4 de noviembre de 2012

Veintiocho


“Borrón y cuenta nueva.”


Miré mi celular al menos por una media hora, mientras meditaba si llamar a Marce era mi mejor opción. Definitivamente no quería estar sola, pero sabía lo incómodo que podía llegar a ser escuchar los problemas que tenían ella e Ignacio.
Finalmente, la soledad le ganó al razonamiento, tomé mi celular y la llamé.
Contesto al primer timbrazo.
—¡Chia! ¿Estás bien?
—Hola —le dije en un susurro. Comencé a retorcerme las manos—. ¿Estás ocupada?
—No —una risita—, para nada. Mi vida es bastante fome últimamente.
—¿Puedes… puedes venir a mi casa? —se hizo el silencio del otro lado de la línea y quise cortarle, nunca había pensado en que quizás Marce no echaba tanto de menos mi amistad como yo extrañaba la de ella—. Si no puedes no importa. Disculpa por molestarte, yo…
—No, no. Es que… fue extraño. Hace mucho que no pasamos un rato como los de antaño.
—Tienes razón.
—Entonces, ¿a qué hora me quieres por allá?
—Entre más rápido mejor.
—Dame una hora.
—Gracias.
—Para eso estoy.
Cerré el teléfono sintiéndome un poco mejor. Quizás había perdido a André, pero podía volver a afianzar la confianza perdida con Marce.
***
Dos horas más tarde, podría decir que la nueva terapia de alcohol había dado comienzo, pero no de forma oficial: Marce había llegado con alcohol como para un regimiento, y éramos sólo dos.
Comenzamos a brindar por los malos amores, agarramos el Diario de Bridget Jones en el cable justo en la parte en que ella comienza a tomarse los chupitos de vodka y ahí comenzó nuestra perdición.
Cundo nos dimos cuenta que no podíamos ingerir más alcohol, nos deslizamos del sofá hasta el suelo y nos quedemos ahí, viendo el techo.
—No lo entiendo —me dijo Marce con la voz quebrada—. Estaba todo tan bien y de un día para otro, es un tempano de hielo.
Mi cabeza era una mezcla incoherente de pensamientos, y por más que trataba de entender a Marce, no podía.
—¿Qué? ¿Quién?
—¡Ignacio! —me levanté un poco y apoyé mi espalda en el sofá—. Estábamos muy bien, y de un día para otro, se volvió el hombre de hielo conmigo. No me mira, no me dice que me quiere, no me toca ¡Nada! Y por más que hablo con él dice que no, que todo está igual, que nada ha cambiado. ¡Y una mierda! Él esta extraño Chia.
—Yo… —¿qué se supone que debía decir a algo como eso?—, tú sabes que yo con él ya no hablo, no sé qué le podrá pasar. Pero… pero puedo decirte, por experiencia propia, que es mejor que le des su espacio, que se le quite la tontera solo. Entre más le preguntes, peor se pondrá.
—¡Pero necesito saber que le pasa! Es como si —la sentí sollozar y me sentí incómoda— como si yo le diera lo mismo —giró su cabeza para mirarme—. ¿Alguna vez te sentiste así con él?
El estómago se me retorció y me sentí más incómoda aún, pero tenía que ser sincera con ella.
—Cuando tú y él —Lore me miró como si no entendiera—, cuando él estaba contigo y conmigo, fue una de las pocas veces en que se comportó como si lo nuestro le diera lo mismo.
Los ojos de Lore se abrieron y me miró con cara de pánico.
—¿Quieres decir… me estás diciendo que puede que Ignacio me esté engañando?
—¡No, no! —tenía que aprender a hablar con las palabras correctas—, estoy diciendo que eso fue así para mí, no tiene porqué ser igual para ti Marce —me acerqué a su lado y le di unas palmaditas en la cabeza— déjalo que tome aire tranquilo y cuando veas que se relaje, vuelves a preguntarle. Pero si se demora mucho en dejar la fachada de idiota, lo atacas como sea, ¿está bien?
