24 de septiembre de 2012

Dieciséis


“Por segunda vez.”

Todo el camino a mi casa me fui flotando en una nube, creo que porque el mundo es grande conmigo no me atropellaron ni nada por el estilo, iba totalmente ajena a lo que pasaba a mi alrededor.
Estaba tratando de no hacerme expectativa alguna acerca de mañana y mi gran escape con André, era imposible no hacerlo, era yo, yo siempre veía cosas donde no había nada, armaba historias de nada, era una cabeza en creación constante.
Si no ponía los pies en la tierra me iba a terminar cayendo feo, muy feo.
Cuando iba llegando a mi casa, me faltaban unas tres cuadras, cambié de idea; no quería ir a encerrarme entre cuatro paredes, quería aire y quería caminar más.
Me di media vuelta y me encontré con que Macka venía cruzando la calle y caminaba en dirección a donde estaba yo. Malditas casas que quedan cerca.
¿Podría hacer como la que no la veía? La verdad, dudaba que me saludara o algo así. Ahora que la miraba de lejos, parecía que caminara como si la vida fuera una pasarela. Me enojé sin saber por qué.
Decidí que saludarla o no daba lo mismo, así que camine como si nada y le subí el volumen a mi mp4.
Cuando estábamos a casi tres metros de distancia abrió los ojos de par en par cuando me vio y se quedo quieta donde estaba. Miró para la acera contraria pero pareció considerar que el cruzar la calle sólo para evitarme era darme demasiada importancia y siguió caminando.
Cuando llego el momento de estar frente a frente y nos vimos, su cara era de absoluta sorpresa, una sorpresa total y absolutamente fingida. Me dieron ganas de golpear algo.
Vi que sus labios se movían mientras levantaba la mano en señal de saludo. Me reí por dentro porque se veía ridícula como estaba parada con su cara de persona simpática.
Me saqué los audífonos y le puse la sonrisa que tenía guardada para la gente a la que no pasaba.
—Perdón, no te escuchaba. —Le mostré los audífonos.
—Eres Chiara, ¿verdad?
—Sí, hola. — Perfecto, hacer como que no recordaba mi nombre había sido una buena idea. ¿Por qué no hice eso primero?
—¿Cómo estás? —le pregunté tratando de no ser tan antipática.
—Bien. Oye, nunca pude pedirte disculpas por el mal entendido de la otra vez. Lo siento en verdad.
Me costó un segundo comprender de que mal entendido me hablaba.
Luego recordé lo que había pasado en el cumple de Pato hacia ya tantos días atrás.
—No te preocupes. —Encogí los hombros en señal de que no me importaba—. Ya es tema pasado.
—No puedo creer que Marce haya sido capaz de hacer algo como eso, fue una verdadera perra, ¿verdad?
Ella quería que yo comenzara a hablar mal de Marce, lo podía ver en sus ojos. Yo no pensaba hacerlo.
—Fue algo que estuvo más allá de su control Sí estuvo mal que hubiera cambiado la versión pero ya es agua pasada. Ya hablamos al respeto.
Se puso roja y casi se me escapa una risita estúpida.
—Perdón, no sabía que habían arreglado las cosas.
Le sonreí ahora de verdad.
—Estamos hablando de a poco.
La confianza que le tenía a Marce seguía ahí, pero me costaba hablar con ella a veces. No podía hacer como si no pasara nada, era muy incómodo hacer eso, pero íbamos arreglando nuestros problemas poco a poco.
—Qué bueno. —Miró el reloj que llevaba en su mano izquierda—. Mira la hora, tengo que irme. Me juntaré con André.
Yo no necesitaba saber eso. Se me cayó el alma a los pies.
—Dale mis saludos.
—Claro, yo le diré. Adiós.
Siguió caminando hacia su departamento y yo empecé a caminar lentamente hacia el lado contrario que ella.
—Chiara. —Me di la vuelta extrañada de que ella me estuviera llamando de pronto—. Mañana es el cumpleaños de André, lo celebraremos en su casa. —La palabra celebraremos me sonaba a mucho. Me molestó—. Si quieres puedes ir.
—Ok, gracias por avisarme.
