23 de septiembre de 2012

Ocho


“Me acuerdo que ya despegué los pies.”

No me di cuenta cómo llegamos a Julio.
El último mes había sido, por decirlo menos, caótico.
Casi no estuve en mi casa: en el consultorio nos atacaron con más trabajo del que debería estar permitido y lamentablemente, la mayoría de mis ramos eran con examen obligatorio, por lo que la última semana de clases no pude dormir más de una hora diaria. De hecho, había días en los que ni siquiera dormí.
Nos recluimos al estudio y durante cuatro largas semanas, no vimos más que nuestros cuadernos: Nada de fiestas, ni salidas. Nada.
Así que por cuatro semanas, no vi ni tuve noticias de André.
Tampoco era que me importara, pero un mínimo de consideración por mí ya sanado tobillo no le habría hecho mal a nadie.
Pato no lo nombraba las veces que lo había visto y yo menos, después de la mirada de censura que había dado cundo me habló de la novia de André, sabía que él era tema vetado para mí, incluso aunque mis preguntas no tuvieran dobles intenciones.

Cuando salí de mi último examen, lo único que tenía en mente era mi cama y un sueño reparador de al menos tres días, pero con amigos como los míos, mi sueño debería esperar.
—Son las doce del día y tú quieres que vamos a tomar cerveza —le di mi mejor cara de enfado a Lore—. Olvídalo amiga, necesito dormir.
—¿Dormir? ¿Es eso incluso necesario?
—Para la gente normal como yo, sí.
Denme unas cinco horas de sueño por día —eso era lo mínimo con lo que podía funcionar bien— y yo me convertía en un ogro gruñón. Denme 4 horas de sueño en una semana y bien podía ganarle a cincuenta ogros gruñones.
—Chiara, te lo advierto: Si no mueves tu trasero en este momento a mi auto, soy capaz de llevarte a rastras.
Miré a Ernesto con cara de pocos amigos. Yo sabía muy bien que lo decía en serio. Se veía flaquito y poca cosa, pero tenía mucha fuerza y era capaz de tomarme en brazos sin el menor esfuerzo.
Así que levanté los hombros y me rendí: A decir verdad y dejando de lado el sueño, no podía perderme una celebración de fin de exámenes.
—Ok, ok —Levanté las manos a modo de derrota—, soy tu esclava.
Mi amigo se destornilló de risa hasta que capto a alguien moviéndose tras de mí.
—¡Uy! Alerta de ex – bombón caminando hacia acá.
Me congelé.
Habían pasado más de dos meses desde que terminamos, pero mi mundo seguía poniéndose de cabeza cuando veía a Ignacio. Llámenlo costumbre o lo que sea, pero mi corazón seguía revolucionándose igual que antes cuando lo tenía cerca y el anhelo constante de tocarlo no se iba. Nunca. , Pensé que con el tiempo verlo iba a doler menos y lo hacía, pero seguía sintiéndome tonta por anhelar algo que ya no era mío.
Preparé mi mejor cara y me di vuelta para verlo.
—Hola —cada vez que nos topábamos me sonreía como si nada hubiese pasado, pero sus ojos se mantenían cautelosos—. ¿Cómo estás?
—Bien, saliendo del último examen —le di una sonrisa cansada pero siempre manteniendo los ojos lejos de los suyos. El lunar sobre su ceja izquierda se había convertido en mi punto favorito de distracción—. ¿y tú? ¿Cuándo terminas?
—Me falta el informe de práctica y estoy listo.
Se quedó callado pero no se iba.
Generalmente nuestras conversaciones no duraban más que esto: un rápido vistazo a la vida y adiós, pero ahora seguía aquí a mi lado y se había empezado a tocar el lóbulo de la oreja.
Era un tic registrado suyo solo lo hacía cuando estaba muy nervioso o tenso— y siempre hacía que me inquietara. Ahora no iba a ser la excepción.
Como no veía que fuera a hablar luego, hablé yo primero.
—¿Qué pasa?
Me miró con ojos saltones.
—¿Qué pasa de qué? —Se puso rojo. Me reí bajito.
—Tú oreja. —Se la apunte con la mano y su mano se congeló.
—Ah —se puso más rojo aún—. Eso —me dio una sonrisa vergonzosa y miro el piso—. Mmmm… quería saber si vas al cumple de Pato mañana.
Por supuesto que quería saber si iba a ir mañana.
Estos últimos dos meses había evitado cualquier fiesta en la que pudiera toparme con él y con Marce, pero esto era distinto, era el cumpleaños de Pato y aunque yo estaba segura de que los vería juntos, no podía faltar.
Me parecía bastante extraño que me preguntara eso. La respuesta era obvia.
—Por supuesto que voy —le di una sonrisa relajada—, si no fuera Pato es capaz de matarme.
—Aaah, ok.
Siguió callado y tenso.
Entonces, se me ocurrió que se había acercado para decirme que iría con Marcela mañana o mejor dicho, quería ponerme sobre aviso que iría con ella para que, lindamente, yo tomara la decisión de no ir mañana. Así que decidí tantear terreno y ver si tenía razón.
—Supongo que vas con Marce mañana.
Volvió a ponerse rojo, más tenso y me dio una mirada que no entendí. Siguió sin hablar.
Y eso fue todo lo que necesité para enojarme. Lo conocía bastante para saber de que yo tenía razón. Había venido a decirme que no fuera a la fiesta de mi amigo… ¿y todo porque iba a estar ella? Era un maldito cara dura.
—¿En serio Ignacio? ¿No quieres que vaya mañana? —le escupí con odio.
—Yo… —Las palabras no le salían y volvió a tocarse el lóbulo de la oreja.
—No puedo creer que tengas cara para venir a pedirme eso —lo fulminé con la mirada—. Si no quieres que sea incómodo también pueden no ir ustedes. Yo no voy a dejar de festejar con Pato por no querer compartir el mismo espacio que tú y ella —me di vuelta con la intención de caminar hacia donde me estaba esperando Ernesto, pero me volví de nuevo hacia Ignacio que seguía donde mismo—. Nunca más se te ocurra volver a pedirme una estupidez como esta. Nunca.
Las pisadas que daba podrían haber quedado marcadas en el cemento. Ernesto me gesticulaba con la boca “¿Qué paso?” y me ponía cara de ansiedad.
Ahora más que nunca estaba dispuesta a ir por esas cervezas.

