“Borrón
y cuenta nueva.”
Miré mi celular al menos por
una media hora, mientras meditaba si llamar a Marce era mi mejor opción.
Definitivamente no quería estar sola, pero sabía lo incómodo que podía llegar a
ser escuchar los problemas que tenían ella e Ignacio.
Finalmente, la soledad le
ganó al razonamiento, tomé mi celular y la llamé.
Contesto al primer timbrazo.
—¡Chia! ¿Estás bien?
—Hola —le dije en un
susurro. Comencé a retorcerme las manos—. ¿Estás ocupada?
—No —una risita—, para nada.
Mi vida es bastante fome últimamente.
—¿Puedes… puedes venir a mi
casa? —se hizo el silencio del otro lado de la línea y quise cortarle, nunca
había pensado en que quizás Marce no echaba tanto de menos mi amistad como yo
extrañaba la de ella—. Si no puedes no importa. Disculpa por molestarte, yo…
—No, no. Es que… fue
extraño. Hace mucho que no pasamos un rato como los de antaño.
—Tienes razón.
—Entonces, ¿a qué hora me
quieres por allá?
—Entre más rápido mejor.
—Dame una hora.
—Gracias.
—Para eso estoy.
Cerré el teléfono
sintiéndome un poco mejor. Quizás había perdido a André, pero podía volver a
afianzar la confianza perdida con Marce.
***
Dos horas más tarde, podría
decir que la nueva terapia de alcohol había dado comienzo, pero no de forma
oficial: Marce había llegado con alcohol como para un regimiento, y éramos sólo
dos.
Comenzamos a brindar por los
malos amores, agarramos el Diario de Bridget Jones en el cable justo en la
parte en que ella comienza a tomarse los chupitos de vodka y ahí comenzó
nuestra perdición.
Cundo nos dimos cuenta que
no podíamos ingerir más alcohol, nos deslizamos del sofá hasta el suelo y nos
quedemos ahí, viendo el techo.
—No lo entiendo —me dijo
Marce con la voz quebrada—. Estaba todo tan bien y de un día para otro, es un
tempano de hielo.
Mi cabeza era una mezcla
incoherente de pensamientos, y por más que trataba de entender a Marce, no
podía.
—¿Qué? ¿Quién?
—¡Ignacio! —me levanté un
poco y apoyé mi espalda en el sofá—. Estábamos muy bien, y de un día para otro,
se volvió el hombre de hielo conmigo. No me mira, no me dice que me quiere, no
me toca ¡Nada! Y por más que hablo con él dice que no, que todo está igual, que
nada ha cambiado. ¡Y una mierda! Él esta extraño Chia.
—Yo… —¿qué se supone que
debía decir a algo como eso?—, tú sabes que yo con él ya no hablo, no sé qué le
podrá pasar. Pero… pero puedo decirte, por experiencia propia, que es mejor que
le des su espacio, que se le quite la tontera solo. Entre más le preguntes,
peor se pondrá.
—¡Pero necesito saber que le
pasa! Es como si —la sentí sollozar y me sentí incómoda— como si yo le diera lo
mismo —giró su cabeza para mirarme—. ¿Alguna vez te sentiste así con él?
El estómago se me retorció y
me sentí más incómoda aún, pero tenía que ser sincera con ella.
—Cuando tú y él —Lore me
miró como si no entendiera—, cuando él estaba contigo y conmigo, fue una de las
pocas veces en que se comportó como si lo nuestro le diera lo mismo.
Los ojos de Lore se abrieron
y me miró con cara de pánico.
—¿Quieres decir… me estás
diciendo que puede que Ignacio me esté engañando?
—¡No, no! —tenía que
aprender a hablar con las palabras correctas—, estoy diciendo que eso fue así
para mí, no tiene porqué ser igual para ti Marce —me acerqué a su lado y le di
unas palmaditas en la cabeza— déjalo que tome aire tranquilo y cuando veas que
se relaje, vuelves a preguntarle. Pero si se demora mucho en dejar la fachada
de idiota, lo atacas como sea, ¿está bien?
