4 de noviembre de 2012

Treinta


“La vida te da sorpresas.”


No fue un beso largo, tampoco fue un beso pequeño. Fue justo y necesario para actuar como anestesia; cuando estaba con Joaquín, todo lo demás se veía menos horrible, todo dolía menos.
Pero eso era todo, era una anestesia, una especia de morfina. La morfina sólo la utilizan cuando duele, cuando el dolor es insoportable. Y yo definitivamente no iba a utilizarlo para calmarme, no iba a usar el cariño que le tenía para sentirme mejor. No llegaría tan bajo.
Toque suavemente su pecho empujándolo hacia atrás. Dejé mis ojos cerrados cuando no sentí su boca sobre la mía, me dio algo de vergüenza verlo, aunque no fuera yo quién había comenzado el beso.
—¿Chia?
Su voz era un pequeño susurro, como si hubiese leído mi mente y estuviera preguntándome que iba a pasar ahora.
Abrí un ojo primero, mirándolo tentativamente; tenía su cabeza inclinada hacia un lado y su cara a escasos centímetros de la mía. Su boca estaba entre abierta y sus ojos brillaban como nunca los había visto. Ver eso me asustó.
—¿Qué fue eso? —Le pregunté mientras me llevaba los dedos a la boca y me tocaba los labios. Se sentían extraños.
—¿Un beso? —sus cejas se alzaron mientras me daba una sonrisa. Vio que no me reía y frunció el ceño—. No debí hacerlo, perdón.
—No, yo… —¿qué le iba a decir? ¿Gracias pero no gracias?—, yo no debería haberte llamado —le dije mirando el piso.
—Oye —tomó mi mentón con su mano y me levantó la cara hasta que nuestros ojos estuvieron al mismo nivel—, no importa, no te pongas a analizar nada ahora. No quiero que analices nada —me hizo cariño en un lado de la cara y después tomó mi mano—. Vamos, te llevo a tu casa.
Me moví por inercia. Miraba donde se unían nuestras, lo miraba a él y recordaba el beso y todo parecía mentira, como sacado de una película. Sentía hormigas ahí donde su mano tocaba la mía, me sentía extraña, como si en cualquier momento me fueran a decir ”Despierta” y yo no quisiera despertar.
Caminamos un par de cuadras en completo silencio hasta que sentí mi celular vibrando en mi bolsillo.
Lo saqué con la mano que tenía libre y miré la pantalla. Se me paró el corazón por completo y solté la mano de Joaquín cuando vi el nombre de André en el celular. No quería contestarle, no podía.
—¿Qué pasa? —Joaquín se dio la vuelta para mirarme—. ¿Quién es?
Apreté el botón de finalizar llamada y lo miré. —Nadie. —Y apagué el celular.

