“Este
tu debut, tu despedida.”
Me quedé mirándola con cara
de escepticismo, como si me estuviese hablando en un idioma que yo no conocía.
—¡¿ES QUE ACASO ESTÁS
SORDA?!
Parpadeé y la miré, tratando
de buscar las palabras. Mi cuerpo entero estaba paralizado al igual que mi
lengua, paralizado de miedo. Ella se veía gigante a mi lado, gigante y
enajenada.
—Yo…
—¿Tú qué? ¿Me vas a decir
que él te buscó? ¡Eres una estúpida!
Levantó su mano para
golpearme de nuevo pero me moví en el último minuto y su mano pasó rozándome.
—Yo no he hecho nada —le
respondí en un susurro—.Yo pensé…
—Oh, ¿piensas? —Me miró
sarcásticamente y comencé a temblar. Se acercó hasta casi golpearme con su
cuerpo—. NO.TE.VUELVAS.A.ACERCAR.A.MI.NOVIO.
Se dio media vuelta y salió
del pasillo hacia la escalera.
Ella se fue y las lágrimas
me nublaron la visión. Nadie dijo nada, había un silencio absoluto en el
pasillo.
A lo lejos escuché como cada
profesor pedía a sus alumnos que entraran a sus respectivas clases. Mis
rodillas flaquearon y tuve que sostenerme de una de las paredes.
—¿Chia? —Levanté mi cabeza
para ver a Ernesto mirándome con cara de preocupación extrema—. ¿Qué fue todo
eso?
Comencé a sentir como un
pitido sonaba en mis oídos, se me nubló la vista y esta vez no fue por las
lágrimas, sentí como se movía todo lo que veía.
Antes de que pudiera
responderle a mi amigo, me desmayé.
Cuando abrí los ojos mi
cabeza me dolía muchísimo. Me llevé una mano al lado izquierdo de mi cráneo
sólo para darme cuenta de que tenía una hinchazón enorme. Solté un gemido.
—¿Chia?
Giré mi cabeza para ver que
Ignacio estaba sentado a mi lado. Abrí los ojos lo máximo que podía y casi le
grité.
—¿Qué haces tú aquí?
Sus ojos me miraron con pena,
como si esperara que lo recibiera con los brazos abiertos o algo así. No es que
no lo quisiera, lo quería, no como antes pero si como un amigo, pero verlo aquí
había sido desconcertante.
—Vi la escenita desde mi
sala. —Cerré mis ojos ante sus palabras. Los recuerdos de lo que había pasado
me golpearon fuerte y sentí como mi corazón comenzó a sangrar por dentro—.
Cuando te desmayaste fui corriendo a buscarte porque aunque esto —hizo un
circulo como abarcando todo el campus—, esté lleno de profesionales de la
salud, todos se quedaron pasmados viéndote en el suelo hasta que salieron de su
ensimismamiento—. Me miró con ojos tristes—. ¿Cómo te sientes?
Me encogí de hombros, no le
dije nada.
Soltó un suspiro pesado,
casi molesto y se levantó.
—Pame está esperando afuera,
iré a decirle que entre.
Se fue arrastrando los pies,
como si fuese una verdadera tortura para él salir de aquí. Podríamos cambiar
puestos y que él sintiera lo que yo ahora, a ver si aún podía caminar después
de eso.
—¡Chia!
El grito de Pame retumbó en
mi cabeza.
—Baja la voz —le dije en un
susurro.
—Amiga, ¿cómo estás? ¿Te
duele algo? —Se sentó en la silla a mi lado y siguió hablando—. No puedo creer
lo que pasó, ¿cómo se le ocurre a esa loca venir aquí a decirte esas cosas?
Enferma de la mente, n…
Levanté la mano para hacerla
callar. Lo que menos quería ahora era hablar de eso.
Había llegado al punto en
que respirar volvía a doler. Sólo de recordar como había estado hace unos meses
me daba pánico, saber que estaba en camino de quedar así de nuevo, me
aterrorizaba.
—Necesito mi celular.
—Ah, claro.
Pame se levantó y sacó mi
celular del bolso que estaba en uno de los estantes. Me lo entregó reticente,
sabiendo a quién iba a llamar. Me senté en la cama y estiré la mano para
recibir el teléfono.
—Amiga, ¿no crees que será
mejor que hablen en persona?
—No. —Abrí mi teléfono y
marqué su número—. Necesito aclarar esto ahora, Pame —La miré con los ojos
llenos de lágrimas—. ¿No me entiendes? Me estoy ahogando ahora mismo. Necesito
saber si de verdad sigue con ella o a esta tipa sólo le dio un ataque de
posesión y vino a desquitarse conmigo.