Asintió con la cabeza mientras comenzaba a hipar.
Nos entró la risa tonta y nos quedamos apoyada la una con la otra, como en los viejos tiempos.
—Nunca me ha caído muy bien Macka —me dijo después de unos minutos de estar calladas—. Es demasiado altanera, incluso para mi gusto —bostezo— preferiría mil veces que André estuviese contigo en vez de con ella. Ustedes dos son… perfectos el uno para el otro.
Sonreí con tristeza cuando oí eso.
—Bueno, las cosas están así y punto —me encogí de hombros— no hay nada que yo pueda hacer.
—Si hay algo que podemos hacer amiga —se levantó del suelo y estiró sus manos, cogió los dos vasos de vodka y me entregó uno—, ¡podemos seguir embriagándonos!
Estallé en risas e hice chocar mi vaso con el de ella.
Era bueno volver a los viejos tiempos.

Desperté con mi cabeza retumbando por culpa de un ruido que me llegaba a lo lejos.
No tenía idea de la hora que era. Levanté la cabeza y todo el mundo me dio vueltas; seguíamos tiradas en el suelo, la botella de vodka y otra de ron vacías. Marce estaba acostada a mi lado con la boca abierta y emitiendo sonidos incoherentes mientras dormía.
Levanté apenas  mi cuerpo y me senté en el sofá, me dolía la espalda, la cabeza me martilleaba… seguía ebria. Al menos aún estaba oscuro.
El ruido molesto volvió a aparecer y me di cuenta que está sonando el celular de Marce. Mi amiga parecía estar en una especie de coma etílico, así que, como pude, me estiré y tomé el celular del sillón y lo contesté.
—¿Aló?
—¿Marce?
—¿Quién habla? —mi lengua se enredaba y juraría que la persona al otro lado de la línea no me entendía nada—. Soy Chia, ¿quién es?
—¿Chia? ¿Qué haces tú con el teléfono de Marce?
—¿Aaah? ¿Quién habla? —saqué el teléfono de mi oreja y lo miré intrigada. Lo puse sobre mi boca y comencé a gritar—. ¿¡Quién es!?
—Chia no grites. Soy Ignacio.
—¿Ignacio? ¿Qué Ignacio?
La persona del otro lado lanzó un suspiro de desesperación y comenzó a hablarme como si tuviese problemas mentales.
—I.G.N.A.C.I.O. Tu ex.
—¡Ah! Nacho —solté una risita, sólo le decía así cuando estaba ebria—, hola.
—¿Cómo es eso que estás con Marce?
—Aaaah, ¿no supiste? —me levanté tambaleándome del sofá hasta la cocina—. Macka está embarazada, así que Marce vino a darme un poco de apoyo moral… y chocolates, y alcohol.
—Ese estúpido de André…
—Si, todos sabemos que es un estúpido con pocos o mejor dicho, nada de cojones. Pero son todos así. ¡Incluso tú! —Le dije riendo.
—Chia…
—Ay, si no lo digo de mala persona, pero es cierto, admítelo.
—No sé puede hablar contigo cuando estas ebria.
—Oh, sí que se puede. Que no quieras es otra cosa. Da igual. Te voy a cortar, mañana no me voy a acordar de esto y cualquier recado que dejes para Marce se va a perder y… mierda.
—¿Qué pasó?
—Mañana tengo clases, ¿qué hora es?
—Las cuatro de la mañana.
Santa mierda. Debía irme a dormir para despertar sin borrachera en dos horas más.
—Definitivamente te cuelgo. Chau.
Me quede mirando el café que me estaba haciendo; la mitad del azúcar había caído fuera al igual que los polvitos de café.
Me di por vencida y me moví hacia el living, no sin antes golpearme con la puerta de la cocina la cabeza.
Solté un gritito de dolor que hizo que Manu levantara su cabeza de su cama para ver qué pasaba. Cuando se dio cuenta que no era nada malo, se acomodó para seguir durmiendo.