Asintió con la cabeza
mientras comenzaba a hipar.
Nos entró la risa tonta y
nos quedamos apoyada la una con la otra, como en los viejos tiempos.
—Nunca me ha caído muy bien
Macka —me dijo después de unos minutos de estar calladas—. Es demasiado altanera,
incluso para mi gusto —bostezo— preferiría mil veces que André estuviese
contigo en vez de con ella. Ustedes dos son… perfectos el uno para el otro.
Sonreí con tristeza cuando
oí eso.
—Bueno, las cosas están así
y punto —me encogí de hombros— no hay nada que yo pueda hacer.
—Si hay algo que podemos
hacer amiga —se levantó del suelo y estiró sus manos, cogió los dos vasos de
vodka y me entregó uno—, ¡podemos seguir embriagándonos!
Estallé en risas e hice
chocar mi vaso con el de ella.
Era bueno volver a los
viejos tiempos.
Desperté con mi cabeza
retumbando por culpa de un ruido que me llegaba a lo lejos.
No tenía idea de la hora que
era. Levanté la cabeza y todo el mundo me dio vueltas; seguíamos tiradas en el
suelo, la botella de vodka y otra de ron vacías. Marce estaba acostada a mi
lado con la boca abierta y emitiendo sonidos incoherentes mientras dormía.
Levanté apenas mi cuerpo y me senté en el sofá, me dolía la
espalda, la cabeza me martilleaba… seguía ebria. Al menos aún estaba oscuro.
El ruido molesto volvió a
aparecer y me di cuenta que está sonando el celular de Marce. Mi amiga parecía
estar en una especie de coma etílico, así que, como pude, me estiré y tomé el
celular del sillón y lo contesté.
—¿Aló?
—¿Marce?
—¿Quién habla? —mi lengua se
enredaba y juraría que la persona al otro lado de la línea no me entendía
nada—. Soy Chia, ¿quién es?
—¿Chia? ¿Qué haces tú con el
teléfono de Marce?
—¿Aaah? ¿Quién habla? —saqué
el teléfono de mi oreja y lo miré intrigada. Lo puse sobre mi boca y comencé a
gritar—. ¿¡Quién es!?
—Chia no grites. Soy
Ignacio.
—¿Ignacio? ¿Qué Ignacio?
La persona del otro lado
lanzó un suspiro de desesperación y comenzó a hablarme como si tuviese
problemas mentales.
—I.G.N.A.C.I.O. Tu ex.
—¡Ah! Nacho —solté una
risita, sólo le decía así cuando estaba ebria—, hola.
—¿Cómo es eso que estás con
Marce?
—Aaaah, ¿no supiste? —me
levanté tambaleándome del sofá hasta la cocina—. Macka está embarazada, así que
Marce vino a darme un poco de apoyo moral… y chocolates, y alcohol.
—Ese estúpido de André…
—Si, todos sabemos que es un
estúpido con pocos o mejor dicho, nada de cojones. Pero son todos así. ¡Incluso
tú! —Le dije riendo.
—Chia…
—Ay, si no lo digo de mala
persona, pero es cierto, admítelo.
—No sé puede hablar contigo
cuando estas ebria.
—Oh, sí que se puede. Que no
quieras es otra cosa. Da igual. Te voy a cortar, mañana no me voy a acordar de
esto y cualquier recado que dejes para Marce se va a perder y… mierda.
—¿Qué pasó?
—Mañana tengo clases, ¿qué
hora es?
—Las cuatro de la mañana.
Santa mierda. Debía irme a
dormir para despertar sin borrachera en dos horas más.
—Definitivamente te cuelgo.
Chau.
Me quede mirando el café que
me estaba haciendo; la mitad del azúcar había caído fuera al igual que los
polvitos de café.
Me di por vencida y me moví
hacia el living, no sin antes golpearme con la puerta de la cocina la cabeza.
Solté un gritito de dolor
que hizo que Manu levantara su cabeza de su cama para ver qué pasaba. Cuando se
dio cuenta que no era nada malo, se acomodó para seguir durmiendo.
—Gracias por la ayuda, perro
amigo.