Puse el teléfono en mi oreja
mientras sentía mi corazón latiendo a cada tono de marcado que daba el celular.
Necesitaba desesperadamente escuchar su voz diciéndome que era todo una
mentira, una broma, que él me quería a mí. Pero algo me decía que no era eso lo
que iba a escuchar.
No contestó su teléfono. Lo
llamé treinta veces, Pame me dijo que eso me hacía ver desesperada pero no me
importó, el aire salía corriendo de mis pulmones y yo lo necesitaba a él para
respirar bien. La noche anterior me parecía a años luz de distancia, como si
hacía semanas, meses que no tocaba su cuerpo. Me estaba entumeciendo de pies a
cabeza.
A la llamada número treinta
y uno tampoco contestó; esta vez, desvió la llamada.
Me quede congelada con el
teléfono en la oreja.
Cerré el teléfono dándome
por vencida. Pame me miró con cara de lástima.
Abrió su boca para decirme
algo, pero el sonido de su voz quedó silenciado por el timbre de mi teléfono. Miré
la pantalla, el nombre de André y una foto nuestra se mostraban en ella.
Con manos temblorosas abrí
el teléfono, tomando aire como una manera de darme coraje.
—¿Aló?
—Amor. —Sonaba aliviado—.
¿Qué pasa? Tengo un millón de llamadas perdidas tuyas, me asustaste.
Su voz envió escalofríos por
todo mi cuerpo, todos ellos avisándome que el fin de todo estaba a sólo
palabras de distancia. Saqué valor del fondo de mi cuerpo, de donde pensaba que
ya no quedaba nada.
—¿Es verdad… —comencé a decirle en un susurró, controlando
mi voz lo mejor que pude—, es verdad que... —Tomé aire, mi garganta comenzaba a
cerrarse. Terminé la frase en un susurró—, que aún estás con Macka?
Escuché claramente como el
aire se quedaba atrapado en su garganta y un silbido de sorpresa salía de sus
labios. Esa era precisamente la confirmación que sabía que tendría, aunque
deseaba con toda mi corazón que negara todo.
—Chia, yo…
No pudo terminar la frase,
¿qué podía decirme? ¿Lo siento por mentirte dos meses? ¿Por hacerte quedar en
vergüenza frente a toda tu Uni? ¿Por romperte el corazón en mil pedazos de
nuevo? No creía que fuera a pedirme perdón por nada, la verdad.
—Es verdad. —No fue una
pregunta, se lo dije como una aseveración.
—Chia, puedo explicártelo,
yo…
—No. —Las lágrimas comenzaron
a caer silenciosas por mi cara y tuve que ahogar un sollozo que amenazaba con
salir—. Da lo mismo, no quiero escuchar nada.
Cerré el teléfono de golpe y
lo apagué. No creía que tratara de llamarme de nuevo, pero era mejor prevenir
que lamentar.
En silencio, Pame se sentó a
mi lado en la cama y me rodeó con sus brazos.
Y yo, una vez más, me rompí
en mil pedazos, segura que ahora no iba a poder juntarlos. Esto dolía más que
cualquier herida interna, más que cercenarse un brazo, incluso más que cuando
terminé con Ignacio.
La vista se me nubló, veía
todo borroso, las caras, todo. No oía nada, lo único que escuchaba eran mis
propios sollozos desesperados.
Me quedé dormida apoyada en
los brazos de Pame.
Fui consciente de que me
movieron de la enfermería, fui consciente también de que el que lo hizo fue
Ignacio pues su olor me llenó, escuché voces susurrantes a mi alrededor,
comentando la escena que presenciaron en el pasillo supongo, recuerdo que me
sentaron en la parte trasera de un auto y, como si todo estuviese repitiéndose
de nuevo, me apoyé en las piernas de alguien, no Lore esta vez, sino Pame,
mientras me calmaban haciéndome cariños en la cabeza.
***
Cuando llegué a mi
departamento, incluso antes de que me bajara del auto, supe que él estaba ahí.
Llámenlo intuición, corazón roto sabihondo, o lo que sea, pero todo mi cuerpo
se puso alerta sabiendo que cuando me bajara él estaría ahí afuera. Además,
Ignacio me lo confirmó.
—¿Qué mierda hace este aquí?
—masculló mientras abría la puerta del auto y se bajaba.
Me levanté lo suficiente
como para poder mirar por la ventana, mientras Pame miraba hacia la entrada del
edificio con ojos de odio.
