4 de noviembre de 2012

Treinta y uno


“Quiero encontrar otro lugar.”


Todo el fin de semana la pase hundida en mis cuadernos, todo por no pensar en nada de lo que había pasado. No pensar en André y, todavía más importante, sacarme la voz de Joaquín de la cabeza.
Lo que me había dicho se me repetía una y otra vez como un disco rayado. Un par de veces tomé mi teléfono para llamarlo y ver si se le había pasado la locura instantánea, pero que me fuera a declarar “su amor” de nuevo… yo no estaba preparada para eso, ni ahora, ni nunca.
Yo era una firme creyente de que la amistad entre hombres y mujeres si existe, pero cosas como esta, declaraciones como esa, rompían todos mis esquemas.

El lunes en la mañana me desperté tan temprano que incluso tome desayuno sentada, como la gente normal. Le serví la comida a Manu, tome mi bolso y salí de mi departamento con los audífonos puestos y la música a todo volumen.
Fuera el aire estaba exquisito para ser las nueve de la mañana, el sol pegaba como sólo lo hacia en noviembre, disfrutando de que el verano estaba a sólo unos pasos. Yo me fui dando vueltas y cantando bajito la música que retumbaba en mis oídos, la gente me miraba y se reía, otros me miraban como si estuviera loca. Los apoyaba, estaba loca.
Cuando estaba llegando a libertad paré de girar porque por ahí pasaba demasiada gente, hacer el tonto con un par de personas me daba lo mismo, hacer el tonto en una de las calles mas transitadas de Viña del Mar, no tanto.
Me puse en la esquina esperando que el semáforo cambiara a verde cuando lo vi apoyado contra un árbol, con una rosa en su mano derecha, mirándome fijamente y una sonrisa en su boca. Sin explicación lógica mi corazón comenzó a latir como desesperado en mi pecho. Me  llevé la mano al pecho y cerré los ojos con fuerza. Cálmate, me dije, es Joaquín, no hay razón para ponerse así.
Abrí los ojos, temerosa de verlo ahí de nuevo y que mi pecho no se calmara; una cosa era la corriente que sentía cuanto él me tocaba y otra totalmente distinta que mi cuerpo reaccionara ante él como si… como si me gustara.
Es por lo que te dijo, por eso estás así. Pero por más que me lo repetí mientas cruzaba la calle y me acercaba a él, mi corazón no se tranquilizo ni un poco. Es más, entre más cerca estaba de sus ojos, más rápido latía.
Cuando llegué al otro lado de calle, escondí mis manos detrás de mi espalda porque me temblaban. Él dio un paso adelante y me ofreció la rosa. No la tomé.
—¿Me vas a dejar con la mano estirada? —Me sonrío y, como si fuera posible, mi corazón latió aún más rápido.
Estiré la mano cuidando no tocarlo cuando tomara la rosa.
—Gracias.
Por inercia acerqué la rosa a mi nariz y la olí. Lo miré y le sonreí.
—Pensé que cuando vieras la rosa ibas a salir corriendo. —Me dijo mientras comenzábamos a caminar en dirección a mi Uni, uno al lado del otro.
—Yo también —di vuelta la rosa entre mis dedos. Me encogí de hombros—. Una rosa no mata a nadie.
Seguimos caminando en silencio y sólo cuando faltaban poco más de dos cuadras para llegar a mi Uni, habló.
—¿Por qué me cortaste el teléfono el otro día?
Me paré en seco y me puse a mirar mis zapatillas.
—Te dije, no creo que de verdad te guste.
Avancé de nuevo y él se movió más cerca mientras caminábamos, casi rozaba mi brazo.
—¿Qué tengo que hacer para que me creas?
Se me llenó el estómago de mariposas molestas cuando escuché el tono de su voz; exigía que le creyera a como de lugar.
—Tú mismo lo dijiste, ¿no? —lo miré—: Tiempo al tiempo.
Al momento en que dije eso me arrepentí, era como admitir que estaba dispuesta a que pasara algo entre él y yo.
Me miró como si no me creyera. Luego, me sonrío como si le hubiera mostrado como llegar al lado del arco iris que tiene la olla con el oro.
—¿Va en serio?
—¿Qué cosa?
—¿Me vas a dar tiempo para demostrarte todo lo que te quiero?
—Suenas tan cursi Joaco…
—Esta es una faceta que no te mostraba porque sabía que cuando la vieras, arrancarías como la cobarde que eres.