Comencé a mirar el celular
de Marce y se me ocurrió una idea, algo que jamás se me hubiese pasado por la
cabeza estando sobria.
Yo podía llamar a quien
quisiera de este celular, y jamás sabrían que fui yo. No tenían registrado el
número de Marce.
Abrí el celular y marqué de
memoria el número de André. Contesto al quinto timbrazo.
—¿A… aló? —su voz sonaba a
recién despertado, se me encogió el corazón. Me quede en silencio—. ¿Aló?
Tome aire y trate de hablar
lo más modulado que podía, no era un mensaje que quería que se perdiera.
—¡Eres un maldito cabrón!
Se me llenaron los ojos de
lágrimas y con mis reflejos lentos, no cerré el teléfono todo lo rápido que
debería haberlo hecho.
—¿Chia? ¿Eres tú?
Se me quedaron los dedos
congelados en el botón y mi corazón bombeaba a mil por hora. Un sollozo se
arrancó de mi garganta y me obligué a presionar el botón de finalizar la
llamada.
Me lancé un chal encima y me
hice un ovillo en el sillón, llorando despacito.
Tonta, tonta, tonta. No
deberías haberlo llamado. Eres débil Chiara, demasiado débil.
***
Los rayos del sol pegaban en
mi cara e hicieron que tratara de cubrírmela con las manos. Inútil. Y hacía
calor. Demasiado.
Cuando mis neuronas
procesaron los rayos y el calor, me di cuenta de que debía ser tarde. Muy
tarde.
Me levanté de golpe, un
costado de mi cabeza latiendo dolorosamente como recordatorio de la borrachera
de la noche anterior, y fui corriendo a la cocina para ver la hora.
Nueve y veinte de la mañana.
Estaba frita. Más que frita.
Muerta.
A las ocho debería haber
estado en clases, donde tenía un bonito control de patologías respiratorias en
el niño. No que hubiera estudiado mucho, pero no dar ese control significaba
estar al borde, al borde, de reprobar el ramo. Tenía que dar un examen y, por
lo que todos decían, ese examen no era un examen cualquiera, era la MUERTE y
más que eso.
Y en treinta minutos tenía
que estar para otra clase a la que no se permitía faltar.
Salí como un torbellino de
la cocina al comedor, en donde Marce aún estaba desparramada como cualquier
cosa en el suelo, disfrutando de los rayos del sol que le llegaban en la cara,
y pase directo a mi pieza donde tomé una toalla y me encerré en el baño.
Mientras me colocaba el
champú y cepillaba mis dientes, me golpeaba mentalmente por haber tomado tanto
anoche. Tanto que incluso olvidé poner la alarma del celular para despertar.
Salí a los cinco minutos,
todo un record, y comencé a vestirme con lo primero que encontré en mi closet.
Tomé mi pelo con unas pinzas y lo acomodé para que no goteara tanto sobre mi
ropa, agarré una chaqueta en caso de que hiciera frio en la tarde, saque mi
cartera y salí corriendo.
Anoté, mentalmente, que
debía mandarle un mensaje a Lore para decirle que me había tenido que ir a clases.
Ni siquiera me di tiempo de
esperar que llegara el ascensor, sólo vivía en un quinto piso, lo que era
totalmente beneficioso en momentos como este.
Cuando iba cruzando el hall
del edificio, una voz me dejó clavada al piso.
—¡Chia!
No. No. No. Por favor, no.
Me quede quieta mirando
hacia el frente negándome a darme la vuelta y mirarlo. Si lo ignoraba y seguía
caminando, podría hacer de cuenta de que era una ilusión óptica.
Sentí pasos a mi espalda y,
como siempre me pasaba cuando estaba cerca de él, mis pies se negaron a moverse
un centímetro.
Lo primero que me golpeó fue
su olor, maderas y sándalo rondando a mí alrededor, lo segundo, fue el calor de
su cuerpo atrás de mi espalda.
Se me erizaron los pelos de
los brazos.
Por lo que pareció una
eternidad, pero no deben haber sido más de unos segundos, ninguno de los dos
dijo nada.
