23 de septiembre de 2012

Once


“Hay momentos que tienen cierto sabor a eternidad.”

Pato me tuvo las siguientes tres horas sin dejarme dormir por miedo a que se me hubiera reventado una arteria cerebral con el golpe en la cabeza. Era taaaan exagerado…
Había sido un golpe fuerte, pero el que me mantuvieran vigilada era algo inevitable cuando se estaba en una fiesta donde el 50% de los presentes estudiaban medicina. Yo ya me sentía bastante mejor y traté de hacerlo entrar en razón de que no era normal que cada cinco minutos llegara alguien a hacerme compañía, no sólo porque mi tímpano estaba sufriendo las consecuencias, sino porque también le iba a terminar arruinando la fiesta a todos. Muy bien Chiara, un punto para mí.
La única persona que quise que me hiciera compañía no se acercó a mí el resto de la noche, pero si me miraba cada cierto rato y me lanzaba sonrisas de ánimo. Estaba casi segura de que Pato había hablado con André para mantenerlo lejos.
A las tres de la mañana Pato decidió darme el alta médica pero me prohibió fumar, tomar o cualquier cosa que hiciera que mi cabeza diera vueltas.
Por lo tanto, tampoco podía bailar.
Me puse a recorrer la casa buscando algo que hacer, ya fuera limpiar, buscar a alguien ebrio para reírme un rato o lo que fuera que me distrajera.
Al pasar por el ventanal que daba al patio, vi que André y Macka estaban hablando.
Me quede congelada detrás de las cortinas, tratando en vano de escucharlo algo: la música estaba muy fuerte y ellos muy lejos como para entender lo que decían, pero si los podía ver perfectamente.
Macka levantó los brazos y rodeo el cuello de André para inclinarlo y besarlo.
Se me revolvió el estómago y tuve que apretar las manos para controlar lo que estaba sintiendo. ¿Qué sentía? No sé, pero era algo malo. La bilis se me subió hasta la garganta y me comenzó a doler la cabeza de nuevo.
Rogué que no la besara, incluso crucé mis dedos como si eso fuera a ayudar en algo.
Me obligué a dejar de mirar pero no pude, la curiosidad y la rabia pudieron más que el asco que me producía la escena.
Él le rodeo la cintura con las manos, las mismas manos que me habían tocado a mi no muchas horas antes y la acercó, le dio un beso en la frente y luego la abrazó.
Eso no era un beso, pero fue un gesto incluso más íntimo que me dolió incluso más que si la hubiera besado.
Me obligué a salir de ahí y dejar de mirar.
Caminé como zombie hasta el baño y me encerré ahí.
Me apoyé en la puerta y me deslice por ella hasta sentarme en el suelo, dejando descansar mi  cabeza contra mis rodillas.
Me masajeé la cabeza no porque me doliera, sino porque necesitaba desterrar esa imagen y además, aclararme.
¿Qué me estaba pasando? Yo no podía sentir celos por él, no debería sentir que mi corazón se apretaba de dolor ni mucho menos querer tenerlo cerca de mí y muy, muy lejos de Macka. Yo no era de las que se fijaban en hombres que ya estaban ocupados y como podría siquiera hacerlo después de lo que había pasado con Ignacio… Pero ahí estaba, pensando precisamente en por qué no debería o mejor dicho, no podía estar celosa de André.
Me quede en la misma posición hasta que me di cuenta de que no podía hacer nada a menos que hablara con alguien que me ayudara a aclararme, pero la verdad, contarle el enredo que tenía en la cabeza ahora mismo no era la opción que más me gustaba.
Cuando salí del baño, tropecé de frente con Marce.
Nos quedamos quietas, mirándonos calculadoramente a los ojos, casi viendo quien de las dos apartaría primero la mirada. Obviamente lo hice yo primero, ella siempre fue la más fuerte de las dos.
