7 de noviembre de 2012

Cuarenta


“Sentados, mirándonos los pies.”

Sentía mi corazón latiendo como loco y de verdad creí que, incluso con el volumen altísimo de la música, todos serían capaces de oírlo.
Era como si estuviera hablándole. Llamándolo.
Me sudaron las manos y cerré los ojos, tratando de no verlo, de no mirarlo.
Cuando giró su cabeza hacia donde yo estaba, me escondí detrás de una puerta. No me vio pero quería que me viera.
Quería pararme en medio de la sala, quedarme ahí hasta que me mirara y caminara hasta donde yo estaba. Quería que viera que ya me había dado cuenta.
No quería quererlo pero ahí estaba. Con letras rojas, con fuerza y bombeando por cada espacio de mi cuerpo: Lo quería. Con locura.
Y me lo había estado negando todo este tiempo.
—¡Chia!
Di un salto cuando escuché a Lore gritarme en el oído. Estaba como en trance. No podía dejar de mirarlo.
—¿Qué?
—Da igual, ya lo viste antes de que te dijera algo. ¿Qué hago?
Parpadeé un par de veces sin quitar mis ojos de él. Se estaba riendo, hablando con un tipo al que no conocía y tenía una cerveza en la mano.
Se había cortado el pelo y se veía más maduro así. Más gu…
—¡Chia!
Volví a pegar un salto y esta vez, le di mi total atención a Lore.
—Perdón. —Le sonreí—. ¿Feliz cumpleaños?
Bufó.
—Sí, sí. Como me alegro de que mi mejor amiga me de un saludo cumpleañero tan animado.
Me encogí de hombros y miré de reojo a Joaco, luego de regreso a ella.
—Me… me sorprendió verlo aquí.
—Eso ya lo ví. —Enganchó su brazo con el mío y se quedó de pie a mi lado—. A mi también.
Suspiré y lo perforé con la mirada, mucho tiempo, pero él nunca se giró.
¿No era verdad, entonces, esa teoría que decía que si mirabas fijamente a alguien por más de diez segundos, esa persona miraría a quién lo estaba mirando?
Me reí de mi misma, como una tonta, por estar escondida esperando a que me mirara en vez de ir directamente a hablarle. Pero no podía hacerlo.
Tenía miedo.
Porque lo quería y no sabía qué hacer.
Lore me miró con el ceño fruncido.
—Tengo que sacarte de aquí. Es como un campo minado.
La miré, desconcertada pero dejé que me arrastrara hasta su pieza.
Cuando llegamos, se sentó en la cama y palmeó el espacio junto a ella.
—¿Ya te diste cuenta?
Suspiré y le di una sonrisa triste. Asentí con la cabeza, una vez.
—¿Por qué te costó tanto, amiga? ¿Tan difícil es quererlo?
—No. —Sonreí y me encogí de hombros una vez más—. Es que yo soy tonta, eso es todo.
Se rió y se puso de pie.
—Listo. Bajemos.
—¿Qué?
—No pretendes que me quede aquí toda la noche, ¿verdad? ¡Es mi cumpleaños! —Me miró con horror fingido.
Le saqué la lengua, aun mirándola extrañada.
—¿Estás sola?
Se rió y los ojos le brillaron mucho.
—¿Qué crees tú?
—Ten cuidado. —Me soltó el brazo y me miró fijamente—. No quiero que te enfoques en Daniel para olvidar a Pato. Eso no te va a hacer bien. Ni a él tampoco.
—Amiga, yo quiero alguien en quien enfocarme y sé que es para eso. Él no está buscando una relación seria y yo no quiero nada serio. Ni ahora ni por mucho tiempo. Mientras tenga eso claro, no hay problemas.
—Si tú lo dices… —Abrí la puerta y salimos al bullicio del pasillo—. Me llamó Pato en la mañana —le solté.
Se quedó callada un segundo.
—Si sé. —Dio un par de pasos antes de volver a hablar—. Me llamó para decir feliz cumpleaños. —Lanzó una carcajada del alma—. Fue la conversación más rara que he tenido con él y no me creí ninguno de sus buenos deseos. Le corté lo más pronto que pude.
—Así se hace. —Me sentí bien por ella, porque no prestarle la atención que él quería era dar un paso más lejos de todo lo que había pasado.

