24 de septiembre de 2012

Diecinueve


“Hoy hace un buen día.”

Cuando desperté, de la primera cosa que fui consciente fue de como subía y bajaba el pecho de André mientras respiraba.
No sé cuánto tiempo me quedé quieta ahí, disfrutando de cómo se sentía poder estar a su lado sin ningún tipo de preocupación: Sin sentirme cruel, ni estafada, ni que le hacía daño a alguien más.
La sensación de paz duró hasta que me di cuenta que estaba realmente oscuro fuera.
Me levanté de golpe y fui hasta mi bolso para poder ver la hora en mi celular. Era más de media noche. Mi mamá me mataría. Tenía que hacer rápidamente una inspección de daños.
Marqué el número de Lore lo más rápido que mis dedos lo permitieron.
—¿Aló?
—¿Te desperté? —le hablé en susurros. Sentí a Lore aclarar su garganta a través del teléfono—. Lo siento. ¿Te ha llamado mi mamá?
—Nada. ¿Por qué? —hizo un silencio como tratando de adivinar dónde estaba—. ¿Por qué me susurras?
—Después te explicó —le dije mientras miraba como André comenzaba a levantarse de la cama y a caminar hacia mi lado—. Si llega a llamarte o cualquier cosa, estamos en tu casa repasando para… para algo de Epi, ¿está bien?
—No pienso taparte si no me dices donde mierda estas.
Ah perfecto, y se hacen llamar amigas.
—Estoy dónde André —le dije entre dientes.
—Aaah. Ok —puso esa voz de “mama regañona” pero no me dijo nada más—. Cualquier cosa yo te cubro.
—Gracias amiga, nos vemos.
Y colgué sintiéndome terriblemente culpable sin saber por qué.
André se colocó detrás de mi y abrazó mi cintura con sus brazos y apoyó su mentón en mi hombro.
—Hola bonita.
Su saludo envío un escalofrío por toda mi espalda y se sintió bien, me estaba acostumbrando a sentirlo.
—Hola.
Incliné mi cabeza hacia un lado para poder darle un beso.
Fue sólo un roce, como esos besos que se dan las parejas que llevan años y años juntos y están tan acostumbrados a ese tipo de saludo. Mi corazón se aceleró diciéndome que sentir eso era peligroso. Mucho.
—¿Qué hora es?
—Las doce veinte.
Me separé de su abrazo a regañadientes y fui a buscar mis zapatos. Me senté en la cama y comencé a ponérmelos.
—¿Qué se supone que haces?
El sonido casi molesto de su voz hizo que levantará mis ojos. Ladeé mi cabeza y apunté a mis pies.
—Me pongo mis zapatos.
—Veo lo evidente. Mi pregunta es, ¿para qué lo haces.
Enarqué una ceja y lo miré divertida.
—Ah, gracias. Si quieres que me de Neumonía por llegar a mi casa con los pies descalzos, perfecto por mi.
La esquina de su boca tembló cuando trató de esconder una sonrisa, tratando de seguir con esa imagen de chico agresivo que me estaba mostrando.
—Tú no te vas a ninguna parte.
Me dio la risa tonta, esa que me da cuando me pongo nerviosa de golpe. No estaba dentro de mis planes quedarme con él aquí.
—¿Quién dice que no me voy?
—Yo, y mi palabra es ley —se acercó hasta la cama y se arrodilló frente a mi y comenzó a sacarme los zapatos—. Así que señorita, le recomiendo que se ponga cómoda, puedo facilitarle un pijama si así lo requiere —me puse roja de golpe y él se rió—. Ay Chia, eres increíblemente ingenua a veces. Se levantó y me dio un beso en la frente—. No sé tú, pero yo necesito comida, te espero en la cocina.
Caminó hasta su closet y tomó un par de pantalones de buzo, una polera y un polerón, y los dejó a mi lado en la cama. Volvió a inclinarse, me dio un beso más y salió por la puerta.
Miré la ropa como si fuera a evaporarse de un momento a otro. Esto era ya muy íntimo y mi corazón dijo que lo más seguro era salir corriendo por la misma puerta que él había salido.
Cerré mis ojos y me concentré en desalojar todas esas estúpidas preocupaciones de mí. Pero por más que traté de relajarme no podía. Había algo dentro de mi que me decía que esto era extraño, que no era normal, que tenía que temer. Que iba a salir herida. Todo este último tiempo había sentido un nudo de nervios en la boca de mi estómago y parecía decidido a no moverse de ahí.
Tomé un respiro profundo y me obligué a tomar la ropa e ir al baño para cambiarme.
Cuando terminé de cambiarme, la persona que vi en el espejo tenía las mejillas sonrojadas, los ojos felices y una ropa que era el doble de tu tamaño. Me reí y salí del baño en dirección a la cocina.
Me asomé por una esquina de la puerta de la cocina y vi como André cantaba y bailaba mientras hacía unos huevos revueltos. Se veía relajado, su felicidad era contagiosa.
Entre sigilosamente para tratar de asustarlo pero se dio vuelta en el momento preciso y no lo logré.
Comenzó a reírse como un loco y yo crucé los brazos sobre mi pecho amurrada.
—¿Por qué te ríes?
Le costó poder contestar, y cuando lo hizo era claro que por él seguía riéndose toda la vida.
—Es que te veías rara caminando agazapada con esa ropa gigante.
—Lo sé —puse mis manos a mis costados y me sacudí moviendo hacia ambos lados—. Soy pequeña.
—Una pequeña adorable —me dijo con una sonrisa. Se volvió para tomar atención a los huevos—. ¿Revueltos, verdad?
—Por supuesto.
Miré hacia la mesa y me di cuenta que él ya había colocado las tazas y el pan. No me quedo más que sentarme. Saqué mi teléfono del bolsillo de los pantalones y llamé al Fricke donde mi mamá estaba de turno.
—Hospital Gustavo Fricke, servicio de Cirugía, buenas noches, habla Betina. ¿En qué le puedo ayudar?
—Hola Beti, soy Chia. ¿Está mi mamá por ahí?
—Hola linda, tuvo que bajar a Urgencias hace un rato, déjame ver si llegó.
Me puso en espera. Mi mamá era Cirujana, una con un horario asqueroso, le daban largas todas las semanas y los días libres eran contados con los dedos de una mano. Pero a ella eso le encantaba. A mí no tanto, pero ¿qué podíamos hacer?
Cuando ella tenía turno, generalmente le dejábamos a Manu a mi hermana, porque yo podía llegar muy tarde, o no llegar, como hoy y el pobre Manu estaría solo en la casa.
—Chia, dice tu mamá que ella te llama en un rato más.
—Gracias Beti, nos vemos.
—Cuídate cariño, adiós.
André había venido a sentarse a mi lado con una montaña de huevos revueltos para los dos.
—¿Tienes clases mañana?
Tomé un trozo de pan y le puse una cantidad obscena de huevos.
—A la una. ¿Por?
—Curiosidad. Tengo turno a las once. ¿Bajamos juntos?
Levantó su mano y me hizo cariño en la cara. Le sonreí.
—Bueno.
Mi celular sonó y miré la pantalla. Hora de decir mentiras piadosas.
—Hola, mami.
—Mi niña, hola, ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú? ¿Mucho trabajo?
—Hubo un accidente horrible, llegaron tres críticos. Dos fallecieron en Urgencias y el otro esta en Pabellón.
—Ay. —Yo aún no tenía prácticas en Hospital, siempre comenzábamos con los consultorios primero y cuando mi mamá me contaba todos los casos que tenía que ver, algunos increíblemente terribles, me preguntaba si sería capaz de afrontarlo tan bien como lo hacía ella—. ¿Crees que esté bien?
—Espero que sí —hizo un sonido de lamento y siguió hablando—. ¿Para qué me llamabas?
Junté todo el valor y comencé a hablar. Si había algo que odiaba era mentirle a mi mamá.
—Era para avisarte que me voy a quedar donde Lore hoy, tenemos que repasar unas lecturas para Epi. Era por si llegabas a llamar al Edificio o lo que sea, no te fueras a asustar si te decían que no estaba.
—Ah ok, no te preocupes hija. Que avancen con el estudio, dale mis saludos a las chicas.
—Claro, yo se los doy.
—Un beso, te amo.
—Yo también má, adiós.
Cuando colgué el teléfono André me miraba con una sonrisa en la cara
—¿Qué hice ahora? —le pregunté con voz de niña pequeña.
—Nada, simplemente me di cuenta que ahora sí podré ver a tu mamá más seguido. Creo que le caí bien.