No me moví y no porque mis piernas no me obedecieran, realmente la extrañaba, echaba de menos reírme con ella, hablar estupideces, llorar con ella, hacer nada y verla tan poca cosa, con su cara de demacrada me dolió.
Tomé una gran bocanada de aire y saque coraje de donde ya no tenía.
—Marce…
Ni siquiera sabía lo que iba a decirle.
Pero ese era el punto aquí: entre las amigas, esas que eran de verdad, no se necesitaban palabras y aunque si, aún tenía cosas que aclarar con ella y no la perdonaba del todo por lo que había hecho, creía poder entenderla ahora un poco más… O quizás mucho.
Ella era como mi hermana y yo no podía cortar una amistad tan importante sin siquiera tratar de conversar las cosas. Yo peleaba por lo que quería y ella era una de las personas más importantes en mi vida.
Marce me miró y vi en sus ojos exactamente lo mismo que yo estaba pensando. Aunque trato de hablar y explicarme algo no pudo, pero como dije, no era necesario. Además, el dolor estaba marcado en sus ojos.
Nos abrazamos y rompimos a llorar las dos, ella me repetía una y otra vez “lo siento” y yo sólo movía la cabeza como diciéndole “no te preocupes, no importa”.
Mi amiga se rompió en mis brazos y verla así me rompió a mí también. Nos habíamos hecho daño la una a la otra, quien empezó no era importante, lo importante es que esto tenía que parar y aunque las cosas no volvieran a hacer igual entre nosotras, yo no podía dejarla desecha así como estaba.
Me podían tildar de ingenua o de tonta, que me dijeran lo que quisieran, pero ese día ya había sido un día de locos, que me había ayudado a entender a Marce.
Me sentí observada y levanté la cabeza.
Detrás de una pared donde se daba la vuelta para llegar a la puerta principal de la casa, estaba André mirándome con una sonrisa de comprensión en los labios.
Me aferré con más fuerza a Marce y me escondí en su hombro: Ahora mismo no podía mirarlo ni aunque fuera de lejos, él causaba demasiados estragos en mí y yo tenía que entenderme antes de poder verlo de nuevo.
Levanté la cabeza cuando creí que había pasado un tiempo prudente y como bien supuse, él ya no estaba ahí.
Con Marce nos levantamos y fuimos a lavarnos la cara, éramos unos monos con el maquillaje corrido: ella con los ojos hinchados y yo con la cara llena de manchas rojas y nariz de Rodolfo el Reno. Cuando vimos nuestros reflejos, fue imposible no reírnos.
Fue una de esas risas simples, tontas, de esas que liberan el alma.
Nos sonreíamos a través del espejo y así de la nada, me di cuenta que tenía de vuelta a mi amiga.

—Mi loco amor de veraaaano sigue aquí, mi loco amor de verano n…
—¡Ponte a doc a la temporada Pato, tiene que ser mi loco amor de Invierno!
Se escuchó una risa generalizada y Pato comenzó de nuevo a cantar esa canción antiquísima, pero que era casi que un requisito saber.
Eran casi las cinco de la mañana, quedaban sólo unas pocas personas en la fiesta —todos los que nos quedaríamos en la casa de Pato— y ya habíamos llegado a la parte en la que se saca la guitarra y se comienzan a cantar todos los éxitos antiguos. Cuando llegaran a cantar “allá en el rancho grande, allá donde vivía” era porque se había llegado a la decadencia máxima y había que ir a dormir, pero sabía que aún faltaba para eso.
Cuando Lore nos vio entrar al living a Marce y a mí, envueltas en un ataque de risa como los de antaño, no supo o no quiso disimular su asombro y su gusto. No nos preguntó nada ni nos miró extrañada, ella también entendía. De una forma u otra ellas siempre han estado conmigo y nos entendíamos a la perfección, Lore sabía que esto iba a pasar tarde o temprano.
