4 de noviembre de 2012

Veintinueve


“Atrévete”.


Eran las nueve de la noche del sábado, y yo estaba extremadamente nerviosa.
Me miré al espejo una vez más, sonriéndole al reflejo que veía. Si a André no le daba aunque fuera un poquito, un mísero se sentimiento de arrepentimiento por no estar conmigo como habían dicho las chicas, entonces, él estaba loco.
Sonó mi celular y corrí a contestarlo. Era Lore.
—¿Lista para dejarlo con la boca abierta?
—Me estoy arrepintiendo un poco de esto. Sólo un poco.
—Chia, hazlo. Merece retorcerse en la miseria todo lo que pueda.
Me reí con ganas.
—Que ganas de que pudieras venir.
—No me siento en condiciones de ir a mostrarle a Pato lo que se está perdiendo. Quizás otro día.
—No necesitas que se lo muestres amiga, sé que él lo sabe. —Aunque si seguía con Rossy pegado como lapa a él, veía difícil que se diera cuenta. Sentí que sonaba el citofono de mi departamento—. Tienen que haber llegado las chicas. Te llamo mañana.
—¡Disfruta!
Con una risita cerré mi celular y corrí hacia el citofono.
—¿Si?
—Srta. Chiara, sus amigas la esperan abajo.
—Gracias.
Fui a la pieza de mi Mamá donde Manu estaba enterrado a su lado en la cama.
—Me voy.
Mi mamá desvió la vista de la televisión y me miro frunciendo las cejas.
—¿No crees que vas muy desabrigada?
Me reí.
—No Má, tengo el abrigo encima, tranquila —me acerqué y le di un beso—. Nos vemos mañana.
—Pásalo bien. Y cuídate, ¿Sí? —Me dijo mientras acariciaba mi frente.
—Por supuesto.
Di vuelta a la cama y acaricie las orejas de Manu.
—Buenas noches perro amigo, cuídala.
Salí cantando bajito, tomé el ascensor y llegué al primer piso.
Lo primero que me recibió cuando salí del ascensor fueron los gritos de Liz y de Betty.
—Eh, mujer ardiente ¡Muéstrate!
Riendo caminé hacia el recibidor donde las chicas me esperaban expectantes.
—¡Pero así no hay gracia! ¿Qué haces toda tapada? —me dijo Betty apuntándome con un dedo acusador—. Ni siquiera hace frío.
Miré a Betty, que estaba vestida de Gatubela, con una larga cola tomada en su mano y a Liz, que estaba parada apoyada en uno de los pilares con un largo traje de dama antigua, que la hacía ver más pequeña y tímida de lo que ya era.
—¡Qué pasa con esa cola, Gatubela! —Me acerqué corriendo y les di a las dos un abrazo—. Liz, Mati te va a adorar.
Ella se puso roja de pies a cabeza y me sonrió.
—¿De verdad?
—Sí.
—Oye, y tú, ¿qué? ¿Dónde está tu disfraz?
—Ah. Esta bajo este abrigo —le dije a Betty tocando los botones de mi chaqueta—, vamos afuera y se los muestro.
—Pobre don Beto —me dijo Betty—, el esperaba tener un striptease privado.
Rompimos a reír las 3, me despedí de don Beto, el conserje, y salimos hacia el auto de Liz.
—Ya, ahora puedes mostrarlo.
Miré hacia ambos lados de la calle y desabroché rápidamente mi abrigo y las dejé mirar.
Betty soltó un silbido y Liz me apunto con un dedo.
—Chiara, si a André no le da un infarto cuanto te vea, voy a comenzar a pensar que le gustan los hombres.
***
Llegamos a la casa de Liz 20 minutos después
Me quité el abrigo y con Betty nos preocupamos de correr los sillones un poco para dejar una especie de pista de baile, sacar un par de platos para colocar la comida y guardar las lámparas que la mamá de Liz consideraba sagradas.
Cuando faltaban diez minutos para las diez, sonó el timbre trayendo a los primeros invitados y fue cuando por primera vez se me ocurrió una idea espantosa.
—Betty —le dije a mi amiga mientras Liz iba a abrir la puerta—, ¿Sabes si Liz le dijo a André si podía traer a alguien?