Todo el camino a mi casa nos fuimos en completo silencio. De vez en cuando sentía su mirada sobre mí, pero todo el tiempo me mantuve mirando el camino.
Paró el motor de su auto cuando llegamos a mi edificio y se giró para mirarme ahora abiertamente.
—Gracias por traerme. —Me acerqué a él para despedirme con un beso en la mejilla, pero él corrió su cara y nuestros labios se terminaron rozando. Me alejé de él de un golpe—. No.
—Dijiste que no ibas a analizarlo.
—No quiero usarte.
Sus ojos se volvieron más pequeños y esa sonrisa traviesa que lo caracterizaba se puso en sus labios y en sus ojos.
—Soy utilizable, no me preocupo por eso.
—Joaquín…
—Chia, de verdad. Tú me gustas —los ojos se me abrieron de par en par—, y siempre lo has hecho. Esto iba a pasar tarde o temprano. Y si tienes que darte cuenta “usándome” que yo también te gusto, no tengo problemas.
—Joaco, no me gustas. —Mi voz se quebró un poco.
—Tiempo al tiempo, mujer. No voy a hacer como otras veces, no voy a dejarte de lado esta vez. Voy a hacer lo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Pelear por ti.
Mi corazón bombeaba a mil por hora. Esto definitivamente era un sueño. Que él, mi mejor amigo de tanto tiempo estuviese diciéndome que yo le gustaba, era… ridículo, impensable, loco. Demasiado loco. Él coqueteaba con todo lo que tuviese pulso y un par buenas piernas, tenía una lista de mujeres interminables, cada fin de semana estaba con alguien distinto, él no se enamoraba, no se dejaba “amarrar” por nadie. Y que ahora me estuviese diciendo esto… no se lo creía. Y se lo dije.
—No te creo. Tú no eres de esos que pelea por alguien. Tú saltas de cama en cama. Estás ebrio y estás diciendo cosas sin sentido. —Me reí tratando de alivianar el ambiente pero fue para peor. Se enojó.
—Las otras no eran tú.
—Joaco, para, de verdad. Esto no tiene sentido, yo no te gusto.
—Sí. Y hace mucho —se inclinó hacia mí y pasó su mano lejos para abrir la puerta del auto. El aire frio me hizo tiritar—. Ahora si piénsalo. Hablamos después.
Lo miré sin poder decir nada. Se sentó recto y me dio un beso en la frente. Salté ante el contacto de su piel y me bajé rápidamente del auto. No lo miré, ni dije adiós. Corrí lejos de él y de su locura momentánea. Lo único que rogaba era que cuando hablara con él después, estuviera un poco más cuerdo.

Todo mi edifico estaba silencioso. Don Beto me saludó cuando entre con un movimiento de cabeza y yo lo saludé con la mano.
Al llegar a mi departamento abrí despacio la puerta para que Manu no se pusiera a ladrar con el ruido. Mi mamá ya se había ido a turno, me dejó una nota avisándome que la llamara cuando llegara. Le mandé un mensaje al celular, generalmente las mañanas eran bastante movidas en el hospital, por lo que no podía ponerse al teléfono, un mensaje era lo mejor.
Llegué a mi pieza, Manu siguiéndome muy de cerca, y me dejé caer sobre la cama. Saqué el celular de mi bolsillo y lo prendí, dejándolo a mi lado en la almohada. Me di vuelta, poniéndome sobre mi estómago, mirando fijamente el celular que me devolvía la mirada como diciendo espera que ya llega.
Al minuto, comenzó a sonar el pitido incesante de los mensajes: uno, dos, tres, cuatro… diez. Levanté la mano despacio y los comencé a ver. Todos eran mensajes de llamadas perdidas de André. Excepto el último. Ese era un mensaje de él.
¿Por qué te fuiste?

