23 de septiembre de 2012

Siete


“Lo que me pasa.”

Desperté al día siguiente con la cabeza doliéndome como si mil enanos estuvieran golpeándome el cráneo. Tenía la lengua pegada al paladar y la boca seca.
Necesitaba agua.
Estiré la mano para tomar el vaso de agua que siempre dejaba en el velador, sólo para encontrar que en el lado izquierdo de mi cama no había nada.
Después, recordé que me iba a quedar en la casa de Lore. Tendría que ir a la cocina a buscar agua.
Me obligué a abrir los ojos y vi que no estaba en su pieza. No tenía ni la más mínima idea de donde estaba.
La habitación era un poco más grande que la mía, tenía grandes ventanas con las persianas cerradas que hacían que la habitación se viera tétrica.
Había cartulinas pegadas por todas partes y en una esquina, había un escritorio lleno de papeles.
Cerré los ojos y empecé a hacer memoria.
Anoche habíamos ido a la Peña, luego las chicas se fueron y nos quedamos con Lore, Pato y…
Abrí los ojos de golpe.
Me había venido a la casa de uno de los amigos de André.
Yo, yo que siempre retaba a mis amigas cuando se iban con alguien que no conocían bien, había ido a parar a la casa de un extraño.
Bueno, medio extraño. Sabía su nombre y al menos Pato lo conocía.
Me senté en la cama, rogando para que la cabeza dejara de darme vueltas mientras pensaba que iba a hacer.
Al moverme, una punzada en el tobillo me hizo recordar la caída de ayer.
Tenía el pie hinchadísimo.
Volví a estirar la pierna para que poder dejar el pie en una posición cómoda.
No había ni rastro de André por ninguna parte.
Vi que mi bolso y mis zapatos estaban sobre una silla cerca de la cama.
Pensé en levantarme y buscar mi bolso para ver la hora en mi teléfono, pero no me atreví a mover el pie.
Estaba pensando cómo rayos podía moverme para salir, cuando sentí abrirse la puerta de la pieza.
Me quede congelada como si fuera un ladrón pillado in fraganti.
—Despertaste. —Lo primero que llegó a mi nariz fue el olor del café y rogué para que André me hubiera traído una taza o al menos, pudiera escapar a la cocina para robarme un poco—. ¿Cómo te sientes?
—Me duele la cabeza un poco. —Hice una pausa—. Y el pie.
Se acercó a la ventana y abrió las persianas. Entrecerré los ojos ante el exceso de luz.
—Disculpa. —Se movió hacia la cama—. La luz debe hacer que te duela más la cabeza, pero la pieza es muy oscura si mantengo las persianas cerradas.
Sólo asentí con la cabeza, admirando lo que tenía delante.
Cuando lo vi en la biblioteca, no me fijé en cómo era y ayer noche, no estaba bien como para fijarme en su cara o en su físico.
Pero ahora sí que podía.
Tenía el pelo negro mojado, desordenado y uno de los mechones le caía en la frente.
Era más alto que Ignacio, debía medir por lo menos 1,90 o algo así. Un gigante a mi lado.
Tenía puesta una camisa blanca con rayas grises, arremangada hasta el codo. La camisa dejaba claro que bajo ella había un… ¿Cómo decirlo? Un cuerpo para dejar sin aliento.
Llevaba unos pantalones sueltos que lo hacían verse mejor aún.
Contuve el aliento.
Se sentó en el borde de la cama y me ofreció una taza.
—¿Café? —Me dio una sonrisa, sólo que no era una tirante como las de ayer, era una sonrisa genuina, una que llegaba a los ojos. Y que ojos. Eran café, pero tenían un brillo especial, eran alegres.
—Gracias. —Le sonreía de vuelta. Nos quedamos en silencio.
Siempre había tenido una fascinación con los ojos que parecían transmitir lo que su dueño pensaba. Los ojos de André eran de esos.