—¿Qué haces aquí? —Seguí
mirando hacia el frente mientras respiraba entrecortadamente; cada pequeña
respiración que daba venía cargada de su aroma único, cada respiro que tomaba
para poder relajarme cargaba mi cabeza de su olor y me llenaba de recuerdos, y
a cada recuerdo que me pasaba por la retina, sentía como mi corazón se volvía
cada vez más y más pequeño.
—Me llamaste ayer.
Eso no era una pregunta, era
una afirmación. Yo no lo había llamado, ni loca.
—No te llamé —y sólo porque
estaba harta de todo, añadí con odio—, quizás fue Macka.
Lo sentí exhalar aire como
si fuese un toro, aburrido de este juego de tire y afloje que se había dado
entre los dos desde un comienzo, desde el primer día que me lo encontré en esa
biblioteca.
—Da igual, yo sé que lo
hiciste. Pensé que podíamos hablar pero…
André sabía cómo
fastidiarme: no había cosa que odiara más que la gente que dejaba inconclusas
sus frases, esperando que alguien adivinara lo que quería decir por ser
cobardes o bien, querían dárselas de gente importante y que la otra persona
rogara por más información.
Y yo no iba a seguir
hablando con él.
—Me voy.
Con una confianza que no
creí tener jamás a su lado, salí caminando con paso firme del edifico.
Y como paso otras tantas
veces, no lo sentí seguirme, ni llamarme, ni gritar.
Y esta vez a diferencia de
otras, dolió, me dolió en el alma. Porque si me llamaba, hubiese significado
que él, a pesar de todo, aún quería pelear por lo nuestro, hacer algo, lo que
fuera, para intentar estar juntos. Obligarme a escucharlo, atarme a un árbol si
fuera necesario para hacerme entrar en razón de que lo nuestro aun podía
salvarse.
Pero cuando no escuche su
voz llamar ni sus pasos detrás de mí, me di cuenta que me dejaba ir… como si yo
nunca hubiese valido nada para él, como si hubiese sido una más del montón…
alguien a quien nunca quiso de verdad.
Quizás el embarazo de Macka
si fuera cierto, quizás no. Pero ahora eso ya daba lo mismo.
Si él nunca me había querido
de verdad, el embarazo sólo era una excusa más fácil, y cobarde, para salir
corriendo.
Bien para él… Más
desesperación para mí.
El día fue un borrón: me
sumergí a un estado de semi-inconsciencia en la que sólo mi cuerpo estaba
presente. Mi cabeza… mi cabeza estaba a años luz de distancia.
Unos golpecitos en la cabeza
me bajaron de dónde sea que anduviera y me hicieron aterrizar en la sala de
clases.
—Te prohíbo —di vuelta la
cabeza para ver a Ernesto inclinado sobre mi apuntándome con uno de sus dedos—,
te prohibo echarte a morir Chiara Antúnez.
Si hubiese tenido fuerzas me
habría reído de su cara y su dedo amenazante, pero mi boca se mantuvo quieta y
ni siquiera una esquina de ella se levantó.
En cambio, sólo me encogí de
hombros.
—Da igual, Er. Da igual.
—Nada que da igual aquí,
señorita. Volveremos a la terapia de Alcohol y esta vez, te presentaré hombres,
machos, no esas cosas asquerosillas con las que sueles salir. —Hizo un gesto
con su mano como de desprecio cuando dijo “cosas asquerosillas”.
—No quiero hombres, ni
alcohol. ¿Puedo tomarme mi tiempo esta vez?
Me miró como viendo que
beneficios traía para él que la terapia de alcohol no se llevara a cabo y que
su papel de celestino no se necesitara.
—Ok. Pero si pasa el tiempo
y no comienzo a ver sonrisas en esa cara —miró hacia el techo como pensando y
agregó apuntándome—, tus ojos, te someterás a mis reglas. Sin decir nada. ¿De
acuerdo?
Asentí con la cabeza y él me
rodeó con un brazo, enterrando mi cabeza en su pecho huesudo. Me dio un beso en
la coronilla de la cabeza.
—Animo, querida. Tú eres una
guerrera.