—Gracias por la ayuda, perro amigo.
Comencé a mirar el celular de Marce y se me ocurrió una idea, algo que jamás se me hubiese pasado por la cabeza estando sobria.
Yo podía llamar a quien quisiera de este celular, y jamás sabrían que fui yo. No tenían registrado el número de Marce.
Abrí el celular y marqué de memoria el número de André. Contesto al quinto timbrazo.
—¿A… aló? —su voz sonaba a recién despertado, se me encogió el corazón. Me quede en silencio—. ¿Aló?
Tome aire y trate de hablar lo más modulado que podía, no era un mensaje que quería que se perdiera.
—¡Eres un maldito cabrón!
Se me llenaron los ojos de lágrimas y con mis reflejos lentos, no cerré el teléfono todo lo rápido que debería haberlo hecho.
—¿Chia? ¿Eres tú?
Se me quedaron los dedos congelados en el botón y mi corazón bombeaba a mil por hora. Un sollozo se arrancó de mi garganta y me obligué a presionar el botón de finalizar la llamada.
Me lancé un chal encima y me hice un ovillo en el sillón, llorando despacito.
Tonta, tonta, tonta. No deberías haberlo llamado. Eres débil Chiara, demasiado débil.
***
Los rayos del sol pegaban en mi cara e hicieron que tratara de cubrírmela con las manos. Inútil. Y hacía calor. Demasiado.
Cuando mis neuronas procesaron los rayos y el calor, me di cuenta de que debía ser tarde. Muy tarde.
Me levanté de golpe, un costado de mi cabeza latiendo dolorosamente como recordatorio de la borrachera de la noche anterior, y fui corriendo a la cocina para ver la hora.
Nueve y veinte de la mañana.
Estaba frita. Más que frita. Muerta.
A las ocho debería haber estado en clases, donde tenía un bonito control de patologías respiratorias en el niño. No que hubiera estudiado mucho, pero no dar ese control significaba estar al borde, al borde, de reprobar el ramo. Tenía que dar un examen y, por lo que todos decían, ese examen no era un examen cualquiera, era la MUERTE y más que eso.
Y en treinta minutos tenía que estar para otra clase a la que no se permitía faltar.
Salí como un torbellino de la cocina al comedor, en donde Marce aún estaba desparramada como cualquier cosa en el suelo, disfrutando de los rayos del sol que le llegaban en la cara, y pase directo a mi pieza donde tomé una toalla y me encerré en el baño.
Mientras me colocaba el champú y cepillaba mis dientes, me golpeaba mentalmente por haber tomado tanto anoche. Tanto que incluso olvidé poner la alarma del celular para despertar.
Salí a los cinco minutos, todo un record, y comencé a vestirme con lo primero que encontré en mi closet. Tomé mi pelo con unas pinzas y lo acomodé para que no goteara tanto sobre mi ropa, agarré una chaqueta en caso de que hiciera frio en la tarde, saque mi cartera y salí corriendo.
Anoté, mentalmente, que debía mandarle un mensaje a Lore para decirle que me había tenido que ir a clases.
Ni siquiera me di tiempo de esperar que llegara el ascensor, sólo vivía en un quinto piso, lo que era totalmente beneficioso en momentos como este.
Cuando iba cruzando el hall del edificio, una voz me dejó clavada al piso.
—¡Chia!
No. No. No. Por favor, no.
Me quede quieta mirando hacia el frente negándome a darme la vuelta y mirarlo. Si lo ignoraba y seguía caminando, podría hacer de cuenta de que era una ilusión óptica.
Sentí pasos a mi espalda y, como siempre me pasaba cuando estaba cerca de él, mis pies se negaron a moverse un centímetro.
Lo primero que me golpeó fue su olor, maderas y sándalo rondando a mí alrededor, lo segundo, fue el calor de su cuerpo atrás de mi espalda.
Se me erizaron los pelos de los brazos.
Por lo que pareció una eternidad, pero no deben haber sido más de unos segundos, ninguno de los dos dijo nada.
