“Giros.”
Me quedé un poco más en el
baño, sólo para tratar de calmarme y parar el remolino de pensamientos que
tenía en la cabeza. Lo mandé a volar.
Y el peor… o no peor, sino
que el más incesante: Besaste de nuevo a Joaquín.
Lo de André era un avance
gigante, y me sentía bien por ello. En cambio, lo de Joaquín… eso no podía
volver a pasar. Al menos no en mucho tiempo.
Llegué a la sala justo
cuando mi profesora estaba entrando, le di una sonrisa y entre rápido para
sentarme en mi butaca preferida: al medio de la sala, al lado de la ventana.
Me quedé viendo el cielo,
absolutamente despejado y azul.
A los pocos segundos, sentí
que la butaca que estaba a mi lado sonaba. Giré la cabeza para saludar a Lore,
pero la encontré mirándome con sus ojos muy pequeños, como pensando en lo que
me iba a decir.
Sin razón alguna me puse
nerviosa, como si me hubiesen pillado in fraganti. Ladeé la cabeza en signo de
pregunta.
—Te vi.
Parpadeé varias veces antes
de poder hablar, pero ella me ganó.
—Te vi con Joaco en la
entrada. ¿Qué fue eso Chia?
Empecé a retorcer las manos
nerviosa, e iba a responder que no tenía la más mínima idea, cuando mi
profesora empezó a hablar y tuve que mirar hacia delante. Salvada, pensé.
—Escupe ahora Chiara —dijo
Lore muy bajito, para que sólo yo la escuchara.
Comencé a anotar lo que iba
diciendo mi profe.
—Eso que viste no fue nada,
un simple desliz.
—¿Desde cuándo que ocurren
esos “deslices” con tu mejor amigo?
—Yo… —La miré y dejé de
escribir. Pensé en mentirle, en decir cualquier cosa, yo no quería hablar de lo
que había pasado el fin de semana. A la mierda, me dije. Hablar las cosas
siempre sirve—. Me fui con André de la fiesta de Liz.
Lore abrió los ojos como
plato y su mandíbula se abrió todo lo que daba.
—¿Qué pasó? —dijo en un
susurro.
—Me fui con él, pasé la
noche con él, a la mañana siguiente arranqué… como toda una cobarde. —Tomé
aire—. Llamé a Joaco para que me fuera a buscar. Él estaba en valpo también. Y
cuando lo vi me volví nada, me bajo toda la pena, el arrepentimiento de haberme
acostado de nuevo con André y rompí a llorar. Y Joaquín me besó.
Lore se llevo las manos a la
boca y sus ojos se abrieron aún más.
—¿Cómo…?
—Me dijo que me quiere.
—Cerré los ojos cuando dije eso, inevitablemente recordando todas sus palabras,
sus ojos, su boca… No, Chia. Párate ahí. Ese no es un buen camino—. Y hoy
estaba esperándome en Libertad con una ro… —Miré mis manos vacías—. ¡Dejé la
rosa en el baño! —dije golpeándome la frente.
—¿Qué rosa?
—Joaquín me dio una rosa hoy
—dije mientras miraba la puerta de la sala, calculando cuál era el mejor
momento para fugarme de la sala—. Tengo que ir a buscarla, la dejé en el baño.
Me levanté tranquilamente y
salí por la puerta. Una vez en el pasillo, comencé a correr como alma en pena
hasta llegar a las escaleras y las bajé de dos en dos.
Cuando llegué al baño de
mujeres del primer piso entré a la velocidad de la luz, mirando el lavamanos.
No había nada. Mi mirada cayó al piso.
Ahí estaba la pequeña rosa,
esperándome.
Me puse en cuclillas y la
tomé. La apoyé contra mi pecho y suspiré, aliviada.
Llegué a la sala caminando
como una persona normal, silbando, y girando la rosa entre mis dedos.
Cuando abrí la puerta,
escondí la rosa detrás de mi pierna y fui a sentarme de nuevo. Lore espero sólo
unos segundos para seguirme hablando.
—¿Por qué te trajo una rosa?
—No tengo idea.
Hizo tamborilear sus dedos
sobre su cuaderno y siguió hablando.
—¿Y el beso de hoy? ¿Qué hay
con eso?
De la nada, sonreí al
recordar el beso. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, sacudí mi
cabeza repetidas veces golpeándome mentalmente. Efectos colaterales, nada
importante.
—Me lo dio de la nada, como
el primero. Yo no quería pero lo tuve ahí y fue… no sé. Como un calmante.
—Tú y Joaquín. —Se le escapó
una risita extraña—. Esa si que es una pareja dispareja.
Seguí escribiendo un rato lo
que decía mi profe, pero ya habia perdido el hilo y todo lo que escribía eran
ideas inconexas.
—André me vio también.
A Lore casi se le cae el
cuaderno al suelo.
—¿Tú quieres que a mi me de
un ataque? ¿En serio?
