“Atrévete”.
Eran las nueve de la noche
del sábado, y yo estaba extremadamente nerviosa.
Me miré al espejo una vez
más, sonriéndole al reflejo que veía. Si a André no le daba aunque fuera un
poquito, un mísero se sentimiento de arrepentimiento por no estar conmigo como
habían dicho las chicas, entonces, él estaba loco.
Sonó mi celular y corrí a
contestarlo. Era Lore.
—¿Lista para dejarlo con la
boca abierta?
—Me estoy arrepintiendo un
poco de esto. Sólo un poco.
—Chia, hazlo. Merece retorcerse
en la miseria todo lo que pueda.
Me reí con ganas.
—Que ganas de que pudieras
venir.
—No me siento en condiciones
de ir a mostrarle a Pato lo que se está perdiendo. Quizás otro día.
—No necesitas que se lo
muestres amiga, sé que él lo sabe. —Aunque si seguía con Rossy pegado como lapa
a él, veía difícil que se diera cuenta. Sentí que sonaba el citofono de mi
departamento—. Tienen que haber llegado las chicas. Te llamo mañana.
—¡Disfruta!
Con una risita cerré mi
celular y corrí hacia el citofono.
—¿Si?
—Srta. Chiara, sus amigas la
esperan abajo.
—Gracias.
Fui a la pieza de mi Mamá
donde Manu estaba enterrado a su lado en la cama.
—Me voy.
Mi mamá desvió la vista de
la televisión y me miro frunciendo las cejas.
—¿No crees que vas muy
desabrigada?
Me reí.
—No Má, tengo el abrigo
encima, tranquila —me acerqué y le di un beso—. Nos vemos mañana.
—Pásalo bien. Y cuídate,
¿Sí? —Me dijo mientras acariciaba mi frente.
—Por supuesto.
Di vuelta a la cama y
acaricie las orejas de Manu.
—Buenas noches perro amigo,
cuídala.
Salí cantando bajito, tomé
el ascensor y llegué al primer piso.
Lo primero que me recibió
cuando salí del ascensor fueron los gritos de Liz y de Betty.
—Eh, mujer ardiente ¡Muéstrate!
Riendo caminé hacia el
recibidor donde las chicas me esperaban expectantes.
—¡Pero así no hay gracia!
¿Qué haces toda tapada? —me dijo Betty apuntándome con un dedo acusador—. Ni
siquiera hace frío.
Miré a Betty, que estaba
vestida de Gatubela, con una larga cola tomada en su mano y a Liz, que estaba
parada apoyada en uno de los pilares con un largo traje de dama antigua, que la
hacía ver más pequeña y tímida de lo que ya era.
—¡Qué pasa con esa cola,
Gatubela! —Me acerqué corriendo y les di a las dos un abrazo—. Liz, Mati te va
a adorar.
Ella se puso roja de pies a
cabeza y me sonrió.
—¿De verdad?
—Sí.
—Oye, y tú, ¿qué? ¿Dónde
está tu disfraz?
—Ah. Esta bajo este abrigo
—le dije a Betty tocando los botones de mi chaqueta—, vamos afuera y se los muestro.
—Pobre don Beto —me dijo
Betty—, el esperaba tener un striptease privado.
Rompimos a reír las 3, me
despedí de don Beto, el conserje, y salimos hacia el auto de Liz.
—Ya, ahora puedes mostrarlo.
Miré hacia ambos lados de la
calle y desabroché rápidamente mi abrigo y las dejé mirar.
Betty soltó un silbido y Liz
me apunto con un dedo.
—Chiara, si a André no le da
un infarto cuanto te vea, voy a comenzar a pensar que le gustan los hombres.
***
Llegamos a la casa de Liz 20
minutos después
Me quité el abrigo y con
Betty nos preocupamos de correr los sillones un poco para dejar una especie de
pista de baile, sacar un par de platos para colocar la comida y guardar las
lámparas que la mamá de Liz consideraba sagradas.
Cuando faltaban diez minutos
para las diez, sonó el timbre trayendo a los primeros invitados y fue cuando
por primera vez se me ocurrió una idea espantosa.
—Betty —le dije a mi amiga
mientras Liz iba a abrir la puerta—, ¿Sabes si Liz le dijo a André si podía
traer a alguien?
Betty se encogió de hombros.