—¿Qué haces aquí? —Seguí mirando hacia el frente mientras respiraba entrecortadamente; cada pequeña respiración que daba venía cargada de su aroma único, cada respiro que tomaba para poder relajarme cargaba mi cabeza de su olor y me llenaba de recuerdos, y a cada recuerdo que me pasaba por la retina, sentía como mi corazón se volvía cada vez más y más pequeño.
—Me llamaste ayer.
Eso no era una pregunta, era una afirmación. Yo no lo había llamado, ni loca.
—No te llamé —y sólo porque estaba harta de todo, añadí con odio—, quizás fue Macka.
Lo sentí exhalar aire como si fuese un toro, aburrido de este juego de tire y afloje que se había dado entre los dos desde un comienzo, desde el primer día que me lo encontré en esa biblioteca.
—Da igual, yo sé que lo hiciste. Pensé que podíamos hablar pero…
André sabía cómo fastidiarme: no había cosa que odiara más que la gente que dejaba inconclusas sus frases, esperando que alguien adivinara lo que quería decir por ser cobardes o bien, querían dárselas de gente importante y que la otra persona rogara por más información.
Y yo no iba a seguir hablando con él.
—Me voy.
Con una confianza que no creí tener jamás a su lado, salí caminando con paso firme del edifico.
Y como paso otras tantas veces, no lo sentí seguirme, ni llamarme, ni gritar.
Y esta vez a diferencia de otras, dolió, me dolió en el alma. Porque si me llamaba, hubiese significado que él, a pesar de todo, aún quería pelear por lo nuestro, hacer algo, lo que fuera, para intentar estar juntos. Obligarme a escucharlo, atarme a un árbol si fuera necesario para hacerme entrar en razón de que lo nuestro aun podía salvarse.
Pero cuando no escuche su voz llamar ni sus pasos detrás de mí, me di cuenta que me dejaba ir… como si yo nunca hubiese valido nada para él, como si hubiese sido una más del montón… alguien a quien nunca quiso de verdad.
Quizás el embarazo de Macka si fuera cierto, quizás no. Pero ahora eso ya daba lo mismo.
Si él nunca me había querido de verdad, el embarazo sólo era una excusa más fácil, y cobarde, para salir corriendo.
Bien para él… Más desesperación para mí.

El día fue un borrón: me sumergí a un estado de semi-inconsciencia en la que sólo mi cuerpo estaba presente. Mi cabeza… mi cabeza estaba a años luz de distancia.
Unos golpecitos en la cabeza me bajaron de dónde sea que anduviera y me hicieron aterrizar en la sala de clases.
—Te prohíbo —di vuelta la cabeza para ver a Ernesto inclinado sobre mi apuntándome con uno de sus dedos—, te prohibo echarte a morir Chiara Antúnez.
Si hubiese tenido fuerzas me habría reído de su cara y su dedo amenazante, pero mi boca se mantuvo quieta y ni siquiera una esquina de ella se levantó.
En cambio, sólo me encogí de hombros.
—Da igual, Er. Da igual.
—Nada que da igual aquí, señorita. Volveremos a la terapia de Alcohol y esta vez, te presentaré hombres, machos, no esas cosas asquerosillas con las que sueles salir. —Hizo un gesto con su mano como de desprecio cuando dijo “cosas asquerosillas”.
—No quiero hombres, ni alcohol. ¿Puedo tomarme mi tiempo esta vez?
Me miró como viendo que beneficios traía para él que la terapia de alcohol no se llevara a cabo y que su papel de celestino no  se necesitara.
—Ok. Pero si pasa el tiempo y no comienzo a ver sonrisas en esa cara —miró hacia el techo como pensando y agregó apuntándome—, tus ojos, te someterás a mis reglas. Sin decir nada. ¿De acuerdo?
Asentí con la cabeza y él me rodeó con un brazo, enterrando mi cabeza en su pecho huesudo. Me dio un beso en la coronilla de la cabeza.