Betty se encogió de hombros.
—Ni idea Chiara, pero no creo que sea tan cara dura como para traerla aquí.
—No me preocupo por él —le dije mirando la puerta para ver quién llegaba—, sé que ella es capaz de auto invitarse.
—Pobre de ella que ponga un pie por aquí, bastante mal te trato ya.
—Gracias.
Entro Liz a la sala, seguida por Pato y Rossy que venían de la mano y un poco más atrás, Marce e Ignacio.
Cuando Ignacio me vio, sus ojos se abrieron de par en par y chocó con el sofá que tenía delante.
—Uy. Parece que el disfraz no sólo va a causar estragos en los ojos de André.
—Cállate Betty.
Me sentí cohibida y cubrí mi estómago con mis manos y me acerqué a Marce.
—¿Stephanie de Lazy Town ? ¿Vas en serio Marce? —Le dije mirándola sin poder evitar reírme.
—Venimos a juego, ¿ya?
Me di cuenta que Ignacio venía vestido de Sportacus y se veía bastante incómodo.
—¿Cómo fue que te convenció para venir así?
—La conoces —me dijo saludándome con un beso en la mejilla. Sus ojos se detuvieron brevemente en mi ombligo. Me miró y lo apuntó con un dedo—. Ya no está.
—¿Qué cosa? —bajé la vista hasta mi ombligo y caí en la cuenta—. ¡El aro! —me reí recordando el día en que él me acompañó a hacérmelo y me dejo torturar su mano por todo lo que me dolió—. Hace tiempo que no lo uso. Se infectó y no fui capaz de ponerlo de nuevo.
Me miró e hizo esa sonrisa que en otra época hubiera dejado mi corazón mudo.
 —Cobarde.
Me encogí de hombros y le saqué la lengua. —Y orgullosa de serlo.
Marce carraspeó un poco y la miré sonriéndole. No tenía de qué preocuparse.
Me tomó de la mano y me llevó hasta donde estaba Betty.
—¿Qué se supone que hace Pato con ella? —dijo Marce apuntando a Rossy. No la conocía.
—Te presento a la feliz pareja. Ella fue la que le contó a Macka lo mío con André.
—Hola Marce —le dijo Betty —. Que su cara de buena no te engañé, es una arpía con ganas.
—A esas me las manejo como agua. Que se meta en mi camino y ya verá.
Le di una de mis mejores sonrisas a Marce. Tenerla de mi lado en caso de querer dejar en ridículo a Rossy era perfecto.
Ignacio nos trajo a las tres un trago. Subí el vaso hasta mi nariz y lo olfateé: Vodka Naranja. Él se había acordado. Lo miré y le dedique una sonrisa que me devolvió.
Me quede apoyada en el ventanal que daba al patio mientras Betty, Marce e Ignacio hablaban hasta por los codos.
Me perdí pensando en cómo le diría a Lore lo de Rossy y Pato. Si no le decía yo, cuando ella se enterara, me odiaría de por vida.
Me sentí observada y levanté la vista hacia el otro extremo de la sala; ahí estaba él, mirándome con los ojos llenos de fuego, una sonrisa en esos labios que me volvían loca y su cabeza inclinada hacia un lado para poder mirarme mejor.
Me erguí de forma instantánea, trasladando mis manos de mi estómago hacia mi espalda y dedicándole una sonrisa calculada para él y nadie más que él.
Sus ojos se volvieron pequeños, como midiendo mi reacción hacia su persona; era un cambio bastante grande de no haberlo tomado en cuenta ayer a hoy tratar de seducirlo con un traje de Odalisca.
Pero conversando con Betty de vuelta a mi casa ayer había tomado una decisión: yo podía coquetearle, mostrarle lo que se perdía, pero no por eso bajar mi guardia con él. Podía traerlo con la boca abierta tras de mí y no dejarlo tocarme ni un pelo. Sólo esperaba que mi plan no se diera vuelta.
Un codazo de Marce destrabó mi mirada de la de André.
—Hay alguien que te está devorando con la mirada.
—Ya lo sé —le dije con más confianza de la que nunca había sentido—. Creo que jugaré un poco hoy.