—Ni idea Chiara, pero no
creo que sea tan cara dura como para traerla aquí.
—No me preocupo por él —le
dije mirando la puerta para ver quién llegaba—, sé que ella es capaz de auto
invitarse.
—Pobre de ella que ponga un
pie por aquí, bastante mal te trato ya.
—Gracias.
Entro Liz a la sala, seguida
por Pato y Rossy que venían de la mano y un poco más atrás, Marce e Ignacio.
Cuando Ignacio me vio, sus
ojos se abrieron de par en par y chocó con el sofá que tenía delante.
—Uy. Parece que el disfraz no
sólo va a causar estragos en los ojos de André.
—Cállate Betty.
Me sentí cohibida y cubrí mi
estómago con mis manos y me acerqué a Marce.
—¿Stephanie de Lazy Town ?
¿Vas en serio Marce? —Le dije mirándola sin poder evitar reírme.
—Venimos a juego, ¿ya?
Me di cuenta que Ignacio
venía vestido de Sportacus y se veía bastante incómodo.
—¿Cómo fue que te convenció
para venir así?
—La conoces —me dijo
saludándome con un beso en la mejilla. Sus ojos se detuvieron brevemente en mi
ombligo. Me miró y lo apuntó con un dedo—. Ya no está.
—¿Qué cosa? —bajé la vista
hasta mi ombligo y caí en la cuenta—. ¡El aro! —me reí recordando el día en que
él me acompañó a hacérmelo y me dejo torturar su mano por todo lo que me
dolió—. Hace tiempo que no lo uso. Se infectó y no fui capaz de ponerlo de
nuevo.
Me miró e hizo esa sonrisa
que en otra época hubiera dejado mi corazón mudo.
—Cobarde.
Me encogí de hombros y le
saqué la lengua. —Y orgullosa de serlo.
Marce carraspeó un poco y la
miré sonriéndole. No tenía de qué preocuparse.
Me tomó de la mano y me
llevó hasta donde estaba Betty.
—¿Qué se supone que hace
Pato con ella? —dijo Marce apuntando a Rossy. No la conocía.
—Te presento a la feliz
pareja. Ella fue la que le contó a Macka lo mío con André.
—Hola Marce —le dijo Betty
—. Que su cara de buena no te engañé, es una arpía con ganas.
—A esas me las manejo como
agua. Que se meta en mi camino y ya verá.
Le di una de mis mejores
sonrisas a Marce. Tenerla de mi lado en caso de querer dejar en ridículo a
Rossy era perfecto.
Ignacio nos trajo a las tres
un trago. Subí el vaso hasta mi nariz y lo olfateé: Vodka Naranja. Él se había
acordado. Lo miré y le dedique una sonrisa que me devolvió.
Me quede apoyada en el
ventanal que daba al patio mientras Betty, Marce e Ignacio hablaban hasta por
los codos.
Me perdí pensando en cómo le
diría a Lore lo de Rossy y Pato. Si no le decía yo, cuando ella se enterara, me
odiaría de por vida.
Me sentí observada y levanté
la vista hacia el otro extremo de la sala; ahí estaba él, mirándome con los
ojos llenos de fuego, una sonrisa en esos labios que me volvían loca y su
cabeza inclinada hacia un lado para poder mirarme mejor.
Me erguí de forma
instantánea, trasladando mis manos de mi estómago hacia mi espalda y
dedicándole una sonrisa calculada para él y nadie más que él.
Sus ojos se volvieron
pequeños, como midiendo mi reacción hacia su persona; era un cambio bastante
grande de no haberlo tomado en cuenta ayer a hoy tratar de seducirlo con un
traje de Odalisca.
Pero conversando con Betty
de vuelta a mi casa ayer había tomado una decisión: yo podía coquetearle,
mostrarle lo que se perdía, pero no por eso bajar mi guardia con él. Podía
traerlo con la boca abierta tras de mí y no dejarlo tocarme ni un pelo. Sólo
esperaba que mi plan no se diera vuelta.
Un codazo de Marce destrabó
mi mirada de la de André.
—Hay alguien que te está
devorando con la mirada.
—Ya lo sé —le dije con más
confianza de la que nunca había sentido—. Creo que jugaré un poco hoy.
Marce me miró y levanto sus
cejas de forma sugerente. —¡A por él amiga!