Al día siguiente salimos juntos de su casa. Nos rodeaba una especie de burbuja perfecta, podría jurar que por fuera nos veíamos como esas parejas a las que uno ve en la calle tan felices que se sonríe cuando los ve pasar.
Lo dejé en la entrada del Hospital y seguí mi camino hasta tomar el bus para irme a mi casa.
Llegué muy relajada, me hice un café y me metí a la ducha. Todo lo que hacía tenía incluido una sonrisa tonta en mi cara.
Llegué a mi pieza y por pura costumbre, miré mi horario. Y casi me da un paro cardiaco. Entraba a las doce y cuarto y no a la una. Miré el reloj y vi que eran las once treinta y cinco. Si no me apuraba, iba a llegar tarde.
Me vestí, metí mis cuadernos a la mochila, tomé un poco más de dinero de mi fondo escondido y salí corriendo a la U.
Llegué justo y a la primera persona que me encontré, fue a Rossy.
—¡Chia!
—Hola, Rossy —mi voz no era chillona, pero me di cuenta que tenía un timbre distinto. Yo estaba expeliendo felicidad por cada poro de mi piel.
—¿Cómo estás?
—Bien —le dije con una sonrisa de oreja a oreja—, ¿y tú?
—Oh, más que bien —me dijo con una sonrisa un poco extraña.
No le di importancia y caminé hasta los asientos del fondo para sentarme, todos los buenos asientos estaban llenos. Vi como Lore movía su mano tratando de llamar mi atención desde las primeras filas. Me despedí de Rosy y caminé hacia allá.
Ni siquiera tuve tiempo de sentarme cuando mi amiga comenzó a bombardearme con preguntas.
—¿Qué hacías donde André?
—Digamos que… estamos juntos —le dije con una sonrisa radiante.
—¿¡Juntos!? —dio un grito gigante y toda la sala de quedo en silencio. Se tapó con boca con las manos.
—Shhh —le di una mirada de odio—, ¿podrías no gritarle mi vida a los cuatro vientos?
—Pero… —me miró enojada—, él esta con Macka, Chia. El tiene novia, tú no pue…
—No, no, no —le dije sonriendo y negando con la cabeza—, terminaron.
Mi amiga me miró como procesando la información.
—¿Terminaron? —me dijo en un susurro—. ¿Cuándo?
Pensé un poco antes de responderle.
—La verdad no sé cuándo, pero sé que lo hicieron. Él me lo dijo ayer. Amiga —la miré y supe que mi cara debía ser la de la persona más feliz del mundo porque así me sentía—, me pidió que me quedara con él. Yo… te prometo que hace muchísimo tiempo que no me sentía tan feliz.
La cara de Lore era un mar de emociones, mil palabras grabadas en sus ojos, la desconfianza en André era la que más resaltaba.
—Chia, ¿estas segura de que terminaron?
—Confío en él Lore, sé que no me mentiría.
—¿Y qué con el día de su cumpleaños? ¡Te dejó esperando!
No servía que me recordara esas cosas. Yo ya tenía miedo de todo esto y que ella sólo me siguiera recordando ese tipo de cosas no me ayudaba en nada. El nudo en el estómago volvió a instalarse.
—Lore, por favor. Puedes sólo… ¿estar feliz por mi? No me hagas preguntas para las que no tengo respuestas, no hagas que sienta más miedo del que ya siento. Déjame disfrutar esto, por favor.
Lore exhaló un suspiro de frustración pero asintió con su cabeza.
—Perdón. Sólo que me preocupo por ti, no quiero que quedes reducida a nada de nuevo.
Si supiera ella que yo temía tanto eso. Pero yo siempre terminaba arriesgándome… demasiado.