Marce me miró y levanto sus cejas de forma sugerente. —¡A por él amiga!
Ignacio me miró de forma extraña, como si fuera a tomar mi brazo y no dejarme avanzar hacia donde estaba André. Lo miré levantando una ceja y seguí de largo.
André se quedó quieto en la esquina en la que estaba, calculadoramente moví un poco más mis caderas mientras caminaba y tuve la satisfacción de ver como su boca se abría a medida que me iba acercando a él.
—¡Chia!
Me giré de golpe para ver entrar a Ernesto y a Claudio, su novio. Corrí hacia donde estaba él y sentí la mirada de André pegada en mi espalda.
—¡Er! —sentía que hace años que no lo veía y sólo habían pasado unos días. Lo apretuje en un abrazo y luego saludé a Claudio—. Hola feo —le desordené el pelo—, tanto tiempo.
—Mucho, muchísimo. —Me dijo con una sonrisa.
Ernesto me tomó una mano y me hizo darme una vuelta para poder ver mejor el disfraz.
—Mujer, estas como para que a los hombres de esta sala les dé un infarto.
Me reí y miré hacia donde estaba André, que seguía mirándome sin entender por qué no habia caminado hasta donde estaba él.
—Creo que ya tenemos un candidato —me dijo Claudio mirando a André brevemente—. Buen gusto Chiara.
—Cuidadito dónde miras, Claudio —Le dijo Ernesto a su novio arrugando la frente.
—Tranquilo, que ese hombre no tiene ojos para nadie más aquí, sólo para ella.
Los miré con una sonrisa y les hice una señal de despedida con la mano.
—Me voy a hablar con el candidato —miré a Ernesto y bajé la voz—. Si me ves hacer cualquier cosa estúpida, entiéndase como dejar que me ponga un dedo encima, me sacas volando de su lado, ¿ok?
—¡A la orden capitán! —Me dijo Er mientras ponía su mano sobre su frente al estilo de los militares.
Les tiré un beso al aire y me di la vuelta para ir hasta donde estaba André, quién, misteriosamente, había desaparecido de mi vista.
—¿Qué dem…?
Me giré un par de veces pero no le vi ni la sombra.
Enojada, me tomé de un trago mi vodka y fue hasta el comedor a servirme otro. Ahí estaba Pato viendo a Rossy conversar con una de las enfermeras en práctica de la universidad de las Américas.
—¿Disfrutando la vista? —Le pregunté mientras me ponía a su lado para servirme otro trago.
Me miró y sus ojos se clavaron en mi disfraz. —¿No crees que dejaste la ropa en tu casa?
—¿Qué? —me reí—. Por supuesto que no. Cubre todo perfectamente. —Me di una vuelta sobre mi misma para demostrar el hecho.
—No opino lo mismo. Ponte un chaleco o algo.
—Ay, por favor Patricio. No me vengas con cosas de la moral ahora. No después de ella. —Le dije apuntando a Rossy que estaba frente a nosotros.
—¿Vamos a poder conversar como gente civilizada algún día?
—Mientras sigas con ella, imposible. Y no sólo porque la tenga atravesada, lo que le estás haciendo a Lore no tiene perdón.
Me miró y vi vacilación en sus ojos. Lo mire esperando que me dijera que tenía locura momentánea y que terminaría ahora con Rossy, pero esa vacilación no duró más que un segundo y me miró enojado.
—Es imposible hablar contigo.
Se dio media vuelta y caminó en dirección a la sala de estar.
Me tomé tres vasos de vodka al hilo, sumados al que me había tomado antes, ya hacían cuatro vasos y si quería estar sobria para poder manejar a André a mi voluntad, no podía seguir tomando así. Aunque, pensé mientras me servía el quinto trago en menos de treinta minutos, escudarme en el alcohol para estar con él de nuevo no se veía tan malo. Podía hacer como que no me acordaba de nada, o hacer como Penny, de The bing bang theory , estar con él sólo porque estaba ebria y ya y al día siguiente decirle “esto fue un error, olvídalo.” Era bastante fácil decirlo, pero no podía evitar que mi corazón corriera los 100 metros planos al pensar en tener su boca cerca de nuevo.