Ignacio me miró de forma
extraña, como si fuera a tomar mi brazo y no dejarme avanzar hacia donde estaba
André. Lo miré levantando una ceja y seguí de largo.
André se quedó quieto en la
esquina en la que estaba, calculadoramente moví un poco más mis caderas
mientras caminaba y tuve la satisfacción de ver como su boca se abría a medida
que me iba acercando a él.
—¡Chia!
Me giré de golpe para ver
entrar a Ernesto y a Claudio, su novio. Corrí hacia donde estaba él y sentí la
mirada de André pegada en mi espalda.
—¡Er! —sentía que hace años
que no lo veía y sólo habían pasado unos días. Lo apretuje en un abrazo y luego
saludé a Claudio—. Hola feo —le desordené el pelo—, tanto tiempo.
—Mucho, muchísimo. —Me dijo
con una sonrisa.
Ernesto me tomó una mano y
me hizo darme una vuelta para poder ver mejor el disfraz.
—Mujer, estas como para que
a los hombres de esta sala les dé un infarto.
Me reí y miré hacia donde
estaba André, que seguía mirándome sin entender por qué no habia caminado hasta
donde estaba él.
—Creo que ya tenemos un
candidato —me dijo Claudio mirando a André brevemente—. Buen gusto Chiara.
—Cuidadito dónde miras,
Claudio —Le dijo Ernesto a su novio arrugando la frente.
—Tranquilo, que ese hombre
no tiene ojos para nadie más aquí, sólo para ella.
Los miré con una sonrisa y
les hice una señal de despedida con la mano.
—Me voy a hablar con el
candidato —miré a Ernesto y bajé la voz—. Si me ves hacer cualquier cosa
estúpida, entiéndase como dejar que me ponga un dedo encima, me sacas volando
de su lado, ¿ok?
—¡A la orden capitán! —Me
dijo Er mientras ponía su mano sobre su frente al estilo de los militares.
Les tiré un beso al aire y
me di la vuelta para ir hasta donde estaba André, quién, misteriosamente, había
desaparecido de mi vista.
—¿Qué dem…?
Me giré un par de veces pero
no le vi ni la sombra.
Enojada, me tomé de un trago
mi vodka y fue hasta el comedor a servirme otro. Ahí estaba Pato viendo a Rossy
conversar con una de las enfermeras en práctica de la universidad de las
Américas.
—¿Disfrutando la vista? —Le
pregunté mientras me ponía a su lado para servirme otro trago.
Me miró y sus ojos se
clavaron en mi disfraz. —¿No crees que dejaste la ropa en tu casa?
—¿Qué? —me reí—. Por
supuesto que no. Cubre todo perfectamente. —Me di una vuelta sobre mi misma
para demostrar el hecho.
—No opino lo mismo. Ponte un
chaleco o algo.
—Ay, por favor Patricio. No
me vengas con cosas de la moral ahora. No después de ella. —Le dije apuntando a
Rossy que estaba frente a nosotros.
—¿Vamos a poder conversar
como gente civilizada algún día?
—Mientras sigas con ella,
imposible. Y no sólo porque la tenga atravesada, lo que le estás haciendo a
Lore no tiene perdón.
Me miró y vi vacilación en
sus ojos. Lo mire esperando que me dijera que tenía locura momentánea y que
terminaría ahora con Rossy, pero esa vacilación no duró más que un segundo y me
miró enojado.
—Es imposible hablar
contigo.
Se dio media vuelta y caminó
en dirección a la sala de estar.
Me tomé tres vasos de vodka
al hilo, sumados al que me había tomado antes, ya hacían cuatro vasos y si
quería estar sobria para poder manejar a André a mi voluntad, no podía seguir
tomando así. Aunque, pensé mientras me servía el quinto trago en menos de
treinta minutos, escudarme en el alcohol para estar con él de nuevo no se veía
tan malo. Podía hacer como que no me acordaba de nada, o hacer como Penny, de
The bing bang theory , estar con él sólo porque estaba ebria y ya y al día
siguiente decirle “esto fue un error, olvídalo.” Era bastante fácil decirlo,
pero no podía evitar que mi corazón corriera los 100 metros planos al pensar en
tener su boca cerca de nuevo.
