24 de septiembre de 2012

Diecisiete


“Mi fragilidad”

Esta vez sí me permití llorar. Y fue increíble el cambio que ocasionó en mí dejar salir la rabia, la frustración, la desilusión y todo lo que sentía. Sonreír ahora no era una máscara para despistar lo mal que me sentía, si sonreía, lo hacía de verdad. Nadie se dio cuenta de lo mal que lo pasé porque supe hacer las cosas esta vez, yo no me volvería a hundir por nadie, y mucho menos por alguien como André.
Los siguientes días me llamó sin parar y cada vez que él llamó yo desvié la llamada.
Me envió miles de mensajes al celular diciéndome que teníamos que hablar, y cada vez que llegó uno, lo borré. Incluso después de unos cuantos días ni siquiera los leía, simplemente los borraba. Y cuando lo hacía, podía sentir que me volvía más fuerte. Dolía si, pero no le haría caso al dolor.
Evité pasear a Manu o transitar yo sola por fuera del edificio de Macka por miedo a encontrármelo, lo que significó que me diera unas vueltas verdaderamente estúpidas para poder llegar a mi casa, pero no quería verlo. No pensaba que me fuera a consumir cuando lo viera, me daría pena si, era inevitable, pero me daría tanta rabia ver su cara otra vez, que el golpe que le pondría en el ojo no se lo sacaría nadie. Era bueno sentirme agresiva en vez de depresiva. Siempre y cuando mi enojo no se descargara contra nadie que no fuera él.
La última semana de vacaciones pasó inusualmente rápido y con eso, llegaron las clases y el comienzo de mis prácticas. Temidas prácticas ahora.
Era absolutamente seguro que me lo iba a encontrar ahí, pero dentro de las paredes de un consultorio yo sabría comportarme y si él se me acercaba a darme explicaciones que ya no me servían de nada, podría alejarme de él fácilmente. O al menos, eso creía. Al final, todo podía ser pura palabrería. En lo más profundo y aunque no lo quisiera aceptar, tenía un miedo gigante a verlo y que mi parchado corazón se desarmara de nuevo. Mi corazón y yo habíamos tenido muchas guerras que ganar últimamente y estábamos agotados. Un descanso de hombres era lo que necesitábamos con urgencia, y se lo iba a dar.