—Animo, querida. Tú eres una guerrera.
Podía tomar esto como mantra cuando no diera más: yo soy una guerrera, soy una guerrera, soy una guerrera.
Después de todo, dicen que si uno repite las cosas tres veces se terminan por cumplir, ¿verdad?

Al día siguiente, viernes al fin, me desperté incluso antes de que sonara el despertador. Estaba ansiosa, era un manojo de nervios y lo único que me repetía era No quiero ver a André, no quiero ver a André. Cosa fácil decirlo, pero imposible de conseguir cuando tenía que prepararme para irme al Consultorio, para tener que seguirlo como perrito faldero de nuevo si es que las enfermeras no cambiaban las asignaciones.
A mi favor sólo podía pensar que quedaba sólo un mes de prácticas, sólo un mes más para tener que verlo por obligación. Después de eso, yo y mi corazón seriamos libres de torturarnos por nuestra voluntad.
Tomé el bus bastante temprano, queriendo llegar al Consultorio antes que él y tener tiempo, aunque fuera pequeño, para mentalizarme.
Cuando estábamos pasando a la altura de Bellavista en Valparaíso, comencé a ponerme nerviosa. Cuando el bus paró a tomar pasajeros, clavé mi mirada en la puerta de subida, mi corazón latiendo a mil por hora, buscando a André con la mirada.
Al cerrarse las puertas, un suspiro de alivio salió de mi boca y apoyé mi espalda en el respaldo del asiento, tranquila. Cerré mis ojos, dispuesta a disfrutar el resto del viaje.
Tres cuadras más allá, el bus se detuvo nuevamente sólo por un momento.
Sentí que alguien se sentaba a mi lado y, en menos de un segundo, el olor de André me llenó la cabeza. Se me erizaron los pelos de los brazos y abrí los ojos de golpe, girando mi cabeza para mirarlo.
Pero mi sorpresa fue mayor cuando me di cuenta que el hombre que tenía al lado no era André, ni se parecía a él. El olor era el mismo, incluso ese olor a madera que yo distinguía como único en él, el hombre que estaba sentado a mi lado también lo tenía.
—¿Pasa algo? —Me dijo mirándome preocupado.
Abrí y cerré mi boca, tratando de desconectar el olor que sentía de la imagen de André.
—Nada, disculpa.
Volví a cerrar los ojos y apoyé mi cabeza en la ventana.
Cada movimiento que mi compañero de asiento hacía desprendía su olor, y con los ojos cerrados, era bastante fácil imaginar que era André el que iba a mi lado. Fácil, doloroso y angustiante.
—Idiota. —Me reprendí a mí misma en voz baja.
—¿Disculpa?
Me puse roja de golpe y le di a mi compañero una sonrisa tímida.
—Oh.  No te lo decía a ti.
Me miró como si estuviera pensando en creerme o no. Sus ojos, azules y penetrantes, me miraron divertidos.
—Veo que no soy el único que habla solo.
Solté una risita nerviosa y negué con la cabeza.
—De vez en cuando sirve para reprenderme.
—Tienes razón. —Me dijo con una sonrisa. Me fijé que cuando sonreía, las esquinas de sus ojos se arrugaban y lo hacían parecer menor—. Soy Daniel.
—Chiara.
Me senté más derecha, ya sin ganas de cerrar los ojos. Si lo veía, si miraba su cara, era más fácil recordarme que él no era André.
Nos quedamos en silencio mucho tiempo. Cuando comenzamos  a llegar cerca del Consultorio, mi compañero comenzó a ponerse inquieto.
—¿Este bus no va hacia la UPLA ?
—Sí —le dije—, pero ya la pasamos.
—Mierda.
Tomo su bolso lo más rápido que pudo y se levantó a tocar el timbre. Luego se volvió y me miró indeciso.
—¿Qué bus me sirve para llegar ahí?
Me mordí el labio tratando de pensar. Me fijé que ya me tocaba bajar, así que me levanté.