Dos horas más tarde estábamos en el Liquid —una especie de local donde iban universitarios de todas partes—, con varias botellas vacías de cerveza sobre nuestra mesa y mi enojo aún no se iba.
Ernesto se había ofrecido, siempre tan atento, a darle unos buenos golpes a Ignacio y aunque me hubiese gustado ver su cara masacrada, mi parte buena era muy fuerte como para golpear a alguien, aunque no fuese yo quien lo hacía.
Lore llamó a Pato para que se nos uniera en nuestro festejo, pero había pasado ya una hora y aún no llegaba y ni siquiera llamaba. Mi amiga estaba, por decirlo menos, histérica.
—¿Y si le pasó algo? —se retorcía los dedos mientras hablaba—. ¿Qué pasa si chocó y está en el hospital y yo no sé?
—Tan extremista, Lorena —Ernesto le hacía un gesto con la mano quitándole importancia a la situación—. Debe haberse atrasado en el hospital, no sería la primera vez.
—Lore, ¿Por qué no llamas al hospital para ver si aún está allá?
A Lore se le iluminaron los ojos antes la idea de Pame y tomó su celular para ver donde estaba su novio.
Y como si fuera una película, cuando a Lore le contestaron en el Hospital y empezó a hacer la pregunta del millón, Pato entró al local.
Pero no me fijé en él o en decirle a Lore que colgara porque Pato ya había llegado. Me quede congelada mirando a la persona que estaba a su lado.
Ahí estaba André y venía de la mano con su novia. O eso supuse que era la tipa que venía haciéndole cariño en el brazo.
Mi ánimo pasó de ser malo a ser un asco en cuestión de segundos, y me castigué mentalmente porque su presencia me molestara tanto y más todavía, que mi estómago se retorciera como si tuviera mariposas dentro.
Que viniera con su novia no tenía nada que ver con que me enfadara.
Si me seguía repitiendo eso, quizás me lo terminaría creyendo.
—Tierra llamando a Chiara —me di vuelta asustada hacia mi derecha para ver que Ernesto me daba golpecitos en el hombro—. ¿Quién es el bombón al que te estas comiendo con la mirada?
Me puse roja.
—Yo no me como con la mirada a nadie. —Lo dije entre dientes porque me avergoncé que me pillara infraganti.
—Y yo soy Lady Gaga. ¿Quién es?
Miré hacia la entrada y vi que Lore  estaba abrazando a Pato mientras se acercaban a la mesa. André me vio y levantó la mano para saludarme. Me puse más roja aún.
—Es un amigo de Pato —Ernesto me dio una mirada inquisidora, esas de las que te obligan a decir más aunque no quieras—. Me quede en su casa el día de la peña.
—Aaaaaah —en los ojos de mi amigo brillo el entendimiento—, él es. No me dijiste que estaba tan bueno.
Inflé mis mejillas. Siempre lo hacía cuando me pillaban en algo que había hecho u omitido decir, como ahora.
—No es que esté taaan bueno —bajé la voz—: se ve mejor con el pelo mojado.
A Er le dio un ataque de risa de esos que hacen que te duela el estómago y su risa era tan contagiosa, que terminé cayendo también.
Mientras me destornillaba junto con Ernesto, era consciente de la mirada de André que estaba sentado en la otra esquina de la mesa. Me hacía sentir incómoda.