—Chiara mujer, despégate.
—¿Eh? —Miré hacia mi izquierda para ver que Rossy, una compañera de carrera, me hacía señas con la mano delante de mi cara. Me había estado hablando todo este tiempo y yo no me había dado ni cuenta—. Ay Rossy lo siento, tengo sueño.
Rosy se rió y me miró como si estuviera loca.
—Nos esperan siete largas horas de atención a pequeños niñatos consentidos. Despabila.
—Yo y los niños nos llevamos bien, no hay problema —le dije con una sonrisa.
Comenzaríamos las prácticas en el consultorio hoy. Cuidados y controles para recién nacidos y niños en edad escolar. Yo estaba eufórica, adoraba a los niños y no pensaba que pudiera tener algún inconveniente. Claro, yo no contaba a André ya.
Faltaban al menos unos treinta minutos para llegar al consultorio, el bus nos dejaba exactamente junto al Consultorio, lo que era un alivio. Había compañeros, como Lore, por ejemplo, que tendrían que subir calles interminables para poder llegar a su Consultorio.
Rossy y yo nos pusimos a repasar nuestros apuntes: IRA[1], tablas de peso/edad/talla, las pautas de cotejo para el control de niño sano y muchas cosas más.
Estaba tan concentrada, que a diferencia de otras veces, no me fijé en la gente que subía al bus.
—Chiara.
Me quede congelada y mis manos comenzaron a temblar. Era él.
Corrección, era André. Tenía que dejar de referirme a él como si fuera el único hombre sobre la faz de la tierra.
Levanté mi cabeza y me obligué a darle una sonrisa y a parecer relajada. No quería que el me viera estresada y menos aún, que Rossy comenzara a hacerme preguntas incomodas. No que no fuéramos amigas exactamente, pero no me sentía cómoda en estos momentos para contarle la turbia y enredada historia de nosotros dos.
—Hola. ¿Cómo estás?
Mi ligereza al saludarlo lo tomo por sorpresa, sus hombros estaban rígidos y se quedó parado en medio del pasillo sin mostrar señas de ir a moverse algún día.
—Bien.
Se colocó en los asientos que estaban delante de mí y de Rossy. Se volteó para hablarme.
—Mucho tiempo sin verte —me dijo con una mirada que trataba de leerme sin conseguirlo.
—Si, he estado un poco ocupada —le dije con un poquito de odio.
Rossy percibió la incomodidad en mi voz por lo que levantó la cabeza.
Sus ojos se abrieron de par en par y pude ver como se comía a André con la mirada. El estallido de celos y de posesión que explotó dentro de mí, fue inevitable.
Rossy me miró con ojos de niña ilusionada mientras que André no le tomaba ni la más mínima atención. Sus ojos seguían fijos en mí.
—André, ella es Rossy. —Apunté a mi compañera con un dedo—. Rossy, él es André, un amigo de Pato.
André le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza mientras ella le lanzaba millones de preguntas para saber más de él. Rossy tenía ese problema, se flechaba de al menos cinco chicos por día. Por hoy, André había sido el número uno. No por eso la punzada de celos que sentía disminuyó.
Me fui en silencio el resto del trayecto, mientras veía a Rossy ocupar todas las tácticas de conquista que había adquirido con el paso de los años.
André me miraba cada pocos segundos, tratando de atraer mi atención pero sin lograrlo una sola vez.
Cuando me di cuenta que íbamos llegando a nuestra parada, di por terminada su animada conversación.
—Nos toca bajarnos —dije mirando sólo a Rosy.
Nos levantamos de nuestros asientos, primero Rossy, luego yo y al final André, y nos encaminamos a la puerta de bajada. Mientras esperábamos tocar el timbre para avisar nuestra parada, André se paró lo más cerca de mi espalda que pudo, podía sentir el calor de su cuerpo irradiándose en cada célula de mi cuerpo, un escalofrío me recorrió la columna y mi memoria me traicionó, recordando el cumpleaños de Pato y como se había sentido su aliento en mi cuello es anoche.
El timbre, que presionó Rossy, me saco de mis pensamientos con un saltó y me sentí asquerosamente estúpida por dejarme arrastrar por él de nuevo. Era como si me drogara, nublara todos mis sentidos y no pudiera nada más que sentirlo a él cuando lo tenía cerca.
Nos bajamos del bus y cuando Rossy vio que André caminaba también hacia el consultorio, soltó un gritito de felicidad.
—¿No me dirás que eres doctor? —le dijo con esa sonrisa devoradora de hombres que tenía.
—No doctor aún, estudiante para ser más preciso. También me toca en el consultorio de aquí.
Rossy se puso a dar saltitos y a aplaudir con las manos. Dios mío, alguien dispárele.
—Simplemente perfecto.
Y como si fueran íntimos amigos, rodeó con su mano su brazo, lo acercó más hacia ella y entraron juntos al Consultorio. Él ni siquiera trato de separarse.

Nuestra profesora guía nos esperaba en la entrada para que hiciéramos un tour rápido por el Consultorio. Mientras traspasábamos las puertas, un pelo color chocolate lleno de risos y muy brillante para ser de un hombre me dejó clavada donde estaba. Yo conocía muy bien ese pelo.
¿Cuántas veces se deslizaron mis dedos por él? ¿Cuántas veces suspiré por el hombre que era dueño de ese pelo? El destino debía de odiarme para estarme haciendo esto.
Parado ahí, con una bata blanca larga —bata de Doctor— estaba él único hombre al que había amado tanto como había amado a Ignacio.
Lo miré fijamente durante lo que me pareció una fracción de segundo. Él levantó la mirada de la ficha clínica que estaba revisando y sus ojos se ampliaron de sorpresa y una sonrisa hermosa se deslizo por sus labios.
Sin decir palabras dejó la ficha sobre el mesón y se encaminó hacia donde yo estaba, aún con la sonrisa en su cara, levantó sus brazos y me rodeó en un abrazo cálido y familiar. Un abrazo que no me había dado cuenta cuanto había extrañado hasta ahora que volvía a tenerlo.
—Hola, preciosa —me susurró al oído. Sonreí sin poder evitarlo.
—Hola, Mati.
Que caprichoso era el destino, ¿verdad?
Matías había sido mi primer amor, ese que es tierno, inocente, devastador, loco, ese que lo tiene todo. Fue mi primer novio, estuvimos juntos cuando tenía 17 años y no lo veía desde hace tres años. ¿Por qué debía encontrármelo justo hoy?