—Yo me bajo en la siguiente parada. Puedes bajarte conmigo y de ahí tomas cualquier bus... Creo que todos sirven.
Una de las esquinas de su boca se levantó en una mini sonrisa.
—Gracias.
—No hay de qué.
Me puse a su lado esperando a tocar el timbre.
Se sentía extraño que tuviera el mismo olor de André y fuera, a la vez, tan distinto a él: Los ojos azules y su estatura era lo que más los diferenciaba; André era excesivamente alto, mientras que él no debía medir más de un metro sesenta. Y llevaba un piercing en su oreja izquierda. André jamás se pondría uno.
Toqué el timbre y bajamos. Me saqué la bufanda y la guardé en mi bolso. Lo miré.
—Entonces, ¿todos los buses me sirven? —me preguntó.
—La verdad, no tengo idea. Creo que sí. Pero si quieres estar seguro, siempre puedes preguntarle al chofer si para por la UPLA o no —le dije sonriendo.
Asintió con su cabeza, metió la mano en su bolso y comenzó a buscar algo. Levantó la cabeza y me sonrío
—Gracias.
—De nada.
Me giré y comencé a caminar en dirección al Consultorio.
—¡Espera!
Me quedé quieta y me volví para mirarlo, extrañada.
—¿Sí?
Trotó, recorriendo el pequeño trecho que nos separaba.
—Esto te va a parecer raro, pero, ¿Me das tú número?
Me quede viéndolo como si estuviese loco.
—¿Mi número?
—Sí. Podemos tomarnos un café, o lo que tú quieras.
Negué con mi cabeza y le sonreí.
—No lo quieres, créeme. —Le di la espalda de nuevo seguí caminando. Lo escuché reírse y al poco rato volvió a gritar.
—¡Ya veremos!
Levanté mi mano hacia él sin darme la vuelta, moviéndome como diciéndole “olvídalo”.

Cuando llegué al consultorio no había rastros de André por ningún parte. Sonreí satisfecha y caminé hacia la sala donde dejábamos nuestras cosas.
Al instante en que abrí la puerta, desee no haberlo hecho; Rossy estaba sentada a horcajadas sobre Pato, atacándose mutuamente, porque no había otra forma de describir lo que estaba viendo, la bata de Pato en el suelo y la toca de Rossy y su peinado, desastrosos.
Me tragué el asco y entré.
—Esto es una sala pública.
Pato se quedó congelado cuando escuchó mi voz y trato de sacarse a Rossy de encima. Ella simplemente me miró, con esa sonrisa retorcida que sacaba lo peor de mí. Se puso en pie lentamente, como disfrutando que alguien la hubiera visto sobre Pato.
—Voy al baño, amor. —Escuché que le dijo a mi amigo y luego sentí la puerta cerrarse.
Abrí uno de los casilleros y comencé a guardar mis cosas.
—Chia...
No lo tomé en cuenta. Saqué mi carpeta del bolso y cerré la puerta del casillero con fuerza.
—Dime.
—Pensé que me ibas a dar la ley del hielo.
—Oh, quiero hacerlo, de verdad —tomé una respiración y me di vuelta para verlo. Sus ojos estaban encendidos con fuego por lo que acababa de hacer con Rossy y, cuando lo miré detenidamente, todo lo que vi fue eso, fuego. No había amor ahí, ni un poco. Él sólo estaba con ella porque el cerebro que tenía entre las piernas era más fuerte que el cerebro que llevaba sobre los hombros—. Pero no vale la pena. Te estás jodiendo la vida tu solito.
—¿No me vas a sermonear más?
—¿Me vas a escuchar? —negó con la cabeza—. Entonces no tiene caso. Estas ciego. Y cuando comiences a ver como es ella en verdad, seré la primera en decir te lo dije.
—Como quieras, Chia. Como quieras.
Salió de la sala dando un portazo que esfumó todo el buen ánimo que podría haber tenido.
—Estúpido.