Podía tomar esto como mantra
cuando no diera más: yo soy una guerrera, soy una guerrera, soy una guerrera.
Después de todo, dicen que
si uno repite las cosas tres veces se terminan por cumplir, ¿verdad?
Al día siguiente, viernes al
fin, me desperté incluso antes de que sonara el despertador. Estaba ansiosa,
era un manojo de nervios y lo único que me repetía era No quiero ver a André,
no quiero ver a André. Cosa fácil decirlo, pero imposible de conseguir cuando
tenía que prepararme para irme al Consultorio, para tener que seguirlo como
perrito faldero de nuevo si es que las enfermeras no cambiaban las
asignaciones.
A mi favor sólo podía pensar
que quedaba sólo un mes de prácticas, sólo un mes más para tener que verlo por
obligación. Después de eso, yo y mi corazón seriamos libres de torturarnos por
nuestra voluntad.
Tomé el bus bastante
temprano, queriendo llegar al Consultorio antes que él y tener tiempo, aunque
fuera pequeño, para mentalizarme.
Cuando estábamos pasando a
la altura de Bellavista en Valparaíso, comencé a ponerme nerviosa. Cuando el
bus paró a tomar pasajeros, clavé mi mirada en la puerta de subida, mi corazón
latiendo a mil por hora, buscando a André con la mirada.
Al cerrarse las puertas, un
suspiro de alivio salió de mi boca y apoyé mi espalda en el respaldo del
asiento, tranquila. Cerré mis ojos, dispuesta a disfrutar el resto del viaje.
Tres cuadras más allá, el
bus se detuvo nuevamente sólo por un momento.
Sentí que alguien se sentaba
a mi lado y, en menos de un segundo, el olor de André me llenó la cabeza. Se me
erizaron los pelos de los brazos y abrí los ojos de golpe, girando mi cabeza
para mirarlo.
Pero mi sorpresa fue mayor
cuando me di cuenta que el hombre que tenía al lado no era André, ni se parecía
a él. El olor era el mismo, incluso ese olor a madera que yo distinguía como
único en él, el hombre que estaba sentado a mi lado también lo tenía.
—¿Pasa algo? —Me dijo
mirándome preocupado.
Abrí y cerré mi boca, tratando
de desconectar el olor que sentía de la imagen de André.
—Nada, disculpa.
Volví a cerrar los ojos y
apoyé mi cabeza en la ventana.
Cada movimiento que mi
compañero de asiento hacía desprendía su olor, y con los ojos cerrados, era
bastante fácil imaginar que era André el que iba a mi lado. Fácil, doloroso y
angustiante.
—Idiota. —Me reprendí a mí
misma en voz baja.
—¿Disculpa?
Me puse roja de golpe y le
di a mi compañero una sonrisa tímida.
—Oh. No te lo decía a ti.
Me miró como si estuviera
pensando en creerme o no. Sus ojos, azules y penetrantes, me miraron
divertidos.
—Veo que no soy el único que
habla solo.
Solté una risita nerviosa y
negué con la cabeza.
—De vez en cuando sirve para
reprenderme.
—Tienes razón. —Me dijo con
una sonrisa. Me fijé que cuando sonreía, las esquinas de sus ojos se arrugaban
y lo hacían parecer menor—. Soy Daniel.
—Chiara.
Me senté más derecha, ya sin
ganas de cerrar los ojos. Si lo veía, si miraba su cara, era más fácil
recordarme que él no era André.
Nos quedamos en silencio
mucho tiempo. Cuando comenzamos a llegar
cerca del Consultorio, mi compañero comenzó a ponerse inquieto.
—¿Este bus no va hacia la
UPLA ?
—Sí —le dije—, pero ya la
pasamos.
—Mierda.
Tomo su bolso lo más rápido
que pudo y se levantó a tocar el timbre. Luego se volvió y me miró indeciso.
—¿Qué bus me sirve para
llegar ahí?
Me mordí el labio tratando
de pensar. Me fijé que ya me tocaba bajar, así que me levanté.