Sacudí mi cabeza para
desterrar el pensamiento y el mundo me dio vueltas. Me tomé del borde de la
mesa para mantener el equilibro, pero incluso antes de que me viera en peligro
de caer al suelo, unas manos fuertes me tomaron de la cintura y electricidad
recorrió todo mi cuerpo. El olor de André me llenó por completo.
Pegué un salto y me salí de
su contacto. Había dicho no toques, y mantendría mi palabra lo que más pudiera.
—¿Qué haces? —le dije de
manera acusatoria—. Manos lejos, dónde pueda verlas.
Levantó sus manos, como
rindiéndose, y me miró serio.
—Manos lejos, lo prometo.
—Bien. —Me apoyé en la mesa
de nuevo, tratando de calmar a mi desbocado corazón.
—¿El disfraz fue al azar o
es una especie de arma de ataque? —Me dijo mientras tomaba uno de los vuelos
del pantalón entre su dedo índice y pulgar. Pensar que antes me tocaba a mí así
hizo que me recorriera un escalofrío por la espalda. Tragué el nudo que se
formó en la garganta.
—Quién sabe. Podría haberlo
elegido por qué se me ve bien.
—No se te ve bien. Te ves
preciosa con el puesto —inclinó su cabeza y apoyó su mentón en el ángulo entre
mi hombro y mi cuello y me habló la oído—: Y apuesto que sin él te ves aún
mejor.
Enrojecí de pies a cabeza,
recordándome que debería ser yo la que dijera ese tipo de cosas y lo trajera
baboso, no él a mi. Él así de cerca de mi piel era peligroso.
—Dije que lejos. —Tomé un
paso hacia atrás y él me sonrió.
—Me dijiste manos lejos y
donde pueda verlas, no dijiste nada del resto de mi cuerpo.
Mis manos comenzaron a
temblar y empecé a arrepentirme del disfraz y de cualquier plan que se me
hubiese pasado por la cabeza.
—Bueno, cualquier parte de
tu anatomía debe estar lejos de la mía. Muy lejos.
—¿Puedo mirarte siquiera?
—¿Dejarías de hacerlo si te
dijera que no puedes?
—No —me dijo atravesándome
con esos ojos café, ahora tan oscuros como la noche—. No podría dejar de
hacerlo. Estés donde estés, pueda o no tocarte, siempre tendré un ojo sobre ti,
Chia. Siempre.
Mi corazón se volvió loco de
nuevo y lo miré.
—Disfruta de la vista
entonces.
Me alejé de él, caminando
hacia donde estaba Ernesto, una vez moviendo de un lado a otro las caderas,
sintiendo su mirada clavada en mí. Sonreí satisfecha.
Me senté a conversar con
Liz, Ernesto y Claudio.
Liz miraba cada cinco
segundos hacia la puerta de entrada para ver si Matías llegaba y yo evitaba
deliberadamente mirar a André, que estaba en una esquina conversando con Marce
e Ignacio.
Mi cuerpo entero estaba
pendiente de André; donde se movía, si se reía, se giraba… de todo lo que él
hiciera. No era necesario mirarlo para saber dónde estaba.
Conversé, paseé por la casa,
fumé un poco y volví a tomar. Cuando había pasado algo así como hora huyendo de
donde estaba André, decidí que me sentía con confianza de nuevo para poner el
plan en práctica.
Él estaba seguía conversando
con Ignacio y Marce. Caminé lentamente y me fui a parar detrás de mi amiga.
—¿Puedo sentarme aquí?
—Claro —Marce se corrió un
poco para hacerme espacio en el sofá—. Siéntate aquí.
André me recorrió de arriba
a abajo con la mirada. Encontré sus ojos cuando miraba mi cara y le sonreí.
Sacudió su cabeza como diciendo “cuidado con lo que juegas, mujer.”
Yo tendría cuidado, sólo que
no precisamente ahora.
Ignacio volvió a mirarme
como si la Chiara que estaba viendo ahora, fuera una especie de broma de mal
gusto.
Me incluí a su conversación,
algo sobre un caso que les había tocado ver a los chicos. Miré a Marce y vi que
estaba bastante aburrida. Todo lo que fuera ciencias biológicas la hacía
estresarse, porque en su carrera lo biológico no se veía ni de broma. Joaquín
era igual. Jamás entendieron biología en el colegio, por más que yo le
repitiera que era bueno tener una idea de cómo funcionaba su cuerpo, ella no
abría su mente a aprender.