Siguió caminando como si nada y yo me quedé parada como si no pudiera creer lo que había escuchado. Esa mujer era bipolar y yo necesitaba más que nunca ir a caminar.
Me demoré unos veinte minutos, caminando lentamente, en llegar a una plaza que estaba en Las Salinas que siempre me ha gustado por que sea la hora que sea, siempre hay familias con niños pequeños divirtiéndose en los juegos. La risa de los niños mejoraba de manera inmediata mi ánimo, era un sonido simple y tranquilizador. Hacía que recordara a mis sobrinos y el efecto calmante que tenían en mí.
Me senté en la banca que siempre ocupaba que por suerte estaba libre, saqué un cigarro de mi bolso y me puse a mirar dejando que mi mente vagara libre.
No sé cuánto estuve sentada ahí sin pensar en nada en particular, me entretuve viendo a los niños subiéndose una y otra vez a los sube y baja y ver como los papás empujaban a sus hijos.
Llegaron muchos chicos también a practicar malabares y otros cuanto llegaron a practicar equilibrio; colocaban una especie de elástico afirmado entre dos árboles y con una destreza increíble, ellos se paraban sobre ese delgado hilo y comenzaban a caminar por él.
Me puse a pensar en André y en su extraña proposición para mañana, en Marce e Ignacio que se veían tan felices juntos, incluso pensé en alguien en quién casi nunca pienso: mi Papá.
Él y mi mamá se habían separado cuando yo tenía diez años. Fue de esas noticias que no puedes creer porque para ti, todo a tu alrededor está bien. Dolió mucho. Por unos meses me volví una niña muy introvertida, mi mamá incluso me llevó al psicólogo pero yo no hablaba mucho.
Hasta que un día mi papá me fue a buscar a mi casa, me llevó a la suya y me presentó a “una amiga”. Así, tal cual, con esas palabras. Y yo supe inmediatamente que una amiga, no era.
Como detective comencé a explorar cada rincón de la casa mientras ellos hacían el almuerzo, hasta que encontré la evidencia que quería: ropa de mujer en el closet de la pieza de mi papá. En mi mente de niña lo puse como un traidor y me consumió una ira que creo que, hasta el día de hoy, jamás he vuelto a sentir. Tiré toda la ropa al suelo y la comencé a patear. Fui al baño y encontré cremas de mujer. Me llené las manos con ellas y las esparcí por todo el suelo, los muebles del baño y me llevé algo de crema hacia la pieza y ensucié el cubre cama.
Hasta el día de hoy me impresiona lo que hice esa vez, pero siempre había visto a mi papá como el hombre perfecto. Hasta ese día. Ese día lo culpé a él por todo lo que nos había pasado.
Mi papá llegó a su pieza y vio todo el desastre que había. Comenzó a gritarme y a decirme que era una niña mimada y que mi mamá no había sabido criarme. Yo sólo me tapaba los oídos. No hice más que gritarle y decirle que era un mentiroso y que lo odiaba y que odiaba a la mujer que estaba con él.
Mi papá se quedó impresionado cuando le dije que lo odiaba, ahí se acabó su reto.
No me dijo nada, y yo tampoco. No le pedí disculpas por lo que había hecho y él no me dijo que lo sentía por… no sé, por lo que sea que un papá se pueda disculpar con su hija pequeña por hacerla sufrir.
Me dejó sola en la pieza y pasó mucho tiempo en el que sólo me quede ahí sentada.
Hasta que llegó mi mamá y me sacó de ahí.
Nunca conversamos de lo que pasó: Ella me dejó llorar y secó mis lágrimas. Ella lloró y yo sequé las suyas. Ese día nuestro lazo se volvió más fuerte que nunca, y aún lo es.
Con mi papá nada volvió a ser lo mismo. Él siguió con su pareja y no evitó que estuviera en su casa cuando lo iba a visitar. No habló conmigo ni me hizo entender las cosas, nada. Entendí el mensaje: Acostúmbrate tú solita.
Y así lo había aprendido a hacer desde ese entonces. Yo sabía llevar mis penas y alegrías sola.
Desde ese día cambié radicalmente: Me volví muy fría durante mucho tiempo, encerrando todo lo que sentía y sin dejárselo ver a nadie, hasta que llegó Ignacio a mi vida y me hizo ver que sentir no es malo, y que la persona que está a tu lado está para compartir tanto penas como alegrías.