Sacudí mi cabeza para desterrar el pensamiento y el mundo me dio vueltas. Me tomé del borde de la mesa para mantener el equilibro, pero incluso antes de que me viera en peligro de caer al suelo, unas manos fuertes me tomaron de la cintura y electricidad recorrió todo mi cuerpo. El olor de André me llenó por completo.
Pegué un salto y me salí de su contacto. Había dicho no toques, y mantendría mi palabra lo que más pudiera.
—¿Qué haces? —le dije de manera acusatoria—. Manos lejos, dónde pueda verlas.
Levantó sus manos, como rindiéndose, y me miró serio.
—Manos lejos, lo prometo.
—Bien. —Me apoyé en la mesa de nuevo, tratando de calmar a mi desbocado corazón.
—¿El disfraz fue al azar o es una especie de arma de ataque? —Me dijo mientras tomaba uno de los vuelos del pantalón entre su dedo índice y pulgar. Pensar que antes me tocaba a mí así hizo que me recorriera un escalofrío por la espalda. Tragué el nudo que se formó en la garganta.
—Quién sabe. Podría haberlo elegido por qué se me ve bien.
—No se te ve bien. Te ves preciosa con el puesto —inclinó su cabeza y apoyó su mentón en el ángulo entre mi hombro y mi cuello y me habló la oído—: Y apuesto que sin él te ves aún mejor.
Enrojecí de pies a cabeza, recordándome que debería ser yo la que dijera ese tipo de cosas y lo trajera baboso, no él a mi. Él así de cerca de mi piel era peligroso.
—Dije que lejos. —Tomé un paso hacia atrás y él me sonrió.
—Me dijiste manos lejos y donde pueda verlas, no dijiste nada del resto de mi cuerpo.
Mis manos comenzaron a temblar y empecé a arrepentirme del disfraz y de cualquier plan que se me hubiese pasado por la cabeza.
—Bueno, cualquier parte de tu anatomía debe estar lejos de la mía. Muy lejos.
—¿Puedo mirarte siquiera?
—¿Dejarías de hacerlo si te dijera que no puedes?
—No —me dijo atravesándome con esos ojos café, ahora tan oscuros como la noche—. No podría dejar de hacerlo. Estés donde estés, pueda o no tocarte, siempre tendré un ojo sobre ti, Chia. Siempre.
Mi corazón se volvió loco de nuevo y lo miré.
—Disfruta de la vista entonces.
Me alejé de él, caminando hacia donde estaba Ernesto, una vez moviendo de un lado a otro las caderas, sintiendo su mirada clavada en mí. Sonreí satisfecha.

Me senté a conversar con Liz, Ernesto y Claudio.
Liz miraba cada cinco segundos hacia la puerta de entrada para ver si Matías llegaba y yo evitaba deliberadamente mirar a André, que estaba en una esquina conversando con Marce e Ignacio.
Mi cuerpo entero estaba pendiente de André; donde se movía, si se reía, se giraba… de todo lo que él hiciera. No era necesario mirarlo para saber dónde estaba.
Conversé, paseé por la casa, fumé un poco y volví a tomar. Cuando había pasado algo así como hora huyendo de donde estaba André, decidí que me sentía con confianza de nuevo para poner el plan en práctica.
Él estaba seguía conversando con Ignacio y Marce. Caminé lentamente y me fui a parar detrás de mi amiga.
—¿Puedo sentarme aquí?
—Claro —Marce se corrió un poco para hacerme espacio en el sofá—. Siéntate aquí.
André me recorrió de arriba a abajo con la mirada. Encontré sus ojos cuando miraba mi cara y le sonreí. Sacudió su cabeza como diciendo “cuidado con lo que juegas, mujer.”
Yo tendría cuidado, sólo que no precisamente ahora.
Ignacio volvió a mirarme como si la Chiara que estaba viendo ahora, fuera una especie de broma de mal gusto.
Me incluí a su conversación, algo sobre un caso que les había tocado ver a los chicos. Miré a Marce y vi que estaba bastante aburrida. Todo lo que fuera ciencias biológicas la hacía estresarse, porque en su carrera lo biológico no se veía ni de broma. Joaquín era igual. Jamás entendieron biología en el colegio, por más que yo le repitiera que era bueno tener una idea de cómo funcionaba su cuerpo, ella no abría su mente a aprender.