Antes de salir a los box de atención, la enfermera jefe y la Profesora Gaby llegaron a la sala para avisarnos que las parejas “médicos-enfermeras” que habían formado ya no seguirían, y que no volvieron a formar otras. Creo que el resultado no les gustó mucho; demasiadas órdenes, poca acción para nosotras.
Salí hacia la sala de espera obligándome a colocar la máscara de chica dura mucho antes de siquiera toparme con André: si sirvió antes, perfectamente podía servir ahora.
Llegué a la sala de controles de niño sano y tomé el montón de fichas que estaban en la entrada.
Liz lleguó un poco después y juntas comenzamos a pesar, medir, y a ver cómo iba el desarrollo psicomotor de los niños. Una vez terminábamos, llevábamos las fichas a la sala donde los revisaría el doctor.
En uno de mis tantos viajes, cuando golpeé la puerta del box de doctores y abrí la puerta, me encontré frente a frente con André.
Nuevamente me golpeó su olor y esta vez no había manera de imaginar que no era él al que estaba viendo.
—Hola. —Me sonrío y mi corazón paro de latir.
No lo miré, no lo saludé, nada. Pasé por su lado hasta el médico tratante y le entregué las fichas. Puse la última que llevaba aparte.
—Su examen salió con riesgo, doctor, así que le pediría que le dé una mirada extra.
El Dr. Mateluna, un caballero de unos cincuenta y cinco años, me sonrío, entendiéndome.
—No te preocupes, con André lo revisaremos bien.
Le sonreí.
—Gracias.
Caminé hacia la puerta, donde André seguía de pie. Pasé por su lado y tomó mi muñeca.
Su toque quemó como siempre lo hacia cuando me tocaba. Pero yo tenía puesta la máscara de chica dura, y la Chia dura no se dejaba llevar por recuerdos.
—No.
Solté mi mano de su agarre y salí en dirección al box de control.
Cuando llegué ahí, estaban todas mis compañeras, incluida Rossy, poniéndose de acuerdo para tener una fiesta de Halloween mañana.
—¿Halloween? —Les dije con incredulidad.
—¿Dónde tienes la cabeza mujer? —me dijo Liz mientras me daba un golpe en el brazo—.  ¡Mañana es 31 de Octubre! Hora de salir a asustar.
—¿De verdad ya es 31? —Les dije sin creerlo. Sabía que estábamos en Octubre, pero nunca me di cuenta de que ya estábamos acabando el mes.
Rossy me miró como si fuera una tonta y siguió hablando.
—Sigo. Mañana a las diez, entonces, y ¡por favor! Disfraces interesantes.
Con una carcajada general todas salieron, excepto Liz.
Comenzamos a ordenar las fichas de la tarde mientras me explicaba lo que habían decidido.
—Mis papás se van a Santiago por el fin de semana, así que ayer me dije, ¿Por qué no organizo una fiesta de Halloween? Irán todos los del consultorio. Invité a las chicas de la Valpo y de las Américas. Eso si… —me miró con lástima—, los doctores también van.
—¿Qué?
—Invité a André también. Lo siento Chia, pero parecía de mal gusto no invitarlo cuando todos están hablando de esto.
—Da igual Liz —me encogí de hombros—, no puedo arrancar de él por siempre.

A eso de la una de la tarde llegó Matías al box. No pude evitar notar que Liz se puso roja de pies a cabeza. La miré y alcé mis cejas de forma sugerente. Ella sólo se puso más roja.
—Mati, hola.
—Hola pequeña —me saludo con un beso en la mejilla. Saludo también a Liz que estaba a mi lado—. Hola Liz.
—Hola.
—¿Almorzamos juntos Chia?
Miré a Liz, que miraba el piso determinadamente.
—Claro. Liz —ella me miró tratando de hacerme callar—, ¿almuerzas con nosotros?
—Eeeeh, vale. Voy con ustedes.
—¿Nos esperas en el casino Mati?
—Claro.
Matías salió de la sala y yo comencé a reírme.
—¡Eso no es gracioso! —Liz volvió a golpearme en el brazo, esta vez con más fuerza.