De pronto, fui consciente de que debía de verme horrible, con el pelo todo revuelto y la máscara de pestañas por toda la cara.
Me comencé a poner roja.
—¿Cómo sigue tu pie?
Me costó contestarle.
—Sigue doliéndome y está bastante hinchado.
Se levantó y se puso de rodillas a mi lado.
—Déjame ver si hay que amputar. —Me dio una sonrisa de lado que me hizo apretar los dientes.
Destapé mi pie y lo moví con cuidado hacia el borde de la cama.
Lo tomó el mismo cuidado que ayer y dobló mi pantalón hacia arriba para poder ver bien.
Era tan cosquillosa, que cuando pasaba su mano por algún lugar de mi pie que no doliera, se me arrancaban risitas avergonzadas. Él sólo movía la cabeza.
—Voy a ir a buscar una crema para hacerte un masaje y poder vendarte. Puedes tomar ibuprofeno también, te va a ayudar a calmar el dolor y a bajar la hinchazón. Te voy a traer uno.
Dejó mi pie con cuidado sobre el colchón y se levantó.
—¿Puedes pasarme mi bolso? Está en la silla. —No sé porque, pero estaba avergonzada, así que me entretuve mirando el cobertor y las manchitas que habían en él.
Me lo entregó, se dio media vuelta y salió.
Saqué el teléfono para ver si había alguna llamada perdida o algún mensaje de mi mamá, pero no encontré nada, así que me quedé tranquila.
Estaba escribiéndole un mensaje a Lore cuando llegó André.
Comenzó a hacer la friega con mucho cuidado.
—¿Exactamente en qué parte de Cumming estamos?
—Cerca de la plaza, ¿por qué?
—Simple curiosidad, ayer no me di cuenta. —Me puse roja. La verdad, era que no recordaba ni haber entrado a su casa. El último recuerdo que tenía era su mano tocando mi cara. Después de eso, me dormí.
—Lo sé —me miró divertido—, ni siquiera te despertaste cuando te acosté.
Me quede en silencio un rato y cuando tomó la venda para ponérmela en el pie, volví a hablar.
—Gracias.
—¿Por qué? —No me miró.
—Por lo del auto. —Hice una pausa, pero siguió sin mirarme—. Y por traerme ayer. De verdad, gracias.
Siguió sin mirarme hasta que terminó el vendaje y volvió a dejarme el pie en la cama, pero dejó su mano sobre él.
—De nada. —Lo miré a los ojos y me sonrío.
Se me agitó el corazón. Fue exactamente la misma sensación de anoche cuando me acarició la cara, sólo que ahora fue más fuerte.
Nos quedamos mirando fijamente y me hice más consciente del calor que irradiaba su mano sobre mi piel.
Me di cuenta que lo estaba mirando como boba.
Aparté la mirada y me puse roja de los pies a la cabeza. El sacó la mano de mi pie y se levantó.
—Estas lista. Puede que te duela un poco al pisar pero mañana debería amanecer mejor.
—Gracias, de nuevo.
Se quedó quieto donde estaba y me comencé a inquietar.
Hablé por hablar.
—Eeeh, ¿dónde está el baño?
—Es la puerta que está al lado. ¿Quieres que te pase una toalla o algo?
—No, gracias. Sólo quiero lavarme la cara y después llamar a Lore.
Ladeó la cabeza en un signo de pregunta.
—¿A Lore?
—Ajá. Para pedirle si me puede venir a buscar. La verdad, no estoy muy segura que yo y mi pie lleguemos bien a mi casa así como estamos.
Se rió y me perdí en ese sonido.
¿Qué demonios me estaba pasando?
—No es necesario que la llames, Pato me llamó cuando fui a buscar las vendas. Le dije que te habías doblado el pie y que aún no estaba bien. Dijo que venía a buscarte.
Sonreí. Pato era casi como un papá conmigo.