Marce, viendo que tampoco me importaba comentar el caso del que hablaban los hombres, se inclinó hacia mí.
—El pobre no ha dejado de mirarte. Esta como hipnotizado.
Le devolví una sonrisa triunfante a Marce.
—Esa es la idea. Sólo que no se cuánto dure con el discurso de decirle que mantenga sus manos lejos de mí.
—¿Sabes, amiga? Quizás sería bueno que tú y él se permitieran una recaída. Lo de ustedes termino demasiado bruscamente y no le has dado un cierre y, mientras no se lo des, más te costará dejarlo ir.
—Una recaída —murmuré para mi misma—. ¿Cómo se supone que puedo… evitar salir lastimada de una recaída con él?
—No lo evitas. Dejas que ocurra. Y te mentalizas de qué esa será la última. No más.
—Por primera vez Marce, tus consejos no me parecen cuerdos. De verdad que no.
—¿Quieres estar con él? —mis ojos le dijeron que la respuesta era obvia—. Lo siento. Tienes razón. Yo en tu lugar disfrutaría una última vez. Sin complicaciones, sin ataduras… sólo, sólo estén juntos. Nada más.
—La idea es traerlo baboso, no dejar que toque —apunté mi cuerpo con una mano— la mercancía de nuevo.
—Estás tan loca —se rió Marce—. Tráelo baboso. Pero después no te quejes si el plan se te da vuelta y terminas frita entre sus brazos. Te lo habrías buscado tu solita. Es mejor que sepas a lo que vas a que te pille de improviso.
—Tienes razón —Le dije en un susurro.
Ella tenía mucha, mucha razón. Decir que quería traerlo baboso era cierto, era una especie de mínima venganza para mí. Pero sabía perfectamente bien que él en cualquier momento podía tocarme y mi mentalización de “manos fuera” quedaría reducida a polvo.
Yo lo quería. Lo necesitaba a mi lado. Aunque sólo fuera una vez más. Mañana por la mañana podría lidiar con el arrepentimiento y con las lágrimas. Ahora mismo, todo lo que quería era tenerlo a él cerca.
Mañana podía mentirle y decirle que fue un error. Sí. Eso. Aunque ni él ni yo me lo creyera, podría decirle que fue un error y decirle que jamás volvería a pasar. Nunca, nunca más.
Tomé una respiración y miré a Marce.
—¿Puedes llevarte a Ignacio?
—Por supuesto. —Me dijo con una sonrisa.
Se levantó y, aprovechando que ponían una de sus canciones favoritas, tomó la mano de Ignacio.
—¡Amor! Vamos a bailar, anda —tironeo un poco de su chaleco elasticado de Sportacus y él la miro sin entender—. ¡Levántate, vamos!
Ignacio se levantó de su asiento, miró de mi a André y viceversa, y dejó que Marce lo arrastrara hacia la pista de baile.
Paso todo un largo minuto en el que no miré a André ni moví un musculo de mi cuerpo.
Luego, lo sentí levantarse y dejarse caer en el asiento junto a mí.
—Pocas veces había visto a Marce tan feliz por ir a bailar.
—Es su canción favorita —me encogí de hombros—, para mí es normal.
Se quedó en silencio, el calor de su cuerpo aturdiéndome.
—¿No te molesta que esté aquí?
No quise mirarlo.
—No.
—¿Ni un poco?
—Ni un poco.
Sentí que tomaba entre sus manos, de nuevo, uno de los vuelos del pantalón y lo acariciaba delicadamente. Se me erizó la piel. Él lo noto.
—¿Tienes frío?
—No.
No podía dárselas de caballero, sacarse su chaqueta y ponerla sobre mis hombros, porque no llevaba ninguna. Iba vestido de pirata, un estilo de Jack Sparrow que quitaba el aliento más que el propio Johnny Deep. Incluso llevaba esas especies de trenzas de piedras que el Capitán llevaba en la película.