Salimos de clases a las ocho de la noche. Fue un día asqueroso, estaba mentalmente cansada. Me dolía la cabeza horrores.
Con las chicas caminamos hasta la cafetería para comprarnos un café y algo para comer. Nos fuimos hacia el patio delantero, en donde comenzaba a llegar la gente de las carreras vespertinas. Nos instalamos en las bancas y nos fumamos un cigarro antes de partir cada una a su casa.
Rossy estaba más habladora que nunca, y eso era decir demasiado, generalmente nunca se callaba pero ahora… daba miedo. La mayoría de las veces no la tomaba en cuenta cuando se ponía a hablar hasta por los codos, pero esta vez una de las cosas que dijo llamó mi atención.
—… y André me dijo que podríamos salir un dia de estos —se rió.
Espera, ¿qué? ¿Mi André le había dicho eso?
—¿André?
Me miro con cara de fastidio.
—¿Has escuchado algo de lo que he dicho? —me dijo Rossy viéndose realmente decepcionada—. Dije que ayer André estuvo coqueteando conmigo todo el día y que incluso me dijo que podríamos salir un día. Así como en una cita.
Abrí los ojos de par en par y podría jurar que mi boca estaba tan abierta por la sorpresa que podría entrar una bandada de pájaros mutantes.
Lore me miró y el mensaje estaba claro. “Te lo dije”.
Traté de rebajarle la importancia a lo que Rossy me estaba contando.
—Aaaay amiga, ya sabes como se ponen los hombres cuando recién han terminado con sus novias. Lo único que quieren es probar de todos lados y divertirse…
Me perdí en mi propia voz. Lo que acababa de decir me golpeó fuerte y me dejo sin aliento.
“Lo único que quieren es probar de todos lados y divertirse”. ¿Era eso lo que André estaba haciendo? ¿Simplemente estaba disfrutando de su soltería y como sabía que yo era presa fácil había llegado a buscarme?
Me sentí enferma, realmente enferma.
Lore se dio cuenta y desvió la atención de las chicas de mi. Comencé a respirar profundo para despejar mi cabeza que se estaba mareando rápidamente.
De pronto, un gritito de excitación y un sonido de palmas chocando me sacó de mi estado.
—¡Esta aquí! —gritó Rossy mirando hacia la entrada con ojos soñadores.
—¿Quién? —preguntó Ernesto, mientras miraba hacia la entrada—. Oye, ¿ese no es…? —sentí que me miraba y apuntaba hacia la entrada—. Chia, ¿Ese no es el amigo de Pato?
Mi corazón se encogió, paro de latir, y luego comenzó la misma carrera que siempre sucedía cuando veía o sentía a André. Giré mi cabeza de golpe para verlo apoyado en el árbol que estaba en la entrada de la Uni.
—Sip —dije mientras lo miraba—, es él.
Lore miró a Rossy levantando una ceja.
—¿Se iban a juntar?
—¿Qué? —Rossy se veía realmente sorprendida—. No, para nada. Quizás viene a ver a Pato.
—Nop —le dijo Lore—, Pato no tenía clases hoy.
—Oh —sus ojos brillaron—, quizás… ¿una sorpresa? —se paró de golpe y nos miró con una sonrisa—. Permiso damas —miró a Ernesto y le sacó la lengua—. Pero yo iré a saludar a mi hombre perfecto.
Me quede mirándola con la boca abierta mientras ella caminaba como si saludarlo a él fuera la cosa más normal del mundo.
—¡Que romántico! —gritaron a la vez Pame y Dani mientras veían como los dos se saludaban.
—Maldita suertuda —decían otras chicas de nuestro curso.
—¿Estás bien? —me susurró Lore, mientras Ernesto me miraba con cara de preocupación.
—Darling, estas blanca —me dijo Ernesto.
—Estoy bien.
Estaba claro que ninguno de los dos me creía pero no importaba.
Seguía mirando a la “parejita”. Rossy gesticulaba con sus manos y se reía, movía su pelo de un lado a otro y se ponía en la pose más coqueta posible. La bilis subió hasta mi garganta.
En un momento, Rossy se giró y apuntó hacia donde estábamos. Consideré la opción de arrancar como siempre lo hacía. Si la había venido a ver a ella habiendo estado conmigo ayer, no lo iba a soportar.
Le dijo algo a André y los dos se encaminaron hacia donde estábamos.
Lore se puso como en posición de ataque y Ernesto se irguió en toda su estatura de forma protectora.
A unos pocos metros de distancia, cuando la expresión de él era totalmente visible para mí, sus ojos se clavaron en los míos haciendo que mi corazón sufriera de una total arritmia. Las esquinas de su boca formaron una sonrisa adorable. Me derretí instantáneamente.
—Dios mio, que suerte tiene Rossy, este chico es hermoso. —Decían las chicas mientras André se acercaba cada vez más a nosotros. Rosy venía pegada a su costado, como si estuvieran unidos por una cuerda o algo así.
Cuando llego frente a nosotros, Rossy aclaró su garganta.
—Chicas, Ernesto, este es André.
La manera en la que dijo su nombre, dando a entender que era obvio que ella ya nos había hablado de él, envolviendo su nombre posesivamente, hizo que me doliera el estómago de nuevo.
André nos sonrió y su mirada se quedó fija en mí. Ladeó su cabeza y sus ojos se volvieron más penetrantes.
Se giró hacia Rossy.
—Bueno Ros, nos vemos mañana en el consultorio.
La cara de Rossy era de sorpresa total, incluso enojada por el desaire del que estaba siendo víctima.
André, sin hacerle caso a su berrinche, se inclinó hacia mí y besó mi frente. Me quedé congelada.
—Hola, preciosa.
Lo miré a los ojos y abrí y cerré la boca un millón de veces, pero ninguna de ellas hice que saliera un sonido. Estaba en shock.
Rossy estaba igual que yo, podía sentir su mirada taladrándome y su odio apretándome.
—Hola —le dije con voz ronca.
Miré hacia mi lado donde las chicas miraban impresionadas y Ernesto hacía gestos sugerentes con sus cejas.
—Hola Lore —André se inclinó para saludar a mi amiga con un beso en la mejilla—. ¿Cómo estás?
—Bien —respondió mi amiga con el ceño fruncido.
André se giró hacia mi nuevamente y tomó mi mano.
—Ya saliste, ¿verdad?
—Eeeeh —lo miré y parpadeé un par de veces para aclararme—. Eh, sí, ya salí.
—Vamos, entonces. —Tironeó mi mamo para que lo siguiera—. Adiós chicas, un gusto conocerlas.
Me levanté sintiéndome torpe y miré hacia las chicas con un claro “luego les explico” grabado en mi cara.
A Rossy no había forma de que la mirara. Ella me iba a matar. Y esto se convertiría en guerra. Cuando ella ponía los ojos en un hombre, hacía lo que fuera por quedarse con él.
Apreté la mano de André y escondí en su costado. Su brazo me rodeó la cintura y comenzó a hacerme cariño ahí donde descansaba su mano.
Sonreí, feliz. Y cometí el error de mirar a Rosy altaneramente.
Vi el desafío marcado en sus ojos y sostuve su mirada. Mi mensaje era fuerte y claro. “Él está conmigo”. El mensaje de ella hizo que me acobardara un poco.
“Veamos por cuanto más”.

Dieciocho


“Nunca lo planeé así, pero no tenía otra opción.”

