7 de noviembre de 2012

Treinta y cuatro


“A paso lento.”

Una semana después del paso número uno en la terapia de alcohol, comenzaba a ver el primer signo de mejora en mí: me reía, y mucho.
En el consultorio simplemente no le prestaba atención a André, ni él me buscaba a mí. Si te he visto, no me acuerdo. En algún momento, antes, habría pensado que llegar a este punto sería triste, pero ahora, me hacía bien.  Necesitaba estar lejos de él.
Me seguía doliendo horrores verlo, no paraba de repetirme una y otra vez él te pisoteó, él te pisoteó para tratar de que el dolor se fuera. Algunas veces servía, otras no.
Me entretenía viendo como Liz suspiraba por Mati, y como él la miraba sin que ella se diera cuenta. Esos dos serían perfectos juntos.
En cambio, ver a Rossy y a Pato juntos de arriba para abajo, como si fueran uno sólo era… extraño, y molesto, por decirlo menos. Los miraba con cara de odio cada vez que pasaban a mi lado. Al menos —y tenía que darles créditos por esto—, no se paseaban en la U como una pareja.
De Joaquín… nada. No llamaba, no me enviaba mensajes… nada. Nada desde el mensaje que me envío cuando estaba en el Trova. Se lo había tragado el mundo.
Ahí quedó tu “me gustas”. Yo sabía que entraría en razón, porque era extraño todo lo que había pasado. Yo sabía que en verdad lo que sentía por mí no era de verdad. Pero lo extrañaba. Su rosa estaba guardada dentro de uno de mis libros favoritos.