Estuve toda la mañana extrañamente contenta, incluso el coqueteo insistente entre Rossy y André, o debería decir la insistencia de ella para que André la tomara en cuenta, no me molestó.
Ver a Matías después de tanto tiempo se sentía bien, se sentía familiar.
Nuestra ruptura fue bastante extraña, dolorosa y todo eso que significa terminar con tu primer novio. Pero luego de un tiempo decidimos que nos queríamos mucho como para no hablarnos. Nos necesitábamos. Estuvimos juntos casi por año y medio y habíamos desarrollado una dependencia increíble el uno del otro.
Cuando salimos del colegio, él entró a estudiar Medicina en la Universidad Austal, que queda en Valdivia, cinco regiones más lejos que la mía, todo un día, y creo que más, de viaje. Mantuvimos el contacto por un tiempo pero luego lo perdimos. Y ahora aparecía aquí como un regalo enviado del cielo.
Estaba revisando unas fichas del expediente de una familia cuando Matías apareció por detrás y me dio un beso en la coronilla de mi cabeza.
—Oye —se lo dije de manera acusatoria. Me di vuelta y lo miré con el ceño fruncido. Siempre lo miraba así cuando él hacía eso.
—Es bueno poder volver a hacer eso —me dijo con una sonrisa tierna—. ¿A qué hora sales?
Miré mi reloj. Eran las doce y media, lo que significaba que aún me quedaban cuatro largas horas por delante.
—Salgo a las cinco, pero a la una tengo hora de almuerzo.
—Suena bien para mí.
Se dio la vuelta y camino había uno de los box de atención. Era bueno tenerlo de vuelta.
—¿Quién es él?
Pegué un salto con el que casi llego al techo. Me di la vuelta con el corazón latiéndome a mil por hora para ver que André miraba la puerta del box por donde Matias acababa de entrar.
—Es Matías —le dije como si fuera lo más obvio del mundo.
Me miró enfadado.
—¿Quién es?
¿Por qué demonios me hablaba como si yo fuera de su propiedad?
—Es un amigo al que no veía hace mucho tiempo. —Me di la vuelta para poder seguir trabajando.
—Los amigos no se miran como él te mira a ti.
—¿Y cómo se supone que me mira? —le dije sin darme al vuelta para verlo.
—Como si fueras…
No continúo así que me di la vuelta para encararlo. Puse las manos sobre mi cadera para hacerme notar, era bajita pero enojada destacaba.
—¿Cómo si fuera qué?
—Como si fueras de él —dijo en un susurro.
No pude evitar reírme. Sólo sirvió para que André se enfadara y se fuera sin esperar que yo le dijera nada más.
—Eh, ¡espera!
Salí corriendo —bueno, caminando rápido porque se suponía que en un consultorio no se debía correr—, para poder alcanzarlo. Le puse la mano en el brazo para detenerlo. Lo hizo, pero no se dio la vuelta.
—¿Qué tiene que me mire así? —Mucho silencio—. Fuimos novios, si, pero eso pasó hace mil años.
Se dio vuelta instantáneamente.
—¿Novios?
—Si. —Le sonreí—. Pero pasó hace unos 3 años.
—Da lo mismo el tiempo que haya pasado si fue una relación importante.
Me lo pensé antes de decirle algo. Odiaba que me estuviera celando, y lo odiaba aún más porque no había alejado a Rossy de su lado en todo la mañana.
—Si, fue importante. Pero fue, ya no.
—¿De verdad? —Parecía esperanzado, y yo quería ser del porte de Godzilla en estos momentos para romper su esperanza en mil pedazos. Había sido pisoteada muchas veces por él, y no dejaría que pasara de nuevo.
—No que te importe ni nada de eso. —Lo miré con resentimiento y aunque me juré no recriminarle nada no pude aguantarme—. Después de todo elegiste a Macka por sobre mí no una, sino dos veces. Con eso no tienes derecho a siquiera preguntarme si estoy viva.
Las palabras lo golpearon fuerte, incluso llegó a parpadear incrédulo.
Luego vino la obvia negación.
—Yo no la elegí sobre ti.
—Sí que lo hiciste.
—No, Chia. —Mi nombre en su boca sonaba distinto—. La primera vez si y me arrepiento. Pero la segunda no fui yo, fue ella.
Lo miré sin entender nada.