Tomé el celular y tecleé lo más rápido posible.
Esto se acabó.
Pensé en no responderle nada, pero estaba casi segura que cuando la noche anterior le dije Esta es la última, no lo había tomado realmente en serio. Pero era la verdad, aunque él no me creyese.
Antes de que pudiera responderme algo o de que yo me arrepintiera de lo que estaba haciendo, abrí la agenda de contactos y borré su nombre.
Era un paso mínimo, demasiado pequeño, pero era un paso al fin y al cabo. El primero para borrarlo por completo de mi vida.
Me tumbé de espaldas en la cama y miré fijamente el techo de mi habitación y recordé la letra de la canción de ese cantante que a mi hermana le encanta “Yo no quiero fabricar una mentira, para retenerte, para estar contigo”.
Sería tonto de mi parte imaginar que, al final de toda esta locura, si es que alguna vez llegaba a terminar, él volvería conmigo, a mi lado. Hay cosas que es mejor no imaginar, por las que es mejor no hacerse ilusiones, porque cuando te cortan las alas mientras estas soñando, la caída es asfixiante, aniquiladora… mortal.
***
No me di cuenta en que momento me dormí. Sentí el sonido de mi celular opacado bajo la almohada y la molesta e incesante vibración haciendo cosquillas en mi cabeza.
Metí, aún dormida, la mano bajo mi cabeza y saqué el teléfono y contesté.
—¿A… aló? —dije con un bostezo.
—¿Te desperté?
Sin quererlo se me quedo el aliento a medio camino entre la nariz y mis pulmones cuando escuché la voz de Joaquín. La voz con la que habló nunca la habia usado conmigo, nunca. Era su voz de “voy en plan de conquista”, pero era incluso más tierna de lo que recordaba.
Me quede congelada por unos segundos antes de hablar.
—Sí.
—Disculpa, necesitaba hablar contigo.
La persona al otro lado del teléfono no era el mismo Joaquín al que yo había conocido por tantos, tantísimos años. Ternura, y algo más que no supe identificar bañaban cada palabra que me decía.
Él jamás admitiría, ni siquiera en la mayor de sus borracheras, que necesitaba hablar con alguien, y que me lo estuviera diciendo a mi era, por decirlo menos, desconcertante.
Este nuevo Joaquín, el Joaquín renovado, daba miedo.
Escuché un carraspeó casi imperceptible al otro lado del teléfono, que exigía mi atención en la conversación.
—¿Hablar conmigo? —le dije en un tono de lo más escéptico—. ¿Para qué?
—Te extrañaba. —Se me escapó un jadeo pequeño pero que el alcanzó a escuchar—. ¿No me crees? —soltó un bufido y comenzó a hablar—. Por años, años —recalcó—, te vi pasear de la mano con Ignacio y sonreírle y me vi obligado a quedarme callado porque tú eras feliz, y eso era todo lo que yo quería. Terminaste con él y fui lo bastante estúpido para no reunir valor y acercarme a ti no como tu mejor amigo, sino como un hombre. Y cuando lo hice, había aparecido este otro —dijo con voz de odio— en tu vida y tuve que cruzarme de brazos de nuevo. Pero ahora él no está y tú no eres feliz, ni se te ocurra negármelo. Te conozco incluso mejor de lo que me conozco a mí. Te quiero conmigo y punto, y no me voy a quedar esperando que aparezca otro y te alejes de nuevo.
Alejé el teléfono de mi oído y lo mire incrédula; este no era un día para escuchar esa clase de confesiones. Apreté el botón de finalizar llamada y la voz de Joaquín se perdió.
Apagué mi teléfono y no volví a prenderlo en todo el día, por hoy, sería la Chiara cobarde que siempre que arranca de todo y de todos. Me sentía bastante cómoda siendo así.