Estaba sentada en una banca en el patio de mi Uni fumándome un cigarro, cuando vi que Lore venía en mi dirección, hablando por teléfono y riéndose a carcajadas.
Gesticuló un “hola” con la boca, y se sentó a mi lado.
—¿Y qué? —dijo al teléfono aun riéndose—, ¿le vas a tirar a los pacos  encima?
Lo que le respondió la persona al otro lado del teléfono debió causarle risa, porque volvió a reírse con ganas.
—Ya tonto, te dejo, cuídate. —Sonrío mientras escuchaba a su interlocutor—. Ok, ¡chau! —Y terminó la llamada.
Me empezó a picar la curiosidad.
—¡Hola! —Me saludó una alegre y demasiado sonriente Lore. Fruncí el ceño—. ¿Cómo estás?
—Bien —le dije dudando.
—Que bueno. —Apoyó su espalda en la pared, y estiró sus piernas. Abrió su bolso y sacó una barrita de chocolate—.¿Quieres?
—No gracias. —Hice una pequeña pausa—. ¿Con quién hablabas? —pregunté, aunque ya sabía la repuesta.
—Con Daniel.
Se me escapó una risita.
Lore levantó una ceja, mirándome como si estuviese loca.
Esa había sido su repuesta durante toda la semana, cada vez que le preguntaba con quién estaba hablando, o cuando le llegaba un mensaje.
Mi amiga se reía a mandíbula suelta cada vez que hablaba con él, y la sonrisa le duraba todo el día. Estaba de buen ánimo, y ya no se arrastraba por los rincones.
Había vuelto a ser ella, y sus ojos estaban recuperando su brillo normal.
Su cambio no le había pasado desapercibido a nadie.
Creo que el que estaba más impresionado con el cambio, era Pato.
—¿Qué le pasa a Lore? —me había preguntado el viernes cuando iba saliendo del consultorio.
—¿Qué le pasa de qué? —le respondí con odio.
—La vi ayer en la U. —Se había quedado en silencio por unos segundos—. Está distinta.
—Está feliz —le dije, encogiéndome de hombros—. ¿Preocupado?
—No —respondió rápido—. Obvio que no.
—Sigue repitiéndotelo.
Cuando salí del consultorio, sabiendo que lo había dejado con la duda de por qué el cambio de en Lore, me sentí casi como si hubiese ganado algo.
Miré a mi amiga, que seguía dándole pequeños mordiscos a su chocolate.
—¿Por qué demonios me estás mirando? —me dijo Lore sin apartar la vista de enfrente.
—Va a ser tu cumpleaños —le dije con una sonrisa.
—Ajá. —Se volvió a verme—. Tiraré la casa por la ventana.
—¡Uy! Esto suena a reventón. —Junte mis manos, aplaudiéndome entusiasmada.
—¡Claro que sí! Tendrás que ayudarme a ver dónde lo haré.
—Por supuesto. —Le sonreí.
Nos quedamos mirando a la nada por un buen rato; ella pensando quizás en qué cosa, y yo, pensando en la inmortalidad del cangrejo.
—¿Sigue sin llamar? —preguntó de repente.
Casi le digo “André ya no me llama”, pero sabía que me estaba preguntando por Joaco.
—Nop.
—Voy a tener que hablar con ese tonto. Darte una rosa y después ¡Puf! Se lo traga la tierra.
Me encogí de hombros.
—Se dio cuenta que lo que dijo no tenía sentido. —Para mí era obvio, supuse que para ella también.
—No creo eso. —Lore negaba enérgicamente con la cabeza—. Tú nunca le respondiste el mensaje el otro día.
—¿Y qué? ¿Se supone que si se aburre de “buscarme” es mi culpa? Yo nunca quise que me buscara, en primer lugar. Es raro.
Ella no me hizo caso.
—El pobre debe estar llorando en un rincón —dijo con voz triste.
—¿Él? ¿Llorando? —La sola idea hacia que me dieran ganas de llorar de la risa—. Imposible.
—Eres cruel, Chia —me dijo Lore apuntándome con un dedo acusador.
—¡Oye! ¡Se supone que eres mi amiga! ¿Qué es esta forma de tratarme? Yo no he hecho nada malo.
—Te voy a decir esto porque te quiero y eres mi amiga: Cuando lo quieras de vuelta, te vas a arrepentir, él ya no va a estar. ¿Para qué quieres seguir esperando a André? —Cuando dijo esto la iba a interrumpir, yo no esperaba a nadie, pero ella siguió hablando—. Él va a ser papá pronto, no es un hombre que no tome responsabilidad de sus actos. Da vuelta la página amiga, quédate con Joaco.
—¿Por eso estás hablando tanto con Daniel? ¿Por qué sabes que Pato no va a volver?
A penas dije eso me arrepentí. Sonó cruel y despiadado, no algo que le dices a tu mejor amiga, no algo que le dices a alguien que estuvo pololeando tanto tiempo y de repente, la botan.
Ella tenía razón, soy cruel.
—Lore, perdón, yo…
—No, Chia. No lo hago por eso. Yo sé que él va a volver, eventualmente. Daniel me distrae y eso me gusta, pero no es nada más.
Y yo era Blanca nieves. No me creía eso para nada. Que pensara que iba a volver, puede que sí, pero, ¿eso de “usar” a Daniel como distracción? No era algo propio de ella.
—Lore, dejémonos de bromas. Te gusta Daniel. —Se lo dije como un hecho, no se lo pregunté—. Soy yo, no tienes para qué mentirme.
—Admito eso, si tú admites que te gusta Joaco.
—Oye, eso no es justo, a mí no me gus…
—Si tú niegas, yo niego, es bien fácil. —Se levantó y se paró frente a mí—. Yo no tengo miedo de lo que pueda o no sentir, en cambio tú sí. —Se inclinó hacia adelante y me dio un beso en la mejilla—. Tengo electivo ahora, nos vemos después. —Camino unos pasos y luego se giró—. Dile que se junten a tomar un café, no tiene que pasar nada. Simplemente hablen. Abre los ojos.
Se alejó caminando como si la bomba que me había arrojado no fuera nada, como si fuera una simple conversación de “oh, mira, me he roto una uña, ¿tienes una lima?”
Me dejó la cabeza hecha un remolino gigante.
Yo no lo quería… ¿cierto? No lo quería como algo más que un amigo, eso era todo lo que él era para mí. Un amigo.
Sí, me había gustado antes, hace muchísimos años, pero eso era pasado pisado, bien pisado. Cualquier duda que pudiera tener era culpa de él, por decirme todas esas cosas. Las dudas las había plantado él. Si se hubiese quedado callado, yo no habría pensado nada.
Me quedé cruzada de brazos mucho tiempo, mirando un punto fijo. Nunca fui a clases.
Vi como el patio de la Uni iba vaciándose y llenándose a medida que pasaban los minutos.
Mi cabeza era una ensalada de pensamientos, sentía que en cualquier momento podía salirme humo por los oídos de tanto pensar.
¿Lo quería? Sí, pero como amigo. ¿Podía quererlo como algo más? No tenía idea.
Pasé las manos por mi cara, exasperada conmigo misma, por ser tan tonta y dejarme influenciar por las palabras de Lore.
No, no, no. No me gusta, ni lo quiero.
—Tonta Chia influenciable —me maldije a mí misma en voz baja.
Aburrida de pensar estupideces y cansada de estar sentada, me levanté del banco en el que estaba, y me dispuse a irme a mi casa, a dormir, a apagar mi mente y desconectarme de todo.
Cuando iba llegando a la salida, me paré en seco.
Joaquín estaba apoyado en una de las rejas de la entrada, con sus brazos cruzados sobre su pecho. Cuando me vio, su cara se iluminó en una sonrisa, y mi corazón comenzó a correr como loco.
Háblale tranquila, que te dé lo mismo.
Era como si lo hubiese llamada con el pensamiento. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí?
—Hola. —Ladeó su cabeza hacia un lado, y clavó sus ojos en los míos—. ¿Damos un paseo?
Podría haberme puesto a reír ahí mismo, en su cara. Esto debía ser una maldita broma.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Digamos que tengo un pajarito amigo que me lo dijo.
—¿Un pajarito amigo?
—Bueno, una Lore amiga que me dijo donde estabas.
—La voy a matar. —¡Esto era una maldita emboscada!
—Si quieres hazlo, ella lo tiene asumido. —Me sonrío—. ¿Vas a venir conmigo?
Miré un punto fijo sobre su cabeza mucho tiempo, tratando de decidir qué hacer. Conversar con él no hacía ningún mal, ¿verdad? Y sí estaba aquí, era por algo. Habría que escucharlo.
Exhalé un suspiro que sonó a derrota.
—Vamos a tomar un café.

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