—¿Ella?
—Si. —Se acercó más a mí hasta quedar tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Me puse nerviosa y miré hacia los lados, los pacientes nos miraban intrigados como si fueramos una especie de culebrón venezolano—. Ella me…
—No. —Sus ojos se abrieron de par en par, yo bajé la voz—. Los pacientes nos están mirando como si fuéramos mejor que la teleserie de las ocho, hablemos después.
Miró hacia los lados para darse cuenta que, efectivamente, todos los pacientes, las mujeres sobre todo, nos miraban esperando que continuáramos el show. Que vergonzoso
—Oh. —Se le pusieron la punta de las orejas rojas—. Cierto. ¿Tienes tiempo libre?
—Almuerzo a la una.
—Ok, te espero en la sala de toma de muestras.
Siguió su camino a través de todas las pacientes que, o se lo comían con la mirada, o anhelaban que termináramos con la historia.
Y fue ahí cuando recordé que yo le había prometido el almuerzo a Matías.
Salí caminando lo más rápido lo que podía detrás de André, las pacientes nos miraban expectantes: se reanudaba el show.
—André, espera.
Se dio la vuelta, sus ojos brillando de forma extraña.
—¿Si?
—No puedo almorzar contigo, lo siento.
Sus ojos se volvieron oscuros, daban miedo.
—¿Por qué?
Oh, perfecto. Él sabía que yo iba a comer con Matías, podía decirlo por como me miraba.
—Tú ya sabes.
Me di la vuelta y seguí caminando. Me alcanzó en segundos.
—¿Puedes comer conmigo? De verdad necesitamos hablar.
Lo miré, incrédula.
—No necesitamos hablar André. Estoy segura que cualquiera que sea la excusa que me ibas a dar por lo de tu cumpleaños, es falsa. —Me mordí el labio—. Dios, ni siquiera sé porque sigo hablando contigo. Ni siquiera me pudiste llamar para mi cumpleaños. Y coqueteas con Rossy como si yo no existiera y aún peor, como si no te importara que tienes novia.
—Ahí está el punto Chia, ya no tengo novia.
No tengo… ¿qué? No procesaba, no podía procesar lo que me acababa de decir. ¿El ya no tenía novia?
—¿Puedes repetir eso?
Se rio y me dio una mirada burlona.
—NO. TENGO. NOVIA.
¿Por qué Lore no me había dicho algo tan importante como eso? Imposible que me escondiera información vital como esa.
—¿De verdad que no estas con ella?
—No. —Se me acercó de nuevo. Muy cerca. Demasiado. Ni siquiera me acordaba de que teníamos público o de que se supone que deberíamos estar trabajando—. Cuando no me junté contigo para mi cumpleaños fue porque Macka llegó de sorpresa a mi casa y no pude escaparme. ¿Qué le iba a decir? No pude llamarte, Macka estuvo todo el día pegada a mí, como si supiera algo. Y verte debajo de su departamento ese día... —Se rascó la cabeza con su mano—. Quise correr detrás de ti y hacerte entender que yo quería estar contigo, pero tenía que hablar las cosas con Macka primero. —Quiso tomarme la mano pero me alejé. Soltó un bufido de exasperación—. Sí te llamé para tu cumpleaños, tú no me contestaste. Sabía que te vería aquí tarde o temprano, por eso no insistí.
Yo no podía manejar esto ahora. Con todo mi corazón quería creerle, pero un corazón roto y armado de nuevo no se traga todo con tanta facilidad. Lo miré. Él estaba esperando que yo le hablara.
—Ahora mismo no puedo con esto. Hablemos después.
Se me acercó y me susurró al oído.
—Te espero cuando salgas. No escapes.
Siguió caminando en dirección a la farmacia y yo me quede parada viéndolo mientras se iba.
Mi corazón corría a mil por hora y podría haberme puesto a dar saltitos como loca. Él no tenía novia, el ya no tenía novia.
Caminé hacia la sala de nutrición y me encontré con Rossy.
—Chia, ¿has visto a André?
—No Rossy lo siento, no lo he visto.
Ahora que sabía que él estaba soltero y disponible, no podía permitirme que Rossy estuviera rondándolo como perro en celo.


[1] IRA: Infecciones respiratorias Agudas en los niños. 

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