André se dio vuelta y salió de la pieza.
Como pude me puse en pie y me fui lentamente hacia el baño.
Me demoré tratando de mejorar mi cara, pero me di cuenta que era una batalla perdida y simplemente lo dejé.
Me fui en dirección a la cocina donde André estaba preparando su desayuno.
—¿Te gustan las tostadas? —No se dio la vuelta cuando preguntó.
—Sip.
—Perfecto. —Se giró y me apunto una mesita al centro de la cocina—. Siéntate mientras.
Cada paso que daba me dolía pero me hice la fuerte.
—¿Dónde están German y Allison?
—Tenían turno desde las nueve en el Fricke. Yo entro a las doce, pero aprovecharé cuando Pato venga a buscarte para bajar.
Se hizo el silencio y me puse a jugar con una servilleta.
—¿Hace cuánto que conoces a Pato? —Me puso un plato con tostadas y un poco de mantequilla en frente—. Perdona, pero no hemos tenido tiempo de ir a comprar. Nos dieron unos turnos del diablo este mes. —Se le pusieron las puntas de las orejas rojas. Me sonreí.
—No te preocupes, está bien así. —Tomé una tostada y le di una mordida—. Lo conozco hace —hice una pausa para hacer cálculos— unos tres años. Lo que llevan él y Lore. —Sonreí—. A Lore la conocí en la Uni y unos meses después conocí a Pato, ¿y tú?
Dejó su taza en la mesa y pensó.
—El año pasado nos conocimos en las OND. —Las OND eran las Olimpiadas Nacionales de Medicina: reunían a todas las Facultades de Medicina del País—. He salido varias veces con él y con Lore pero nunca te había visto.
—Aaaah. Es que antes salía mucho con…
Me quedé callada de golpe. No tenía ganas de nombrar a Ignacio y que mi humor decayera.
Me miró y levantó la ceja, estaba empezando a tomar ese gesto como su marca registrada.
—Supongo que salías con tu ex.
Simplemente asentí. Estaba comenzando a cansarme ponerme triste con sólo nombrarlo.
Me miró mucho rato mientras yo terminaba mis tostadas y me interesaba más por su mantel que por conversar con él.
Realmente pensé que me iba a dar su pésame o algo parecido por lo que le conté en la biblioteca, la mayoría de los hombres que conocía lo hubiesen hecho, pero empezaba a notar que este hombre en particular rompía un poco los estándares que yo tenía establecidos.
Y que alguien rompiera mis esquemas nunca era una buena señal.
Sonó su teléfono y de verdad lo agradecí, el silencio se estaba volviendo raro, no tenso ni incomodo, raro en una forma que no me supe explicar.
—Wena compadre ¿Cómo estamos? —Me miró y me dijo “es Pato” mientras escuchaba algo que le decía Pato al otro lado de la línea—. ¿En diez minutos? —Me miró y se rió—. Si, estaba terminando de desayunar. Toca la bocina cuando llegues.
Colgó y se levantó de la silla para lavar su taza y tomó mi plato.
—Yo lavo, tu ve a buscar tus cosas.
Tomé la loza sucia y me puse en pie con cuidado, evitando mostrar frente a él que me dolía. Evite cojear cuando fui hacia el lavaplatos.
Él se dio vuelta en dirección a su pieza y lo escuché hablarme mientras se iba.
—Sólo te dejo lavar la loza porque presiento que eres de esas mujeres histéricas que si no las dejan hacer lo que quieren, colapsan.
Oh Dios mío ¿Me veía acaso como una mujer histérica? Bonita imagen para mostrar.
Lave los platos y me quedé sentada en la mesa de la cocina hasta que llegó André con un maletín en su mano y su capa blanca colgando de su brazo. Se veía demasiado guapo para su propio bien.
Me grité mentalmente por estar comiéndome al hombre con los ojos, pero era inevitable hacerlo. Me fijé que en su mano izquierda traía la crema con la que me había hecho el masaje en el pie.