Paramos de reírnos y me di vuelta para ver que André seguía mirándome con esa cara de ella está loca, pero que volvía a levantar su mano a modo de saludo.
Le devolví el saludo con una sonrisa un poco tirante. Su novia me miró intrigada y se volvió a preguntarle algo a André.
Me imaginaba lo que le decía: “A mi amor, ella es la amiga de Pato de la que te hablé. A la que tuve que llevar a la casa porque estaba demasiado borracha como para irse sola y la que se puso a hablarme como loca en una librería sin conocerme.” Obviamente la parte en que me hacía cariño mientras yo estaba semi-inconsciente era omitida de la historia.
Mi humor siguió empeorando.
Como ya había supuesto André no se acercó a hablar conmigo y mucho menos me acerqué yo a él, si lo hubiese hecho, Pato me habría matado.
Me negué a mirarlo, aunque varias veces Er me dijo que lo había visto mirándome.
La novia de André parecía una maldita modelo. ¿Era justo que existieran mujeres así? Hacían que una pareciera un estropajo.
Ella miraba para todos lados con cara de superioridad, no entabló conversación con nadie del grupo, sólo con André y Pato, y como Lore siempre estaba con Pato, también conversó un poco con ella.
Su solo aspecto hacía pensar en alguien que pasaba horas frente al espejo. Su voz chillona de verdad perforaba el tímpano y sus comentarios tontos me hacían pensar que no tenía más de una neurona.
Cuando me di cuenta lo despectiva que estaba siendo con ella, volví a golpearme mentalmente. No tenía ninguna razón para ser así con ella.
Al menos, pensé, no le he dicho nada cruel. Cuando alguien me molestaba mi boca hablaba sola y siempre tenía problemas.
Habían pasado creo que unos treinta minutos, cuando la modelo, novia de André —nota mental: debía preguntarle a Lore si sabía qué hacía de su vida— comenzó a aburrirse del ambiente y comenzó a quejarse en voz alta de que quería irse.
¿André iba a peñas y su novia no podía soportar treinta minutos en un Pub que tenía casi el mismo ambiente que una peña? Ok, el dicho los polos opuestos se atraen, era verdad.
Ambos se levantaron y tomaron sus cosas. La expresión de la modelo no podía ser de más felicidad.
Mi cuerpo se relajó de inmediato y se me puso una sonrisa tonta en la cara. Había sido mucha incomodidad para un solo día.
André se acercó a Pato para decirle algo y aun con la distancia lo oí perfectamente.
—Voy a dejar a Macka a su casa y vuelvo.
No, no, no.
¿Por qué quería volver? Al único que conocía bien era a Pato.
—SI él vuelve, yo me voy —Murmuré entre dientes, pero Er me escuchó.
—¿Dijiste algo?
Sabía muy bien que me había entendido, pero me hice la loca.
—No, nada —le di la mejor sonrisa que pude—. Creo que deberíamos ir a bailar un rato.
—Así se habla.
Nos pusimos los dos en pie y fuimos a bailar mientras que el resto del grupo nos miraba con cara de locos.
No es que el local no fuera apto para bailes, pero tampoco había un espacio diseñado especialmente para hacerlo, por lo que estábamos sólo un poco apretados bailando.