Lore no fue la única que no escondió su asombro pero nadie hizo comentarios, el único que se quedó inusualmente callado después que llegamos fue Ignacio. Estaba sentado en una esquina un poco alejado del tumulto bullicioso con expresión pensativa.
Ver a Marce y a Ignacio juntos, aunque fuera abrazados, era extraño, incómodo y doloroso, no tanto como antes pero aún dolía.
No hablé, no pedí separaciones ni hice berrinches de niña pequeña que hubiera hecho antes, me quede calladita porque yo había elegido acercarme de nuevo a Marce y acercarme a ella significaba que de una manera u otra, Ignacio volvía a mi vida también y tenía que acostumbrarme a eso aunque no quisiera.
Estuve muy distraída todo el tiempo que los chicos estuvieron cantando: por lo general yo cantaba, bailaba y hacia coreografías ridículas, pero hoy no. Todos asumieron que era por el golpe que me había dado, pero la verdad era que estaba inquieta, por más que miraba y torcía mi cabeza en los ángulos más extraños que podía, no lograba encontrar a André en ninguna parte.
Que estuviera con Macka en algún lugar de la casa haciendo uno sabe que cosas me ponía enferma. Desterré ese pensamiento de inmediato porque los celos volvían y los quería evitar. Una cosa era admitir que lo estaba buscando en todos lados, otra muy distinta era admitirme que estaba celosa. Eso no.
Marce me miró y frunció el ceño. El gesto era simple, era su forma de preguntarme “qué te pasa”. A modo de respuesta, me encogí de hombros como diciéndole “nada… da lo mismo”.
No volvió a preguntar nada pero siguió vigilándome de cerca.
A esas alturas, habría podido perfectamente haber hecho un mapa con los lugares en los que no había visto a André y comenzar a preguntarle a la gente por su paradero.
Apareció como por harta de magia tras de Pato y no dejo de mirarme.
Me puse nerviosa y comenzaron a sudarme las manos, él se percató de mi incomodidad pero no dejo de mirarme. Hui de su mirada cuanto pude hasta que estuve segura de que se había aburrido y ya no me miraba.
—Hola.
Pegué un salto de unos diez metros, en el que casi toco el techo y lo atravieso.
André se destornilló de risa en mi oído, mismo oído en el que había susurrado un “Hola” que me erizo todos los pelos de mis brazos.
Yo estaba sentada en un sofá que estaba apoyado cerca de una esquina, y detrás de él quedaba espacio suficiente para que una persona pudiera colocarse y pasar desapercibido. En ese lugar estaba metido André.
Mire nerviosa a Pato que ni siquiera estaba interesado en mirarme a mí o al escondite de André.
—Vete —le susurré.
—¿Me tienes miedo?
Di vuelta lentamente la cabeza para mirarlo con precaución, sabiendo que lo iba a encontrar demasiado cerca para mi gusto. Mi nariz casi rozaba su mejilla, trate de no darle importancia a eso.
—No le tengo miedo a nada. —Me miro con escepticismo—. Vale, no le temo a nada excepto a las arañas, los temblores, y a las alturas.
—Muy valiente de tu parte. —Me sacó la lengua infantilmente y me derretí por dentro.
Siguió ahí escondido tras del sillón sin moverse para usarme como escudo de Pato.
—¿Dónde está Macka?
La pregunta salió sin que yo quisiera. Ni siquiera me giré para ver su cara, debía estar pensando que con un beso ya me tenía en la palma de su mano y que debía ser de esas típicas niñas que caen rendidas a los pies de los hombres, enamoradizas a no más dar.
—Una de sus amigas quedo mal y como andaba con auto, Macka tuvo que ir a dejarla y prefirió quedarse con ella.
—Aaaaah.
Sentía su respiración en mi cuello y comencé a temblar. Me puso un beso detrás de la oreja y escondí el cuello en un acto reflejo. Se rió pero volvió a besar mi cuello y yo sentí derretirme por dentro.
Estaba total y absolutamente perdida.