Marce, viendo que tampoco me
importaba comentar el caso del que hablaban los hombres, se inclinó hacia mí.
—El pobre no ha dejado de
mirarte. Esta como hipnotizado.
Le devolví una sonrisa
triunfante a Marce.
—Esa es la idea. Sólo que no
se cuánto dure con el discurso de decirle que mantenga sus manos lejos de mí.
—¿Sabes, amiga? Quizás sería
bueno que tú y él se permitieran una recaída. Lo de ustedes termino demasiado
bruscamente y no le has dado un cierre y, mientras no se lo des, más te costará
dejarlo ir.
—Una recaída —murmuré para
mi misma—. ¿Cómo se supone que puedo… evitar salir lastimada de una recaída con
él?
—No lo evitas. Dejas que
ocurra. Y te mentalizas de qué esa será la última. No más.
—Por primera vez Marce, tus
consejos no me parecen cuerdos. De verdad que no.
—¿Quieres estar con él? —mis
ojos le dijeron que la respuesta era obvia—. Lo siento. Tienes razón. Yo en tu
lugar disfrutaría una última vez. Sin complicaciones, sin ataduras… sólo, sólo
estén juntos. Nada más.
—La idea es traerlo baboso,
no dejar que toque —apunté mi cuerpo con una mano— la mercancía de nuevo.
—Estás tan loca —se rió
Marce—. Tráelo baboso. Pero después no te quejes si el plan se te da vuelta y
terminas frita entre sus brazos. Te lo habrías buscado tu solita. Es mejor que
sepas a lo que vas a que te pille de improviso.
—Tienes razón —Le dije en un
susurro.
Ella tenía mucha, mucha
razón. Decir que quería traerlo baboso era cierto, era una especie de mínima
venganza para mí. Pero sabía perfectamente bien que él en cualquier momento
podía tocarme y mi mentalización de “manos fuera” quedaría reducida a polvo.
Yo lo quería. Lo necesitaba
a mi lado. Aunque sólo fuera una vez más. Mañana por la mañana podría lidiar
con el arrepentimiento y con las lágrimas. Ahora mismo, todo lo que quería era
tenerlo a él cerca.
Mañana podía mentirle y
decirle que fue un error. Sí. Eso. Aunque ni él ni yo me lo creyera, podría
decirle que fue un error y decirle que jamás volvería a pasar. Nunca, nunca
más.
Tomé una respiración y miré
a Marce.
—¿Puedes llevarte a Ignacio?
—Por supuesto. —Me dijo con
una sonrisa.
Se levantó y, aprovechando
que ponían una de sus canciones favoritas, tomó la mano de Ignacio.
—¡Amor! Vamos a bailar, anda
—tironeo un poco de su chaleco elasticado de Sportacus y él la miro sin
entender—. ¡Levántate, vamos!
Ignacio se levantó de su
asiento, miró de mi a André y viceversa, y dejó que Marce lo arrastrara hacia
la pista de baile.
Paso todo un largo minuto en
el que no miré a André ni moví un musculo de mi cuerpo.
Luego, lo sentí levantarse y
dejarse caer en el asiento junto a mí.
—Pocas veces había visto a
Marce tan feliz por ir a bailar.
—Es su canción favorita —me
encogí de hombros—, para mí es normal.
Se quedó en silencio, el
calor de su cuerpo aturdiéndome.
—¿No te molesta que esté
aquí?
No quise mirarlo.
—No.
—¿Ni un poco?
—Ni un poco.
Sentí que tomaba entre sus
manos, de nuevo, uno de los vuelos del pantalón y lo acariciaba delicadamente.
Se me erizó la piel. Él lo noto.
—¿Tienes frío?
—No.
No podía dárselas de
caballero, sacarse su chaqueta y ponerla sobre mis hombros, porque no llevaba
ninguna. Iba vestido de pirata, un estilo de Jack Sparrow que quitaba el
aliento más que el propio Johnny Deep. Incluso llevaba esas especies de trenzas
de piedras que el Capitán llevaba en la película.
Me gire con cuidado hacia
él, calculando no tocar ninguna parte de su cuerpo, y tomé una en mis manos.
—Me gusta esto.
—Mi hermana me ayudó a hacerla.