Me gire con cuidado hacia él, calculando no tocar ninguna parte de su cuerpo, y tomé una en mis manos.
—Me gusta esto.
—Mi hermana me ayudó a hacerla.
—¿Está aquí? —Había conocido a su hermana cuando ella se había dejado caer de sorpresa por su casa a mediados de Septiembre.
—Vino de visita con su esposo, de sorpresa, de nuevo. Cuando supo que tenía una fiesta de disfraces se emocionó como cuando yo tenía 3 años y me acompañaba a buscar dulces.
—Bonito —le dije riendo, imaginándomelo pequeño corriendo por dulces—. ¿Cuándo se va?
—Mañana —exhaló un suspiro cansado—. Tomaremos desayunos juntos y después se irán.
—Ah.
Volvimos a quedarnos en silencio. Esta vez él fue el primero en romperlo, pero sin palabras. Tomó mi mano entre las suyas y la dejó ahí, quieta, cómoda, en casa. Cuando se dio cuenta de que no iba a retirar la mía, habló.
—Es increíble lo correcto que se siente tocarte —se me escapó un suspiro y él se rió bajito—. ¿Qué pasa?
—Tengo que estar loca. —Le dije, tan bajo que pensé que no me escucharía.
Levantó mi mano y la llevó a su boca. Depositó un beso, pequeño, tierno y suave sobre ella.
Sentí que podría morirme feliz en cualquier momento.
Cerré los ojos.
Sentí su aliento sobre mi hombro, donde su boca dejo un pequeño camino de besos hasta llegar detrás de mí oreja. Su mano se posó sobre mi cintura, acariciando la piel que tenía descubierta, girándome casi sin esfuerzo para quedar frente a él.
Levantó su mano y acarició mi mandíbula, de arriba abajo y de vuelta, hasta posar sus dedos sobre mis labios entre abiertos. Abrí los ojos y lo miré. Sus ojos en los míos tratando de hablarme sin decir palabras.
—Esta es la última. —Le dije cuando su boca estaba a un suspiro de la mía.
Levantó sus ojos y me miró. Asintió con la cabeza y luego, sus labios estuvieron sobre los míos y me olvidé de todo; me olvidé de donde estábamos, me olvidé de que estaba Pato a pasos de distancia, que se supone que debería ayudarle a Liz con Mati, que André tenía una novia y que pronto tendría un hijo.
Empujé todo lo más atrás de mi mente que pude y me deje llevar.
Lo sentí abrazarme, sus brazos pegados a mi piel, como si no quisiera dejarme ir nunca. Lástima que ambos sabíamos que, cuando todo esto terminará, quizás cuando fuera de mañana, sus manos no volverían a tocar mi piel como lo hacían ahora.
Disfruta esto Chiara, me dije a mi misma, mientras apoyaba mi mano sobre su pecho y podía sentir el loco latido de su corazón contra mi palma.
Me apartó un poco de su lado, para mirarme a los ojos y sonreírme. Comencé a reírme, liberando la tensión que llevaba dentro.
Se inclinó en mi oído.
—Vámonos de aquí.
Tomé su mano y nos separamos al llegar al comedor. Él camino hacia el pasillo hacia uno de los cuartos para buscar nuestras cosas y yo fui hacia la sala de estar para buscar a Liz.
—Liz —me miró con ojos asustados. Tenía la vista clavada en Matías, que no me había dado cuenta cuando habia llegado—. Eeeh, yo me voy. Pero no te preocupes, prometo hablar con él —dije apuntando a Matías—, antes de irme.
—¿Y dónde te vas a ir? —Me miró alzando una ceja.
—Digamos que el disfraz dio resultado.
Liz comenzó a reírse, y por el rabillo de mi ojo, me di cuenta que Matías buscaba el sonido de su risa hasta que dio con ella. Sonrío y comenzó a caminar hacia donde estábamos. Cuando Liz lo vió, se puso blanca.
—Oh. Dios. Mio.
Me incliné y la obligué a respirar.
—No pasa nada, tranquila. Respira. Ahora, piensa que él es uno de los niños a los que tan bien atiendes y todo saldrá perfecto.
Me miró, habia pánico en sus ojos. Me reí y le di un apretón en el hombro.