Dos horas más tarde, estábamos con Marce, Pame y Dani en la mesa de la cocina, conversando y extrañamente, muy sobrias.
Yo no quería aparecerme por la sala, no me sentía preparada para ver a Joaquín y creí que nunca lo estaría, así que intentaba despejar mis pensamientos con conversaciones triviales con mis amigas.
Cualquier cosa, tenía que hacer cualquier cosa menos pensar en él.
—¿Y qué le dijo? —me preguntó Pame con los ojos abiertos como plato.
—No tengo idea. —Hice un mohín con la boca—. No me dijo nada concreto, sólo que no le creyó ninguno de sus “buenos deseos”.
Dani aplaudió y Marce comenzó a reírse.
—Muy bueno.
—Lo mismo le dije yo.
Dani se echó a reír.
—Me cae bien Daniel. La hace reír y además es simpático. Y es tan diferente a Pato, que siento que no podría haber llegado en momento más perfecto.
Nos miramos las cuatro fijamente y nos largamos a reír sin ninguna razón. Nos mirábamos y nos reíamos más fuerte.
Era un ataque de risa en toda regla.
Cuando abrí los ojos, se me quedó la risa atrapada en la garganta y mi estómago dio un vuelvo.
Joaquín estaba apoyado en la puerta de la cocina, solo, admirando el ataque de risa que tenía delante.
No lo miré a los ojos, no necesitaba ponerse más nerviosa de lo que ya estaba, pero sabía que ahora no podía escapar a ninguna parte.
Marce me dio un toquecito en el brazo para decirme que ella, Pame y Dani iban a salir.
Asentí con la cabeza y me quedé muy quieta en la silla, respirando superficialmente y con un sentimiento de malestar en el estómago.
Vino a buscarme.
—¿No vas a mirarme?
Negué con la cabeza y lo sentí caminar por la cocina.
Por el rabillo del ojo, lo vi sentarse en la silla frente a mi, al otro lado de la mesa.
—¿Tampoco vas a hablarme?
Negué con la cabeza otra vez.
—Perfecto. Un monólogo. Esto se está haciendo costumbre contigo.
Sonreí pero borré la sonrisa de mi cara lo más rápido que pude, antes de que él pudiera verla.
No podía hacer nada. Una sonrisa, una mirada… incluso hablarle se sentía raro ahora.
Ni siquiera podía pensar en lo que sería tocarlo.
Podría fundirme si lo hacía.
Y las manos me picaban por hacerlo.
Las apreté en puños para sacarme la sensación de encima.
—Escúchame bien, porque no lo voy a volver a repetir. —Hizo una pausa esperando una señal de que lo estaba escuchando. Levanté una mano y levanté mi dedo gordo en una señal de “te escucho perfectamente”. El respiró profundamente y un zumbido de anticipación me recorrió la espalda. Sabía lo que iba a decirme y me moría por escucharlo, incluso si no le respondía. Porque quería hacerlo, pero no me atrevía.
—Te quiero. —Esperó. Esperó en vano—. Mierda, te quiero y ni siquiera me miras cuando te lo digo. Ni siquiera te mueves o me dices algo. Me voy a ir Chiara, me voy a ir en dos días y ni siquiera has sido capaz de desearme buena suerte. Me siento como una mujer, mostrándote mi corazón, abriéndolo como nunca lo había hecho con nadie mientras tú te sientas de brazos cruzados como si esto fuera el relato de un partido de fútbol que ya se ha perdido hace mucho tiempo.
Me mordí la lengua. Quería decirle tantas cosas que ni siquiera sabía por dónde empezar: Quería decirle que lo quería pero que tenía miedo. Quería contarle lo que había pasado con mi mamá y que simplemente me abrazara, pero pensar en que me tocara… me daba miedo. Porque no sabía si iba a poder dejarlo ir después de eso.
Mi corazón tronaba contra mis costillas y mi sangre corría por todo mi cuerpo, haciendo que mi cara estuviera roja y que no pudiera concentrarme en nada. Sólo en su respiración, que sentía cada vez más fuerte a mi lado.
—Quiéreme, Chia. Soy bueno para ti. Quiéreme.
Cerré los ojos y me morí los labios por no ponerme a llorar.
Si le decía te quiero: ¿qué hacía yo después? ¿Qué iba a hacer él?
No era tan simple como decir: estamos juntos. Él tenía un camino distinto y yo tenía cosas que arreglar en mi vida. Tenía que…
Y lo entendí.
Entendí lo que tenía que hacer justo en el momento en que él ponía su mano en mi brazo y se me erizaban todos los pelos del cuerpo.
Entendí lo que tenía que hacer cuando se acercó a mi oído y me susurró “quiéreme” una vez más.
Y cuando sentí sus labios rozar mi mejilla y besar la comisura de mi boca, entendí que ahora podía pensar, realmente, en lo que tenía que hacer.
Porque ya estaban todas las cartas sobre la mesa y me miraban esperando que hiciera algo.
Cuando sus labios dejaron mi piel, abrí los ojos y lo miré.
Vi pasar un millón de cosas por ellos, cosas que ni siquiera sabía que una mirada podía contar y me sentí tan abrumada que tuve que cerrar los ojos de nuevo.
—Te prometo que mañana hablamos —le dije, tan bajito que incluso a mi me costaba entender lo que había dicho.
Lo sentí reírse pero no abrí los ojos. No entendí por qué se reía. Sentí deslizar su dedo por mi nariz y cuando volví a abrir los ojos, él ya estaba de espaldas, caminando hacia la salida.
Me incliné hacia adelante y apoyé la frente en la mesa, casada como si hubiese corrido una maratón.
Tenía que llegar a un acuerdo conmigo misma porque sabía perfectamente que camino seguir.
Pero una cosa era saberlo y otra muy distinta hacerlo.

1 comentario:

  1. Hola le he dado un vistazo al blog y me ha gustado muchísimo! Felicidades!

    Definitivamente tienes una nueva seguidora! Un beso.

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