—¿Está aquí? —Había conocido
a su hermana cuando ella se había dejado caer de sorpresa por su casa a
mediados de Septiembre.
—Vino de visita con su
esposo, de sorpresa, de nuevo. Cuando supo que tenía una fiesta de disfraces se
emocionó como cuando yo tenía 3 años y me acompañaba a buscar dulces.
—Bonito —le dije riendo,
imaginándomelo pequeño corriendo por dulces—. ¿Cuándo se va?
—Mañana —exhaló un suspiro
cansado—. Tomaremos desayunos juntos y después se irán.
—Ah.
Volvimos a quedarnos en
silencio. Esta vez él fue el primero en romperlo, pero sin palabras. Tomó mi
mano entre las suyas y la dejó ahí, quieta, cómoda, en casa. Cuando se dio
cuenta de que no iba a retirar la mía, habló.
—Es increíble lo correcto
que se siente tocarte —se me escapó un suspiro y él se rió bajito—. ¿Qué pasa?
—Tengo que estar loca. —Le
dije, tan bajo que pensé que no me escucharía.
Levantó mi mano y la llevó a
su boca. Depositó un beso, pequeño, tierno y suave sobre ella.
Sentí que podría morirme
feliz en cualquier momento.
Cerré los ojos.
Sentí su aliento sobre mi
hombro, donde su boca dejo un pequeño camino de besos hasta llegar detrás de mí
oreja. Su mano se posó sobre mi cintura, acariciando la piel que tenía
descubierta, girándome casi sin esfuerzo para quedar frente a él.
Levantó su mano y acarició
mi mandíbula, de arriba abajo y de vuelta, hasta posar sus dedos sobre mis
labios entre abiertos. Abrí los ojos y lo miré. Sus ojos en los míos tratando
de hablarme sin decir palabras.
—Esta es la última. —Le dije
cuando su boca estaba a un suspiro de la mía.
Levantó sus ojos y me miró.
Asintió con la cabeza y luego, sus labios estuvieron sobre los míos y me olvidé
de todo; me olvidé de donde estábamos, me olvidé de que estaba Pato a pasos de
distancia, que se supone que debería ayudarle a Liz con Mati, que André tenía
una novia y que pronto tendría un hijo.
Empujé todo lo más atrás de
mi mente que pude y me deje llevar.
Lo sentí abrazarme, sus
brazos pegados a mi piel, como si no quisiera dejarme ir nunca. Lástima que
ambos sabíamos que, cuando todo esto terminará, quizás cuando fuera de mañana,
sus manos no volverían a tocar mi piel como lo hacían ahora.
Disfruta esto Chiara, me
dije a mi misma, mientras apoyaba mi mano sobre su pecho y podía sentir el loco
latido de su corazón contra mi palma.
Me apartó un poco de su
lado, para mirarme a los ojos y sonreírme. Comencé a reírme, liberando la
tensión que llevaba dentro.
Se inclinó en mi oído.
—Vámonos de aquí.
Tomé su mano y nos separamos
al llegar al comedor. Él camino hacia el pasillo hacia uno de los cuartos para
buscar nuestras cosas y yo fui hacia la sala de estar para buscar a Liz.
—Liz —me miró con ojos
asustados. Tenía la vista clavada en Matías, que no me había dado cuenta cuando
habia llegado—. Eeeh, yo me voy. Pero no te preocupes, prometo hablar con él
—dije apuntando a Matías—, antes de irme.
—¿Y dónde te vas a ir? —Me
miró alzando una ceja.
—Digamos que el disfraz dio
resultado.
Liz comenzó a reírse, y por
el rabillo de mi ojo, me di cuenta que Matías buscaba el sonido de su risa
hasta que dio con ella. Sonrío y comenzó a caminar hacia donde estábamos.
Cuando Liz lo vió, se puso blanca.
—Oh. Dios. Mio.
Me incliné y la obligué a
respirar.
—No pasa nada, tranquila.
Respira. Ahora, piensa que él es uno de los niños a los que tan bien atiendes y
todo saldrá perfecto.
Me miró, habia pánico en sus
ojos. Me reí y le di un apretón en el hombro.
—No sé de qué hablarle.
—Le gustan los libros. Y la
música. Como a ti —vi que André estaba parado en la puerta de entrada esperándome—.