—Hubieras visto tu cara —tomé aire y así parar de reírme a costa suya—. ¿Por qué no me dijiste que te gustaba el semental ese? Podría haberte ayudado… ya sabes, hacer de celestina.
—Ni lo conozco Chia, es sólo… sólo lo encuentro lindo.
—¡Con mayor razón! Te vienes a comer con nosotros.
La tomé del codo y la arrastre a nuestra sala para buscar nuestros almuerzos.
Siguió murmurando entre dientes que yo estaba loca, que como le hacía esto, que me iba a matar, que ella era tímida y un montón de cosas más.
—Sé tú misma Liz. Sé tímida, se poco razonable, y se risueña. Él amará eso de ti, de verdad.
Me sonrío, tratando de creer mis palabras y nos dirigimos al comedor.
Pero mis ganas de hacer de Celestina se esfumaron cuando vi que en nuestra mesa estaban Pato y Rossy también. Bonito, bonito.
—¿Qué hay con esos dos? ¿Él no es el novio de Lore? —Me dijo Liz bajito mientras nos acercábamos a la mesa.
—Era el novio de Lore. La trepa hombres aquí presente volvió  a hacer de las suyas.
—Pobre Lore, debe odiar a Rossy.
Tomé a Liz del brazo y la detuve.
—No puedes decirle nada a Lore, ella no tiene idea que esos dos están juntos. Se moriría. Prométemelo, por favor, Liz.
—Lo prometo.
Suspiré pesadamente y puse mi mejor cara para poder soportar el almuerzo con la parejita babosa a mi lado.
El almuerzo fue bastante ameno, debo admitirlo; Pato y Rossy estaban tan ocupados en su propia burbuja que apenas crucé palabra con ellos. Mientras que Mati y Liz… Mati la miraba con cara de interés cada vez que ella hablaba y ella lo miraba como si él fuera lo mejor que la vida le hubiese puesto en el camino. Y gracias a estar pendiente de ellos dos, no busque a André durante todo el almuerzo. Esto era un comienzo. Creo.
El resto del día fue bastante normal. André no me busco más, Liz no dejaba de hiperventilar sobre lo perfecto que era Matías y Pato… parecía que jamás se daría cuenta de lo pérfida que era Rossy. Decidí que era problema suyo, siempre y cuando Rossy no le fuera con el cuento a Lore, yo no me metería más.

A las cuatro, la Profe Gaby nos dijo que podíamos irnos, que ya no quedaba más por hacer.
Liz, Betty y yo, bajamos en dirección al plan para ir a una de estas tiendas donde se arriendan disfraces, cruzando los dedos para poder encontrar algo a última hora.
—¿De qué quieren ir?
—Quiero ir de dama antigua, al estilo Orgullo y Prejuicio —dijo Liz con ojos soñadores.
—Eso no estaría mal. Te verías bien. Y Mati quedaría colgado, mucho —Le dije riendo.
—Oh, ¿así que la pequeña babea por el semental?
Ese era el apodo que le habían puesto a Matías en el Consultorio “El semental”. Tenían razones de sobra para suspirar cada vez que él pasaba.
—No babeo, sólo lo encuentro lindo.
—Y te gustaría pasar tu lengua por…
—¡Chia! —me cortó Liz riendo—, para de decir esas cosas.
—Soy honesta Lizzette, ¿qué puedo hacer?
Llegamos al negocio llamado Tu otro yo y, apenas puse el pie dentro, vi el disfraz que quería.
—Quiere ese —Les dije saltando emocionada a Liz y a Betty.
—¿Cuál?
—El de Odalisca —les apunté el disfraz de color blanco con pequeñas piedras turquesas que estaba puesto en la vitrina—, lo quiero, lo quiero, lo quiero.
—A André se le caerá la mandíbula cuando te vea en él.
 —Eso espero. —Les dije con una sonrisa de satisfacción, acercándome a la señora que atendía para pedirle el disfraz.

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