—No sé de qué hablarle.
—Le gustan los libros. Y la música. Como a ti —vi que André estaba parado en la puerta de entrada esperándome—. Me tengo que ir —la rodeé en un abrazo rápido y me di la vuelta para encontrarme con Matías—. Hola Mati.
Lo saludé, me despedí de ambos con la mano y salí corriendo hacia donde esta él.
Me tomó la mano y me saco fuera de la casa. El frío aire de Octubre me erizo los pelos del cuerpo. Tomó mi abrigo de sus brazos y me ayudó a ponérmelo.
Entrelazó sus dedos con los míos y los apretó.
—¿Vamos?
Le sonreí.
—Vamos.
***
A la mañana siguiente desperté con el pelo en la cara. Los débiles rayos del sol me llegaban a la cara, haciendo que abriera los ojos lentamente.
Moví mi cabeza para ver la hora en el reloj del velador, y, al moverme, el brazo que André tenía alrededor de mi cintura me apretó con más fuerza.
Eran las siete y veinticinco de la mañana.
Se estaba perfecto a su lado, pero tenía que irme antes de que él despertara. Sería imposible pensar en decirle que lo de la noche anterior había sido un error si veía sus ojos ahora. No podría nunca arrepentirme de sentir sus manos en mi piel, su boca cerca de la mía, su respiración, su olor, sus abrazos… tenía que salir de su lado ahora.
En un movimiento rápido me salí de su abrazo protector. Él sólo se movió un poco hacia mi lado de la cama, aun tibio donde había estado yo hace unos pocos segundos. Al sentir el calor, su cuerpo entero se relajó y siguió durmiendo.
Me permití mirarlo sólo un segundo más.
Obligándome, me di la vuelta. Rápidamente me vestí con el disfraz de Odalisca, me puse el abrigo, las zapatillas y camine hasta la puerta de su pieza. La abrí despacio y me gire para verlo una vez más. Se veía tranquilo. Sin preocupaciones. Me metí por el espacio abierto y salí hacia el pasillo cerrando la puerta lo más suavemente que pude.
Pase al baño, sólo para lavar mi cara un poco y pasar mis dedos por mi pelo y ordenarlo.
Caminé hasta la puerta de salida, la abrí, y salí al frío de la mañana.
Baje ese pequeño trozo de cerro corriendo, tratando de alejarme lo más rápido posible de su casa, de él.
Cuando llegué a la Plaza Anibal, saqué mi celular y marqué el número de Joaquín. Contestó al segundo timbre.
—Bonita, hola. ¿Cómo estás?
—¿Estás en Valpo, Joaco?
—¿Eh? Sí, voy saliendo de Coyote, ¿Por qué?
Coyote era un bar que quedaba sólo a una cuadra de donde yo estaba.
—¿Podemos encontrarnos en el negocio azul que está al final de la calle?
—Claro, pero…
No lo dejé terminar. Salí corriendo hacia la derecha para llegar antes que él ahí.
Cuando miré hacia arriba, él venía bajando, cantando tranquilamente con un par de amigos.
Después de un segundo de mirarlo, sus ojos me miraron fijamente, le dijo algo a su grupo y bajo corriendo el camino que lo separaba de mí.
No me dijo nada, no me preguntó nada. Me envolvió en un abrazo y me dejó acurrucarme ahí hasta que sentí que las lágrimas, esas malditas lágrimas que tanto habia querido evitar, comenzaron a bajar por mi cara.
—Soy una estúpida Joaquín, soy una estúpida. No debería haberlo hecho, ¿Cómo me lo saco ahora de adentro? —sollozaba contra su chaqueta mientras él me acariciaba la espalda—. ¡No debería haberlo hecho! No me voy a poder olvidar de él nunca, nunca… yo…
Bruscamente, Joaquín me tomó por los hombros y me apartó de él para poder mirarme a los ojos.
—No me digas eso. Nunca más.
Y por primera vez en todos los años que lo conocía, Joaquín me besó. Y no sentí el viento, ni los autos, ni a la gente que recién salía de sus casas. Esa electricidad que había entre los dos, ahora multiplicada por mil, me dejó sin aliento.

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