24 de septiembre de 2012

Quince


“De la ausencia y de ti.”

Los días siguientes salí, comí, conversé, reí e incluso bailé, pero lo hice todo como un robot. Ninguna sonrisa venía del alma, comía porque me vigilaban y bailaba porque me obligaban. Me obligué a mi misma a no permitirme quedar como papel picado, mojado e inservible.
No derramé ninguna lágrima.
Incluso mi cumpleaños pasó como un borrón: no quise celebrarlo, no quise hacer nada. Joaquín llegó a mi casa, entre él, Lore y Ernesto me obligaron a salir a un local ese día en la noche para tomar algo y celebrar, pero no disfruté nada.
Él no me había llamado para decirme feliz cumpleaños.
Nadie se atrevió a preguntar qué me pasaba, todos se hacían los locos y se esforzaban por distraerme y yo agradecía profundamente ese esfuerzo.
La única que me habló fue Marce pero la verdad que es ni siquiera recuerdo el 20% de las cosas que me dijo.
Cuando Ignacio se había ido me sentí rota durante mucho tiempo. Ahora me sentía vacía. No sabía que era peor. Y el frío había vuelto con más intensidad que nunca.
Saber que pronto entraría a clases me aliviaba por muy loco que pareciera, estar en la Uni iba a mantener mi mente ocupada y sería más fácil el día a día haciendo algo productivo.
Mi felicidad duró hasta que Lore me recordó algo que había olvidado por completo.
—Amiga, tienen práctica en el mismo consultorio este semestre.
Oh, perfecto. Ahora sólo mátenme.
Lore me lo estaba diciendo como una noticia nueva, ella no sabía que él ya me había dicho que compartiríamos campus clínico este semestre pero yo lo había olvidado por completo.
¿Cómo se supone que estaría en el mismo lugar que él durante seis meses? No podía. Verlo no era una opción ahora y la verdad, nunca lo sería.
Lo mejor que se me ocurrió fue arrancar, así que pedí cambio de campus antes de que el semestre comenzará.
Mi felicidad duró lo que me demoré en darme cuenta que el plazo para pedir cambios de campus ya había pasado. Gran suerte la mía.
Aun así fui a la Uni con todos los dedos de mi mano cruzados para que me dejaran cambiarme. No sé qué razones le iba a dar a la Profesora Valentina, nuestra Jefa de Carrera, pero algo se me tenía que ocurrir.
—Hola Chia.
La Sra. Luz me asfixió en un abrazo gigante que increíblemente, mejoró mi estado de ánimo.
—Hola Sra. Luz, ¿cómo está?
—Bien ¿y tú querida?
—Bien también. —Miré hacia la oficina de al lado—. ¿Está la Profe Vale?
—Si. ¿Tenías entrevista con ella?
—Sip.
—Perfecto, espera aquí un poco.
La Sra. Luz se fue, entró a la oficina y volvió a los pocos minutos.
—Puedes pasar.
—Gracias.
Me levanté, mis rodillas temblando, y entré a la oficina.
La profesora Valentina era muy dulce cuando quería, pero cuando se enojaba daba terror, así que mi excusa para el cambio de campus clínico tenía que ser buena o simplemente me despacharía sin siquiera escucharme.
—Profe, buenos días.
—Hola Chia. —Me saludó con un beso en la mejilla—. ¿Cómo van las vacaciones?
—Bien… descansando. —Mutando, arrastrándome, nada del otro mundo.
—¿Qué te trae por aquí?
Me senté y apoyé mis manos en mis piernas y comencé a retorcerlas. Estaba nerviosísima. La miré y le puse la mejor cara que podía.
—Bueno, es que quería ver si era posible pedir un cambio de campus clínico. —Me miró y supe de inmediato que fuera la razón que fuera la que la diera, no me dejaría cambiarme. Aun así insistí—-. Vivo en viña del mar y ayer hice el recorrido en bus hasta el consultorio y ni siquiera fue en hora punta, y me demoré más de una hora en llegar. ¿No es posible que me cambien a otro más cercano? El consultorio Padre Damián, por ejemplo.
Me miró fijamente, taladrándome con sus ojos.
—No Chia, lo siento. No es posible. —Me sonrío maléficamente—. Los cambios de campus clínicos ya están cerrados, eso deberías saberlo.
—Si, lo sé pe…
—Y tú sabes que nosotros no hacemos excepciones. Hay muchos compañeros que están incluso más lejos de su campus. Un sacrificio no te matará. Esfuérzate. —Me dio una sonrisa tirante y me dieron ganas de golpearla, lo juro.
—Oh. —Puse voz de tristeza que la verdad no me costó nada—. Está bien.
Nos quedamos en silencio unos minutos.
—¿Eso era todo?
—Eeeeh, sí.
—Entonces Chia te acompaño afuera. Que ahora empieza mi hora de almuerzo.
Me levanté de mi silla, me despedí y salí hacia el patio de la Uni.
Busqué una banca desocupada, saqué mis cigarros, encendí uno y me instalé.
Perfecto, simplemente perfecto.
Yo no quería verlo, no podía, no podía. Yo era débil, demasiado. Si lo tenía cerca durante tanto tiempo iba a flaquear e iba a terminar con él de nuevo. Después de todo, cuando él me dijo que quería averiguar qué pasaba entre nosotros dos jamás me dijo que dejaría a Macka y se quedaría conmigo, así que la opción de que todo se repitiera era alta.
No, no, no. Me pegué en la cabeza tratando de ahuyentar esos pensamientos.
No voy a volver a caer, no lo necesito, ni lo extraño
No, no, no.
Apoyé mis codos en mis rodillas y apoyé mi cabeza entre mis manos mirando el pasto. Estaba húmedo por la lluvia de ayer, a pesar de que el sol resplandecía sobre mi cabeza.