—Yo me bajo en la siguiente
parada. Puedes bajarte conmigo y de ahí tomas cualquier bus... Creo que todos
sirven.
Una de las esquinas de su
boca se levantó en una mini sonrisa.
—Gracias.
—No hay de qué.
Me puse a su lado esperando
a tocar el timbre.
Se sentía extraño que
tuviera el mismo olor de André y fuera, a la vez, tan distinto a él: Los ojos
azules y su estatura era lo que más los diferenciaba; André era excesivamente
alto, mientras que él no debía medir más de un metro sesenta. Y llevaba un
piercing en su oreja izquierda. André jamás se pondría uno.
Toqué el timbre y bajamos.
Me saqué la bufanda y la guardé en mi bolso. Lo miré.
—Entonces, ¿todos los buses
me sirven? —me preguntó.
—La verdad, no tengo idea.
Creo que sí. Pero si quieres estar seguro, siempre puedes preguntarle al chofer
si para por la UPLA o no —le dije sonriendo.
Asintió con su cabeza, metió
la mano en su bolso y comenzó a buscar algo. Levantó la cabeza y me sonrío
—Gracias.
—De nada.
Me giré y comencé a caminar
en dirección al Consultorio.
—¡Espera!
Me quedé quieta y me volví
para mirarlo, extrañada.
—¿Sí?
Trotó, recorriendo el
pequeño trecho que nos separaba.
—Esto te va a parecer raro,
pero, ¿Me das tú número?
Me quede viéndolo como si
estuviese loco.
—¿Mi número?
—Sí. Podemos tomarnos un
café, o lo que tú quieras.
Negué con mi cabeza y le
sonreí.
—No lo quieres, créeme. —Le
di la espalda de nuevo seguí caminando. Lo escuché reírse y al poco rato volvió
a gritar.
—¡Ya veremos!
Levanté mi mano hacia él sin
darme la vuelta, moviéndome como diciéndole “olvídalo”.
Cuando llegué al consultorio
no había rastros de André por ningún parte. Sonreí satisfecha y caminé hacia la
sala donde dejábamos nuestras cosas.
Al instante en que abrí la
puerta, desee no haberlo hecho; Rossy estaba sentada a horcajadas sobre Pato,
atacándose mutuamente, porque no había otra forma de describir lo que estaba
viendo, la bata de Pato en el suelo y la toca de Rossy y su peinado,
desastrosos.
Me tragué el asco y entré.
—Esto es una sala pública.
Pato se quedó congelado
cuando escuchó mi voz y trato de sacarse a Rossy de encima. Ella simplemente me
miró, con esa sonrisa retorcida que sacaba lo peor de mí. Se puso en pie
lentamente, como disfrutando que alguien la hubiera visto sobre Pato.
—Voy al baño, amor. —Escuché
que le dijo a mi amigo y luego sentí la puerta cerrarse.
Abrí uno de los casilleros y
comencé a guardar mis cosas.
—Chia...
No lo tomé en cuenta. Saqué
mi carpeta del bolso y cerré la puerta del casillero con fuerza.
—Dime.
—Pensé que me ibas a dar la
ley del hielo.
—Oh, quiero hacerlo, de
verdad —tomé una respiración y me di vuelta para verlo. Sus ojos estaban
encendidos con fuego por lo que acababa de hacer con Rossy y, cuando lo miré
detenidamente, todo lo que vi fue eso, fuego. No había amor ahí, ni un poco. Él
sólo estaba con ella porque el cerebro que tenía entre las piernas era más
fuerte que el cerebro que llevaba sobre los hombros—. Pero no vale la pena. Te
estás jodiendo la vida tu solito.
—¿No me vas a sermonear más?
—¿Me vas a escuchar? —negó
con la cabeza—. Entonces no tiene caso. Estas ciego. Y cuando comiences a ver
como es ella en verdad, seré la primera en decir te lo dije.
—Como quieras, Chia. Como
quieras.
Salió de la sala dando un
portazo que esfumó todo el buen ánimo que podría haber tenido.
—Estúpido.