—No dijo nada del beso. Dijo
que quería ser mi amigo. Lo mandé a volar, bien lejos; le dije que no quería hablar
con él nunca más a menos que fuera por algo del Consultorio. —La miré,
derepente estaba asustada—. Hice bien, ¿cierto?
—Por supuesto que hiciste
bien, Chia. Se lo merece.
Se lo merece, repetí las
palabras de Lore en mi cabeza. ¡Claro que se lo merece! Me puse cómoda en la
butaca, tratando de tomar atención a lo que quedaba de clases.
El resto de la mañana pasó
bastante rápido. De clase en clase, tomando atención, tratando de entender, no
tuve problemas en mantener a todo lejos
de mi cabeza. Mi único recordatorio era la rosa que, cada vez que abría mi
bolso, se asomaba como diciendo “No me olvides que aquí estoy”. Me apreté las
manos para no sacarla y echarla a la basura, después me iba a arrepentir.
Cuando fuimos a almorzar,
saqué mi cuaderno de Fisiopatología para repasar. El profesor Baez tenía la
costumbre de hacer siempre interrogaciones sorpresas cabronas, muy cabronas.
Comencé a hojear mi cuaderno
desde el principio, Lore y Liz estaban sentadas frente a mí haciendo
exactamente lo mismo, cuando llegué a una página que no había visto antes.
“Te quiero pequeña.” La
letra de André. El corazón se me congeló en el pecho y luego comenzó a correr
como loco. Me temblaron las manos. “Te quiero muchísimo.”
Revisé cada esquina, cada
borde de las siguientes seis hojas de mi cuaderno. Cada una de ellas tenía
escrito un “Te quiero”, alguna frase de alguna canción, alguna cita de mis
libros favoritos. Por todas partes tenía su letra, me lo imaginaba escribiendo,
me imaginaba su ceño fruncido tratando de pensar en que escribir, sus risa
queda cuando se le ocurría algo ingenioso para poner, sus dedos recorriendo las
hojas.
Mi cuerpo se estremeció
entero y quise tenerlo a mi lado. Con todas mis ganas quise tenerlo junto a mí.
Traté de enfocarme en las
palabras que Lore me habia dicho Se lo merece. Se lo merece. Se lo merece. Pero
por más que las repetía no podía sacármelo de la cabeza. Ni siquiera el mirar
los pétalos de la rosa que me había dado Joaquín lo sacaban de mi cabeza.
Lo quería. Tanto tanto que
me dolía todo el cuerpo.
Inhalé, exhalé, y enterré
mis uñas en las palmas de mis manos. No más Chiara. Tienes que dejarlo ir.
—¿Chia? ¿Estás bien?
Levanté la vista para ver
que Liz me miraba preocupada. Le sonreí.
—Estoy bien.
Me salvé de la interrogación
y eso, fue un verdadero milagro. Si me hubiese tocado a mí, habría reprobado.
Después de encontrar las
notas de André en mi cuaderno no hubo forma de poder concentrarme; ni en
clases, ni en las conversaciones con mis amigas, ni en la interrogación.
La mayor parte del tiempo
estuve tratando de acordarme en qué momento André pudo haberme escrito todo
eso.
Luego, recordé un día que me
quedé a dormir en su casa, en el que llevé mi cuaderno de Fisiopatología porque
tenía un parcial al día siguiente. Me quedé dormida en su pecho mientras él me
hacía preguntas de la materia y me explicaba lo que más me costaba. Al día
siguiente mi cuaderno estaba guardado dentro de mi mochila. No había vuelto a
hojear esa parte desde ese día.
Menudita sorpresa.
De la rosa ya ni me
acordaba, volvió a un segundo plano, tal y como debía ser. Joaquín me
confundía, y yo lo que menos necesitaba era eso, estar confundida. Necesitaba
estar tranquila y parcharme por dentro. Parcharme mucho.
Cuando salimos de clases,
Pame, Dani y Lore esperamos a Ernesto fuera de su sala.
—¡Hoy es tarde de salir a
tomar cervezas! —dijo con los brazos levantados a penas nos vio.
—¿Ahora? —le dije levantando
una ceja.
—¿No le dijeron nada? —Miró
a mis amigas con el ceño fruncido—. ¿Qué clase de “ayudas para raptos alcohólicos”
son ustedes?
Las tres se encogieron de
hombros sin tomar en cuenta las palabras de Ernesto. Lore se giró a mirarme.
—¿Quieres ir?
Ernesto la miró con los ojos
como plato.
—¿Cómo que “quieres”? Nada
de preguntas, ella va sí o sí.
—Ernesto… —Miré al piso—. De
verdad que no quiero salir.
—Y una mierda. Dije que me
iba a esperar a ver una sonrisa en esa cara, pero no veo ninguna. Tú comienzas
la terapia de alcohol hoy.
¿Segunda terapia de alcohol?
No, por favor no. Esto ya era decadente.