—¡Yo no soy…!
No me dejó terminar de decir nada. En un parpadeo lo vi dar  un paso hacia delante y tuve su boca contra la mía de nuevo.
Y como el beso anterior, se detuvo todo, y me di cuenta que podía darle tiempo al tiempo para ver dónde me llevaba, nos llevaba todo esto.
Quizás lo hacía porque en verdad quería saber si me quería, o, quizás, en el fondo, era una persona cruel y sólo iba a terminar usándolo.
No me importaba seguir pensando, porque la electricidad que me rodeaba hacía que olvidara todo. Y me olvidé hasta de dónde estaba.
Hasta que escuche su  voz. No la voz de Joaquín, no. Esa era la voz de André.
—¿Chia?
Me separé de un tirón de Joaquín y escondí la rosa detrás de mi espalda.
André me miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Como si no fuera posible que yo pudiera besar a nadie más que no fuera él. Eso me molesto. Pero el dolor de verlo ahí, justo en frente mío, era más grande que cualquier cosa.
Mire a Joaquín, luego a André, y de vuelta. No sabía que hacer, o decir. Podría haber salido corriendo, era lo único que quería, pero habría sido cobarde, muy cobarde de mi parte.
—André —dije después de unos cuantos segundos—, ¿qué haces aquí?
Él miraba a Joaquín como si sólo con la vista fuera capaz de degollarlo y sacarle la piel. Tenía la mandíbula apretada y la vena del cuello marcadísima.
Dejó de mirar a Joaquín para taladrarme a mí con sus ojos.
—¿Podemos hablar?
Volví a mirar a Joaquín como si él pudiera sacarme de ese momento incómodo. Y sabía que lo haría si yo se lo pedía.
—Hablamos después, Chia.
Miré, con la boca abierta, como Joaquín se iba y me dejaba sola con André.
—¿Chia? —sentí la mano de André en mi ante brazo y salté ante su contacto. Él la retiro de inmediato—. Disculpa, ¿vamos a poder hablar?
Lo miré.
—No puedo, tengo clases.
—¿Pero tienes tiempo para estar con él? —dijo apuntando con el dedo por donde se había ido Joaquín.
—No tengo porque responderte eso.
Abrió la boca para decir algo pero volvió a cerrar. Al final se encogió de hombros.
—Tienes razón, no tienes  por qué responder —se acercó cuidadosamente a donde estaba yo, a pocos pasos de la entrada de mi Uni—. ¿Podemos… ser amigos?
Enarqué una ceja y lo mire sin creerme lo que me decía.
—¿Viniste hasta aquí para decirme que sea tu amiga?
—¿A qué más iba a venir?
Chiara, él ya no tenía razones para buscarte.
—No quiero ser tu amiga.
Se quedó en silencio un poco. Cuando hablo, su aliento me revolvió la cabeza.
—¿No quieres o no puedes?
Pestañeé un par de veces confundida antes de poder hablar.
—Las dos cosas —dije bajito, casi susurrando. Suspiré. Levanté los ojos y los clavé en los suyos—. No quiero verte a menos que sea en el Consultorio, no quiero hablarte si no es por algo de un paciente, no puedo pasar más tiempo a tu lado.
Ni siquiera esperé que me respondiera algo, porque cualquier cosa que me dijera, haría que el repentino exceso de confianza que me había dado se hiciera añicos y colapsara frente a él como una muñeca de trapo.
Me di la vuelta y caminé, corrí mejor dicho, hasta entrar a mi Uni y me escondí en los baños.
Me mojé la cara y me deje caer hasta sentarme en el suelo apoyando mi espalda en la pared. No me di cuenta cuando empecé a respirar más rápido de lo normal. Me asustó la confianza con la que le hablé a André, como de la nada me pude alejar de él sin dudarlo.
Inhala, exhala. Inhala, exhala.
Y cuando estaba respirando normal de nuevo, recordé algo que leí, no recuerdo dónde: “Cuando uno se desprende de golpe de cosas que son parte de uno, se asusta de lo que puede venir”.
¿Qué venía para mí ahora?

1 comentario:

  1. ¡Hola, Pauli!
    Para que decirte que me tienes con las emociones a flor de piel, en un momento los odio a todos y en el otro ...
    La frase 'A tercera vista también es amor' me tiene reflexionando cada vez mas y va tomando sentido :D

    ¡Un beso! *espero con ansias los demás capítulos xD*

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