Antes de salir a los box de
atención, la enfermera jefe y la Profesora Gaby llegaron a la sala para
avisarnos que las parejas “médicos-enfermeras” que habían formado ya no
seguirían, y que no volvieron a formar otras. Creo que el resultado no les
gustó mucho; demasiadas órdenes, poca acción para nosotras.
Salí hacia la sala de espera
obligándome a colocar la máscara de chica dura mucho antes de siquiera toparme
con André: si sirvió antes, perfectamente podía servir ahora.
Llegué a la sala de
controles de niño sano y tomé el montón de fichas que estaban en la entrada.
Liz lleguó un poco después y
juntas comenzamos a pesar, medir, y a ver cómo iba el desarrollo psicomotor de
los niños. Una vez terminábamos, llevábamos las fichas a la sala donde los
revisaría el doctor.
En uno de mis tantos viajes,
cuando golpeé la puerta del box de doctores y abrí la puerta, me encontré
frente a frente con André.
Nuevamente me golpeó su olor
y esta vez no había manera de imaginar que no era él al que estaba viendo.
—Hola. —Me sonrío y mi
corazón paro de latir.
No lo miré, no lo saludé,
nada. Pasé por su lado hasta el médico tratante y le entregué las fichas. Puse
la última que llevaba aparte.
—Su examen salió con riesgo,
doctor, así que le pediría que le dé una mirada extra.
El Dr. Mateluna, un
caballero de unos cincuenta y cinco años, me sonrío, entendiéndome.
—No te preocupes, con André
lo revisaremos bien.
Le sonreí.
—Gracias.
Caminé hacia la puerta,
donde André seguía de pie. Pasé por su lado y tomó mi muñeca.
Su toque quemó como siempre
lo hacia cuando me tocaba. Pero yo tenía puesta la máscara de chica dura, y la
Chia dura no se dejaba llevar por recuerdos.
—No.
Solté mi mano de su agarre y
salí en dirección al box de control.
Cuando llegué ahí, estaban
todas mis compañeras, incluida Rossy, poniéndose de acuerdo para tener una
fiesta de Halloween mañana.
—¿Halloween? —Les dije con
incredulidad.
—¿Dónde tienes la cabeza
mujer? —me dijo Liz mientras me daba un golpe en el brazo—. ¡Mañana es 31 de Octubre! Hora de salir a
asustar.
—¿De verdad ya es 31? —Les
dije sin creerlo. Sabía que estábamos en Octubre, pero nunca me di cuenta de
que ya estábamos acabando el mes.
Rossy me miró como si fuera
una tonta y siguió hablando.
—Sigo. Mañana a las diez,
entonces, y ¡por favor! Disfraces interesantes.
Con una carcajada general
todas salieron, excepto Liz.
Comenzamos a ordenar las
fichas de la tarde mientras me explicaba lo que habían decidido.
—Mis papás se van a Santiago
por el fin de semana, así que ayer me dije, ¿Por qué no organizo una fiesta de
Halloween? Irán todos los del consultorio. Invité a las chicas de la Valpo y de
las Américas. Eso si… —me miró con lástima—, los doctores también van.
—¿Qué?
—Invité a André también. Lo
siento Chia, pero parecía de mal gusto no invitarlo cuando todos están hablando
de esto.
—Da igual Liz —me encogí de hombros—,
no puedo arrancar de él por siempre.
A eso de la una de la tarde
llegó Matías al box. No pude evitar notar que Liz se puso roja de pies a
cabeza. La miré y alcé mis cejas de forma sugerente. Ella sólo se puso más
roja.
—Mati, hola.
—Hola pequeña —me saludo con
un beso en la mejilla. Saludo también a Liz que estaba a mi lado—. Hola Liz.
—Hola.
—¿Almorzamos juntos Chia?
Miré a Liz, que miraba el
piso determinadamente.
—Claro. Liz —ella me miró
tratando de hacerme callar—, ¿almuerzas con nosotros?
—Eeeeh, vale. Voy con
ustedes.
—¿Nos esperas en el casino
Mati?
—Claro.
Matías salió de la sala y yo
comencé a reírme.
—¡Eso no es gracioso! —Liz
volvió a golpearme en el brazo, esta vez con más fuerza.
