17 de septiembre de 2012

Tres

"Con lo que eso duele."


—Ni te imaginas lo que me pasó. —No saludé a Lore cuando contesté mi teléfono mientras daba vueltas por la calle como un león enjaulado.
—¿Dónde estás? Llegué al ciclón y ya no estabas.
—Escapé. Había un intento de hombre insoportable que no me dejaba tranquila.
—¿Escapaste? ¿Chiara Antúnez escapando de un hombre? Eso es nuevo. Debo ver a este hombre para darle un premio.
—Ja, ja. —Estaba comenzando a enojarme de nuevo—. Voy camino a Starbucks, necesito cafeína.
—Te veo ahí en diez. ¡No se te ocurra irte aunque haya otro intento de hombre! —Riendo, mi amiga cortó la llamada.
Aunque me hubiese enojado tanto al punto de sentir que podía golpearlo, el tipo merecía llevarse algunos puntos por hacer que me olvidara momentáneamente de la escenita que había visto entre Ignacio y Marcela.
Ahora, sentada en una mesa con Lore y con un café en las manos, podía pensar más lógicamente y por lo tanto, angustiarme un poco más.
—Me vieron la cara de estúpida. ¡Quizás hace cuánto tiempo que están juntos! Yo creyendo que Ignacio de verdad quería un tiempo para pensar… ¡Cuando en verdad le estaba metiendo la lengua en la garganta a esa zorra! —Rompí a llorar de nuevo. Lore me daba golpecitos en la cabeza de manera protectora, tratando de calmarme.
—¿Has hablado con ella? —Su voz sonaba extraña. La miré.
—No he hablado con ella y tampoco quiero hacerlo. Con lo que vi, me basta. No necesito que me diga que se aman con locura, que van a casarse, que tendrán hijos, que…
—Para el carro, Chia. Ni siquiera sabes cuánto tiempo llevan saliendo, si acaso y tú ya les estás eligiendo la fecha del matrimonio.
—¿Te estas poniendo del lado de esa zorra? —No podía creerlo.
—No, Chia, no me mal entiendas. Te estás imaginando cosas que sólo te hacen peor.
—Que me calme. ¡¿Qué me calme?! ¿Estarías tú tan calmada si tu mejor amiga se metiera con tu novio?
—Sé que tú no harías eso y Pato me tiene mucho miedo como para hacer cualquier cosa. —Miedo no, él la respetaba… la quería. Ellos estaban total y absolutamente enamorados. Estallaban fuegos artificiales cuando se miraban.
Apoyé mi cabeza en la mesa. Todo me daba vueltas.
—Siento que me voy a morir Lore, me duele el pecho. —Siempre creí que, en las películas y en los libros, exageraban cuando la protagonista sufría una decepción amorosa y decía que su corazón había estallado en mil pedazos. Supe en ese momento, que tenían razón. Me costaba respirar, me dolía el pecho. Me sentía horrible.
—Chia, estás blanca. —Veía a mi amiga borrosa. Llegué al punto de ver borroso, qué insólito. Todo era casi tragi–cómico. Casi.
—¿Puedes llevarme a mi casa? —le dije en un susurro.
Lore llamó a Pato para que viniera a buscarnos y nos fuéramos.
Mientras lo esperábamos, Lore me abrazó y yo sollocé. Me abrazaba a mí misma para detener los espasmos.
No me gustaba llorar: me dejaba manchas rojas en la cara y la nariz igual que Rodolfo el reno, pero en ese momento, realmente me daba lo mismo.
Cuando Pato llegó e intentó tomarme en brazos para llevarme al automóvil, instintivamente le pegue en el brazo y me acurruqué en los brazos de Lore: Ignacio y Patricio usaban el mismo perfume, exactamente el mismo olor desde el día en que los conocí. La forma en que mi corazón se aceleró cuando sentí ese olor, no fue bueno. Nada bueno. Los recuerdos me golpearon como una roca.
Rompí a llorar con más ganas aun.
—Amor, espera un poco. —Lore se inclinó hacia adelante y me habló en el oído para que sólo yo la escuchara—. ¿Qué pasa?
—El perfume. —Me sentía idiota. ¿Qué clase de persona tiene ese tipo de reacción ante un olor? Pero no podía decir nada más. Ni siquiera supe si me entendió, los sollozos no me dejaban hablar bien.
—Lo siento, lo siento. —La miré y asentí con la cabeza, como diciéndole “ok, no importa, cosas que pasan”. Ella se giró hacia Pato—. Amor, tu perfume.
—¿Qué con mi perfume? —Podía ser el novio de mi amiga, pero seguía siendo un hombre y como tal, era lento para entender las cosas. Había que hacerle dibujitos para que le quedara todo claro. Lo miré y tomé aire.
—Ignacio y tú u-usan el mismo p-perfume. —Sollozos—. Cuando me i-ibas a tomar en brazos…  pensé que… que eras él. —Sollozos—. Per-dón.  —Sollozos, sollozos y más sollozos.
Pato seguía mirándome como si estuviera loca, pero al menos me entendió o al menos eso creo.
—Pon tu bufanda alrededor de tu nariz para opacar el olor. —Pato me entregó la bufanda, me la puse y me tomó en brazos. La gente de la cafetería me miraba con lástima.
Odiaba eso, pero no sentía mis pies y prefería las miradas de lástima a la burla de verme tirada en el suelo por no poder andar.
Lore se subió conmigo a la parte de atrás del auto. Hizo que me estirara y apoyará la cabeza en sus piernas. Me quedé profundamente dormida.

***

—¿Has hablado con Ignacio? —La voz de Lore llegaba desde muy lejos.
—Lo llamé pero no me ha contestado. Creo que es mejor que ella hable con él, sin intermediarios ni nada. —Me quería lanzar directo a las garras de los leones. Muchas gracias.
—¿Crees que le haga bien hablar con él? Viste como estaba hoy. Imagínate cómo estará si habla con él. No quiero que la vea así.
—Es mejor que hable con él solita y con Marce también. Que le cuenten toda la historia para que n…
Simplemente coloqué la almohada sobre mi cabeza y empecé a tararear una nana francesa que mi mamá me cantaba cuando yo  pequeña.
No quería saber nada más de ellos dos ni de nadie, quería que el dolor de mi pecho se fuera y que no me costara respirar.
Puede que esto vaya a acostar mucho más de lo que imaginé.

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