Recordar todo eso me hizo mal. Recordar los buenos tiempos con mi papá, Recordar los tiempos son Ignacio… fue una flecha para mi corazón y sentí que me hundía.
Las lágrimas comenzaron a correr por mi cara.
De pronto la lluvia se dejó caer de golpe.
Todas las mamás salieron corriendo a buscar a sus hijos y correr a sus autos o a sus casas, los chicos de los malabares guardaron rápidamente sus cosas y se fueron y los que hacían equilibro desaparecieron sin que me diera cuenta.
Las gotas de lluvia se mezclaban con mis lágrimas y me hacían cosquilla en la cara. Pensé en pararme pero no, no me importaba la lluvia. Nos llevábamos bien.
Me levanté de la banca en donde estaba y me fui a sentar a uno de los columpios que había. La lluvia comenzó a caer con más fuerza y sin darme cuenta estaba totalmente empapada de pies a cabeza.
Comencé a balancearme hasta tomar un vuelo considerablemente bueno. El viento me golpeó con fuerza la cara y recordé una canción que me encanta, que en una de sus frases dice “el viento tocará mi cara, y calmara mi pena rara.”
Y allí, como si nada, tal cual como me pasó esa noche de la peña, me reí con todas las ganas del mundo.
Me sentí relajada y me comencé a reír con más ganas. Me balanceaba y me balanceaba.
Era casi como si la lluvia se hubiera llevado todas mis preocupaciones y miedos muy lejos de mí, y había llegado en el momento preciso.
Me sentía perfecto para afrontar el día de mañana, para afrontar a André y a lo que sentía por él. Me sentí optimista por mucho rato.

Llegué a mi casa y me cambié de ropa. Manu me perseguía de un lado para otro para que le diera de comer y lo sacara a pasear. Lo miré y le di una sonrisa mientras le servía su comida. Me sentía como para regalar sonrisas a todo el mundo.
Esperé que terminara de comer y le puse la correa para salir a pasear.
—Va a ser un paseo sólo para que hagas tus necesidades.
A Manu le gustaba el agua, pero no la lluvia torrencial como la que estaba cayendo ahora.
Lo bajé, caminó un poco, y subimos en el momento justo para poder contestar mi celular, corrí para que no cortaran la llamada.
Miré el visor y vi que era Lore. Adiós planes de mañana, me recordé a mi misma con una sonrisa.
—Holi.
—Hola, fea, ¿Cómo estás?
—Ahora seca, antes era un lago ambulante. —Mi amiga se empezó a reír.
—Asumo que te pilló la lluvia.
—Y mi y al 80% de las personas de viña, pero en fin. Oye.
—Dígame. —Me dijo mi amiga aun riendo.
—Mañana no voy a poder salir —le dije casi en un susurro, se iba a enojar.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Eeeeeh. —¿Cómo le digo?—. Digamos que salió algo de último minuto.
—¿Último minuto? ¿Qué se supone que es eso?
—Cuando te vea te cuento, ¿bueno?
—Como sea, no me caes bien ahora. —Sip, se había enojado.
—Perdón.
—Bla, bla, bla. Me voy.
—No te enojes, besitos.
—Chau.
Línea muerta. Si había algo que a Lore la hiciera enojar era que la gente cambiara sus planes y yo siempre lo hacía.
Estaba cansada, se me cerraban los ojos. Prepare rápidamente algo de comida para mi mamá y le dejé una nota para decirle donde estaba su comida.
Me dormí en cuanto apoyé la cabeza en la almohada y dormí tranquilamente.

Desperté de golpe a eso de las doce de la tarde, desorientada como siempre me pasa cuando duermo mucho.
Se me instaló la sonrisa tonta en la cara en cuanto recordé que ese día vería a André. La sonrisa y los nervios.
Me obligué a calmarme y partí a ducharme.
Mientras me duchaba, recordé que en ningún momento quedamos de acuerdo a qué hora nos juntaríamos. Supuse que me llamaría, después de todo él era el que había insistido y por ningún motivo iba a dejar que se diera cuenta lo emocionada que me tenía verlo.
No, no, no.
