“La
vida te da sorpresas.”
No fue un beso largo,
tampoco fue un beso pequeño. Fue justo y necesario para actuar como anestesia;
cuando estaba con Joaquín, todo lo demás se veía menos horrible, todo dolía
menos.
Pero eso era todo, era una
anestesia, una especia de morfina. La morfina sólo la utilizan cuando duele,
cuando el dolor es insoportable. Y yo definitivamente no iba a utilizarlo para
calmarme, no iba a usar el cariño que le tenía para sentirme mejor. No llegaría
tan bajo.
Toque suavemente su pecho
empujándolo hacia atrás. Dejé mis ojos cerrados cuando no sentí su boca sobre
la mía, me dio algo de vergüenza verlo, aunque no fuera yo quién había
comenzado el beso.
—¿Chia?
Su voz era un pequeño
susurro, como si hubiese leído mi mente y estuviera preguntándome que iba a
pasar ahora.
Abrí un ojo primero,
mirándolo tentativamente; tenía su cabeza inclinada hacia un lado y su cara a
escasos centímetros de la mía. Su boca estaba entre abierta y sus ojos
brillaban como nunca los había visto. Ver eso me asustó.
—¿Qué fue eso? —Le pregunté
mientras me llevaba los dedos a la boca y me tocaba los labios. Se sentían
extraños.
—¿Un beso? —sus cejas se
alzaron mientras me daba una sonrisa. Vio que no me reía y frunció el ceño—. No
debí hacerlo, perdón.
—No, yo… —¿qué le iba a
decir? ¿Gracias pero no gracias?—, yo no debería haberte llamado —le dije
mirando el piso.
—Oye —tomó mi mentón con su
mano y me levantó la cara hasta que nuestros ojos estuvieron al mismo nivel—,
no importa, no te pongas a analizar nada ahora. No quiero que analices nada —me
hizo cariño en un lado de la cara y después tomó mi mano—. Vamos, te llevo a tu
casa.
Me moví por inercia. Miraba
donde se unían nuestras, lo miraba a él y recordaba el beso y todo parecía
mentira, como sacado de una película. Sentía hormigas ahí donde su mano tocaba
la mía, me sentía extraña, como si en cualquier momento me fueran a decir
”Despierta” y yo no quisiera despertar.
Caminamos un par de cuadras
en completo silencio hasta que sentí mi celular vibrando en mi bolsillo.
Lo saqué con la mano que
tenía libre y miré la pantalla. Se me paró el corazón por completo y solté la
mano de Joaquín cuando vi el nombre de André en el celular. No quería
contestarle, no podía.
—¿Qué pasa? —Joaquín se dio
la vuelta para mirarme—. ¿Quién es?
Apreté el botón de finalizar
llamada y lo miré. —Nadie. —Y apagué el celular.
Todo el camino a mi casa nos
fuimos en completo silencio. De vez en cuando sentía su mirada sobre mí, pero
todo el tiempo me mantuve mirando el camino.
Paró el motor de su auto
cuando llegamos a mi edificio y se giró para mirarme ahora abiertamente.
—Gracias por traerme. —Me
acerqué a él para despedirme con un beso en la mejilla, pero él corrió su cara
y nuestros labios se terminaron rozando. Me alejé de él de un golpe—. No.
—Dijiste que no ibas a
analizarlo.
—No quiero usarte.
Sus ojos se volvieron más
pequeños y esa sonrisa traviesa que lo caracterizaba se puso en sus labios y en
sus ojos.
—Soy utilizable, no me
preocupo por eso.
—Joaquín…
—Chia, de verdad. Tú me
gustas —los ojos se me abrieron de par en par—, y siempre lo has hecho. Esto
iba a pasar tarde o temprano. Y si tienes que darte cuenta “usándome” que yo
también te gusto, no tengo problemas.
—Joaco, no me gustas. —Mi
voz se quebró un poco.
—Tiempo al tiempo, mujer. No
voy a hacer como otras veces, no voy a dejarte de lado esta vez. Voy a hacer lo
que debería haber hecho hace mucho tiempo. Pelear por ti.