—¿Pueden ser sólo unas
cervezas? ¿Desligadas de una terapia de alcohol?
Mi amigo me miro alzando su
ceja perfectamente depilada, incluso con una forma más perfecta que la mía o la
de cualquier mujer, y consideró lo que le había dicho.
—Avanza, avanza. —Se puso
detrás de mí y comenzó a hacerme avanzar hacia la salida de la U—. Lo pensaré
en el camino y te haré saber mi respuesta.
Lancé un suspiro, resignada.
Bienvenida nueva terapia de alcohol.
—¿Puedo decirle a Ernesto
que te besaste con Joaco para que desista de esta salida? —me dijo Lore en un
susurro casi imperceptible.
La taladré con la mirada.
—Tú vas a hacer como que
perdiste la memoria —le respondí en un susurro yo también.
Puso sus ojos en blanco.
Luego me sonrió.
—¿Qué viste hoy? —le
pregunté.
—Nada. Nada que involucre
una rosa o labios de mejor amigo. —Me sacó la lengua y comenzó a caminar más
rápido para ir a ponerse al lado de Pame—. Yo no he visto naaaaada —dijo
alzando la voz.
Se me escapo una risita
incómoda y sacudí la cabeza. Esas eran amigas, las que te molestan hasta el
cansancio.
Llegamos a Valparaíso a eso
de las siete de la tarde.
Para mi mala suerte, mi
local preferido en todo Valparaíso estaba en Subida Cumming, donde vivía André.
—Se supone que esto es una
terapia, no deberíamos venir a meternos justamente en donde esta él culpable de
todo esto —dijo Pame gruñendo un poco.
—Exacto, maravillosa Pamela,
es una terapia. Y como tal, es muy importante que esta señorina —me apuntó con
la mano—, pueda transitar por esta calle y por su local favorito sin miedo. —Se
giró a mirarme muy serio—. Este, mi querida niña, es el paso número uno de la
alcoholización. “Camina como si no te importara encontrarte con él”. —Demonios,
¡por supuesto que me importa encontrármelo! No soy de piedra, pensé—. Repitelo.
Lancé un suspiro cansado.
—No me importa encontrarme
con él —dije con una sonrisa forzada.
Ernesto me dio unas
palmaditas en la espalda.
—Esa es mi chica. —hizo un
movimiento con la mano para que entrásemos al local.
La canción de la Trova, o
más conocido como El Trova, era un local pequeño, que me encantaba por el hecho
de que tocaban música en vivo, y gratis. Toda la música que tocaban, incluso la
música envasada, era Trova, al estilo Silvio Rodriguez y el ambiente era de lo
má relajado.
Saludamos a la señora que
atendía el local, una señora gordita y buena gente a la que todos llamábamos
“tía” de cariño y nos sentamos en la mesa que siempre ocupábamos. Segunda fila,
frente al escenario.
Pedimos un vino con frutas
y, cuando llegó, me sentí relajadísima. Buena música, un cigarro, un vino, y la
risa de mis amigos. Esto era un verdadero calmante. Sonreí y me incluí a la
conversación de mis amigos.
Las horas pasaron volando,
cantábamos a todo pulmón las canciones que cantaban y aplaudíamos como locos a
los chicos que subían a cantar. Conversábamos con todos y nos reíamos de todos.
A eso de las diez de la
noche, el alcohol comenzó a hacerme cosquillas en el cuerpo pero nada
preocupante, sólo eso toquecito que te daba “más personalidad”.
Y la personalidad llegó en el
momento justo.
Sentí que alguien me tocaba
el hombro tratando de llamar mi atención. Asustada, me moví hacia adelante para
poder aparte de la persona que me estaba tocando. Me giré en la silla para ver
que querían.
—Hola.
Mis ojos se abrieron de par
en par y sonreí cuando reconocí a la persona que tenía en frente.
—Hola —le dije.
Me saludó con un beso en la
mejilla y le hice un gesto para que ocupara uno de los taburetes que tenía a mi
lado.
—Estoy con unos amigos —dijo
apuntando una mesa detrás de él—. Te vi y vine a saludarte. No sabía si eras tú
o no.
Me reí, y el sonido atrajo
la atención de Dani.
—Hola guapetón —la escuché
decir bajito, su voz camuflada por la música.
—Agradece que era yo —le
dije sonriéndole—, o habría sido incómodo que saludaras a una total extraña.
Se rió.
—Tú eres una total extraña.
Ladeé mi cabeza.
—Tienes razón. —Vi que sus
amigos hacían señas para atraer su atención—. Tus amigos te están llamado,
mejor anda.
—Hablamos después. —Hizo un
gesto de despedida con la mano y se fue. Yo volvi a girarme en la silla para
mirar el escenario.
—¿Y él? —me dijo Dani cuando
me concentraba en la música.
—Ah. Él —di vuelta la cabeza
para mirar hacia su mesa. Me estaba mirando y le hice un guiño con el ojo—, es
Daniel.
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