Así que luego de sacar a pasear a Manu, decidí ir a comprarle un regalo de cumpleaños.
Y me vi en un gran aprieto. ¿Qué le gustaba?
De pronto me di cuenta que no lo conocía para nada y el pánico se apodero de mí. Perfecto, yo me estaba involucrando con un hombre que tenía novia, que me traía babosa y del que no sabía nada. A excepción de que estudiaba medicina, y amaba con locura a su abuela. ¿De qué me servía eso?
Después recordé que me dijo que fumaba tabaco en pipa.
Perfecto, una pipa.
Fui hacia el centro y compre la pipa más hermosa que había visto, a mi padrino también le gusta fumar en pipa y tenía un millón de ellas, y la más cara también, pero el chico lo valía.
Me fui a mi casa pendiente en todo momento si escuchaba sonar mi celular, pero nada.
Dos horas más tarde seguía paseándome por todo mi departamento como león enjaulado.
Para cuando dieron las cuatro, tomé la decisión de llamarlo. Quizás no tenía dinero en su celular.
Busqué su número y lo llamé y me fui directo al buzón de voz. Traté unas seis veces y las seis terminé en el buzón.
Saqué a pasear a Manu de nuevo esperando encontrarme con Macka, quizás podía sacarle de alguna manera un poco de información de donde estaba André. Pero el destino hoy no me quería, no le vi ni un pelo.
A las siete de la tarde mi humor era de perros y mi mamá estaba verdaderamente asustada de porque estaba así. Podía ponerme a llorar en cualquier momento.
Traté de llamarlo muchísimas veces durante la tarde pero en todo momento su teléfono siguió apagado.
¿Y si se había arrepentido? Era lo más probable. Me negué a pensar en eso. Le tenía que haber pasado algo.
A las ocho de la tarde me había dado por vencida de que fuera a llamarme para salir, pero no lo iba a perdonar, a menos que llamara para decir qué le había pasado. No que fuera hacerle una escena o algo por el estilo, para eso tenía a su novia, pero tenerme todo el día esperando era feo y aun más, las ganas de verlo me habían matado todo el día.
Tomé la correa de Manu y lo saqué a pasear para despejar mi cabeza, mi celular en todo momento a mano en mi bolsillo para sentirlo si es que sonaba.
Iba llegando a la esquina del departamento de Macka cuando la vi salir y para mi sorpresa, André iba a su lado con una sonrisa de oreja a oreja.
La decepción me llegó como un golpe en el estómago y me di la vuelta lo más rápido posible.
—¡Hey, Chiara!
Me congelé. Era Macka la que me estaba llamando.
Me di vuelta lentamente tratando de serenar mi cara.
Los ojos de André estaban abiertos de par en par, como si jamás se le hubiese ocurrido pensar que nos podíamos encontrar. Las desventajas de que “la otra” viva tan cerca de tu novia, le dije mentalmente.
Ellos se acercaron hacia donde yo estaba, Manu moviéndole la cola a André cuando lo reconoció.
—Nos vemos de nuevo —me dijo Macka con una sonrisa.
—Hola. —Levanté una mano a modo de saludo y añadí con toda la naturalidad del mundo—. Feliz cumpleaños, André. —Incluso le di una sonrisa. Muy valiente.
Su cara se congeló. La vergüenza, las disculpas e incluso el dolor estaban grabados en sus ojos. Me obligué a no seguir mirándolos.
—Gracias, Chia. —No fue necesario evitar el mirarlo, él me evitaba. Bonito, bonito.
—¿Irás al cumpleaños? —me preguntó Macka feliz, le faltaba ponerse a saltar en dos pies.
—No, lo siento. Espero que lo pasen bien. —Les sonreí y André cerró los ojos con fuerza ante mi gesto—. Bueno, nosotros estábamos paseando. Los dejamos.
Les dije adiós y me puse a caminar en el sentido contrario en que irían ellos, caminando por una calle por la que nunca camino con Manu.
Me obligué a seguir caminando y no llorar hasta que pude llegar a una banca y poder romperme en pedacitos ahí.
Era ingenua y estúpida. ¿Cómo creí que él quisiera pasar su cumpleaños conmigo y no con su novia?
Estúpida Chiara, estúpida.
Todo esto era mi culpa.

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