Mi corazón bombeaba a mil
por hora. Esto definitivamente era un sueño. Que él, mi mejor amigo de tanto
tiempo estuviese diciéndome que yo le gustaba, era… ridículo, impensable, loco.
Demasiado loco. Él coqueteaba con todo lo que tuviese pulso y un par buenas
piernas, tenía una lista de mujeres interminables, cada fin de semana estaba
con alguien distinto, él no se enamoraba, no se dejaba “amarrar” por nadie. Y
que ahora me estuviese diciendo esto… no se lo creía. Y se lo dije.
—No te creo. Tú no eres de
esos que pelea por alguien. Tú saltas de cama en cama. Estás ebrio y estás
diciendo cosas sin sentido. —Me reí tratando de alivianar el ambiente pero fue
para peor. Se enojó.
—Las otras no eran tú.
—Joaco, para, de verdad.
Esto no tiene sentido, yo no te gusto.
—Sí. Y hace mucho —se
inclinó hacia mí y pasó su mano lejos para abrir la puerta del auto. El aire
frio me hizo tiritar—. Ahora si piénsalo. Hablamos después.
Lo miré sin poder decir
nada. Se sentó recto y me dio un beso en la frente. Salté ante el contacto de
su piel y me bajé rápidamente del auto. No lo miré, ni dije adiós. Corrí lejos
de él y de su locura momentánea. Lo único que rogaba era que cuando hablara con
él después, estuviera un poco más cuerdo.
Todo mi edifico estaba
silencioso. Don Beto me saludó cuando entre con un movimiento de cabeza y yo lo
saludé con la mano.
Al llegar a mi departamento
abrí despacio la puerta para que Manu no se pusiera a ladrar con el ruido. Mi
mamá ya se había ido a turno, me dejó una nota avisándome que la llamara cuando
llegara. Le mandé un mensaje al celular, generalmente las mañanas eran bastante
movidas en el hospital, por lo que no podía ponerse al teléfono, un mensaje era
lo mejor.
Llegué a mi pieza, Manu
siguiéndome muy de cerca, y me dejé caer sobre la cama. Saqué el celular de mi
bolsillo y lo prendí, dejándolo a mi lado en la almohada. Me di vuelta,
poniéndome sobre mi estómago, mirando fijamente el celular que me devolvía la
mirada como diciendo espera que ya llega.
Al minuto, comenzó a sonar
el pitido incesante de los mensajes: uno, dos, tres, cuatro… diez. Levanté la
mano despacio y los comencé a ver. Todos eran mensajes de llamadas perdidas de
André. Excepto el último. Ese era un mensaje de él.
¿Por
qué te fuiste?
Tomé el celular y tecleé lo
más rápido posible.
Esto
se acabó.
Pensé en no responderle
nada, pero estaba casi segura que cuando la noche anterior le dije Esta es la
última, no lo había tomado realmente en serio. Pero era la verdad, aunque él no
me creyese.
Antes de que pudiera
responderme algo o de que yo me arrepintiera de lo que estaba haciendo, abrí la
agenda de contactos y borré su nombre.
Era un paso mínimo,
demasiado pequeño, pero era un paso al fin y al cabo. El primero para borrarlo
por completo de mi vida.
Me tumbé de espaldas en la
cama y miré fijamente el techo de mi habitación y recordé la letra de la
canción de ese cantante que a mi hermana le encanta “Yo no quiero fabricar una
mentira, para retenerte, para estar contigo”.
Sería tonto de mi parte
imaginar que, al final de toda esta locura, si es que alguna vez llegaba a
terminar, él volvería conmigo, a mi lado. Hay cosas que es mejor no imaginar,
por las que es mejor no hacerse ilusiones, porque cuando te cortan las alas
mientras estas soñando, la caída es asfixiante, aniquiladora… mortal.
***
No me di cuenta en que
momento me dormí. Sentí el sonido de mi celular opacado bajo la almohada y la
molesta e incesante vibración haciendo cosquillas en mi cabeza.
Metí, aún dormida, la mano
bajo mi cabeza y saqué el teléfono y contesté.