André estaba apoyado en uno
de los pilares, con el ceño fruncido viendo a Ignacio caminar hacia él. Desde
dónde estaba no escuchaba qué se decían, sólo veía gestos y podía intuir la
tensión que los rodeaba.
Harta de quedarme en el auto
viendo como se medían a palabras, me di la vuelta y abrí la puerta para salir.
—Eh, Chia, ¡espera!
Pame bajo del auto también y
me agarró del brazo impidiendo que siguiera avanzando.
—No, amiga, no vas a hablar
con él.
La miré sin comprender nada.
No quería hablar con él, lo único que quería era golpearlo hasta que mis puños
se rompieran. Necesitaba sacar la rabia y la pena que tenía dentro antes de que
me consumiera.
Me solté con fuerza de su
agarre y caminé rápidamente hacia el pilar atrayendo instantáneamente la mirada
de André que me miró con ojos de sufrimiento.
—¡Te odio! —le grité cuando
llegué a unos pocos pasos de él.
Sus ojos se abrieron a todo
lo que daban y le tembló el músculo de la mandíbula. Ignacio se giró para
verme, confundido, mientras yo daba un paso más adelante estirando mi brazo,
dispuesta a liberar mi dolor en André.
—Eres el peor hombre que….
Estiré mi mano hacia André,
pero Ignacio me tomó de la cintura y me apartó de él.
—¿Qué mierda? ¡Suéltame
Ignacio! —le dije llorando—. Se lo merece, ¡suéltame!
André me miraba como si
fuese primera vez en su vida que me veía. Debía verme como una verdadera loca,
pero no iba a parar, goleándolo podía tenerlo cerca sin sentir que me moría.
—Chia, para, estás haciendo
el ridículo —me dijo Ignacio entre dientes.
Fulminé a André con la
mirada mientras las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas. Ignacio me soltó
y me puso delante y muy cerca de él, en caso de que tuviera que agarrarme de
nuevo.
André dio un paso vacilante
hacia adelante y me quedé inmóvil en donde estaba.
—Chia, por favor, ¿podemos
hablar?
—¿Quieres hablar? ¡Hablar!
—Un horrible sollozo salió de mi pecho—. Me dijiste que habías terminado con
ella, me dijiste que me querías, ¡Te acostaste conmigo! —Sentí como Ignacio se
ponía tenso ante mis últimas palabras—. Te pedí que no me hicieras daño. —Se me
quebró la voz—. Te lo pedí —le dije en un susurro. Tomé aire—. ¿Sabes lo que
hizo tu noviecita? —Negó con su cabeza y yo seguí hablando—. Fue a buscarme a
la Uni, me llamó con todos los peores nombres que se te puedan ocurrir, me
abofeteó y me dejó en vergüenza en frente de un millón de personas. —La rabia
comenzó a crecer dentro de mí de nuevo—. ¿Te importé alguna vez André?
—Por supuesto que sí, mi
niña. —Mi llanto se incrementó aún más cuando me llamó así—. Me importas
pequeña, mucho. Por favor. —Dio un paso más hacia mí hasta tomar mis manos—.
Déjame explicarte.
Sentí como me flaqueaban las
rodillas, como mi decisión de patearlo hasta que me cansara se reducía a un
mínimo, como mi amor por él crecía cada vez más. Pero esta vez no sólo me había
roto el corazón, me había humillado también. Yo no podía seguir siendo una
mujer ingenua y manipulable. Esta vez no se merecía poder explicarse, los
hechos hablaban por sí solos.
—No. —Tiré mis manos de su
agarré y me moví lejos de él.
Se quedó mirándome como si
de verdad le costara procesar mis palabras, como si hubiese estado seguro que
con sólo un tronar de sus dedos yo volvería corriendo a sus brazos. Estaba muy
equivocado.
Corrí hacia la entrada del
edificio sintiendo como André corría detrás de mí. Me giré en seco y lo encaré,
con suerte logró detenerse y no chocar contra mí.
—¡NO! ¡Déjame en paz!
—Mi niña por fav…
—¡No me digas así! —Más
lágrimas caían de mis ojos—. NO.QUIERO.VOLVER.A.VERTE —le dije gritando tan
fuerte que pensé que mis cuerdas vocales se rompían—. ¡Nunca!
Supe que esta vez ya no me
seguiría por lo que no corrí. Caminé hasta entrar al recibidor de mi edificio,
dónde el conserje me miraba con cara de miedo. Pasé de largo hasta los
ascensores donde me desplomé contra una de las paredes mientras las puertas se
cerraban.
Mi corazón sangró por
dentro como nunca lo había hecho.
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