—¿Qué pasa?
Dejé de mirar mi almuerzo y levanté la vista hacia Matías.
—Nada, ¿por qué?
—No has comido un sólo bocado y estoy seguro de que no has escuchado nada de lo que te he dicho.
Le dí una sonrisa de disculpa.
—Lo siento.
—¿Algo en que pueda ayudar?
Me lo pensé.
—¿Has engañado alguna vez a alguna de tus novias?
Me miró aguantando la risa.
—¿Es eso alguna especie de pregunta capciosa?
—No, sólo responde.
—Nunca. ¿Por?
Lancé un largo suspiró. Corrí mi almuerzo y apoyé mi mejilla en la mesa mirando en su dirección.
—Podría decirse que me gusta alguien que tiene novia. Tenía novia. —Corregí de inmediato.
—¿Cuál es el problema? Dijiste tenía.
—Cuando lo conocí estaba con ella y pasaron algunas cosas con él mientras estaban juntos.
—Oh —me sonrío maléficamente—. No conocía ese lado oscuro tuyo pequeña.
—No tengo ningún lado malévolo —solté un bufido—. ¿Por qué es tan terrible que te guste alguien que ya está ocupado?
Se inclinó hacia mi oído.
—Porque no es lo correcto.
—Me cansé de siempre hacer lo que es correcto —lo miré—. ¿No crees que siempre he sido demasiado… buena?
Se rió y cuando vio que comenzaba a enojarme se calló.
—Perdón —apuntó mi cabeza con su dedo—. Ese es el punto, tú eres demasiado buena, es eso lo que me atrae de ti. Incluso podría decirse que demasiado ingenua. Pero eso te hace ser tierna, dan ganas de protegerte.
—Ay.
—¿Puedo tener más información?
Lo mire dudando. Al diablo, ya había comenzado a hablar. Sería bueno tener una visión masculina.
—Lo conoces —le dije en un susurro—. Es André, el chico de la Valpo que empezó la práctica hoy.
—¿El que coqueteaba con una compañera tuya?
—Sí —gruñí—. Él.
—¿De dónde lo conoces?
—Es amigo del novio de mi mejor amiga de la U. Da lo mismo como lo conocí, el punto es que… Bueno, como que comenzamos algo pero no resultó porque él no quería terminar con su novia y yo no soy segundo plato de nadie. —Lo miré y me devolvió una mirada como diciendo “bien hecho”—. Luego me pidió que pasara con él su cumpleaños, pero jamás llegó. Ahora me dijo que su novia había ido a buscarlo y él no había podido llamarme. —Me quedé en silencio—. Como sea —tomé aire—, terminó diciéndome que ya no tenía novia. Traté de no darle importancia, pero cada músculo del cuerpo me dice que vaya corriendo hacia donde está.
Me miró un rato antes de responder.
—¿Sabes? Arriésgate. La vida sin riesgos no vale la pena —Lo miré como no creyendo lo que me decía—. Además, siempre puedo golpearlo si te hace daño.
Me reí y le acaricié el brazo de manera amistosa.
—Estaba celoso de ti —me reí.
—Es bueno que me vea como competencia —se me acercó—. ¿No crees que tu y yo deberíamos darnos otra oportunidad?
Me levanté en menos de un segundo y lo miré, desconfiada. Ante mi expresión no hizo más que reírse y negar con la cabeza.
—Eres demasiado ingenua, mujer. Demasiado.
Siguió hablando como si lo que dijo fuera de verdad una broma, pero yo lo conocía demasiado bien, y no era que yo estuviera viendo cosas donde no había nada, sus ojos me decían que algo de verdad había en las palabras que me había dicho. Eso hizo que me asustara.
El almuerzo siguió sin más inconvenientes.
Media hora después, estaba en la sala de muestras preparando unos frascos para unos exámenes de orina para unos niños.
Rossy llegó a hacerme compañía.
—Ese doctor me volverá loca. ¿Es posible que exista alguien tan guapo? —Estaba sacando unas cuentas así que no le respondí. En cambio, giré levemente mi cabeza para hacerle entender que la escuchaba fuerte y claro—. Por más que le pregunto cosas no responde, es un tanto evasivo.
—¿Quién? —le pregunté cuando terminé de rellenar los datos de los frascos y unas planillas. Pregunté aun sabiendo su respuesta.
—André, claro. ¿Cómo lo conoces Chia?
—Es amigo de Pato.
—Oh. Creo que comenzaré a salir más seguido contigo y con Lore.
La miré divertida.
—No te va a servir mucho. André no sale mucho con nosotras. Para ser más precisa, no sale casi nunca con nosotras.
—¿Tiene novia?
Muérdete la lengua Chia, muérdete la lengua.
—Ahora no.
La sonrisa de Rossy era gigante. Sus ojos decían “estoy en plan conquista”. Oh.Mi.Dios.
—Me parece que estas prácticas serán de lo más entretenidas.
Salió de la sala como si nada, tarareando una canción en voz alta.
Salí de la sala con la bandeja en dirección a uno de los box. Cuando entré me quedé mirando cómo André atendía a una de las niñas. Se le daba bien el trato con niños. Sonreí mientras lo miraba.
Él levanto su mirada y me taladró con ella. Un escalofrío me recorrió la espalda y me obligué a avanzar.
—Hola bonita —me arrodillé al lado de la niña—. ¿Cómo te sientes?
—Me duele aquí —me dijo apuntándose la parte baja del estómago con un puchero y los ojos llenos de lágrimas.
—Vamos a ver que es lo que pasa adentro de esa pancita. ¿Vamos a buscar a tu mami?
Asintió con su cabecita y miró a André.
—¿Tú vienes? —le tomó la mano y se la apretó con fuerza.
—No Millaray, yo no voy. Pero ella —dijo apuntándome—, te va a cuidar por mi.
Bajó la voz y se acercó a André.
—Ella es bonita, parece un Ángel.
Me puse roja. André se rió con ternura y me miró con esos ojos oscuros llenos de algo que no entendí pero que hizo que mi corazón se estremeciera.
—Tienes toda la razón, ella es muy linda.
Este hombre tenía serios problemas, era muy bajo usar a los niños para llegar a una mujer.
—Vamos pequeña.
Tomé la mano de la niña y fui hacia la sala de espera para encontrar a su mamá para que la acompañara a hacer el examen, yo esperé fuera del baño para llevar la muestra a análisis.
Cuando la mamá salió, veinte minutos después, me entregó el frasco con una sonrisa de disculpa.
—Perdona la demora, pero Millaray no tenía ganas de hacer pipí.
Le sonreí, solía pasar eso todo el tiempo.
—No se preocupe —le dije con voz amable.
Tomé la muestra junto con otras y se las entregué a Gustavo, un paramédico que era el encargado de llevar las muestras a análisis.
—Esta —le dije mostrando el frasco de Millaray—, hay que ir a dejarla ahora. La están esperando ya en el Hospital. Tienes que esperar el resultado abajo y llamar cuando lo tengas.
Me miró con cara de pocos amigos.
—¿Por qué vinieron aquí y no fueron al Hospital de inmediato?
Lo miré como si la respuesta fuera obvia.
—La niña se sentía mal Gustavo, el Hospital estaba muy lejos para bajar ahora, por eso la trajo.
No me dijo nada, simplemente me arrebató la bandeja con muestras de la mano y se fue, enojado.
De verdad que había gente que yo no entendía. La carrera que yo había elegido, y cualquiera que fuera del área de salud, requería una entrega constante a las personas, no podía entender como habían funcionarios que se enojaban cuando la gente llegaba aquí y no a un hospital. Habían hecho un juramento de proteger la vida de las personas, con esas actitudes no lo hacían.
Seguí corriendo todo el resto de la tarde, no había mucho afluencia de pacientes entre las dos y las cinco, pero había que dejar ordenado todo, ver las fichas para el día siguiente, hacer conteo de medicamentos y muchas cosas más.
Cuando dieron las 5 agradecí con todo el alma poder irme, estaba cansadísima.
Tomé mi bolso y me coloqué mi abrigo, había comenzado a correr un viento bastante frío.
—¿Para dónde vas?
Me quedé quieta en la salida del Consultorio, André estaba apoyado casualmente contra la puerta.
—Me voy.
—Se supone que nos íbamos a ir juntos. Te dije que no arrancaras.
—Yo no te prometí nada, ahora me voy.
Pasé por su lado y antes de que me diera cuenta, había puesto sus brazos alrededor de mi cintura y me abrazó. Apoyo su mentón en mi cabeza.
Me quede inmóvil grabando el momento, como olía él y como se sentía su cuerpo junto al mío, mi corazón latía tranquilo, feliz. Estaba peligrosamente cerca de caer de nuevo. Sabía que ya no tenía novia, pero eso no quitaba las decepciones que me había hecho pasar.
—Por favor —murmuró contra mi pelo. Me apretó aún más cerca de él—. Quédate conmigo.
Tomé una gran bocanada de aire, como si mis pulmones hubieran estado colapsados y tenerlo así los hubiera liberado. Saber que ahora podía tenerlo, y que ahora mismo me estaba pidiendo que me quedara junto a él, hizo que me sintiera viva de nuevo. Tenía la sensación de que después me iba a arrepentir de la decisión que estaba tomando, pero por ahora, no había lugar donde quisiera estar más que en sus brazos.
Levanté mis manos y entrelacé mis dedos con los suyos.
—Me quedo.
***
—Eres increíble.
Estábamos sentados dentro de una heladería en Valparaíso. André con un café entre sus manos, yo con el helado más grande que pude encontrar.
Luego de salir del Consultorio me pidió que fuéramos a caminar, nos pilló la lluvia en nuestra caminata y tuvimos que refugiarnos en la heladería. André, a diferencia de mi, no era una persona de lluvia. Ni de comer helado cuando hacía frío.
—Puedo comer helado en cualquier época del año, nos llevamos bien.
—Vas a morirte de frío.
—Naaaah —saqué una cuchara con mucho helado—, soy invencible.
Se acercó a mí y me dio un beso en la nariz mientras rodeaba mi cintura con su brazo. Las señoras que atendían en el local nos miraban como si quisieran ellas también estar así con alguien. Me sentí poderosa.
Apoyé mi cabeza en su hombro mientras seguía comiendo helado.
—Te tengo un regalo de cumpleaños —me miró y me sonrío con una mirada burlona—, si es que aún lo quieres.
—Lo quiero —dije mientras asentía con mi cabeza una y otra vez.
—Deja de hacer eso, te vas a marear.
—Lo siento —le saqué la lengua—. Entonces, ¿regalo?
—Eres una chica de regalos, ¿cierto?
—¿A qué mujer no le gustan los regalos? —lo miré frunciendo el ceño. Él comenzó a reírse bajito.
—Me refiero a que eres de esas personas que hiperventilan con los regalos —Me puse roja y él me dio un beso en la mejilla—. Me encanta que seas así de tímida.
Me cruce de brazos enojada.
—¿Quién dice que soy tímida? —me alejé un poco de él—. Y sí, soy una chica de regalos, hiperventilo y doy saltitos como niña pequeña cuando me dan uno. ¿Algún problema?
—No, para nada. Me gusta la gente así —Me miró como si estuviera loca—. Entonces, ¿me acompañas a mi casa?
—¿A tu casa? —me sentí cohibida y pequeña.
—Sí, para poder entregarte mí regalo.
—Está bien —le dije apretando sus dedos—, vamos.