Me tengo que ir —la rodeé en un abrazo rápido y me di la vuelta para
encontrarme con Matías—. Hola Mati.
Lo saludé, me despedí de
ambos con la mano y salí corriendo hacia donde esta él.
Me tomó la mano y me saco
fuera de la casa. El frío aire de Octubre me erizo los pelos del cuerpo. Tomó
mi abrigo de sus brazos y me ayudó a ponérmelo.
Entrelazó sus dedos con los
míos y los apretó.
—¿Vamos?
Le sonreí.
—Vamos.
***
A la mañana siguiente
desperté con el pelo en la cara. Los débiles rayos del sol me llegaban a la
cara, haciendo que abriera los ojos lentamente.
Moví mi cabeza para ver la
hora en el reloj del velador, y, al moverme, el brazo que André tenía alrededor
de mi cintura me apretó con más fuerza.
Eran las siete y veinticinco
de la mañana.
Se estaba perfecto a su
lado, pero tenía que irme antes de que él despertara. Sería imposible pensar en
decirle que lo de la noche anterior había sido un error si veía sus ojos ahora.
No podría nunca arrepentirme de sentir sus manos en mi piel, su boca cerca de
la mía, su respiración, su olor, sus abrazos… tenía que salir de su lado ahora.
En un movimiento rápido me
salí de su abrazo protector. Él sólo se movió un poco hacia mi lado de la cama,
aun tibio donde había estado yo hace unos pocos segundos. Al sentir el calor,
su cuerpo entero se relajó y siguió durmiendo.
Me permití mirarlo sólo un
segundo más.
Obligándome, me di la
vuelta. Rápidamente me vestí con el disfraz de Odalisca, me puse el abrigo, las
zapatillas y camine hasta la puerta de su pieza. La abrí despacio y me gire
para verlo una vez más. Se veía tranquilo. Sin preocupaciones. Me metí por el
espacio abierto y salí hacia el pasillo cerrando la puerta lo más suavemente
que pude.
Pase al baño, sólo para
lavar mi cara un poco y pasar mis dedos por mi pelo y ordenarlo.
Caminé hasta la puerta de
salida, la abrí, y salí al frío de la mañana.
Baje ese pequeño trozo de
cerro corriendo, tratando de alejarme lo más rápido posible de su casa, de él.
Cuando llegué a la Plaza
Anibal, saqué mi celular y marqué el número de Joaquín. Contestó al segundo
timbre.
—Bonita, hola. ¿Cómo estás?
—¿Estás en Valpo, Joaco?
—¿Eh? Sí, voy saliendo de
Coyote, ¿Por qué?
Coyote era un bar que
quedaba sólo a una cuadra de donde yo estaba.
—¿Podemos encontrarnos en el
negocio azul que está al final de la calle?
—Claro, pero…
No lo dejé terminar. Salí
corriendo hacia la derecha para llegar antes que él ahí.
Cuando miré hacia arriba, él
venía bajando, cantando tranquilamente con un par de amigos.
Después de un segundo de
mirarlo, sus ojos me miraron fijamente, le dijo algo a su grupo y bajo
corriendo el camino que lo separaba de mí.
No me dijo nada, no me
preguntó nada. Me envolvió en un abrazo y me dejó acurrucarme ahí hasta que
sentí que las lágrimas, esas malditas lágrimas que tanto habia querido evitar,
comenzaron a bajar por mi cara.
—Soy una estúpida Joaquín,
soy una estúpida. No debería haberlo hecho, ¿Cómo me lo saco ahora de adentro?
—sollozaba contra su chaqueta mientras él me acariciaba la espalda—. ¡No
debería haberlo hecho! No me voy a poder olvidar de él nunca, nunca… yo…
Bruscamente, Joaquín me tomó
por los hombros y me apartó de él para poder mirarme a los ojos.
—No me digas eso. Nunca más.
Y por primera vez en todos
los años que lo conocía, Joaquín me besó. Y no sentí el viento, ni los autos,
ni a la gente que recién salía de sus casas. Esa electricidad que había entre
los dos, ahora multiplicada por mil, me dejó sin aliento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No olvides que los escritos se nutren de tu opinión. Ya sea que te guste lo que está escrito o no, me importa saber lo que piensas.
Sólo recuerda hacerlo siempre con respeto :)