso es lo que hace la gente valiente. Se lanza de cabeza a la piscina sin importarle lo que pueda pasar. —Levantó su mano e hizo un circulo para despedirse, como el que hacía Pocahontas—. Piensa en eso. Si yo me arriesgo, tú también puedes. Te quiero.
Abrió la puerta y salió muy tranquila, como si lo que acababa de decir no fuera una presión extra.
Manu se removió a mis pies, recostando su cabeza contra una de mis zapatillas, moviéndola de lado a lado tratando de buscar comodidad. Cuando no la encontró, se dio la vuelta, puso su trasero sobre la zapatilla y su cabeza sobre una de sus patas. Lanzó un suspiro  —sí, mi perro suspiraba— y siguió durmiendo.
—Yo ya me he lanzado de cabeza demasiadas veces —dije bajito.
Solté un suspiro y recosté mi cabeza contra el sofá.
Puse mi brazo contra mis ojos, los cerré y se me cayó una lágrima que llegó de la nada. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No olvides que los escritos se nutren de tu opinión. Ya sea que te guste lo que está escrito o no, me importa saber lo que piensas.
Sólo recuerda hacerlo siempre con respeto :)