17 de septiembre de 2012

Dos

"Hello, hello, hello."


Era mi costumbre ir a librerías cuando me sentía triste: el olor de los libros, las letras y los colores siempre tenían un efecto calmante en mí.
Mi novio, con el que había salido durante dos años, había “terminado” conmigo hace dos semanas, argumentando, diciéndome—: La universidad nos consume a los dos, démonos un tiempo.
Un tiempo.
Lo que equivalía a quiero que terminemos, pero no quiero que te lo tomes tan mal, por lo tanto, le quito un poco de importancia a esto.
Y yo, ilusa, de verdad creí que estábamos dándonos un tiempo.
Hasta que lo vi besando a una rubia cuando iba camino a mis clases, apretados como en un sándwich.
Me quedé detrás de un árbol, mirándolos hasta que se separaron y me quedé de piedra: mi novio —ex novio a estas alturas, se estaba besando con mi amiga, mi mejor amiga de toda la vida.
Era como de película. Pero una película demasiado real y de mal gusto.
Sólo había atinado a correr, subirme a un bus y echarme a llorar sentada en el fondo.
Después, llegué por inercia a la librería.
El Centro Comercial estaba prácticamente desierto a esas horas de la mañana, por lo que no fui un show de circo para muchas personas, gracias a Dios.
Entré con la cabeza gacha a la librería, tratando de calmarme tomé un libro —cualquiera— y me fui corriendo al segundo piso, en donde ya no lloraba, simplemente me quedé hecha un ovillo, mirando la portada del libro sin hacer nada.
No sé cuánto tiempo pasó, uno minuto o mil horas, cuando sentí que mi teléfono comenzaba a vibrar en el bolsillo de mi chaqueta.
Dejé que sonara. Si era algo importante, volverían a llamar.
Unos minutos después volvió a vibrar, pero sólo una vez. Lo saqué para ver el mensaje. Era de Lore.

¿Dónde estás?

Rápidamente le respondí, diciéndole que estaba el Ciclón del libro[1]. Sólo le puse eso. Ella entendería.
Cuando llegó la confirmación de que el mensaje le había llegado, volví a hacerme un ovillo, apoyé mi frente en las rodillas y esperé.
Quince minutos después, sentí que alguien se sentaba a mi lado. Pasaron unos minutos en los que me preparé mentalmente para explicarle a Lore lo que había pasado. Ella era de esas amigas que no preguntaba lo que pasaba, sólo esperaba a que te calamara y le explicaras, mientras ella hablaba del clima, chismes de actrices famosas o cualquier otra cosa estúpida.
Tomé aire profundamente, obligándome a contarle lo que había visto.
—Ignacio se estaba be-besando con una tipa en plena esquina antes de llegar a la U. Estaban tan pegados que con suerte podía pasar viento entre ellos.
Mi amiga siguió en silencio.
Tomé aire, tratando de borrar la imagen mental que se me estaba formando en la cabeza.
—Estaba con Marce. —Se me quebró la voz—. Le estaba dando un beso a Marce.
Silencio. Levanté la cabeza.
Casi me da un paro cardiaco.
—¿Qué mier…?
—Hola. —El tipo que tenía sentado a mi lado me sonreía de oreja a oreja, con un brillo de picardía en los ojos. Debe de haber pensado que estaba loca por hablarle a un extraño—. Parece que estabas esperando a alguien más.
¿Qué le podía decir? Sabes, la verdad me gusta ventilarle mi vida a desconocidos para poder desahogarme, sobre todo hoy, que vi a mi ex besuqueándose con mi mejor amiga.
El hombre de verdad debe haber creído que estaba loca.
Mierda, ¿por qué siempre me pasaban estas cosas a mí?
Lo seguí mirando sin saber qué decirle.
—¿Y? —Me miró y en sus ojos pude ver lástima. Eso era lo último que necesitaba.
—Perdón, estaba esperando a una amiga y cuando te sentaste, pensé que eras ella… debí haber mirado antes de ponerme a hablar. —Sentí mi cara completamente roja.
—Nah, tranquila. De vez en cuando es bueno conversar de tus cosas con un extraño. —Seguía sonriéndome como si tuviera la sonrisa pintada en el rostro.
—Disculpa… —Sé que estaba en un lugar público pero yo había llegado primero acá, ¿no pensaba irse?
—Dime. —Seguía sonriendo. Sus músculos debían de estar pidiendo misericordia.
—¿Puedes irte? —Traté de poner mi mejor sonrisa. Su rostro cayó como, cinco metros.
—¿Quieres que me vaya? —Su sonrisa aflojó un poco—. Estamos en una librería, es pública.
—Lo sé, pero de verdad quiero estar sola.
—Pues entonces, vete tú.
Me enfadé y me dio risa al mismo tiempo.
Cualquier hombre cuerdo, que ve a una mujer extraña —a cualquier mujer— llorando, la que además le pide que se vaya porque quiere estar sola, escapa, previniendo un ataque de llanto o verborrea.
Si argumentaba que yo había llegado aquí primero, me vería como una niñita del jardín de niños peleando por su lugar.
Esperé un poco para ver si me decía que era broma y que de verdad se iría.
Pasaron cinco minutos y nada. Este tipo de verdad era un estúpido.
Inhalé profundamente, tratando de calmarme. Mecanismo de defensa, me dije, enfocar la rabia en otra persona. No lo trates mal.
Tomé mi bolso, me levanté y lo fulminé con la mirada. A la mierda los mecanismos de defensa. Empecé a caminar.
—¿Le das esa mirada de viuda negra a todos los hombres? —Estaba de espaldas a él, no veía su rostro, pero podría haber apostado a que se estaba riendo.
—Sólo a los que se comportan como estúpidos.
Me habría dado vuelta para ver la expresión que ponía ante eso, pero temía que gracias a mi humor —malo antes de verlo, espantoso después de nuestra “charla”— pudiera darle una cachetada.
Me acerqué a la escalera y me extrañó que no me respondiera, así que aunque mi lado bueno me decía que no me diera la vuelta, lo hice.
El muy tonto estaba leyendo, como si nada hubiera pasado. Me enfadé todavía más.
¡Que se pudran todos los malditos hombres!


[1] Ciclón del libro: Librería Chilena. 

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