Volver a su casa era extraño. La última vez que estuve aquí no me fijé en nada y la verdad, ahora estaba tan nerviosa que con suerte era consciente de su presencia a mi lado.
Lo seguí hasta su habitación, mis manos sudando y mi pulso en las nubes. Me debatía entre pensar que su regalo era de verdad un regalo o sólo una excusa. Debía admitir que la segunda opción no me desagradaba tanto.
Caminé y me senté en el borde de la cama mientras él iba a buscar algo a su closet. Volvió con una caja cuadrada de tamaño mediano, envuelta en un papel de regalo con círculos de colores.
—Toma.
Me lo ofreció y lo tomé. Él se sentó a mi lado en la cama y me miró con ojos expectantes.
Comencé a abrir el regalo con cuidado, tratando de no romper el papel. Cuando lo saqué, llegué a una caja de color café. Fruncí el ceño pensando que me estaba haciendo una broma de esas donde colocaban una caja dentro de otra hasta llegar a algo muy pequeño. Esos regalos terminaban por estresarme. Lo miré indecisa.
—Es algo usado, que era mío. Lore me comentó que te gustaba, no específicamente esta —señaló a la caja—, pero supongo que te va a encantar. —Me sonrío y en la esquina de sus ojos se formaron unas arruguitas.
Con la curiosidad reavivada, abrí de golpe las solapas de la caja. Se me quedo un gritito de sorpresa atrapado en la garganta.
Dentro, había una cámara fotográfica profesional, de esas negras con lente ajustable. No podía creerlo. Me encantaba sacar fotos, y había anhelado una de esas cámaras desde que tenía uso de razón.
Metí la mano a la caja, acaricié el borde de la cámara y la tomé con cuidado. Saqué la caja de mi regazo y coloque la cámara. Levanté mi vista para encontrarme con la de André que me miraba esperando que le dijera algo.
—Es hermosa —le dije en un susurro.
Sonrío de oreja a oreja.
—Debo darle las gracias a Lore por el dato.
Mi corazón se volvió gigante en mi pecho, lleno de una sensación que no me supe explicar pero que se sentía excelente.
Dejé la cámara a un lado y me acerqué a él. Rodeé su cuello con mis brazos y acerqué su cara a la mía. Nuestros labios se encontraron y un escalofrío me bajo por toda mi columna. Fue un beso como ningún otro que me hubiera dado, había escrito amor en cada roce de sus labios.
Mi pulso se volvió loco y sentí su respiración agitada cuando él me acerco más a su cuerpo.
Bajó su mano hacia mi estómago, por debajo de mi polera y comenzó a acariciarlo como si quisiera memorizar cada trozo que tocaba. Mi cabeza empezó a dar vueltas.
Sentía mis manos torpes al lado de las suyas, tratando de desabrocharle los botones de la camisa mientras él se reía y su pecho vibraba.
Bajó su boca hasta mi cuello y comenzó a darme pequeños besos hasta llegar a mi clavícula.
Sin que me diera cuenta estaba acostada en la cama y él sobre mi, tratando de no poner todo su peso encima.
Yo no pensaba, sólo sentía. Sentía como nunca lo había hecho. Me estaba volviendo loca.
Cuando sentí sus manos en la hebilla de mi pantalón, sentí como el interruptor de mi cabeza saltó.
Todavía no, me dijo una vocecita insistente en mi cabeza a lo lejos mientras sentía las manos de André acariciando mis muslos y su boca bajando cada vez más.
Que espere.
—André…
Si me acostaba con él ahora, se sentiría como si él sólo me hubiera buscado para esto y no para tener algo más… serio. Tenía que esperar.
Mi voz lo decía todo. Era una especie de susurro aterrado, apagado por la pasión, una especie de quiero seguir pero no puedo. Él entendió de inmediato.
Salió de encima mio y se alejó hacia la orilla de la cama. Yo me quede estirada como estaba, mirando el techo.
Nos quedamos en silencio muchísimo tiempo. El ambiente entre nosotros era tirante, como si cualquier palabra pudiera estallar una guerra mundial entre nosotros. Me daba miedo hablarle y decir algo que lo enojara, si es que ya no estaba enojado.
¿Por qué habría de enojarse?
Lo quería, cada pequeña parte de mi cuerpo exigía sus besos y sus caricias y que yo no me volviera una cobarde como siempre lo hacía, pero algo dentro de mí me decía que ahora no, que me esperara. Esperaba que él me entendiera.
—Perdón —le dije en un susurro.
No me dijo nada.
Me senté en la cama para mirarlo pero me estaba dando la espalda. Sus hombros estaban rígidos, tensos. Estaba enojado.
Sin saber porque lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Me sentí como si hubiera abierto mi alma, hubiese hecho la petición más importante del mundo y el mundo no me hubiera tomado en cuenta. Era como si a él no le importara en lo más mínimo lo que yo sentía.
Me mordí los labios para ahogar los sollozos que querían escapar. Tenía que calmarme para salir de aquí y darle tiempo para pensar.
Cuando me di cuenta que mis lágrimas no iban a detenerse, empecé a moverme hacia la orilla de la cama para poder salir de la pieza.
Cuando llegué al borde y apoyé mis pies en el piso, los brazos de André tomaron mi brazo y lo abrazaron. Apoyo tiernamente su cabeza en el hueco de mi hombro.
Restregó su cabeza en mi piel y sentía como su corazón bombeaba con fuerza.
—Soy un idiota —dijo con un suspiro. Levantó su cabeza y lo sentí mirando mi perfil. Sentí su mano en mi cara mientras limpiaba una lágrima—. No llores bonita. Yo te espero, lo prometo.
Mi pecho se sintió libre y me dije que era una estúpida por estar llorando. Él me quería.
Comencé a reírme y él se rió conmigo. Una risa liberadora, una risa de unión.
Terminamos estirados en su cama sobre el cubrecama, abrazados, un brazo suyo alrededor de mi cintura y el otro acariciando mi pelo.
Entrelacé mis piernas con las de él y me apreté más a su costado.
Entre caricias acercó su boca a mi oído y una y otra vez “te quiero.”
Me dormí entre sus brazos con el corazón explotándome de felicidad. Felicidad pura y simple.

