Era mi costumbre ir a librerías
cuando me sentía triste: el olor de los libros, las letras y los colores
siempre tenían un efecto calmante en mí.
Mi novio, con el que había salido durante
dos años, había “terminado” conmigo hace dos semanas, argumentando,
diciéndome—: La universidad nos consume a los dos, démonos un tiempo.
Un tiempo.
Lo que equivalía a quiero que terminemos, pero no quiero que te
lo tomes tan mal, por lo tanto, le quito un poco de importancia a esto.
Y yo, ilusa, de verdad creí que estábamos
dándonos un tiempo.
Hasta que lo vi besando a una rubia
cuando iba camino a mis clases, apretados como en un sándwich.
Me quedé detrás de un árbol,
mirándolos hasta que se separaron y me quedé de piedra: mi novio —ex novio a
estas alturas—, se estaba besando con
mi amiga, mi mejor amiga de toda la vida.
Era como de película. Pero una
película demasiado real y de mal gusto.
Sólo había atinado a correr, subirme
a un bus y echarme a llorar sentada en el fondo.
Después, llegué por inercia a la
librería.
El Centro Comercial estaba
prácticamente desierto a esas horas de la mañana, por lo que no fui un show de
circo para muchas personas, gracias a Dios.
Entré con la cabeza gacha a la
librería, tratando de calmarme tomé un libro —cualquiera— y me fui corriendo al
segundo piso, en donde ya no lloraba, simplemente me quedé hecha un ovillo,
mirando la portada del libro sin hacer nada.
No sé cuánto tiempo pasó, uno minuto
o mil horas, cuando sentí que mi teléfono comenzaba a vibrar en el bolsillo de
mi chaqueta.
Dejé que sonara. Si era algo
importante, volverían a llamar.
Unos minutos después volvió a
vibrar, pero sólo una vez. Lo saqué para ver el mensaje. Era de Lore.
¿Dónde estás?
Rápidamente le respondí, diciéndole
que estaba el Ciclón del libro[1].
Sólo le puse eso. Ella entendería.
Cuando llegó la confirmación de que
el mensaje le había llegado, volví a hacerme un ovillo, apoyé mi frente en las
rodillas y esperé.
Quince minutos después, sentí que
alguien se sentaba a mi lado. Pasaron unos minutos en los que me preparé
mentalmente para explicarle a Lore lo que había pasado. Ella era de esas amigas
que no preguntaba lo que pasaba, sólo esperaba a que te calamara y le explicaras,
mientras ella hablaba del clima, chismes de actrices famosas o cualquier otra
cosa estúpida.
Tomé aire profundamente, obligándome
a contarle lo que había visto.
—Ignacio se estaba be-besando con una tipa en plena
esquina antes de llegar a la U. Estaban tan pegados que con suerte podía pasar
viento entre ellos.
Mi amiga siguió en silencio.
Tomé aire, tratando de borrar la imagen mental que se me
estaba formando en la cabeza.
—Estaba con Marce. —Se me quebró la voz—. Le estaba dando
un beso a Marce.
Silencio. Levanté la cabeza.
Casi me da un paro cardiaco.
—¿Qué mier…?
—Hola. —El tipo que tenía sentado a mi lado me sonreía de
oreja a oreja, con un brillo de picardía en los ojos. Debe de haber pensado que
estaba loca por hablarle a un extraño—. Parece que estabas esperando a alguien
más.
¿Qué le podía decir? Sabes, la verdad me gusta ventilarle mi vida
a desconocidos para poder desahogarme, sobre todo hoy, que vi a mi ex besuqueándose
con mi mejor amiga.
El hombre de verdad debe haber
creído que estaba loca.
Mierda, ¿por qué siempre me pasaban estas cosas a mí?
Lo seguí mirando sin saber qué
decirle.
—¿Y? —Me miró y en sus ojos pude ver lástima. Eso era lo
último que necesitaba.
—Perdón, estaba esperando a una amiga y cuando te
sentaste, pensé que eras ella… debí haber mirado antes de ponerme a hablar.
—Sentí mi cara completamente roja.
—Nah, tranquila. De vez en cuando es bueno conversar de
tus cosas con un extraño. —Seguía sonriéndome como si tuviera la sonrisa
pintada en el rostro.
—Disculpa… —Sé que estaba en un lugar público pero yo había llegado primero
acá, ¿no pensaba irse?
—Dime. —Seguía sonriendo. Sus músculos debían de estar
pidiendo misericordia.
—¿Puedes irte? —Traté de poner mi mejor sonrisa. Su rostro
cayó como, cinco metros.
—¿Quieres que me vaya? —Su sonrisa aflojó un poco—.
Estamos en una librería, es pública.
—Lo sé, pero de verdad quiero estar sola.
—Pues entonces, vete tú.
Me enfadé y me dio risa al mismo tiempo.
Cualquier hombre cuerdo, que ve a
una mujer extraña —a cualquier mujer— llorando, la que además le pide que se
vaya porque quiere estar sola, escapa, previniendo un ataque de llanto o
verborrea.
Si argumentaba que yo había llegado
aquí primero, me vería como una niñita del jardín de niños peleando por su
lugar.
Esperé un poco para ver si me decía
que era broma y que de verdad se iría.
Pasaron cinco minutos y nada. Este tipo de verdad era un estúpido.
Inhalé profundamente, tratando de
calmarme. Mecanismo de defensa, me
dije, enfocar la rabia en otra persona.
No lo trates mal.
Tomé mi bolso, me levanté y lo
fulminé con la mirada. A la mierda los mecanismos de defensa. Empecé a caminar.
—¿Le das esa mirada de viuda negra a todos los hombres?
—Estaba de espaldas a él, no veía su rostro, pero podría haber apostado a que
se estaba riendo.
—Sólo a los que se comportan como estúpidos.
Me habría dado vuelta para ver la expresión que ponía ante eso, pero temía
que gracias a mi humor —malo antes de verlo, espantoso después de nuestra
“charla”— pudiera darle una cachetada.
Me acerqué a la escalera y me extrañó que no me respondiera, así que aunque
mi lado bueno me decía que no me diera la vuelta, lo hice.
El muy tonto estaba leyendo, como si nada hubiera pasado. Me enfadé todavía
más.
¡Que se pudran todos los
malditos hombres!
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