—Hubieras visto tu cara
—tomé aire y así parar de reírme a costa suya—. ¿Por qué no me dijiste que te
gustaba el semental ese? Podría haberte ayudado… ya sabes, hacer de celestina.
—Ni lo conozco Chia, es
sólo… sólo lo encuentro lindo.
—¡Con mayor razón! Te vienes
a comer con nosotros.
La tomé del codo y la arrastre
a nuestra sala para buscar nuestros almuerzos.
Siguió murmurando entre
dientes que yo estaba loca, que como le hacía esto, que me iba a matar, que
ella era tímida y un montón de cosas más.
—Sé tú misma Liz. Sé tímida,
se poco razonable, y se risueña. Él amará eso de ti, de verdad.
Me sonrío, tratando de creer
mis palabras y nos dirigimos al comedor.
Pero mis ganas de hacer de
Celestina se esfumaron cuando vi que en nuestra mesa estaban Pato y Rossy
también. Bonito, bonito.
—¿Qué hay con esos dos? ¿Él
no es el novio de Lore? —Me dijo Liz bajito mientras nos acercábamos a la mesa.
—Era el novio de Lore. La
trepa hombres aquí presente volvió a
hacer de las suyas.
—Pobre Lore, debe odiar a
Rossy.
Tomé a Liz del brazo y la
detuve.
—No puedes decirle nada a
Lore, ella no tiene idea que esos dos están juntos. Se moriría. Prométemelo,
por favor, Liz.
—Lo prometo.
Suspiré pesadamente y puse
mi mejor cara para poder soportar el almuerzo con la parejita babosa a mi lado.
El almuerzo fue bastante
ameno, debo admitirlo; Pato y Rossy estaban tan ocupados en su propia burbuja
que apenas crucé palabra con ellos. Mientras que Mati y Liz… Mati la miraba con
cara de interés cada vez que ella hablaba y ella lo miraba como si él fuera lo
mejor que la vida le hubiese puesto en el camino. Y gracias a estar pendiente
de ellos dos, no busque a André durante todo el almuerzo. Esto era un comienzo.
Creo.
El resto del día fue
bastante normal. André no me busco más, Liz no dejaba de hiperventilar sobre lo
perfecto que era Matías y Pato… parecía que jamás se daría cuenta de lo pérfida
que era Rossy. Decidí que era problema suyo, siempre y cuando Rossy no le fuera
con el cuento a Lore, yo no me metería más.
A las cuatro, la Profe Gaby
nos dijo que podíamos irnos, que ya no quedaba más por hacer.
Liz, Betty y yo, bajamos en
dirección al plan para ir a una de estas tiendas donde se arriendan disfraces,
cruzando los dedos para poder encontrar algo a última hora.
—¿De qué quieren ir?
—Quiero ir de dama antigua,
al estilo Orgullo y Prejuicio —dijo Liz con ojos soñadores.
—Eso no estaría mal. Te
verías bien. Y Mati quedaría colgado, mucho —Le dije riendo.
—Oh, ¿así que la pequeña
babea por el semental?
Ese era el apodo que le
habían puesto a Matías en el Consultorio “El semental”. Tenían razones de sobra
para suspirar cada vez que él pasaba.
—No babeo, sólo lo encuentro
lindo.
—Y te gustaría pasar tu
lengua por…
—¡Chia! —me cortó Liz
riendo—, para de decir esas cosas.
—Soy honesta Lizzette, ¿qué
puedo hacer?
Llegamos al negocio llamado
Tu otro yo y, apenas puse el pie dentro, vi el disfraz que quería.
—Quiere ese —Les dije
saltando emocionada a Liz y a Betty.
—¿Cuál?
—El de Odalisca —les apunté
el disfraz de color blanco con pequeñas piedras turquesas que estaba puesto en
la vitrina—, lo quiero, lo quiero, lo quiero.
—A André se le caerá la
mandíbula cuando te vea en él.
—Eso espero. —Les dije con una sonrisa de
satisfacción, acercándome a la señora que atendía para pedirle el disfraz.
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