Cuando lo tenía cerca era como si alguien nos tomara y nos pusiera en una isla desierta, desaparecía todo y no importaba nada, su olor era intoxicante y su toque… su toque era como si pudiera tocarme el alma misma.
Sentí un carraspeo y abrí los ojos de golpe asustada recordando donde estaba, quién estaba cerca y que podía vernos perfectamente. Sentí a André congelarse a mis espaldas y levantarse de golpe.
Al frente mío estaba Marce mirándome con un millón de preguntas en sus ojos.
Perfecto, después de eso definitivamente no podía echarle nada en cara.
André se hizo humo, desapareció más rápido incluso de lo que llegó y eso era mucho decir.
Marce se sentó a mi lado y cuando vi mi campo visual libre busque a Pato con la mirada. Estaba conversando con Lore, los dos totalmente perdidos en su mundo.
Suspiré aliviada de que Pato estuviera ocupado, sabía muy bien que si él hubiera visto a André, no estaría sentado a mi lado ahora como estaba Marce: estaría gritándome y mirando con odio a André.
Mi amiga se sentó a mi lado y me miró, pensando en qué decirme durante mucho rato.
Moví la cabeza para que se quedara callada, me eche hacia atrás y cerré los ojos.
—Ni siquiera yo lo entiendo.
Se quedó callada un momento y luego abrió su linda boca.
—Si Macka lo llega a saber, te va a freír viva.
Se me encogió el estómago de sólo pensar en ella. Había sido un beso, pero eso ya era bastante malo. Estaba pagando con la misma moneda que me dieron a mí y eso me dio asco.
—No tiene nada de que enterarse —me cubrí los ojos con la mano—. Sea lo que sea que paso hoy se va a quedar aquí y no va a volver a suceder… Nunca.
Marce se rió y la miré desconcertada.
—Lamento decirte esto —jugó con el anillo que tenía en su mano. Llamó mi atención, nunca antes se lo había visto—, pero yo dije exactamente lo mismo y ahora mírame.
Negué con la cabeza y me apreté el puente de la nariz.
—No Marce —la miré y me enojé un poco—. Sé lo que se siente —no quería decirle esto pero quería que entendiera mi punto de vista—. Es horrible lo que se siente y no podría hacer que alguien se sintiera así por mi culpa.
No me dijo nada.
Nos quedamos en silencio y miró el piso todo el tiempo que estuvimos en el sofá.
***
A la media hora me di por vencida, se me cerraban solos los ojos y lo único que quería era una cama.
En la casa de Pato yo tenía una pieza reservada cada vez que me quedaba a dormir, usualmente la compartíamos con Lore pero ahora que no estaban los papás de Pato, me había abandonado para dormir con él.
Subí al segundo piso y me puse a caminar casi por inercia. Mi pieza estaba al final del pasillo, un muy largo pasillo.
Se abrió una puerta a mi izquierda y alguien me agarró de la mano y me metió dentro de la pieza.
La luz estaba encendida y apoyada en la pared estaba Lore que se puso un dedo en la boca y me hizo callar.
—Quédate aquí.
¿Qué mierda pasaba? O mi amiga había tomado mucho y yo no me había percatado o… no, definitivamente se le había pasado la mano con el trago.
Obedientemente me quede sentada en la cama esperando que Lore volviera.
Creo que pasó una media hora —podría haber sido más, nunca he sido muy buena calculando el tiempo—, cuando se abrió la puerta y apareció André.
Lo miré como si fuera una ilusión óptica perfecta.
—Pensé que ya no ibas a estar aquí.
Sabía perfectamente que había dicho que no más, que sea lo que fuera que había pasado se iba a quedar sólo en eso, pero cuando lo miré a los ojos, me di cuenta que borrar lo que había pasado iba a ser imposible.
Yo simplemente no quería correr lejos de él.
Le di una sonrisa que me salió del alma, me levanté de la cama y tratando de no correr, me estampé en el mejor abrazo que me habían dado en la vida.

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