—Llévate esto. —Metió la crema a mi bolso—. No importa si ya tienes, nunca están de más. Colócala dos veces al día. Acuérdate de sacarte el vendaje en las noches y el ibuprofeno tómalo cada 12 horas por tres días.
Se sentía bien esto, cualquiera querría una consulta privada con un doctor como él.
Sonó la bocina de Pato fuera de la casa y caminamos hacia la purta.
Pato se bajó del auto y me ayudo a subir al asiento del copiloto, no sin antes reírse en mi cara por mi mala suerte.
—Chiara no es capaz de dar dos pasos sin tropezarse —dijo Pato mientras ponía en marcha el auto. Siempre sacaba a relucir mis problemas de coordinación que se acentuaban con el alcohol.
—Me di cuenta de eso. —André se reía feliz de la vida en el asiento trasero.
Perfecto, Pato al fin había encontrado un compañero para reírse de mí. Le encantaba molestarme con lo que fuera, incluso si era algo muy pequeño.
—Los médicos no suelen reírse de la gente lesionada. —Fruncí la boca y Pato me sacaba la lengua igual que un niño pequeño.
—Gracias por soportar a esta quejica ayer, perro.
Odiaba que los hombres se trataran de perro, compadre o cualquier nombre extraño, pero a ellos parecía encantarles.
—No hay problema.
Miré hacia atrás y André me estaba mirando con una sonrisa en los ojos.
¿Por qué había aceptado realmente a llevarme a su casa? Yo era una extraña, por más que fuera amiga de Pato seguía siendo una extraña.
No nos demoramos nada en llegar al Hospital Fricke, en donde André tenía guardia.
—Gracias por el paseo, Pato. —André se dio un apretón con él. Me miró y levantó su mano a modo de despedida—. Nos vemos, Chiara. Cuida el pie.
Él ya se había dado vuelta cuando Pato le gritó por la ventana.
—¡Dale mis saludos a Macka!
André se dio vuelta y le hizo una señal de “ok” con la mano y siguió caminando hacia el Hospital.
La curiosidad me invadió de forma instantánea.
¿Quién era Macka?
Faltaban por los menos unos 30 minutos de viaje para llegar a mi casa y Pato me entretuvo la mayor parte del tiempo contándome cosas de sus pacientes. Yo sólo ponía cara de asombro en las partes correctas y preguntaba cuando debía hacerlo, pero la verdad era que me estaba mordiendo la lengua por no preguntarle a Pato quien era esa tal Macka, aunque ya me imaginaba la respuesta.
Cuando llegamos a mi condominio yme bajé del auto con ayuda de Pato y él volvió a subirse a su asiento, me asomé por su ventana.
—Oye, ¿quién es Macka? —Traté de sonar lo más desinteresada posible, pero yo no lo engañaba.
Me miró fijamente y puso una cara extraña.
—Es la novia de André.
Me quede mirándolo con cara de sorpresa.
—Oh.
—Oh, ¿Qué? —Me miraba con una expresión calculadora que daba miedo.
—Es que no creí que tuviera. —Me reí y trate de sonar relajada pero no me resultó—. No sé, se me hizo raro que me dijeras que tiene novia y que me haya recibido en su casa ayer.
—Aaaah, eso. André tiene complejos de héroe o algo por el estilo. Fue más un favor para mí que nada el que ayer te llevara a su casa.
Me quedé callada y jugué con una punta de mi pelo ¿Y la caricia en mi cara de ayer? ¿Eso también era un favor para Pato?
Echó a andar el auto y se inclinó por su ventana.
—Sólo por decir —y en sus ojos estaba clara la advertencia, cosa que me asustó—: llevan un año y medio y van bastante en serio.
Y simplemente partió y me dejo ahí, con la boca abierta de la sorpresa.

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