—¿A… aló? —dije con un
bostezo.
—¿Te desperté?
Sin quererlo se me quedo el
aliento a medio camino entre la nariz y mis pulmones cuando escuché la voz de
Joaquín. La voz con la que habló nunca la habia usado conmigo, nunca. Era su
voz de “voy en plan de conquista”, pero era incluso más tierna de lo que
recordaba.
Me quede congelada por unos
segundos antes de hablar.
—Sí.
—Disculpa, necesitaba hablar
contigo.
La persona al otro lado del
teléfono no era el mismo Joaquín al que yo había conocido por tantos,
tantísimos años. Ternura, y algo más que no supe identificar bañaban cada
palabra que me decía.
Él jamás admitiría, ni
siquiera en la mayor de sus borracheras, que necesitaba hablar con alguien, y que
me lo estuviera diciendo a mi era, por decirlo menos, desconcertante.
Este nuevo Joaquín, el
Joaquín renovado, daba miedo.
Escuché un carraspeó casi
imperceptible al otro lado del teléfono, que exigía mi atención en la
conversación.
—¿Hablar conmigo? —le dije
en un tono de lo más escéptico—. ¿Para qué?
—Te extrañaba. —Se me escapó
un jadeo pequeño pero que el alcanzó a escuchar—. ¿No me crees? —soltó un
bufido y comenzó a hablar—. Por años, años —recalcó—, te vi pasear de la mano
con Ignacio y sonreírle y me vi obligado a quedarme callado porque tú eras
feliz, y eso era todo lo que yo quería. Terminaste con él y fui lo bastante
estúpido para no reunir valor y acercarme a ti no como tu mejor amigo, sino
como un hombre. Y cuando lo hice, había aparecido este otro —dijo con voz de
odio— en tu vida y tuve que cruzarme de brazos de nuevo. Pero ahora él no está
y tú no eres feliz, ni se te ocurra negármelo. Te conozco incluso mejor de lo
que me conozco a mí. Te quiero conmigo y punto, y no me voy a quedar esperando
que aparezca otro y te alejes de nuevo.
Alejé el teléfono de mi oído
y lo mire incrédula; este no era un día para escuchar esa clase de confesiones.
Apreté el botón de finalizar llamada y la voz de Joaquín se perdió.
Apagué mi teléfono y no
volví a prenderlo en todo el día, por hoy, sería la Chiara cobarde que siempre
que arranca de todo y de todos. Me sentía bastante cómoda siendo así.
En la noche, después de todo
un día de no haber hecho absolutamente nada y de no prender mi teléfono por
cobarde, tomé la correa de Manu y lo saqué a dar una vuelta.
A diferencia de otras veces,
cuando iba llegando a la cuadra donde vivía Macka no crucé a la vereda de
enfrente ni corte por la calle de atrás evitando pasar por delante de su
edificio, yo de ella ya no tenia que arrancar, me había insultado todo lo que
podía y ver salir a André de su piso era precisamente lo que necesitaba para
sacarme el dolor del pecho.
Caminé tranquilamente,
agarrando la correa de Manu con la mano izquierda y la derecha sujetando un Marlboro
Light , como si la calle me perteneciera y fuera la reina del mundo, aunque por
dentro me sentía pequeña e indefensa.
Llegué a la altura de la
puerta y venia una pareja dando la vuelta a la altura de los arbustos, Manu se
abalanzó hacia delante y no me dio tiempo a frenar y me estampé contra alguien.
—Disculpa.
Levanté la vista, segura de
que me había tropezado con la parejita.
Pero me sorprendí muchísimo
cuando mis ojos se encontraron con el rostro de Macka, con la incomodidad
marcada en su rostro y, a su lado, y con su mano puesta sobre su cintura, un
hombre que no se parecía nada, pero nada, a André.
—Hola. —me dijo ella con la
voz afilada y sus ojos echando chispas de odio.
—Amor —dijo el hombre a su
lado—, ¿No nos presentas?
No pude evitarlo y le di una
sonrisa arrogante a Macka mientras estiraba mi mano para saludar al
desconocido.