Diecisiete


“Mi fragilidad”

Esta vez sí me permití llorar. Y fue increíble el cambio que ocasionó en mí dejar salir la rabia, la frustración, la desilusión y todo lo que sentía. Sonreír ahora no era una máscara para despistar lo mal que me sentía, si sonreía, lo hacía de verdad. Nadie se dio cuenta de lo mal que lo pasé porque supe hacer las cosas esta vez, yo no me volvería a hundir por nadie, y mucho menos por alguien como André.
Los siguientes días me llamó sin parar y cada vez que él llamó yo desvié la llamada.
Me envió miles de mensajes al celular diciéndome que teníamos que hablar, y cada vez que llegó uno, lo borré. Incluso después de unos cuantos días ni siquiera los leía, simplemente los borraba. Y cuando lo hacía, podía sentir que me volvía más fuerte. Dolía si, pero no le haría caso al dolor.
Evité pasear a Manu o transitar yo sola por fuera del edificio de Macka por miedo a encontrármelo, lo que significó que me diera unas vueltas verdaderamente estúpidas para poder llegar a mi casa, pero no quería verlo. No pensaba que me fuera a consumir cuando lo viera, me daría pena si, era inevitable, pero me daría tanta rabia ver su cara otra vez, que el golpe que le pondría en el ojo no se lo sacaría nadie. Era bueno sentirme agresiva en vez de depresiva. Siempre y cuando mi enojo no se descargara contra nadie que no fuera él.
La última semana de vacaciones pasó inusualmente rápido y con eso, llegaron las clases y el comienzo de mis prácticas. Temidas prácticas ahora.
Era absolutamente seguro que me lo iba a encontrar ahí, pero dentro de las paredes de un consultorio yo sabría comportarme y si él se me acercaba a darme explicaciones que ya no me servían de nada, podría alejarme de él fácilmente. O al menos, eso creía. Al final, todo podía ser pura palabrería. En lo más profundo y aunque no lo quisiera aceptar, tenía un miedo gigante a verlo y que mi parchado corazón se desarmara de nuevo. Mi corazón y yo habíamos tenido muchas guerras que ganar últimamente y estábamos agotados. Un descanso de hombres era lo que necesitábamos con urgencia, y se lo iba a dar.