En la noche, después de todo un día de no haber hecho absolutamente nada y de no prender mi teléfono por cobarde, tomé la correa de Manu y lo saqué a dar una vuelta.
A diferencia de otras veces, cuando iba llegando a la cuadra donde vivía Macka no crucé a la vereda de enfrente ni corte por la calle de atrás evitando pasar por delante de su edificio, yo de ella ya no tenia que arrancar, me había insultado todo lo que podía y ver salir a André de su piso era precisamente lo que necesitaba para sacarme el dolor del pecho.
Caminé tranquilamente, agarrando la correa de Manu con la mano izquierda y la derecha sujetando un Marlboro Light , como si la calle me perteneciera y fuera la reina del mundo, aunque por dentro me sentía pequeña e indefensa.
Llegué a la altura de la puerta y venia una pareja dando la vuelta a la altura de los arbustos, Manu se abalanzó hacia delante y no me dio tiempo a frenar y me estampé contra alguien.
—Disculpa.
Levanté la vista, segura de que me había tropezado con la parejita.
Pero me sorprendí muchísimo cuando mis ojos se encontraron con el rostro de Macka, con la incomodidad marcada en su rostro y, a su lado, y con su mano puesta sobre su cintura, un hombre que no se parecía nada, pero nada, a André.
—Hola. —me dijo ella con la voz afilada y sus ojos echando chispas de odio.
—Amor —dijo el hombre a su lado—, ¿No nos presentas?
No pude evitarlo y le di una sonrisa arrogante a Macka mientras estiraba mi mano para saludar al desconocido.
—Hola, soy Chiara, una amiga de Macka. Tú debes ser… ¿André?
El desconocido apretó fuertemente su mandíbula y estrechó mi mano brevemente. Podía sentir como los ojos de Macka me atravesaban.
—No, error —me dio una sonrisa de lado de esas que la gente usa cuando esta incomoda—. Soy Manuel, el novio de Macka.
Traté de que mi cara no reflejara sorpresa. Llevé mi mano a la boca y abrí mis ojos en disculpa.
—¡Perdón! Que tonta yo, claro, Manuel ¿Cómo estás?
—Aquí —dijo acercando a Macka hacia su costado—, muy bien.
—Que bueno —le dije con una sonrisa. Moví mi vista hacia Macka y le di una sonrisa falsa—. ¿Y tú amiga? ¡Tanto tiempo sin verte!
Me sentía como una niña pequeña que ha descubierto el mejor tesoro del mundo, o su mejor diversión, mejor dicho; molestar a Macka podría convertirse en mi nueva meta en la vida.
—Si —dijo Macka dándome una sonrisa aun más falsa que la mía—, mucho —rompió el contacto visual conmigo y miró a su “novio”—. Amor, ¿vamos? Los chicos se aburrirán.
—Tienes razón mi vida —Manuel la acercó un poco más y le dio un corto beso en la boca. Repulsivo, repulsivo, repulsivo—. Un gusto en conocerte Chiara —me dio un beso en la mejilla—, podríamos salir un día de estos.
Macka se agachó a mi altura, maldito porte de modelo, y se despidió con un beso en la mejilla para guardar las apariencias, no sin antes susurrarme un “eres una perra”.
Los miré a ambos con una sonrisa que venía del alma, o mejor dicho, de mi lado más perverso. —Te llamo Macka, para ponernos de acuerdo.
La “modelo” me miró estrechando sus ojos una vez más y su “novio” levantó su mano a modo de despedida mientras se alejaban calle abajo.
Seguí caminando con Manu en dirección contraria a la que se habían ido ellos, con mi mente repitiéndose una y otra vez, lo mentirosa, manipuladora y cruel que podía llegar a ser la gente; ese hombre sabía perfectamente de la existencia de André y sabia que era el otro, en caso de no haberlo sabido, cuando dije su nombre, su cara habría sido de verdadero desconcierto, no de incomodad. Y ella… era una verdadera arpía. Habia conocido mujeres “fatales” en mi vida, el mejor ejemplo cercano era Rossy, pero nunca nadie con la mente perversa que tenía Macka.
Después del espectáculo que acababa de ver, podría poner mis manos al fuego porque el hijo que estaba esperando no era, ni nunca sería de André.
Hicieron falta unas tres vueltas más, y al menos cinco cigarrillos para poder calmarme y dejar de pensar estupideces, el pobre Manu con la lengua afuera me miraba como si no pudiera dar un paso más.
Al final del tercer paseo entré a mi edificio y corrí hasta mi departamento. Cerré la puerta y me apoyé en la pared para convencerme de desterrar la idea de la posible “no paternidad” de André definitivamente de mi cabeza: a mi ya no me tenía que importar nada, nada de lo que tuviera que ver con él y menos estar pensando en una opción de borrar del papel la razón por la que ya no estábamos juntos.
Suspiré y masajee mis sienes. Cerré los ojos y cuando los abrí, el pensamiento había desaparecido como por arte de magia.
O quizás no por arte de magia; al cerrar los ojos, todo lo que pude hacer fue recordar, al igual que lo hice todo la mañana y tarde, la voz de Joaquín diciéndome Te quiero conmigo y punto. El pepe grillo, ese que me advertía siempre, llegó con más fuerza que nunca: yo empezaba a irme por el camino incorrecto, de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No olvides que los escritos se nutren de tu opinión. Ya sea que te guste lo que está escrito o no, me importa saber lo que piensas.
Sólo recuerda hacerlo siempre con respeto :)