Veinte minutos exactos fue lo que se demoró en volver André.
Cuando lo vi entrar me quede mirándole mientras le hablaba a Lore, le sonreía y me preguntaba por qué demonios todos los hombres buenos estaban ya ocupados.
Volvimos a sentarnos cuando Pato nos llamó mostrándonos una cerveza helada que nos llamaba: Nos había dado mucho calor bailando.
Me senté al lado de Ernesto, frente a André.
Me obligué a no tomarlo en cuenta, pero mis ojos parecían tener vida propia. De verdad que este hombre era peligroso para mí.
En una de las tantas veces que mis ojos se escaparon, me vio mirándolo, me sonrío y mi corazón se volvió loco latiendo en mi pecho.
—¿Cómo está tu pie?
Claro, ven a preocuparte por mi pie cuando sabes perfectamente que ya está bien. Ha pasado todo un mes en el que podrías haber preguntado.
—Está bien —miré a Pato—. El otro Doctor aquí presente me receto la pomada y el ibuprofeno por más días porque la hinchazón no se iba.
—¿De verdad? —Parecía genuinamente preocupado, pero yo siempre veía cosas donde no había nada.
—Tengo mala suerte con las caídas, siempre me demoro más del común de la gente en recuperarme de esguinces y cosas así.
—Es que sus pies pasan tanto tiempo chocando contra el suelo que es su manera de decir que están cansados de ser golpeados. —Miré con odio a Pato. Lo quería con el corazón pero podía ser una verdadera molestia a veces.
—Gracias Pato.
—Es la verdad, Chia —Dijo Pato mientas ponía los ojos en blanco.
André me miró divertido y yo me puse a hacer círculos en la mesa.
—Me dijo Pato que el próximo semestre te toca práctica en el Consultorio de Quebrada Verde —Todos mis ramos eran semestrales, incluyendo la práctica, así que nos cambiaban de campus prácticos dos veces al año.
—Sip, empiezo con la práctica pediátrica.
—Yo también voy a estar allá el próximo semestre —me levantó una ceja—, así que nos veremos bastante.
Se me retorció el estómago, pero no supe si fue porque me molestaba saber que lo vería prácticamente todos los días o porque me molestaba el hecho de que el saber que lo vería más seguido me parecía bastante bien.
Tenía que seguir repitiéndome que él ya tenía novia: yo no era de las personas que se entrometían en una relación, menos ahora después de lo que había pasado con Ignacio y Marcela.
Además, estaba Pato, que parecía tener un sexto sentido y presentía algo que yo no.
Tenía que mantenerme alejada de André por mi propio bien.

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