—Hola, soy Chiara, una amiga
de Macka. Tú debes ser… ¿André?
El desconocido apretó
fuertemente su mandíbula y estrechó mi mano brevemente. Podía sentir como los
ojos de Macka me atravesaban.
—No, error —me dio una
sonrisa de lado de esas que la gente usa cuando esta incomoda—. Soy Manuel, el
novio de Macka.
Traté de que mi cara no
reflejara sorpresa. Llevé mi mano a la boca y abrí mis ojos en disculpa.
—¡Perdón! Que tonta yo,
claro, Manuel ¿Cómo estás?
—Aquí —dijo acercando a
Macka hacia su costado—, muy bien.
—Que bueno —le dije con una
sonrisa. Moví mi vista hacia Macka y le di una sonrisa falsa—. ¿Y tú amiga?
¡Tanto tiempo sin verte!
Me sentía como una niña
pequeña que ha descubierto el mejor tesoro del mundo, o su mejor diversión,
mejor dicho; molestar a Macka podría convertirse en mi nueva meta en la vida.
—Si —dijo Macka dándome una
sonrisa aun más falsa que la mía—, mucho —rompió el contacto visual conmigo y
miró a su “novio”—. Amor, ¿vamos? Los chicos se aburrirán.
—Tienes razón mi vida
—Manuel la acercó un poco más y le dio un corto beso en la boca. Repulsivo,
repulsivo, repulsivo—. Un gusto en conocerte Chiara —me dio un beso en la
mejilla—, podríamos salir un día de estos.
Macka se agachó a mi altura,
maldito porte de modelo, y se despidió con un beso en la mejilla para guardar
las apariencias, no sin antes susurrarme un “eres una perra”.
Los miré a ambos con una
sonrisa que venía del alma, o mejor dicho, de mi lado más perverso. —Te llamo
Macka, para ponernos de acuerdo.
La “modelo” me miró
estrechando sus ojos una vez más y su “novio” levantó su mano a modo de
despedida mientras se alejaban calle abajo.
Seguí caminando con Manu en
dirección contraria a la que se habían ido ellos, con mi mente repitiéndose una
y otra vez, lo mentirosa, manipuladora y cruel que podía llegar a ser la gente;
ese hombre sabía perfectamente de la existencia de André y sabia que era el
otro, en caso de no haberlo sabido, cuando dije su nombre, su cara habría sido
de verdadero desconcierto, no de incomodad. Y ella… era una verdadera arpía.
Habia conocido mujeres “fatales” en mi vida, el mejor ejemplo cercano era Rossy,
pero nunca nadie con la mente perversa que tenía Macka.
Después del espectáculo que
acababa de ver, podría poner mis manos al fuego porque el hijo que estaba
esperando no era, ni nunca sería de André.
Hicieron falta unas tres
vueltas más, y al menos cinco cigarrillos para poder calmarme y dejar de pensar
estupideces, el pobre Manu con la lengua afuera me miraba como si no pudiera
dar un paso más.
Al final del tercer paseo
entré a mi edificio y corrí hasta mi departamento. Cerré la puerta y me apoyé
en la pared para convencerme de desterrar la idea de la posible “no paternidad”
de André definitivamente de mi cabeza: a mi ya no me tenía que importar nada,
nada de lo que tuviera que ver con él y menos estar pensando en una opción de
borrar del papel la razón por la que ya no estábamos juntos.
Suspiré y masajee mis
sienes. Cerré los ojos y cuando los abrí, el pensamiento había desaparecido
como por arte de magia.
O quizás no por arte de
magia; al cerrar los ojos, todo lo que pude hacer fue recordar, al igual que lo
hice todo la mañana y tarde, la voz de Joaquín diciéndome Te quiero conmigo y
punto. El pepe grillo, ese que me advertía siempre, llegó con más fuerza que
nunca: yo empezaba a irme por el camino incorrecto, de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No olvides que los escritos se nutren de tu opinión. Ya sea que te guste lo que está escrito o no, me importa saber lo que piensas.
Sólo recuerda hacerlo siempre con respeto :)