Me quedé mucho rato mirando el piso hasta que me sentí observada.
Levanté la cabeza y mi corazón se paró por completo cuando vi a André parado en la otra esquina del Patio.
No me pude mover. Creo que tampoco quise.
Lo vi acercarse a mí y me quedé quieta esperando mimetizarme con la pared que tenía detrás y que él pasara de largo.
Mi corazón latía como loco y mis manos sudaban.
Cuando llegó a ponerse frente a mí, venía serio, no me sonrío en ningún momento y extrañé su sonrisa gigante.
—Hola.
Mi garganta estaba seca y no me salía ningún sonido. Lo saludé con un movimiento de cabeza.
Me frunció el ceño pero no me dijo nada.
Me puse a mirar alrededor buscando cualquier excusa para correr. Él siguió parado frente a mí taladrándome con la mirada como si nada. Comenzaba a pensar que le gustaba intimidar a la gente, o al menos intimidarme a mí.
Después de un par de minutos de estar parado optó por la opción más cómoda para él y menos cómoda para mí, se sentó a mi lado.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté.
Se quedó callado unos segundos.
—Vine acompañar a Pato a revisar unas cosas.
Silencio.
—Mañana es diez —Me dijo con una voz extraña.
Sabía perfectamente bien que mañana era diez.
—Haré una especie de fiesta en mi casa, nada muy grande. —Hizo una pausa demasiado larga y lo miré. Quedé clavada en sus ojos y continuó—. Quiero que vayas.
Espera, ¿qué?
—¿Que yo vaya?
—Sí.
Lo miré como si estuviera absolutamente loco.
—No voy a ir.
—Por favor.
—Va a estar TU NOVIA. No voy a ir.
Se quedó en silencio como dándose cuenta de lo ridícula que era su petición. Cambió de tema abruptamente.
—¿Qué haces acá?
—Vine a cambiar mi campus de práctica.
Tuve la satisfacción de cómo se le caía la mandíbula cinco metros hacia abajo.
—¿Por qué?
—¿No es obvio?
Me miró un segundo antes de responder.
—No, no es obvio. La verdad, yo intenté hacer lo mismo.
—¿Ah?
Casi se río de la cara que le puse, pero seguía extrañamente serio.
—Fui a mi U ayer a pedir un cambio, pero no me dejaron.
—¿Por eso tu cara? —Me miró como si no entendiera—. Ni una sonrisa, ni siquiera una falsa. ¿Por eso estás molesto?
—No. —Se me acercó un poco más y yo me hice hacia atrás sólo para encontrarme con el borde de la banca—. No pensaba encontrarme contigo aquí. —Volvió a sentarse bien, incluso más lejos de mí de lo que estaba antes—. Pero es como si me siguieras.
Hice un puchero con la boca y él me miró de reojo.
—Yo no sigo a nadie.
Y ahí estaba. Esa sonrisa que me desesperaba y me encantaba. ¿Podía decir que era feliz viéndola de nuevo o sonaba como loca? Esto era demasiado.
Hizo que incluso yo sonriera, su cuerpo se relajó de inmediato como si estuviera eliminando una barrera invisible que había puesto.
—De verdad quiero que vayas mañana.
Silencio.
—¿Has escuchado la expresión puedo pero no debo? —Asintió con la cabeza—. Bueno, ahora mismo esa frase es mi lema.
—¿Y si prometo que no haré nada?
Se me hundió el estómago y me grité por estar esperando algo. Yo no iba a ir y tampoco tenía porque esperar nada de él. NADA.
—Da igual. Sería extraño que me apareciera por allá. Después de todo no soy precisamente tu amiga.
—Eso es verdad. —Soltó en un susurro.
Nos quedamos mirando el cielo. Era el primer día soleado desde hace al menos 15 días. Mi cuerpo agradecía los pequeños y débiles rayos de sol. Podía amar la lluvia, pero yo era una persona de Sol
—¿Y si mañana nos vamos lejos?
Giré mi cabeza de golpe para mirarlo. Tenía esa expresión de niño travieso en su cara que lo hacía ver adorable.
—¿Irnos lejos?
—Sí. —Me sonrío aún más—. Dónde sea. Por el día, hasta el día siguiente, me da lo mismo. Incluso aunque fuera por cinco minutos. Sólo desaparecer contigo sería un buen regalo de cumpleaños.
Decir que no me derretí ahí mismo con esas palabras sería una mentira gigante. Traté con todas mis fuerzas de negarme hasta que mi parte cruel salió. La Chia mala y aventurera dentro de mí me dijo que por un día él quería estar conmigo. Estaba pidiendo mi compañía a su lado en un día muy importante, era su cumpleaños después de todo, ¿no?
Le respondí como si no me importara aunque por dentro mi corazón daba saltos en dos pies.
—Tengo que ver —Me miró de una manera exquisita—. Tenía planes mañana, tengo que ver si puedo cambiarlos.
Se acercó a mí y quedó a menos de un centímetro de mi cara. Mis ojos se fueron directo a mirar su boca. Estúpida Chiara, estúpida.
—Has dicho tenía planes, no has dicho tengo. —Se alejó de repente y se paró frente a mí—. Tú misma los acabas de cancelar.
Me dio la mejor sonrisa que podía, esa donde sus ojos bailaban felices y se fue.
Acababa de meterme en un lío bien grande y lo peor de todo era que estaba fascinada por eso.

2 comentarios:

  1. fantástica la historia :) lo único es que hay una pequeña contradicción de tiempo....¿no ella cumplía el 12? Porque al inicio dice pasó su cumpleaños y luego el dice que "mañana es 10" :/

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  2. él cumple el 10! no ella. La está invitando a su cumpleaños

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