—Chiara mujer, despégate.
—¿Eh? —Miré hacia mi izquierda para ver que Rossy, una compañera de carrera, me hacía señas con la mano delante de mi cara. Me había estado hablando todo este tiempo y yo no me había dado ni cuenta—. Ay Rossy lo siento, tengo sueño.
Rosy se rió y me miró como si estuviera loca.
—Nos esperan siete largas horas de atención a pequeños niñatos consentidos. Despabila.
—Yo y los niños nos llevamos bien, no hay problema —le dije con una sonrisa.
Comenzaríamos las prácticas en el consultorio hoy. Cuidados y controles para recién nacidos y niños en edad escolar. Yo estaba eufórica, adoraba a los niños y no pensaba que pudiera tener algún inconveniente. Claro, yo no contaba a André ya.
Faltaban al menos unos treinta minutos para llegar al consultorio, el bus nos dejaba exactamente junto al Consultorio, lo que era un alivio. Había compañeros, como Lore, por ejemplo, que tendrían que subir calles interminables para poder llegar a su Consultorio.
Rossy y yo nos pusimos a repasar nuestros apuntes: IRA[1], tablas de peso/edad/talla, las pautas de cotejo para el control de niño sano y muchas cosas más.
Estaba tan concentrada, que a diferencia de otras veces, no me fijé en la gente que subía al bus.
—Chiara.
Me quede congelada y mis manos comenzaron a temblar. Era él.
Corrección, era André. Tenía que dejar de referirme a él como si fuera el único hombre sobre la faz de la tierra.
Levanté mi cabeza y me obligué a darle una sonrisa y a parecer relajada. No quería que el me viera estresada y menos aún, que Rossy comenzara a hacerme preguntas incomodas. No que no fuéramos amigas exactamente, pero no me sentía cómoda en estos momentos para contarle la turbia y enredada historia de nosotros dos.
—Hola. ¿Cómo estás?
Mi ligereza al saludarlo lo tomo por sorpresa, sus hombros estaban rígidos y se quedó parado en medio del pasillo sin mostrar señas de ir a moverse algún día.
—Bien.
Se colocó en los asientos que estaban delante de mí y de Rossy. Se volteó para hablarme.
—Mucho tiempo sin verte —me dijo con una mirada que trataba de leerme sin conseguirlo.
—Si, he estado un poco ocupada —le dije con un poquito de odio.
Rossy percibió la incomodidad en mi voz por lo que levantó la cabeza.
Sus ojos se abrieron de par en par y pude ver como se comía a André con la mirada. El estallido de celos y de posesión que explotó dentro de mí, fue inevitable.
Rossy me miró con ojos de niña ilusionada mientras que André no le tomaba ni la más mínima atención. Sus ojos seguían fijos en mí.
—André, ella es Rossy. —Apunté a mi compañera con un dedo—. Rossy, él es André, un amigo de Pato.
André le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza mientras ella le lanzaba millones de preguntas para saber más de él. Rossy tenía ese problema, se flechaba de al menos cinco chicos por día. Por hoy, André había sido el número uno. No por eso la punzada de celos que sentía disminuyó.
Me fui en silencio el resto del trayecto, mientras veía a Rossy ocupar todas las tácticas de conquista que había adquirido con el paso de los años.
André me miraba cada pocos segundos, tratando de atraer mi atención pero sin lograrlo una sola vez.
Cuando me di cuenta que íbamos llegando a nuestra parada, di por terminada su animada conversación.
—Nos toca bajarnos —dije mirando sólo a Rosy.
Nos levantamos de nuestros asientos, primero Rossy, luego yo y al final André, y nos encaminamos a la puerta de bajada. Mientras esperábamos tocar el timbre para avisar nuestra parada, André se paró lo más cerca de mi espalda que pudo, podía sentir el calor de su cuerpo irradiándose en cada célula de mi cuerpo, un escalofrío me recorrió la columna y mi memoria me traicionó, recordando el cumpleaños de Pato y como se había sentido su aliento en mi cuello es anoche.
El timbre, que presionó Rossy, me saco de mis pensamientos con un saltó y me sentí asquerosamente estúpida por dejarme arrastrar por él de nuevo. Era como si me drogara, nublara todos mis sentidos y no pudiera nada más que sentirlo a él cuando lo tenía cerca.
Nos bajamos del bus y cuando Rossy vio que André caminaba también hacia el consultorio, soltó un gritito de felicidad.
—¿No me dirás que eres doctor? —le dijo con esa sonrisa devoradora de hombres que tenía.
—No doctor aún, estudiante para ser más preciso. También me toca en el consultorio de aquí.
Rossy se puso a dar saltitos y a aplaudir con las manos. Dios mío, alguien dispárele.
—Simplemente perfecto.
Y como si fueran íntimos amigos, rodeó con su mano su brazo, lo acercó más hacia ella y entraron juntos al Consultorio. Él ni siquiera trato de separarse.

Nuestra profesora guía nos esperaba en la entrada para que hiciéramos un tour rápido por el Consultorio. Mientras traspasábamos las puertas, un pelo color chocolate lleno de risos y muy brillante para ser de un hombre me dejó clavada donde estaba. Yo conocía muy bien ese pelo.
¿Cuántas veces se deslizaron mis dedos por él? ¿Cuántas veces suspiré por el hombre que era dueño de ese pelo? El destino debía de odiarme para estarme haciendo esto.
Parado ahí, con una bata blanca larga —bata de Doctor— estaba él único hombre al que había amado tanto como había amado a Ignacio.
Lo miré fijamente durante lo que me pareció una fracción de segundo. Él levantó la mirada de la ficha clínica que estaba revisando y sus ojos se ampliaron de sorpresa y una sonrisa hermosa se deslizo por sus labios.
Sin decir palabras dejó la ficha sobre el mesón y se encaminó hacia donde yo estaba, aún con la sonrisa en su cara, levantó sus brazos y me rodeó en un abrazo cálido y familiar. Un abrazo que no me había dado cuenta cuanto había extrañado hasta ahora que volvía a tenerlo.
—Hola, preciosa —me susurró al oído. Sonreí sin poder evitarlo.
—Hola, Mati.
Que caprichoso era el destino, ¿verdad?
Matías había sido mi primer amor, ese que es tierno, inocente, devastador, loco, ese que lo tiene todo. Fue mi primer novio, estuvimos juntos cuando tenía 17 años y no lo veía desde hace tres años. ¿Por qué debía encontrármelo justo hoy?

Estuve toda la mañana extrañamente contenta, incluso el coqueteo insistente entre Rossy y André, o debería decir la insistencia de ella para que André la tomara en cuenta, no me molestó.
Ver a Matías después de tanto tiempo se sentía bien, se sentía familiar.
Nuestra ruptura fue bastante extraña, dolorosa y todo eso que significa terminar con tu primer novio. Pero luego de un tiempo decidimos que nos queríamos mucho como para no hablarnos. Nos necesitábamos. Estuvimos juntos casi por año y medio y habíamos desarrollado una dependencia increíble el uno del otro.
Cuando salimos del colegio, él entró a estudiar Medicina en la Universidad Austal, que queda en Valdivia, cinco regiones más lejos que la mía, todo un día, y creo que más, de viaje. Mantuvimos el contacto por un tiempo pero luego lo perdimos. Y ahora aparecía aquí como un regalo enviado del cielo.
Estaba revisando unas fichas del expediente de una familia cuando Matías apareció por detrás y me dio un beso en la coronilla de mi cabeza.
—Oye —se lo dije de manera acusatoria. Me di vuelta y lo miré con el ceño fruncido. Siempre lo miraba así cuando él hacía eso.
—Es bueno poder volver a hacer eso —me dijo con una sonrisa tierna—. ¿A qué hora sales?
Miré mi reloj. Eran las doce y media, lo que significaba que aún me quedaban cuatro largas horas por delante.
—Salgo a las cinco, pero a la una tengo hora de almuerzo.
—Suena bien para mí.
Se dio la vuelta y camino había uno de los box de atención. Era bueno tenerlo de vuelta.
—¿Quién es él?
Pegué un salto con el que casi llego al techo. Me di la vuelta con el corazón latiéndome a mil por hora para ver que André miraba la puerta del box por donde Matias acababa de entrar.
—Es Matías —le dije como si fuera lo más obvio del mundo.
Me miró enfadado.
—¿Quién es?
¿Por qué demonios me hablaba como si yo fuera de su propiedad?
—Es un amigo al que no veía hace mucho tiempo. —Me di la vuelta para poder seguir trabajando.
—Los amigos no se miran como él te mira a ti.
—¿Y cómo se supone que me mira? —le dije sin darme al vuelta para verlo.
—Como si fueras…
No continúo así que me di la vuelta para encararlo. Puse las manos sobre mi cadera para hacerme notar, era bajita pero enojada destacaba.
—¿Cómo si fuera qué?
—Como si fueras de él —dijo en un susurro.
No pude evitar reírme. Sólo sirvió para que André se enfadara y se fuera sin esperar que yo le dijera nada más.
—Eh, ¡espera!
Salí corriendo —bueno, caminando rápido porque se suponía que en un consultorio no se debía correr—, para poder alcanzarlo. Le puse la mano en el brazo para detenerlo. Lo hizo, pero no se dio la vuelta.
—¿Qué tiene que me mire así? —Mucho silencio—. Fuimos novios, si, pero eso pasó hace mil años.
Se dio vuelta instantáneamente.
—¿Novios?
—Si. —Le sonreí—. Pero pasó hace unos 3 años.
—Da lo mismo el tiempo que haya pasado si fue una relación importante.
Me lo pensé antes de decirle algo. Odiaba que me estuviera celando, y lo odiaba aún más porque no había alejado a Rossy de su lado en todo la mañana.
—Si, fue importante. Pero fue, ya no.
—¿De verdad? —Parecía esperanzado, y yo quería ser del porte de Godzilla en estos momentos para romper su esperanza en mil pedazos. Había sido pisoteada muchas veces por él, y no dejaría que pasara de nuevo.
—No que te importe ni nada de eso. —Lo miré con resentimiento y aunque me juré no recriminarle nada no pude aguantarme—. Después de todo elegiste a Macka por sobre mí no una, sino dos veces. Con eso no tienes derecho a siquiera preguntarme si estoy viva.
Las palabras lo golpearon fuerte, incluso llegó a parpadear incrédulo.
Luego vino la obvia negación.
—Yo no la elegí sobre ti.
—Sí que lo hiciste.
—No, Chia. —Mi nombre en su boca sonaba distinto—. La primera vez si y me arrepiento. Pero la segunda no fui yo, fue ella.
Lo miré sin entender nada.
—¿Ella?
—Si. —Se acercó más a mí hasta quedar tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Me puse nerviosa y miré hacia los lados, los pacientes nos miraban intrigados como si fueramos una especie de culebrón venezolano—. Ella me…
—No. —Sus ojos se abrieron de par en par, yo bajé la voz—. Los pacientes nos están mirando como si fuéramos mejor que la teleserie de las ocho, hablemos después.
Miró hacia los lados para darse cuenta que, efectivamente, todos los pacientes, las mujeres sobre todo, nos miraban esperando que continuáramos el show. Que vergonzoso
—Oh. —Se le pusieron la punta de las orejas rojas—. Cierto. ¿Tienes tiempo libre?
—Almuerzo a la una.
—Ok, te espero en la sala de toma de muestras.
Siguió su camino a través de todas las pacientes que, o se lo comían con la mirada, o anhelaban que termináramos con la historia.
Y fue ahí cuando recordé que yo le había prometido el almuerzo a Matías.
Salí caminando lo más rápido lo que podía detrás de André, las pacientes nos miraban expectantes: se reanudaba el show.
—André, espera.
Se dio la vuelta, sus ojos brillando de forma extraña.
—¿Si?
—No puedo almorzar contigo, lo siento.
Sus ojos se volvieron oscuros, daban miedo.
—¿Por qué?
Oh, perfecto. Él sabía que yo iba a comer con Matías, podía decirlo por como me miraba.
—Tú ya sabes.
Me di la vuelta y seguí caminando. Me alcanzó en segundos.
—¿Puedes comer conmigo? De verdad necesitamos hablar.
Lo miré, incrédula.
—No necesitamos hablar André. Estoy segura que cualquiera que sea la excusa que me ibas a dar por lo de tu cumpleaños, es falsa. —Me mordí el labio—. Dios, ni siquiera sé porque sigo hablando contigo. Ni siquiera me pudiste llamar para mi cumpleaños. Y coqueteas con Rossy como si yo no existiera y aún peor, como si no te importara que tienes novia.
—Ahí está el punto Chia, ya no tengo novia.
No tengo… ¿qué? No procesaba, no podía procesar lo que me acababa de decir. ¿El ya no tenía novia?
—¿Puedes repetir eso?
Se rio y me dio una mirada burlona.
—NO. TENGO. NOVIA.
¿Por qué Lore no me había dicho algo tan importante como eso? Imposible que me escondiera información vital como esa.
—¿De verdad que no estas con ella?
—No. —Se me acercó de nuevo. Muy cerca. Demasiado. Ni siquiera me acordaba de que teníamos público o de que se supone que deberíamos estar trabajando—. Cuando no me junté contigo para mi cumpleaños fue porque Macka llegó de sorpresa a mi casa y no pude escaparme. ¿Qué le iba a decir? No pude llamarte, Macka estuvo todo el día pegada a mí, como si supiera algo. Y verte debajo de su departamento ese día... —Se rascó la cabeza con su mano—. Quise correr detrás de ti y hacerte entender que yo quería estar contigo, pero tenía que hablar las cosas con Macka primero. —Quiso tomarme la mano pero me alejé. Soltó un bufido de exasperación—. Sí te llamé para tu cumpleaños, tú no me contestaste. Sabía que te vería aquí tarde o temprano, por eso no insistí.
Yo no podía manejar esto ahora. Con todo mi corazón quería creerle, pero un corazón roto y armado de nuevo no se traga todo con tanta facilidad. Lo miré. Él estaba esperando que yo le hablara.
—Ahora mismo no puedo con esto. Hablemos después.
Se me acercó y me susurró al oído.
—Te espero cuando salgas. No escapes.
Siguió caminando en dirección a la farmacia y yo me quede parada viéndolo mientras se iba.
Mi corazón corría a mil por hora y podría haberme puesto a dar saltitos como loca. Él no tenía novia, el ya no tenía novia.
Caminé hacia la sala de nutrición y me encontré con Rossy.
—Chia, ¿has visto a André?
—No Rossy lo siento, no lo he visto.
Ahora que sabía que él estaba soltero y disponible, no podía permitirme que Rossy estuviera rondándolo como perro en celo.


[1] IRA: Infecciones respiratorias Agudas en los niños.